2. Ojos marrones 👀

Rayan Sotomayor:

El paso del tiempo fue rápido y quizá despiadado con mi dolor, mi graduación llegó, apenas días después nos anunciaron las plazas de trabajo, los destinos en los que serviríamos durante los próximos dos años antes de ascender de rango. Cuando pronunciaron mi nombre, sentí una extraña mezcla de alivio y emoción: había sido asignado a la región costa del país , en una hermosa ciudad junto al mar.

Sería mi nuevo hogar. El inicio de una nueva etapa.

No viajaría solo. Mi amigo Saúl, quien también había sido asignado al mismo destacamento, juntos planificamos el viaje. Optamos por un aeropuerto más pequeño, evitando el bullicio de la capital. Queríamos un traslado tranquilo, lejos del caos y las multitudes.

Saúl pasó por mí temprano en la mañana, juntos nos dirigimos al aeropuerto con tiempo de sobra. Como siempre, llegamos media hora antes del vuelo, lo que nos permitió registrarnos sin apuros.

Me relajé al notar la calma del aeropuerto. En este lugar no existía el ajetreo de otros aeropuertos más concurridos, sentí que finalmente tendría un momento de paz antes de comenzar esta nueva etapa.

Ingresé a la sala de embarque mientras Saúl se detenía en el baño. Sostuve mi boleto en la mano y lo observé: asiento A1. Saúl se sentaría junto a mí, en el B1.

Ambos vestíamos nuestro uniforme de camuflaje, la imponente vestimenta del Ejército que, en cierta forma, se había convertido en nuestra segunda piel.

Sofía Martínez:

Cuando finalmente llegué al aeropuerto, jadeante por la carrera contra el tiempo, me dirigí de inmediato a la ventanilla de boletos.

—Lo siento, señorita, pero el registro para este vuelo está cerrado —dijo la empleada con tono monótono.

Mi corazón se detuvo.

—No… no puede ser. Debo tomar este vuelo. Es fundamental. Por favor —supliqué, sintiendo el pánico trepar por mi garganta.

La mujer me miró con una expresión impasible, pero al notar mi desesperación, suspiró, tras unos segundos de duda, accedió.

—Está bien. Proporcióname tus datos.— me dijo dispuesta a ayudarme.

Al recibir mi boleto, sentí una oleada de alivio recorrerme. Lo miré con detenimiento: asiento A2.

Con una sonrisa radiante, avancé a paso ligero, sin percatarme de mi entorno. Fue en ese momento cuando choqué contra alguien.

—¡Lo siento! —exclamé rápidamente, levantando la mirada.

Era un joven de porte serio, piel bronceada, de cabello oscuro y mirada intensa. Tal vez uno o dos años mayor que yo. A pesar de que fui yo quien provocó el incidente, él me dedicó una sonrisa ligera y, con una amabilidad inesperada, se disculpó.

—No te preocupes, discúlpame tú …a mí —respondió.

—Ya llegamos tarde —dije con una risa nerviosa antes de seguir mi camino.

Pasé por los filtros de seguridad mientras recibía una llamada de mi padre.

—¿Ya estás en el avión? —preguntó con su voz llena de preocupación.

—Estoy en ello, papá. Todo está bien.

—Llámame apenas llegues a tu destino.

Sonreí, aunque él no podía verlo.

—Lo haré. Dame tu bendición.

Su voz se suavizó al concedérmela, y con un “te quiero” finalmente colgué.

Sin darme cuenta, ya estaba dentro del avión, avanzando hacia mi asiento. A2. Primera fila.

Justo al frente en el pasillo también caminaba un joven con un uniforme militar.

El destino, al parecer, tenía sus propios planes.

Inmediatamente me ubiqué en mi asiento asignado, acomodé mi bolso cruzado sobre mi regazo y procedí a abrocharme el cinturón con movimientos precisos. Una vez asegurada, permití que mi mirada vagara por la cabina, explorando discretamente el entorno. El avión no estaba completamente lleno; de hecho, había varios asientos vacíos, incluido aquel a mi lado. Un alivio, pensé, pues ansiaba disfrutar del viaje en calma.

Sin embargo, justo cuando creía que la travesía sería silenciosa y sin mayores sobresaltos, mi atención fue atrapada por la figura de un joven que se encontraba frente a mí. Algo en él me resultaba intrigante. Sin meditarlo demasiado y guiada por la ligereza de mi buen ánimo, le dediqué una sonrisa espontánea, casi infantil, lo que, tras unos segundos de reflexión, me hizo sentir algo avergonzada. Sentí cómo el calor ascendía hasta mis mejillas, ruborizándolas inevitablemente.

Mientras intentaba disipar esa repentina sensación de timidez, el destino, en su innegable juego de casualidades, volvió a sorprenderme. El mismo hombre con el que había chocado en la entrada abordó el avión y, con una naturalidad casi teatral, se dejó caer en el asiento junto al chico que había capturado mi atención momentos antes.

—¡Nos volvemos a encontrar! —exclamó con entusiasmo, su voz cargada de una familiaridad que me desconcertó.

Su alegría desbordante contrastaba con mi propia cautela. Aún avergonzada por nuestro pequeño accidente en la terminal, le devolví una sonrisa tímida antes de responder:

—Sí, qué casualidad.

Mi tono fue amable, aunque distante. Después de todo, ni siquiera nos conocíamos.

Pero, aunque aquel joven irradiaba simpatía, mi atención seguía fija en el hombre que estaba a su lado. Había algo en él que me atraía irremediablemente. Su expresión era fría, distante, como si se hubiese encerrado en sí mismo para no permitir que el mundo lo alcanzara. Sin embargo, en el preciso instante en que le sonreí, creí vislumbrar o tal vez solo imaginé un destello fugaz de dulzura en su mirada. Una contradicción en sí mismo.

Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando la voz del hombre entusiasta me sacó de mi ensimismamiento.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó con una sonrisa amigable.

Lo observé por un instante antes de extender mi mano derecha en un gesto de cortesía.

—Sofía —respondí con naturalidad. Un placer conocerte. ¿Cuál es el tuyo?

Su semblante se iluminó aún más al responder:

—Soy Saúl, y él —dijo, señalando a su compañero.— es mi amigo Rayan.

Pronunció aquellas palabras con orgullo, como si estuviera presentándome a alguien digno de admiración. Su sonrisa era amplia, mostrando una dentadura perfecta que, sumada a su efusividad, resultaba sumamente encantadora.

En mi interior, agradecí el hecho de que Saúl tomara la iniciativa, pues sin quererlo, había logrado que mi deseo se hiciera realidad: conocer el nombre del hombre que tanto había llamado mi atención.

Rayan Sotomayor, pues su apellido estaba bordado en su impecable uniforme.

Un nombre fuerte, tan enigmático como la mirada que acompañaba a su dueño. Mis ojos se posaron en él y, con un atisbo de osadía, le ofrecí mi mano en señal de saludo, sosteniendo en mis labios la mejor sonrisa que podía esbozar.

—Sofía, un placer conocerte, Rayan.

Él apenas reaccionó, manteniendo aquella expresión imperturbable que lo hacía aún más intrigante. Pero lo que verdaderamente me atrapó fue su mirada. Ojos marrones, profundos, llenos de sombras. Un abismo de emociones contenidas, de historias no contadas, de un dolor que parecía haber dejado cicatrices invisibles en su alma. En su semblante no había rastro de la calidez con la que Saúl me había recibido; en su lugar, solo habitaba una frialdad que, paradójicamente, avivó aún más mi curiosidad.

Intenté descifrar qué era lo que me producía esa sensación indescriptible, pero antes de poder sumergirme por completo en mis pensamientos, mi atención se desvió hacia un detalle particular: la hermosa boina verde que ambos sostenían con orgullo entre sus manos.

Siempre había sentido una inexplicable fascinación por las boinas militares, especialmente aquellas en ese tono verde oscuro que evocaba disciplina, honor y una fuerza inquebrantable. Aunque desconocía mucho sobre uniformes o rangos, intuía que aquel accesorio tenía un significado especial para ellos. Y en ese instante, no pude evitar pensar en lo imponentes que lucían con su uniforme de camuflaje.

Parecían soldados sacados de una historia de heroísmo y valentía.(Debo aclarar que no era fan de los militares, pero estos dos en mi frente ya me caían bien por diferentes motivos)

Pero más allá de la imagen imponente que proyectaban, me pregunté qué historias guardaban. Porque si había algo que los ojos de Rayan me decían, era que su corazón había sido herido, al igual que el mío.

«Los ojos marrones más tristes que he visto» pensé en mi interior.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP