Sofía Martínez: El tiempo pasó rápidamente entre la inducción que cada residente nuevo tenía sobre el manejo del sistema de historias clínicas, revisión de casos y la adaptación a la rutina del hospital. Me sentía como una esponja absorbiendo cada información, aunque mi estómago protestaba con insistencia, recordándome que era hora de almorzar. Apenas terminamos la sesión de la mañana, Irene apareció en la puerta de mi consultorio con una sonrisa cómplice. —Vamos a la cafetería antes de que termines desmayándote sobre un paciente. —bromeó. Acepté sin dudarlo y juntas nos dirigimos al área de comida estilo bufet. El aroma a platos recién preparados flotaba en el aire y no podía esperar para servirme algo sustancioso. Mientras seleccionábamos nuestros menús, una voz grave y varonil resonó detrás de nosotras. Era el tipo de voz que exigía atención sin esfuerzo, con un tono maduro y seguro. Irene y yo nos giramos casi al mismo tiempo, como si hubiéramos ensayado la sincronizaci
Sofía Martínez: Desde aquel día, no volvimos a tener contacto. En ocasiones, sentía el impulso de eliminar su número de mi lista de contactos, pero en otras, la nostalgia me detenía. Había una parte de mí que aún anhelaba que, de algún modo, él volviera a aparecer en mi vida. El tiempo siguió su curso y, sin darme cuenta, había llegado el día de mi cumpleaños. Hoy era jueves 2 de octubre y celebraba mis 24 años. Era mi primer cumpleaños lejos de mi familia, lo que inevitablemente me sumió en una ligera melancolía. Sin embargo, mis padres, como siempre, hicieron de este día algo especial. Su llamada llegó a las seis de la mañana, demasiado temprano para mi gusto, pero al escuchar sus voces llenas de amor, la incomodidad se disipó por completo. Mi madre, con su tono dulce pero firme, me recordó lo orgullosos que estaban de mí. —Estás volando con tus propias alas, hija —dijo mi padre con su característica voz cálida.—Mientras seas feliz, nosotros seremos felices. Aquellas palabras me
Sofía Martínez Llegó el amanecer, increíblemente estaba despierta antes de que el despertador sonara. Como cada mañana, me entregué a mi rutina con meticulosa precisión, buscando en ella un refugio contra la maraña de pensamientos que aún revoloteaban en mi mente. Trencé mi cabello en una perfecta trenza francesa, mi estilo favorito para el trabajo, pues mantenía mi larga melena bajo control durante toda la jornada. Luego elegí un suéter de invierno de cuello alto en un delicado tono rosa, unos jeans desgastados en las rodillas y mis fieles botines color café, ideales para el clima frío que abrazaba la ciudad. Desayuné en calma, saboreando el café caliente entre mis manos, mientras una sonrisa involuntaria se dibujaba en mis labios al recordar la llamada de Rayan la noche de mi cumpleaños. Su voz, su risa, la dulzura con la que me habló… Todo eso aún danzaba en mi mente como un eco reconfortante. El camino al hospital fue breve, como siempre, al llegar saludé con cortesía al pe
Sofía Martínez: Había pasado una semana desde que envié el paquete,no obtuve ningún tipo de respuesta por parte de Rayan, la incertidumbre se había convertido en un peso insoportable. No sabía qué pensar. ¿Acaso la empresa de encomiendas me había fallado y el paquete nunca llegó a su destino? ¿O lo peor de todo? ¿Rayan lo había recibido y simplemente decidió ignorarlo, sin siquiera molestarse en darme las gracias? Las preguntas daban vueltas en mi cabeza como un torbellino, desordenando mi calma. Cada día que pasaba sin noticias de él sentía que la respuesta era cada vez más obvia. Pero ya no podía seguir con esta duda clavada en mi pecho. Lo único que podía hacer era enfrentar la realidad, fuera cual fuera. Tomé el teléfono, respiré hondo y marqué su número. Después de unos tonos, su voz llegó al otro lado de la línea, serena, tranquila, como si nada hubiera pasado. —Hola, Sofy. Su tono era neutro, distante. Me aferré a la poca valentía que me quedaba y pregunté co
Sofía Martínez:No sé en qué momento llegué a este estado. Mi mejor amiga, Irene, me observa con un aire de compasión mientras doy otro sorbo a mi copa. El licor desciende abrasador por mi garganta, pero no logra quemar la melancolía que se aferra a mi pecho.—No puedo creer que esté haciendo esto —murmuro, sintiéndome patética. —Han pasado cinco meses desde que lo conocí… lo vi solo una vez en mi vida, ¡una! Y aquí estoy, tomando como si me hubieran dejado en el altar.Irene, con su infinita paciencia, me observa en silencio, dejando que mi drama se desarrolle sin interrupciones.—Dime, ¿qué clase de persona se aferra tanto a un recuerdo? —continúo, señalándome a mí misma con una risa amarga.—Ni siquiera intentó que esto funcionara… Ni un mensaje, ni una llamada. ¿Por qué me duele tanto?Irene suspira y me rodea con un brazo.—Si es tu destino, Sofy, lo volverás a ver. Y si no, pues.. —se encoge de hombros con dramatismo. — Siempre queda el tequila.Solté una carcajada entrecor
Irene Reyes: El tiempo avanzó sin tregua. Navidad, Año Nuevo, San Valentín… Las celebraciones llegaron y se desvanecieron como ráfagas fugaces, sin dejar más rastro que un eco distante en la rutina del hospital. Sofía y yo nos entregamos por completo al trabajo, aferrándonos a la disciplina como un ancla, pero en el fondo, ambas cargábamos con heridas invisibles. Sofía vivía con la incertidumbre punzante de no saber nada de Rayan, mientras que yo… yo lidiaba con los fantasmas de un amor que jamás tuvo la oportunidad de florecer. Mi amistad con Sofía creció hasta volverse una hermandad. Era fácil abrir mi corazón con ella, una noche, entre tazas de café y risas que ocultaban nostalgias, le conté mi historia. —Lo recuerdo como si fuera ayer —suspiré, revolviendo mi bebida con la cucharita. — Se llama Daniel, era mi compañero de clase en la universidad, brillante, apasionado por la medicina… Y yo, ingenua, nunca imaginé que su amistad se convertiría en algo más. Sofía me miró con
Rayan Sotomayor Después de meses de arduo trabajo, después de incontables noches sin descanso y días entregados por completo a la misión, al fin lo logré. Fui reconocido, condecorado y, como recompensa, obtuve un mes libre. ¿Pero a qué costo? Miro a mi alrededor mientras los oficiales de mi equipo se felicitan entre sí. Yo también recibo aplausos y palabras de admiración, pero en el fondo, una sensación de vacío me carcome. He cumplido mi objetivo, pero me encuentro más solo que nunca. Han pasado casi siete meses desde que vi por última vez la sonrisa más hermosa que he conocido en mi vida. Sofía. Su nombre resuena en mi mente con una fuerza arrolladora. Recuerdo perfectamente la promesa que hice antes de partir: «te buscaré» Y ahora, después de tanto tiempo, me pregunto: ¿Es este el momento de cumplir mi palabra? Pero también recuerdo la última vez que hablé con ella. No fui un caballero. Al contrario, fui un maldito patán. La memoria me golpea con fuerza. Mi tono fu
Sofía Martínez :El tiempo no había sido un obstáculo, no había sido un verdugo. No con él.Rayan y yo salimos del aeropuerto, aunque su equipaje se reducía a una simple mochila, mi corazón se negaba a pensar en despedidas. Solo quería vivir el momento, saborear la dicha efímera de tenerlo junto a mí.No había explicaciones pendientes, ni reproches guardados. Entre nosotros, el tiempo era relativo, irrelevante.Su mano tomó la mía con la misma certeza de siempre, como si nunca me hubiera soltado, como si el destino simplemente hubiera pausado nuestra historia para ahora continuarla justo donde la dejamos. Y yo me dejé llevar, como si la vida me estuviera regalando una segunda oportunidad.—Tengo hambre, además de sentir que tengo el deber de llevarte a probar la mejor pizza de la ciudad —le anuncié con entusiasmo, tirando suavemente de su mano.Él sonrió con esa expresión reservada y enigmática que tanto me gustaba. No importaba el lugar ni la comida, lo veía en sus ojos. Él sol