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4.Una tradición militar, muy peculiar.🪖🫡

Sofía Martínez:

Mis mejillas ardían y mi corazón latía con tal fuerza que juraría que Rayan podía escucharlo. La emoción me embargaba de una manera casi peligrosa, como si mi propio cuerpo estuviera al borde del colapso.

¡Cálmate, Sofía! No puedes dejarte convencer por meras palabras bonitas, me repetía en un intento desesperado por aferrarme a la razón. Pero, ¿cómo hacerlo cuando cada vez que sus ojos se encontraban con los míos sentía que todo en él era genuino?

Con una sonrisa que trataba de ocultar mi vulnerabilidad, respondí con ligereza:

—¡Qué gracioso eres! Menos mal que esos delitos no son castigados.

Pero Rayan no estaba dispuesto a dejarme salir tan fácil de su juego.

—Eso es lo que tú crees —replicó con severidad fingida.—Hay un castigo y, claro está, deberás cumplirlo cuando lleguemos.

Su tono desafiante despertó en mí un instinto travieso, una necesidad de igualar su picardía. Si él quería jugar, yo no pensaba quedarme atrás.

—En vista de este juicio tan injusto y sin derecho a defensa, aceptaré mi castigo.

Mi declaración pareció satisfacerlo, pues una sutil sonrisa se dibujó en sus labios. Pero, dejando las bromas de lado, decidí presentarme formalmente.

—Mi nombre es Sofía Martínez, aunque mis amigos suelen llamarme Sofy. Tengo 23 años y soy médico.

La emoción se filtró en mi voz al compartir mi propósito en aquel viaje.

—Estoy en camino a una entrevista muy importante en uno de los Hospitales más importantes del país. Conseguir ese puesto me brindaría la experiencia necesaria para poder realizar mi especialidad.

Rayan me observó con atención, pero fue Saúl quien rompió el silencio con una pregunta que no esperaba.

—Sofy, ¿dónde te vas a hospedar?

—Para ser sincera, aún no lo sé. Mi plan es llegar al aeropuerto y tomar un taxi que me lleve a un hotel cercano al hospital.

Saúl intercambió una mirada con Rayan antes de hacerme una propuesta que me tomó por sorpresa.

—Quédate con nosotros —dijo con entusiasmo. —Vamos a un apartamento de un tío mío donde pasaremos la noche antes de presentarnos en la base militar. Mañana podríamos llevarte a tu entrevista. No está tan cerca al lugar en donde será tu entrevista pero con el transporte adecuado llegarás a tiempo, ¡anímate! Tendrás a dos guapos y valientes guardaespaldas para cuidarte en esta ciudad tan grande.

Rayan se sumó a la invitación.

—Podrás recorrer la ciudad con nuestra compañía. Seremos tus guías, por supuesto, no tendrás que pagar tu estadía. No te preocupes, nada te pasará.

La oferta era tentadora, pero algo dentro de mí me decía que debía pensarlo con calma.

—Lo consideraré —respondí con una sonrisa.

Antes de que pudiera decir algo más, la voz del capitán resonó en los altavoces, anunciando el inminente aterrizaje.

Cuando finalmente descendimos del avión y nos dirigimos al área de equipaje, Saúl tuvo problemas con su maleta, dejándome sola con Rayan en el pasillo.

Aún con la adrenalina del viaje y la conversación, no podía contener mi entusiasmo. En un impulso, le pedí que me tomara una foto. Me encantaba documentar cada momento de mi vida en mi perfil de la página que estaba de moda, este viaje no sería la excepción.

Para mi sorpresa, Rayan accedió sin protestar.

Cuando mi mirada se posó nuevamente en la boina verde que llevaba, no pude evitar sentir curiosidad. Sin pensarlo mucho, le pedí que me la prestara para una foto. Él titubeó por un breve instante, pero finalmente me la entregó, acompañando el gesto con una sonrisa que tenía un matiz… ¿coqueto? O quizá yo lo estaba confundiendo.

No sabía que aquel simple acto tenía un significado especial para él, mucho menos lo que simbolizaba dentro de sus tradiciones militares.

Nos tomamos varias fotos juntos, haciendo todo tipo de muecas y poses graciosas. En un momento de complicidad, él se acercó más y, en una de las selfies, me sorprendió con un beso en la mejilla.

El contacto fue fugaz, apenas un roce de sus labios contra mi piel, pero la sensación que dejó en mí fue devastadora. Un torrente de emociones se apoderó de mi cuerpo. Mis pensamientos se desordenaron por completo y mi pulso se disparó.

”¡Dios mío!”, fue lo único que pude articular en mi mente.

Era absurdo lo que estaba sintiendo. Apenas conocía a este hombre, y sin embargo, mi corazón latía como si estuviera ante un viejo amor. Por primera vez en mi vida, no me importaba lo que el mundo pensara. No me importaban las reglas, ni los convencionalismos. Solo quería seguir lo que mi corazón me dictaba.

Saúl regresó en ese momento y, al verme con la boina aún puesta, me lanzó una mirada significativa.

—¿Le dijiste la tradición? —le preguntó a Rayan en tono cómplice.

Él negó con un simple gesto de cabeza.

Fruncí el ceño, sin entender el intercambio silencioso entre ellos.

—¿Hay algún problema? —pregunté con cautela.

Saúl esbozó una sonrisa divertida antes de revelar el misterio.

—Una mujer que usa la boina de un militar debe pagarle con un beso en los labios.

Sentí el calor ascender nuevamente por mi rostro.

—No sabía que era tan importante para ustedes —murmuré, avergonzada. De inmediato, me quité la boina y se la devolví a su dueño.

Rayan la tomó con calma, se la colocó de nuevo en la cabeza y, con paso lento pero seguro, se acercó a mí. Su aliento rozó mi oído cuando susurró:

—Es demasiado tarde, bonita. Ahora me debes dos besos.

Mi respiración se entrecortó. Antes de que pudiera reaccionar, él ya se había alejado para ayudar con el equipaje.

Me quedé de pie, paralizada, sintiendo que mi mundo acababa de trastocarse por completo.

La sensación de su voz y su aliento rozando mi oído me dejó completamente desconcertada. Un leve escalofrío recorrió mi piel, y sentí que mis rodillas flaqueaban, amenazando con traicionarme. Si no hubiese sido porque en ese preciso instante apareció Saúl con su actitud despreocupada, anunciando la llegada del Uber que había solicitado, quizás habría permanecido petrificada en mi sitio, procesando el efecto que Rayan tenía sobre mí.

—¿Sofy, ya tomaste una decisión? —preguntó Saúl con una sonrisa confiada. —Tenemos el auto esperándonos y, si aún tienes dudas, puedes venir con nosotros hasta el apartamento. Dejamos las maletas, salimos a comer, damos un paseo y luego te acompañamos a buscar un hotel. Solo si tú quieres, claro.

Sus palabras me brindaban una salida. Podía aceptar sin sentir que estaba lanzándome sin salvavidas a un mar desconocido. Inmediatamente, mi mirada buscó a Rayan, lo encontré observándome con una expresión que, aunque reservada, dejaba entrever una súplica silenciosa. Como si no estuviera dispuesto a dejarme ir tan fácilmente.

Libré una batalla interna entre lo que debía y lo que quería hacer. La prudencia me gritaba que no debía confiar en dos desconocidos, pero una parte de mí, aquella que disfrutaba la emoción de lo nuevo y lo inesperado, me pedía seguir mi instinto. No podía explicarlo, pero algo en Rayan me resultaba extrañamente familiar, como si ya lo conociera de antes. Y, siendo una mujer que solía actuar con lógica, decidí tomar algunas “precauciones” antes de aceptar.

—Chicos, ¿qué les parece si nos tomamos una selfie los tres? —pregunté con entusiasmo, sacando mi teléfono.

Ellos aceptaron sin cuestionarlo, y nos juntamos para la foto. Apenas la capturé, la publiqué en mi perfil de redes con una descripción clara: “Con mis nuevos amigos, Rayan y Saúl”. Pero no me detuve ahí. Rápidamente, abrí el chat de mi hermana mayor, Lucía, a quien envié la imagen junto con un mensaje:

«Lu, acabo de llegar. Estoy bien. Te envío esta foto con mis nuevos amigos. Son subtenientes del ejército, se llaman Saúl y Rayan. Si no aparezco en unas horas, avísale a nuestro primo para que movilice a sus hombres. Jaja, es broma… 😉»

Lucía recibió mi mensaje y, como esperaba, reaccionó de inmediato.

«¿Cómo que te fuiste con dos extraños?, Sofía, ¿en qué estabas pensando? No confíes en nadie, no todos son lo que aparentan. Escríbeme cada dos horas para saber que sigues viva. Te quiero, pero por favor, ten cuidado.»

Al leer su respuesta, solté una risa discreta, guardé el móvil en mi bolso y levanté la mirada para encontrarme con los ojos de Rayan, que me observaba con una mezcla de curiosidad y diversión.

—¿Qué hiciste que te hizo reír así? —preguntó con un tono intrigado.

Sonreí con picardía antes de responder.

—Acabo de publicar nuestra selfie. Ahora mis amigos de redes virtuales saben que estoy con ustedes y puse sus nombres. También le envié un mensaje a mi hermana Lucía contándole sobre ustedes. Si algo me sucede, la culpa recaerá en ambos y la policía los buscará… sin contar que mi primo es teniente coronel de las fuerzas especiales. Así que más les vale que no me pase nada.— exclamé.

Mi última frase la acompañé con una sonrisa llena de intenciones ocultas.

Rayan entrecerró los ojos, sorprendido, sin saber si reír o tomarse en serio mis palabras. Con un suspiro resignado, sacudió la cabeza y me dedicó una sonrisa que, sin quererlo, logró que mi corazón diera un vuelco.

—No te preocupes, Sofy. Mientras estés conmigo, nada te pasará.

Su tono, firme y varonil, resonó en mi pecho más de lo que me gustaría admitir. Habló con una convicción que no dejaba espacio para dudas, y eso, de algún modo inexplicable, me llenó de una sensación de seguridad que hacía mucho no experimentaba.

Al llegar a la puerta principal del aeropuerto, Rayan tomó mi maleta sin darme opción a rechazar su ayuda y la cargó hasta la pequeña furgoneta azul que nos esperaba.

El conductor, un hombre mayor de unos 55 años, se presentó como Roberto, un soldado retirado que, al notar nuestras insignias, se mostró especialmente amable con nosotros. Después de acomodar nuestro equipaje, nos abrió la puerta trasera. Saúl tomó el asiento del copiloto y pronto entabló conversación con Roberto, mientras que yo me encontré sentada junto a Rayan, en un espacio que se sentía mucho más reducido de lo que realmente era.

Durante el trayecto de 20 minutos, evité mirarlo demasiado, pero cada vez que lo hacía, lo encontraba observándome. Cuando llegamos al apartamento, Saúl se encargó del registro mientras Rayan permaneció a mi lado, como si fuera mi sombra.

Nos instalamos en la pequeña sala, tras deliberar unos minutos, decidimos salir a comer. Eran más de las dos de la tarde y el hambre comenzaba a hacer estragos.

—Quizás deberíamos cambiarnos antes de salir —sugirió Rayan. —No queremos incomodar a Sofía con nuestros uniformes.

Asentí con un leve movimiento de cabeza.

—No conozco la ciudad, así que los seguiré a donde quieran llevarme.

Saúl , con una sonrisa maliciosa, se excusó para cambiarse y dejó claro que tardaría un poco, lo que nos dejó solos en la sala.

El silencio entre nosotros se sintió diferente esta vez. No incómodo, sino expectante. Y entonces, Rayan se acercó lentamente, inclinándose hasta que su aliento acarició mi oído.

—Pequeña ladrona de corazones, ha llegado la hora de cumplir tu condena.

Su voz grave y aterciopelada me dejó sin aire por un instante.

—¿Qué condena? —pregunté con fingido desconcierto, llevándome instintivamente una mano al pecho.

—Tu castigo es darle un beso a este pobre hombre… y no puedes negarte. Ya me debes uno por la boina , sino es probable que la mala suerte me persiga.

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír.

—Está bien, te daré un beso, pero solo en la mejilla. Siéntate aquí.

Le señalé un taburete en la esquina de la sala. Él obedeció y yo me incliné con cuidado. Pero justo cuando mis labios iban a rozar su mejilla, Rayan giró el rostro con precisión calculada.

Nuestros labios se encontraron.

El roce fue breve, pero el impacto, devastador. Un torrente de sensaciones estalló en mi interior. Antes de que pudiera reaccionar, me atrajo con firmeza, acomodándome en su regazo con un movimiento ágil y certero. Su mano derecha en mi cuello, su izquierda en mi cintura, sosteniéndome como si temiera que escapara.

Y entonces, el beso se profundizó.

No hubo espacio para dudas o resistencias. Fue un beso hambriento y dulce a la vez, lleno de anhelo, de descubrimiento. Sentí el calor de su cuerpo envolviéndome, su aroma intoxicándome y la extraña pero reconfortante certeza de que algo más grande que nosotros nos había llevado hasta ese momento.

Quizás era el destino o simplemente una casualidad la que nos hizó coincidir en este tiempo y lugar.

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