Sofía Martínez El mediodía se sentía denso, cargado de una tensión inexplicable cuando el director del hospital me llamó a su oficina. Caminé hasta allí con pasos cautelosos, una sensación de inquietud anidándose en mi pecho. Apenas crucé la puerta, noté la gravedad en su semblante. Me pidió que me sentara, y lo hice, aunque mis manos estaban frías y mi corazón latía con fuerza contenida. —¿Qué sucede, doctor? —pregunté con voz trémula. — ¿En qué puedo ayudarlo? El director inhaló profundamente, como si estuviera preparándose para soltar un golpe demoledor. —Sofía, necesito que guardes la calma con lo que voy a decirte —su tono fue pausado, cuidadoso, pero eso no impidió que mi cuerpo se tensara de inmediato. —Hace días, Diego se contagió y dio positivo para COVID-19. Supe en ese instante que el mundo a mi alrededor estaba a punto de desmoronarse. —Estuvimos tratándolo, pero no respondió al tratamiento como esperábamos —continuó. —Yo he estado al tanto desde el principio,
Rayan Sotomayor La ciudad se sentía ajena, distante. Sus calles, que en otro momento hubieran sido un reflejo del bullicio y la vida, ahora parecían un escenario marchito de una obra detenida en el tiempo. Me encontraba aquí, atrapado en una rutina vacía, pero con la mente fija en un solo pensamiento, en un solo nombre. «Sofía.» Intenté ponerme en contacto con ella de todas las formas posibles, pero el miedo y la vergüenza seguían aferrándose a mi pecho como cadenas invisibles. La cobardía me había silenciado cuando más necesitaba hablar, cuando más ansiaba escuchar su voz. Así que, en lugar de enfrentar mis propios errores, busqué otro camino. Le pedí a mi asistente que consiguiera el contacto del director del hospital. Sabía que aún existían restricciones severas y que acercarse a un centro médico sin motivo de urgencia era casi imposible. Pero si algo me había enseñado la vida era que todo hombre tiene recursos cuando la necesidad lo apremia. Y mi necesidad en este momento
Sofía Martínez: Mientras subía en el ascensor hacia la unidad de cuidados intensivos, una sensación de inquietud se apoderó de mí, como un presagio que no supe cómo interpretar. Mi corazón comenzó a latir desbocado, y un nudo en el estómago me hizo sentir la pesadez de la angustia. Era un tiempo tan limitado el que me permitían ver a Diego, mi prometido, aunque agradecía a Dios poder acceder a la unidad por ser doctora, ese consuelo no bastaba para calmar la ansiedad que sentía en cada fibra de mi ser. Algo no estaba bien, lo percibía en el aire. Cuando el ascensor se detuvo, allí estaban los médicos que lo atendían, todos con sus rostros serios, evitando cualquier contacto visual, sumidos en una atmósfera de silencio pesado. El mal presentimiento que me recorría se hizo más fuerte, y con pasos temblorosos me acerqué, tratando de disimular el terror que me invadía. De alguna forma, sabía que algo no iba bien, y aunque mi razón intentaba negarlo, el miedo comenzó a tomar control.
Sofía Martínez Mi nombre es Sofía, y esta es mi historia: un camino trazado por la esperanza y el desencanto, por la ternura y la decepción. Es la historia de una mujer que se atrevió a creer en el amor y que, tras haber sido herida, encontró en sí misma la fortaleza para seguir adelante, sin dejar de creer que el destino ya está escrito y que el dolor es parte del aprendizaje. —————❤️————— Hace algunos años atrás , lleve una relación con la ingenuidad de quien cree haber encontrado su destino en otra persona. Al principio, todo era perfecto: mensajes inesperados que iluminaban mis días, largas conversaciones nocturnas llenas de risas, promesas que parecían inquebrantables. Creí en cada palabra, en cada gesto, en la ilusión de un futuro juntos.. Pero con el tiempo, la relación dio un paso a la indiferencia, la ternura se tornó frialdad y el amor que creía inmutable comenzó a desvanecerse como arena entre los dedos. Al principio, intenté ignorarlo. Me repetía a mí misma que
Rayan Sotomayor: El paso del tiempo fue rápido y quizá despiadado con mi dolor, mi graduación llegó, apenas días después nos anunciaron las plazas de trabajo, los destinos en los que serviríamos durante los próximos dos años antes de ascender de rango. Cuando pronunciaron mi nombre, sentí una extraña mezcla de alivio y emoción: había sido asignado a la región costa del país , en una hermosa ciudad junto al mar. Sería mi nuevo hogar. El inicio de una nueva etapa. No viajaría solo. Mi amigo Saúl, quien también había sido asignado al mismo destacamento, juntos planificamos el viaje. Optamos por un aeropuerto más pequeño, evitando el bullicio de la capital. Queríamos un traslado tranquilo, lejos del caos y las multitudes. Saúl pasó por mí temprano en la mañana, juntos nos dirigimos al aeropuerto con tiempo de sobra. Como siempre, llegamos media hora antes del vuelo, lo que nos permitió registrarnos sin apuros. Me relajé al notar la calma del aeropuerto. En este lugar no exis
Rayan Sotomayor: Sentado en mi asiento, aguardaba con impaciencia la llegada de Saúl ; no comprendía la razón de su demora. Mientras tanto, observaba a los pasajeros que abordaban el avión, cuando una joven apareció en el pasillo, buscando su lugar. Para mi sorpresa, su asiento estaba justo frente al mío. Me sorprendió gratamente su capacidad para sonreír con tanta facilidad, a pesar de no conocernos. Su sonrisa era dulce y me recordó lo mucho que había pasado desde la última vez que vi una sonrisa que me inspirara a sonreír o que despertara algo en mí que me impulsara a mirarla. Sin embargo, solo la miré con fingida indiferencia. Poco después, llegó mi amigo y compañero, Saúl, con una amplia sonrisa, aunque algo agitado, ya que él se había encargado de nuestro equipaje. Para mi sorpresa, parecía conocer a la joven risueña que se encontraba allí. Sumido en mis pensamientos, apenas noté cuando ella extendió su mano y, con una voz melodiosa, dijo: —Soy Sofía, un placer conocer
Sofía Martínez: Mis mejillas ardían y mi corazón latía con tal fuerza que juraría que Rayan podía escucharlo. La emoción me embargaba de una manera casi peligrosa, como si mi propio cuerpo estuviera al borde del colapso. ¡Cálmate, Sofía! No puedes dejarte convencer por meras palabras bonitas, me repetía en un intento desesperado por aferrarme a la razón. Pero, ¿cómo hacerlo cuando cada vez que sus ojos se encontraban con los míos sentía que todo en él era genuino? Con una sonrisa que trataba de ocultar mi vulnerabilidad, respondí con ligereza: —¡Qué gracioso eres! Menos mal que esos delitos no son castigados. Pero Rayan no estaba dispuesto a dejarme salir tan fácil de su juego. —Eso es lo que tú crees —replicó con severidad fingida.—Hay un castigo y, claro está, deberás cumplirlo cuando lleguemos. Su tono desafiante despertó en mí un instinto travieso, una necesidad de igualar su picardía. Si él quería jugar, yo no pensaba quedarme atrás. —En vista de este juici
Rayan Sotomayor : Nuestros labios se encontraron. Al principio, fue solo un roce, apenas un contacto fugaz, pero el efecto que tuvo en mí fue inmediato, profundo… devastador. Como una descarga eléctrica recorriéndome la piel, encendiendo cada fibra de mi ser. No podía permitir que terminara ahí. Sin pensarlo, con la certeza de un hombre que sabe exactamente lo que quiere, la atraje hacia mí con firmeza, acomodándola en mi regazo. Mi mano derecha encontró el camino hasta su cuello, sintiendo el pulso acelerado bajo la yema de mis dedos, mientras que la otra se aferró a su cintura, como si temiera que en cualquier momento se esfumara. Y entonces, el beso cambió. Se volvió más profundo, más intenso. Ya no era solo un roce, sino una entrega. Sofía no se apartó. No retrocedió ni me detuvo. Al contrario, sentí cómo su cuerpo se relajaba contra el mío, cómo sus labios se entreabrían con un leve suspiro que se perdió entre los míos. Dulce y hambriento a la vez, nuestro beso era un