Sofía Martínez El mensaje de Diego no solo me sacó una sonrisa, sino que me recordó lo comprometido que estaba con nuestra boda. Siempre atento, siempre un paso adelante, asegurándose de que cada detalle estuviera bajo control. La reunión con la planificadora de bodas más prestigiosa de la ciudad era hoy, y él quería asegurarse de que no lo olvidara. Como si pudiera hacerlo. Su entusiasmo por este evento, por cada elección que hacíamos juntos, hacía que mi corazón latiera con aún más fuerza. Era un hombre meticuloso, alguien que convertía lo complicado en algo sencillo con su temple y seguridad. Suspiré, sintiéndome afortunada. No solo porque me amaba con esa devoción inquebrantable, sino porque había encontrado en él un compañero en todo el sentido de la palabra. Antes de salir de mi turno, decidí hacer una última ronda. Quería revisar los resultados de los exámenes de la pequeña que ingresó esta mañana a emergencias. Si todo estaba en orden, podría darle el alta y permitirl
Sofía Martínez: El destino es un bromista cruel. Justo cuando crees haber cerrado un capítulo, se empeña en pasarte la página de golpe, obligándote a releer lo que habías dejado atrás. Volver a ver a Rayan, acompañado de aquella mujer, fue como sentir el eco de una herida que creí sanada. No lo dije, no reaccioné de ninguna manera evidente, pero Diego lo notó. Lo vi en la forma en que sus ojos buscaron los míos, en el modo en que su mano se posó sobre la mía con una sutileza protectora. No necesitaba palabras para entender que él sabía lo que yo estaba sintiendo. Porque sí, había algo en mi interior que se removió. No era amor, ni siquiera un deseo de regresar a lo que alguna vez fue, pero sí una pregunta que nunca tuvo respuesta: ¿alguna vez fui lo suficientemente importante para Rayan como para que intentara luchar por mí? Pero no podía permitirme quedar atrapada en esas dudas. Si algo tenía claro en esta vida, era mi amor propio. Siempre creí firmemente que quien te valora
Diego Jorge: Los días transcurrían con una intensidad abrumadora, y el hospital, como ya se había previsto, se convirtió en un campo de batalla donde la lucha contra la pandemia nos exigía hasta el último aliento. Cada jornada traía consigo más pacientes positivos, más complicaciones en terapia intensiva y más médicos y enfermeras cayendo enfermos a pesar de los protocolos estrictos. La sensación de descontrol era un espectro que acechaba constantemente, amenazando con devorarnos si bajábamos la guardia siquiera un instante. Sofía nunca contempló la posibilidad de renunciar. Al contrario, con esa determinación que siempre admiré en ella, habló conmigo para buscar la manera de alinear nuestras guardias y así enfrentarnos juntos a esta crisis. Conseguimos que el director accediera a nuestro pedido y, aunque el peligro seguía latente, el simple hecho de saber que podíamos apoyarnos el uno al otro nos otorgaba una sensación mínima de seguridad en medio del caos. A pesar d
Rayan Sotomayor El departamento permanecía sumido en la penumbra, apenas iluminado por el resplandor intermitente del televisor, donde las noticias se sucedían en un incesante eco de desesperanza: hospitales colapsados, médicos extenuados, vidas pendiendo de un hilo. Números fríos, estadísticas implacables que despojaban de identidad a las víctimas. Pero entre todas esas cifras, entre el caos creciente y la incertidumbre que envolvía al mundo, estaba ella. «Sofía.» Su nombre emergió en mi mente con la suavidad de un susurro, pero con el peso de un anhelo que nunca terminaba de desvanecerse. Me recosté contra el sofá, exhalando un suspiro cargado de emociones que no tenía derecho a sentir. En la pantalla, los titulares parpadeaban como advertencias de un destino implacable, pero yo solo podía pensar en ella. La imaginé en esos pasillos asfixiantes del hospital, con el cansancio dibujado en su rostro, pero con la misma determinación en la mirada. Sofía nunca se rendía, nunca dab
Sofía Martínez El mediodía se sentía denso, cargado de una tensión inexplicable cuando el director del hospital me llamó a su oficina. Caminé hasta allí con pasos cautelosos, una sensación de inquietud anidándose en mi pecho. Apenas crucé la puerta, noté la gravedad en su semblante. Me pidió que me sentara, y lo hice, aunque mis manos estaban frías y mi corazón latía con fuerza contenida. —¿Qué sucede, doctor? —pregunté con voz trémula. — ¿En qué puedo ayudarlo? El director inhaló profundamente, como si estuviera preparándose para soltar un golpe demoledor. —Sofía, necesito que guardes la calma con lo que voy a decirte —su tono fue pausado, cuidadoso, pero eso no impidió que mi cuerpo se tensara de inmediato. —Hace días, Diego se contagió y dio positivo para COVID-19. Supe en ese instante que el mundo a mi alrededor estaba a punto de desmoronarse. —Estuvimos tratándolo, pero no respondió al tratamiento como esperábamos —continuó. —Yo he estado al tanto desde el principio,
Rayan Sotomayor La ciudad se sentía ajena, distante. Sus calles, que en otro momento hubieran sido un reflejo del bullicio y la vida, ahora parecían un escenario marchito de una obra detenida en el tiempo. Me encontraba aquí, atrapado en una rutina vacía, pero con la mente fija en un solo pensamiento, en un solo nombre. «Sofía.» Intenté ponerme en contacto con ella de todas las formas posibles, pero el miedo y la vergüenza seguían aferrándose a mi pecho como cadenas invisibles. La cobardía me había silenciado cuando más necesitaba hablar, cuando más ansiaba escuchar su voz. Así que, en lugar de enfrentar mis propios errores, busqué otro camino. Le pedí a mi asistente que consiguiera el contacto del director del hospital. Sabía que aún existían restricciones severas y que acercarse a un centro médico sin motivo de urgencia era casi imposible. Pero si algo me había enseñado la vida era que todo hombre tiene recursos cuando la necesidad lo apremia. Y mi necesidad en este momento
Sofía Martínez: Mientras subía en el ascensor hacia la unidad de cuidados intensivos, una sensación de inquietud se apoderó de mí, como un presagio que no supe cómo interpretar. Mi corazón comenzó a latir desbocado, y un nudo en el estómago me hizo sentir la pesadez de la angustia. Era un tiempo tan limitado el que me permitían ver a Diego, mi prometido, aunque agradecía a Dios poder acceder a la unidad por ser doctora, ese consuelo no bastaba para calmar la ansiedad que sentía en cada fibra de mi ser. Algo no estaba bien, lo percibía en el aire. Cuando el ascensor se detuvo, allí estaban los médicos que lo atendían, todos con sus rostros serios, evitando cualquier contacto visual, sumidos en una atmósfera de silencio pesado. El mal presentimiento que me recorría se hizo más fuerte, y con pasos temblorosos me acerqué, tratando de disimular el terror que me invadía. De alguna forma, sabía que algo no iba bien, y aunque mi razón intentaba negarlo, el miedo comenzó a tomar control.
Sofía Martínez Mi nombre es Sofía, y esta es mi historia: un camino trazado por la esperanza y el desencanto, por la ternura y la decepción. Es la historia de una mujer que se atrevió a creer en el amor y que, tras haber sido herida, encontró en sí misma la fortaleza para seguir adelante, sin dejar de creer que el destino ya está escrito y que el dolor es parte del aprendizaje. —————❤️————— Hace algunos años atrás , lleve una relación con la ingenuidad de quien cree haber encontrado su destino en otra persona. Al principio, todo era perfecto: mensajes inesperados que iluminaban mis días, largas conversaciones nocturnas llenas de risas, promesas que parecían inquebrantables. Creí en cada palabra, en cada gesto, en la ilusión de un futuro juntos.. Pero con el tiempo, la relación dio un paso a la indiferencia, la ternura se tornó frialdad y el amor que creía inmutable comenzó a desvanecerse como arena entre los dedos. Al principio, intenté ignorarlo. Me repetía a mí misma que