Sofía Martínez: Mientras subía en el ascensor hacia la unidad de cuidados intensivos, una sensación de inquietud se apoderó de mí, como un presagio que no supe cómo interpretar. Mi corazón comenzó a latir desbocado, y un nudo en el estómago me hizo sentir la pesadez de la angustia. Era un tiempo tan limitado el que me permitían ver a Diego, mi prometido, aunque agradecía a Dios poder acceder a la unidad por ser doctora, ese consuelo no bastaba para calmar la ansiedad que sentía en cada fibra de mi ser. Algo no estaba bien, lo percibía en el aire. Cuando el ascensor se detuvo, allí estaban los médicos que lo atendían, todos con sus rostros serios, evitando cualquier contacto visual, sumidos en una atmósfera de silencio pesado. El mal presentimiento que me recorría se hizo más fuerte, y con pasos temblorosos me acerqué, tratando de disimular el terror que me invadía. De alguna forma, sabía que algo no iba bien, y aunque mi razón intentaba negarlo, el miedo comenzó a tomar control.
Sofía Martínez: La habitación del hospital se sentía más fría y vacía que nunca. El silencio me envolvía, solo interrumpido por el murmullo lejano del pasillo y el latido errático de mi corazón. Sentía un peso indescriptible en el pecho, una presión que amenazaba con quebrarme por completo. Recordé las palabras de Rayan, su voz firme pero llena de ternura pidiéndome que le hablara a Diego. Que le dijera todo aquello que mi alma no había podido expresar en vida. Cerré los ojos con fuerza, permitiendo que las lágrimas rodaran sin resistencia por mis mejillas. Apreté las sábanas entre mis dedos temblorosos y, con la voz quebrada, comencé a susurrar su nombre. —Diego… hoy te has ido…y con tu partida, has dejado un vacío inmenso en mi corazón. Un corazón que, un día, llenaste con tu amor cuando estaba roto. Fuiste tú quien, con tu paciencia, con tu ternura, con tu inquebrantable perseverancia, me enseñó que el amor podía ser un refugio y no una tormenta. Respiré hondo, pero el a
Rayan Sotomayor Mientras compartíamos el postre favorito de Sofía, me di cuenta de que había momentos que, por simples que parecieran, podían marcar el alma. La risa suave que soltaba entre cucharadas, las bromas ligeras que surgían en medio de la conversación… todo parecía una tregua momentánea a la tormenta que habitaba en su corazón. Y en el mío. Me atreví a susurrarlo, sin saber de dónde saqué el valor: —Me encanta verte sonreír… tu sonrisa es la más bella que mis ojos han visto. No lo dije para halagarla. Lo dije porque era verdad. Porque esa sonrisa era mi lugar seguro, mi faro, el recuerdo más dulce de lo que alguna vez soñé tener con ella. Pero Sofía no respondió. Fingió no haberlo escuchado. Y en ese silencio entendí que aún dolía. Que su corazón seguía roto, que no había espacio para mí. —Sofía… —comencé con voz baja, casi temerosa. — ¿Has pensado qué harás con las cenizas de Diego? Ella guardó silencio unos segundos. Bajó la mirada y asintió lentamente. Un
Sofía Martínez Habían transcurrido ya dos semanas desde la partida de Diego. Su ausencia pesaba en el aire como un suspiro contenido. Durante ese tiempo me encargué, con una entereza que no sabía que poseía, de recoger sus pertenencias de su departamento en el que una vez compartimos tantas sonrisas y promesas no dichas. Poco antes de emprender este viaje, presenté mi renuncia oficial en el hospital. Era necesario cerrar capítulos, poner en orden los hilos sueltos de una historia que, aunque interrumpida, había dejado cicatrices dulces y punzantes en mi alma. Organicé documentos, hablé con su familia, y juntos tomamos la difícil decisión de vender el departamento. Nadie discutió que debía ser yo quien reuniera sus cosas. Tal vez porque fui parte esencial de su vida, o tal vez porque sabían que necesitaba despedirme, no con palabras, sino con gestos silenciosos. Esa tarde, el sol se filtraba por las cortinas con una tibieza extraña, como si el mundo tuviese la decencia de gu
3 meses después..... Sofía Martínez Hoy es el día en que emprendo el viaje a Uruguay, a Punta del Este, ese rincón del mundo que Diego Jorge tanto amaba y del que tanto me hablaba con ilusión en los ojos y calidez en la voz. Por fin podré entregar sus cenizas a su familia. Han sido tres meses en los que su presencia me acompañó en una urna silenciosa… y aunque ya no está físicamente, a veces me basta cerrar los ojos para sentir el eco de su perfume, ese aroma sutil que me envolvía en los días felices. Hoy todo está listo. El equipaje está hecho, los papeles en orden… y mi corazón, aunque aún dolido, más fuerte que nunca. Durante este tiempo me he descubierto como una mujer distinta, no porque el dolor me haya cambiado, sino porque elegí transformarlo. Elegí honrar su memoria con la misma pasión con la que él vivió: amando intensamente, cuidando de los suyos y persiguiendo sus sueños. Diego me enseñó a vivir con propósito y a no dejar nada para mañana, y ese legado es demasia
9 meses después..... Rayan Sotomayor Había pasado casi un año desde que perdí contacto con Sofía, y aunque el tiempo parecía avanzar a un ritmo vertiginoso, su ausencia seguía siendo una presencia constante en los rincones más silenciosos de mi vida. No la busqué. No porque no la extrañara, aunque la verdad es que no ha habido un solo día en el que no lo hiciera; pero también comprendí que necesitábamos espacio. Ella, para encontrar su camino sanando su corazón. Yo, para recomponer mis actos del pasado. Mi trabajo, una vez más, se convirtió en mi refugio. Me dediqué con tal entrega que, sin buscarlo, fui reconocido como el mejor director que la Escuela Militar de Formación de Oficiales ha tenido en los últimos años. Paradójicamente, ese reconocimiento no vino acompañado de una promoción, sino de una permanencia: querían que siguiera liderando, formando, inspirando. Y acepté, no por ambición, sino porque en medio del uniforme, la rutina y la disciplina, encontraba la distracció
Sofía Martínez Hoy era sábado. Uno de esos días absurdamente hermosos que parecen sospechosos por tanta perfección. El sol brillaba con descaro.. Eran exactamente las 9:00 a.m. y yo, Sofía, despertaba con un pequeño enjambre de mariposas hiperventilando en mi estómago. Nervios. Muchos nervios. Después de tantos años , sí, años de haber conocido a Rayan, hoy íbamos a tener nuestra primera cita oficial. La séptima vez que lo veía, pero la primera en que el aire cargaba con esa expectativa indiscutible… ¿esto es una cita-cita, verdad? Me preguntaba mirándome al gran espejo de mi habitación. Mientras me arreglaba, pensamientos del pasado se colaban sin permiso. Recordé aquel primer encuentro en el avión, su sonrisa torcida, la conexión instantánea. Fue tan poco lo que compartimos… y al mismo tiempo, tan potente. A veces pienso que lo nuestro fue como una chispa: breve, intensa, y con potencial de incendio forestal. Y claro, también recordé cuando se fue. El tipo se despi
Rayan Sotomayor Esa noche, al dejarla en la puerta de su departamento, nos despedimos sin promesas. Le sonreí con calma y ella, antes de entrar, se acercó para darme ese beso en la mejilla que me dejó fuera de combate durante horas. El camino de regreso a mi departamento fue un viaje silencioso, no por la falta de palabras, sino por el exceso de pensamientos. Iba sumido en un remolino de emociones que se agitaban como hojas en otoño. Había sido, sin lugar a dudas, uno de los días más mágicos de mi vida. Y no porque estuviésemos en una montaña o frente a un lago escondido, sino porque la tenía a ella. A Sofía. Un simple beso en la mejilla bastó para hacerme sentir como un adolescente atrapado en su primer amor. Lo gracioso fue que empecé a reírme solo, como un idiota feliz, recordando su risa, sus gestos exagerados cuando se burlaba de mis frases románticas, y esa manera en la que me miraba… como si intentara descifrarme, aún con cautela. Y pensé: tal vez el secreto no es enco