Sofía Martínez: Dicen que en la vida de una mujer llegan dos amores: el amor de su vida y su alma gemela. El amor de la vida es aquel que se da una sola vez, ese que sin previo aviso se instala en el corazón y se aferra a cada una de tus células. Es el amor que te enseña a sonreír sin motivo, que te llena de paz y te hace sentir que el mundo entero desaparece cuando estás con esa persona. Pero, de alguna forma, siempre se va, dejando un vacío imposible de llenar. Es el amor que, aunque el tiempo pase y los caminos se separen, sigue siendo el favorito, el que hace que todos los dolores del pasado valgan la pena por los instantes de felicidad que este pudo dejar. El alma gemela, en cambio, es aquel que llega a restaurar las heridas que quedaron. Es el que te enseña a amar desde la madurez, el que te ofrece tranquilidad en lugar de tormentas, seguridad en lugar de incertidumbre. Es ese amor que, aunque no te haga sentir de la misma manera que el primero, te devuelve la fe en
Sofía Martínez: La relación con Diego tuvo un inicio maravilloso. Compartimos momentos inolvidables, largas conversaciones y, sobre todo, muchas risas. Pero también fuimos realistas: él tenía que regresar a su trabajo en otro país, a mí aún me quedaban diez meses para terminar mi especialidad. Después de lo que viví con Rayan, no podía evitar sentir cierta incertidumbre. Las relaciones a distancia me asustaban, no quería volver a sufrir. Pero Diego… él sabía exactamente cómo calmar mis preocupaciones. En sus abrazos, todo era calma, todo era paz. Siempre dicen que cuando alguien realmente quiere, el tiempo no es un obstáculo. Las madrugadas se vuelven mañanas, las noches se transforman en tardes. Y Diego lo demostraba con hechos. No solo decía que me amaba, sino que lo demostraba con cada llamada, con cada mensaje, con cada mirada. Cuando llegó el momento de despedirnos, lo acompañé al aeropuerto con el corazón encogido. No quería soltarlo. Al darnos el último abrazo
Diego Jorge 31 de diciembre, llego tan rápido en la mejor compañía. El aire de la última noche del año traía consigo una sensación especial, una mezcla de nostalgia y promesas latentes. Subí el último botón de mi camisa celeste y me miré en el espejo. Azul marino en los pantalones, zapatos impecables y en mi mesita de noche, la caja de terciopelo rojo que contenía el reflejo perfecto de lo que sentía por Sofía: un diamante rosa, único, radiante, como ella. Observé la pequeña joya durante unos segundos, pensando en el año que había transcurrido. Un año en el que descubrí que el amor no era solo un sentimiento, sino una elección diaria, un compromiso de admirar, respetar y cuidar a la persona que amas. Y Sofía… ella era la mujer que había transformado mis días, la única capaz de hacer que incluso las sombras del pasado se desvanecieran con una simple sonrisa. Tomé un ramo de girasoles, sus favoritos, descendí las escaleras con el corazón latiendo con fuerza. Antes de salir, con
Rayan Sotomayor: El hielo en mi vaso tintineó con un sonido hueco cuando lo giré entre mis dedos. El whisky, fuerte y amargo, quemó mi garganta, pero no lo suficiente para adormecer los pensamientos que me asaltaban esta noche. Ojalá el alcohol pudiera borrar los recuerdos tanto como quema la garganta, pero hay memorias que ni la bebida más fuerte logra disolver. El humo del cigarrillo se elevaba en espirales perezosas, llenando el departamento con una bruma densa que encajaba perfectamente con el peso de mi nostalgia. Ese aire viciado parecía un reflejo de mi propia alma: oscura, pesada, saturada de arrepentimientos que no se disipaban con el paso del tiempo. Afuera, la ciudad explotaba en luces y risas, en brindis y abrazos llenos de promesas de un nuevo año. Pero aquí, en este rincón del mundo, solo había silencio. Un vacío que ni el eco de la celebración podía llenar. Me recosté en el sofá con la mirada perdida en el techo, sintiendo cómo la soledad se aferraba a mí como una
Sofía Martínez 2 de enero de 2020 El inicio de este nuevo año trajo consigo un aire de cambio, pero también de incertidumbre. En la otra parte del mundo, los noticieros hablaban de un virus desconocido, un tal COVID-19, que se expandía con rapidez. Aún parecía algo lejano, un problema de otros países, pero en el fondo tenía la extraña sensación de que, tarde o temprano, nos alcanzaría. Pero hoy, mi mundo era otro. Hoy era el primer día de una nueva etapa en mi vida. Por fin comenzaría mi labor como directora del área de pediatría en el Hospital General de Especialidades Médicas. El entusiasmo vibraba en cada célula de mi cuerpo mientras terminaba de arreglarme. Elegí un vestido color crema, una chaqueta roja que me daba un aire de seguridad y tacones a juego. Quería lucir profesional pero sin perder mi esencia. Mi cabello recogido en una coleta alta, un maquillaje sutil que realzaba mis facciones… Estaba lista. Justo cuando me disponía a salir, el timbre sonó Abrí la puer
Sofía Martínez Hice como si nunca lo hubiese conocido. Como si aquel nombre, aquella voz y aquellos ojos no significaran nada para mí. Así que lo miré con la misma indiferencia con la que atendería a cualquier otro paciente y dije con tono profesional: —Dígame, señor, ¿cómo puedo ayudarlo? Le hice un gesto para que tomara asiento, sin mostrar ninguna emoción. Rayan me observó por un instante antes de responder, su voz sonó casi ofendida. —Sofía, sabes bien que nos conocemos. ¿Por qué me tratas así? Se sentó frente a mí con una seguridad que me irritó. Como si el tiempo no hubiera pasado, como si no estuviera completamente fuera de lugar en mi vida. Suspiré, cruzándome de brazos. —Está bien, Rayan, pero no veo qué hay que hablar. Si estás aquí por la niña, ya les expliqué que no fue nada grave. Mi voz sonó más agitada de lo que quería admitir. Él esbozó una sonrisa ligera, como si le divirtiera mi intento de indiferencia. —Sofy, primero quiero decirte que me da una
Sofía Martínez El mensaje de Diego no solo me sacó una sonrisa, sino que me recordó lo comprometido que estaba con nuestra boda. Siempre atento, siempre un paso adelante, asegurándose de que cada detalle estuviera bajo control. La reunión con la planificadora de bodas más prestigiosa de la ciudad era hoy, y él quería asegurarse de que no lo olvidara. Como si pudiera hacerlo. Su entusiasmo por este evento, por cada elección que hacíamos juntos, hacía que mi corazón latiera con aún más fuerza. Era un hombre meticuloso, alguien que convertía lo complicado en algo sencillo con su temple y seguridad. Suspiré, sintiéndome afortunada. No solo porque me amaba con esa devoción inquebrantable, sino porque había encontrado en él un compañero en todo el sentido de la palabra. Antes de salir de mi turno, decidí hacer una última ronda. Quería revisar los resultados de los exámenes de la pequeña que ingresó esta mañana a emergencias. Si todo estaba en orden, podría darle el alta y permitirl
Sofía Martínez: El destino es un bromista cruel. Justo cuando crees haber cerrado un capítulo, se empeña en pasarte la página de golpe, obligándote a releer lo que habías dejado atrás. Volver a ver a Rayan, acompañado de aquella mujer, fue como sentir el eco de una herida que creí sanada. No lo dije, no reaccioné de ninguna manera evidente, pero Diego lo notó. Lo vi en la forma en que sus ojos buscaron los míos, en el modo en que su mano se posó sobre la mía con una sutileza protectora. No necesitaba palabras para entender que él sabía lo que yo estaba sintiendo. Porque sí, había algo en mi interior que se removió. No era amor, ni siquiera un deseo de regresar a lo que alguna vez fue, pero sí una pregunta que nunca tuvo respuesta: ¿alguna vez fui lo suficientemente importante para Rayan como para que intentara luchar por mí? Pero no podía permitirme quedar atrapada en esas dudas. Si algo tenía claro en esta vida, era mi amor propio. Siempre creí firmemente que quien te valora