39. Una carta

Sofía Martínez

Habían transcurrido ya dos semanas desde la partida de Diego. Su ausencia pesaba en el aire como un suspiro contenido. Durante ese tiempo me encargué, con una entereza que no sabía que poseía, de recoger sus pertenencias de su departamento en el que una vez compartimos tantas sonrisas y promesas no dichas. Poco antes de emprender este viaje, presenté mi renuncia oficial en el hospital. Era necesario cerrar capítulos, poner en orden los hilos sueltos de una historia que, aunque interrumpida, había dejado cicatrices dulces y punzantes en mi alma.

Organicé documentos, hablé con su familia, y juntos tomamos la difícil decisión de vender el departamento. Nadie discutió que debía ser yo quien reuniera sus cosas. Tal vez porque fui parte esencial de su vida, o tal vez porque sabían que necesitaba despedirme, no con palabras, sino con gestos silenciosos.

Esa tarde, el sol se filtraba por las cortinas con una tibieza extraña, como si el mundo tuviese la decencia de gu
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