Rayan Sotomayor:El amanecer trajo consigo una sensación de paz que hacía años no experimentaba. Abrí los ojos y lo primero que vi fue a Sofía, moviéndose en la habitación con esa ligereza suya, creyendo que aún dormía. Me quedé observándola en silencio, memorizando cada gesto suyo, cada movimiento delicado mientras se preparaba para su jornada.Se veía hermosa. Llevaba el cabello en una trenza suelta que caía sobre su hombro, su atuendo era sencillo, pero en ella todo adquiría un matiz especial. Era la imagen de la calidez, del hogar que jamás supe que necesitaba.Cuando terminó de arreglarse, di un paso al frente, haciendo ruido intencionalmente para que supiera que estaba despierto. Sus ojos se abrieron un poco más, como si temiera que estuviera a punto de irme. Y por un momento, casi lo hice.Pero algo me detuvo.—¿Puedo acompañarte al hospital? —pregunté con voz serena, aunque por dentro una batalla silenciosa me desgarraba.Vi su sorpresa reflejada en sus ojos, seguida de
Rayan Sotomayor: El avión despegó, y con él, una parte de mí que nunca volvería a ser la misma. Desde la ventanilla observé cómo la ciudad se hacía cada vez más pequeña, como si con la distancia pudiera reducirse también la intensidad de lo que sentía. Pero no era así. Sofía seguía latiendo en mi pecho, su risa aún resonaba en mi mente, su mirada seguía quemándome la piel. Sabía que siempre la recordaría. Ella fue la única mujer que me enseñó lo hermoso que era sonreír, la única capaz de llenar de luz incluso mis días más oscuros. Tenía una forma única de ver la vida, de entregarse sin reservas, de dar amor sin miedo a perder. Yo fui el cobarde. La estaba dejando ir y solo yo sabía cuán difícil era. No porque no la quisiera, sino porque no era mi momento, porque no tenía nada firme que ofrecerle, porque ella merecía más de lo que yo podía darle. Pero lo más cruel de todo era que tampoco tenía la voluntad de convertirme en ese hombre que ella merecía, esa era la cruda verdad.
Sofía Martínez: Seis meses después… Dicen que si hay algo que no perdona, es el tiempo. Es implacable, avanza sin detenerse, llevándose consigo momentos, promesas y hasta sentimientos que alguna vez creímos eternos. Y así, casi sin darme cuenta, había llegado el momento de partir. Mi vuelo estaba programado para el día siguiente al mediodía. Un nuevo capítulo en mi vida estaba por comenzar, uno en el que finalmente pondría distancia entre mi pasado y yo. Me despedí de mis compañeros del hospital, de mi familia, de todo aquello que me había visto crecer y sanar, aunque en mi interior aún quedaban heridas que el tiempo no había conseguido borrar del todo. La ironía del destino me trajo de vuelta a esta ciudad una última vez, la misma en la que él se quedó, la misma en la que compartimos risas, sueños y madrugadas robadas al tiempo. La ciudad donde, en algún rincón, seguía latiendo su recuerdo. No habíamos tenido contacto desde aquella despedida. Él se fue sin mirar atrás, y yo
Rayan Sotomayor: La ciudad seguía su curso, bulliciosa e imparable, mientras yo intentaba hacer lo mismo con mi vida. A mi lado estaba Camila, una mujer de porte elegante, alta, de largos cabellos castaños oscuros y una silueta esbelta. Nos conocimos en el instituto de idiomas donde ambos estudiábamos hace años, pero fue el destino o tal vez la casualidad lo que nos hizo reencontrarnos en un momento crucial de mi existencia. Camila fue un pilar inquebrantable durante mi recuperación en conjunto con mi madre y hermana.. Después de aquella cirugía, en la que tuve la suerte de que mi patología se detectara a tiempo, hubo un largo proceso de sanación. Con el tratamiento adecuado y una disciplina férrea, conseguí borrar cualquier rastro del daño que amenazaba mi salud. Me vi obligado a mejorar mis hábitos, a escuchar a mi cuerpo y a darle la importancia que antes ignoraba. Fue un proceso de casi seis meses, un tiempo en el que, sin buscarlo, Camila volvió a entrar en mi vida.
Dos años después… Sofía Martínez Dicen que duele más un amor que nunca se intentó que aquel por el cual lo entregaste todo y no se concretó. Y aunque esa frase resonaba en mi mente con una punzada de nostalgia, sabía que en mi caso no aplicaba del todo. Yo había tomado una decisión: dejarlo ir. No por falta de sentimientos, sino porque entendí que aferrarme a él no cambiaría el destino, solo prolongaría lo inevitable. Rayan fue, sin duda, una de las casualidades más hermosas de mi vida, un encuentro inesperado que iluminó mis días como un radiante amanecer. Y aunque el final no fue el que hubiera deseado, me quedaba la certeza de que nunca lo olvidaría. Pero también entendí algo esencial: la mejor manera de avanzar no es aferrarse a lo que duele, sino conservar lo bueno y permitir que la vida siga su curso. Los meses transcurrieron entre clases, exámenes y largas jornadas de estudio. Irene y yo nos habíamos adaptado bien a la vida compartiendo apartamento y, para nuestra sa
Sofía Martínez: Dicen que en la vida de una mujer llegan dos amores: el amor de su vida y su alma gemela. El amor de la vida es aquel que se da una sola vez, ese que sin previo aviso se instala en el corazón y se aferra a cada una de tus células. Es el amor que te enseña a sonreír sin motivo, que te llena de paz y te hace sentir que el mundo entero desaparece cuando estás con esa persona. Pero, de alguna forma, siempre se va, dejando un vacío imposible de llenar. Es el amor que, aunque el tiempo pase y los caminos se separen, sigue siendo el favorito, el que hace que todos los dolores del pasado valgan la pena por los instantes de felicidad que este pudo dejar. El alma gemela, en cambio, es aquel que llega a restaurar las heridas que quedaron. Es el que te enseña a amar desde la madurez, el que te ofrece tranquilidad en lugar de tormentas, seguridad en lugar de incertidumbre. Es ese amor que, aunque no te haga sentir de la misma manera que el primero, te devuelve la fe en
Sofía Martínez: La relación con Diego tuvo un inicio maravilloso. Compartimos momentos inolvidables, largas conversaciones y, sobre todo, muchas risas. Pero también fuimos realistas: él tenía que regresar a su trabajo en otro país, a mí aún me quedaban diez meses para terminar mi especialidad. Después de lo que viví con Rayan, no podía evitar sentir cierta incertidumbre. Las relaciones a distancia me asustaban, no quería volver a sufrir. Pero Diego… él sabía exactamente cómo calmar mis preocupaciones. En sus abrazos, todo era calma, todo era paz. Siempre dicen que cuando alguien realmente quiere, el tiempo no es un obstáculo. Las madrugadas se vuelven mañanas, las noches se transforman en tardes. Y Diego lo demostraba con hechos. No solo decía que me amaba, sino que lo demostraba con cada llamada, con cada mensaje, con cada mirada. Cuando llegó el momento de despedirnos, lo acompañé al aeropuerto con el corazón encogido. No quería soltarlo. Al darnos el último abrazo
Diego Jorge 31 de diciembre, llego tan rápido en la mejor compañía. El aire de la última noche del año traía consigo una sensación especial, una mezcla de nostalgia y promesas latentes. Subí el último botón de mi camisa celeste y me miré en el espejo. Azul marino en los pantalones, zapatos impecables y en mi mesita de noche, la caja de terciopelo rojo que contenía el reflejo perfecto de lo que sentía por Sofía: un diamante rosa, único, radiante, como ella. Observé la pequeña joya durante unos segundos, pensando en el año que había transcurrido. Un año en el que descubrí que el amor no era solo un sentimiento, sino una elección diaria, un compromiso de admirar, respetar y cuidar a la persona que amas. Y Sofía… ella era la mujer que había transformado mis días, la única capaz de hacer que incluso las sombras del pasado se desvanecieran con una simple sonrisa. Tomé un ramo de girasoles, sus favoritos, descendí las escaleras con el corazón latiendo con fuerza. Antes de salir, con