Rayan Sotomayor:
El paso del tiempo fue rápido y quizá despiadado con mi dolor, mi graduación llegó, apenas días después nos anunciaron las plazas de trabajo, los destinos en los que serviríamos durante los próximos dos años antes de ascender de rango. Cuando pronunciaron mi nombre, sentí una extraña mezcla de alivio y emoción: había sido asignado a la región costa del país , en una hermosa ciudad junto al mar. Sería mi nuevo hogar. El inicio de una nueva etapa. No viajaría solo. Mi amigo Saúl, quien también había sido asignado al mismo destacamento, juntos planificamos el viaje. Optamos por un aeropuerto más pequeño, evitando el bullicio de la capital. Queríamos un traslado tranquilo, lejos del caos y las multitudes. Saúl pasó por mí temprano en la mañana, juntos nos dirigimos al aeropuerto con tiempo de sobra. Como siempre, llegamos media hora antes del vuelo, lo que nos permitió registrarnos sin apuros. Me relajé al notar la calma del aeropuerto. En este lugar no existía el ajetreo de otros aeropuertos más concurridos, sentí que finalmente tendría un momento de paz antes de comenzar esta nueva etapa. Ingresé a la sala de embarque mientras Saúl se detenía en el baño. Sostuve mi boleto en la mano y lo observé: asiento A1. Saúl se sentaría junto a mí, en el B1. Ambos vestíamos nuestro uniforme de camuflaje, la imponente vestimenta del Ejército que, en cierta forma, se había convertido en nuestra segunda piel. Sofía Martínez: Cuando finalmente llegué al aeropuerto, jadeante por la carrera contra el tiempo, me dirigí de inmediato a la ventanilla de boletos. —Lo siento, señorita, pero el registro para este vuelo está cerrado —dijo la empleada con tono monótono. Mi corazón se detuvo. —No… no puede ser. Debo tomar este vuelo. Es fundamental. Por favor —supliqué, sintiendo el pánico trepar por mi garganta. La mujer me miró con una expresión impasible, pero al notar mi desesperación, suspiró, tras unos segundos de duda, accedió. —Está bien. Proporcióname tus datos.— me dijo dispuesta a ayudarme. Al recibir mi boleto, sentí una oleada de alivio recorrerme. Lo miré con detenimiento: asiento A2. Con una sonrisa radiante, avancé a paso ligero, sin percatarme de mi entorno. Fue en ese momento cuando choqué contra alguien. —¡Lo siento! —exclamé rápidamente, levantando la mirada. Era un joven de porte serio, piel bronceada, de cabello oscuro y mirada intensa. Tal vez uno o dos años mayor que yo. A pesar de que fui yo quien provocó el incidente, él me dedicó una sonrisa ligera y, con una amabilidad inesperada, se disculpó. —No te preocupes, discúlpame tú …a mí —respondió. —Ya llegamos tarde —dije con una risa nerviosa antes de seguir mi camino. Pasé por los filtros de seguridad mientras recibía una llamada de mi padre. —¿Ya estás en el avión? —preguntó con su voz llena de preocupación. —Estoy en ello, papá. Todo está bien. —Llámame apenas llegues a tu destino. Sonreí, aunque él no podía verlo. —Lo haré. Dame tu bendición. Su voz se suavizó al concedérmela, y con un “te quiero” finalmente colgué. Sin darme cuenta, ya estaba dentro del avión, avanzando hacia mi asiento. A2. Primera fila. Justo al frente en el pasillo también caminaba un joven con un uniforme militar. El destino, al parecer, tenía sus propios planes. Inmediatamente me ubiqué en mi asiento asignado, acomodé mi bolso cruzado sobre mi regazo y procedí a abrocharme el cinturón con movimientos precisos. Una vez asegurada, permití que mi mirada vagara por la cabina, explorando discretamente el entorno. El avión no estaba completamente lleno; de hecho, había varios asientos vacíos, incluido aquel a mi lado. Un alivio, pensé, pues ansiaba disfrutar del viaje en calma. Sin embargo, justo cuando creía que la travesía sería silenciosa y sin mayores sobresaltos, mi atención fue atrapada por la figura de un joven que se encontraba frente a mí. Algo en él me resultaba intrigante. Sin meditarlo demasiado y guiada por la ligereza de mi buen ánimo, le dediqué una sonrisa espontánea, casi infantil, lo que, tras unos segundos de reflexión, me hizo sentir algo avergonzada. Sentí cómo el calor ascendía hasta mis mejillas, ruborizándolas inevitablemente. Mientras intentaba disipar esa repentina sensación de timidez, el destino, en su innegable juego de casualidades, volvió a sorprenderme. El mismo hombre con el que había chocado en la entrada abordó el avión y, con una naturalidad casi teatral, se dejó caer en el asiento junto al chico que había capturado mi atención momentos antes. —¡Nos volvemos a encontrar! —exclamó con entusiasmo, su voz cargada de una familiaridad que me desconcertó. Su alegría desbordante contrastaba con mi propia cautela. Aún avergonzada por nuestro pequeño accidente en la terminal, le devolví una sonrisa tímida antes de responder: —Sí, qué casualidad. Mi tono fue amable, aunque distante. Después de todo, ni siquiera nos conocíamos. Pero, aunque aquel joven irradiaba simpatía, mi atención seguía fija en el hombre que estaba a su lado. Había algo en él que me atraía irremediablemente. Su expresión era fría, distante, como si se hubiese encerrado en sí mismo para no permitir que el mundo lo alcanzara. Sin embargo, en el preciso instante en que le sonreí, creí vislumbrar o tal vez solo imaginé un destello fugaz de dulzura en su mirada. Una contradicción en sí mismo. Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando la voz del hombre entusiasta me sacó de mi ensimismamiento. —¿Cuál es tu nombre? —preguntó con una sonrisa amigable. Lo observé por un instante antes de extender mi mano derecha en un gesto de cortesía. —Sofía —respondí con naturalidad. Un placer conocerte. ¿Cuál es el tuyo? Su semblante se iluminó aún más al responder: —Soy Saúl, y él —dijo, señalando a su compañero.— es mi amigo Rayan. Pronunció aquellas palabras con orgullo, como si estuviera presentándome a alguien digno de admiración. Su sonrisa era amplia, mostrando una dentadura perfecta que, sumada a su efusividad, resultaba sumamente encantadora. En mi interior, agradecí el hecho de que Saúl tomara la iniciativa, pues sin quererlo, había logrado que mi deseo se hiciera realidad: conocer el nombre del hombre que tanto había llamado mi atención. Rayan Sotomayor, pues su apellido estaba bordado en su impecable uniforme. Un nombre fuerte, tan enigmático como la mirada que acompañaba a su dueño. Mis ojos se posaron en él y, con un atisbo de osadía, le ofrecí mi mano en señal de saludo, sosteniendo en mis labios la mejor sonrisa que podía esbozar. —Sofía, un placer conocerte, Rayan. Él apenas reaccionó, manteniendo aquella expresión imperturbable que lo hacía aún más intrigante. Pero lo que verdaderamente me atrapó fue su mirada. Ojos marrones, profundos, llenos de sombras. Un abismo de emociones contenidas, de historias no contadas, de un dolor que parecía haber dejado cicatrices invisibles en su alma. En su semblante no había rastro de la calidez con la que Saúl me había recibido; en su lugar, solo habitaba una frialdad que, paradójicamente, avivó aún más mi curiosidad. Intenté descifrar qué era lo que me producía esa sensación indescriptible, pero antes de poder sumergirme por completo en mis pensamientos, mi atención se desvió hacia un detalle particular: la hermosa boina verde que ambos sostenían con orgullo entre sus manos. Siempre había sentido una inexplicable fascinación por las boinas militares, especialmente aquellas en ese tono verde oscuro que evocaba disciplina, honor y una fuerza inquebrantable. Aunque desconocía mucho sobre uniformes o rangos, intuía que aquel accesorio tenía un significado especial para ellos. Y en ese instante, no pude evitar pensar en lo imponentes que lucían con su uniforme de camuflaje. Parecían soldados sacados de una historia de heroísmo y valentía.(Debo aclarar que no era fan de los militares, pero estos dos en mi frente ya me caían bien por diferentes motivos) Pero más allá de la imagen imponente que proyectaban, me pregunté qué historias guardaban. Porque si había algo que los ojos de Rayan me decían, era que su corazón había sido herido, al igual que el mío. «Los ojos marrones más tristes que he visto» pensé en mi interior.Rayan Sotomayor: Sentado en mi asiento, aguardaba con impaciencia la llegada de Saúl ; no comprendía la razón de su demora. Mientras tanto, observaba a los pasajeros que abordaban el avión, cuando una joven apareció en el pasillo, buscando su lugar. Para mi sorpresa, su asiento estaba justo frente al mío. Me sorprendió gratamente su capacidad para sonreír con tanta facilidad, a pesar de no conocernos. Su sonrisa era dulce y me recordó lo mucho que había pasado desde la última vez que vi una sonrisa que me inspirara a sonreír o que despertara algo en mí que me impulsara a mirarla. Sin embargo, solo la miré con fingida indiferencia. Poco después, llegó mi amigo y compañero, Saúl, con una amplia sonrisa, aunque algo agitado, ya que él se había encargado de nuestro equipaje. Para mi sorpresa, parecía conocer a la joven risueña que se encontraba allí. Sumido en mis pensamientos, apenas noté cuando ella extendió su mano y, con una voz melodiosa, dijo: —Soy Sofía, un placer conocer
Sofía Martínez: Mis mejillas ardían y mi corazón latía con tal fuerza que juraría que Rayan podía escucharlo. La emoción me embargaba de una manera casi peligrosa, como si mi propio cuerpo estuviera al borde del colapso. ¡Cálmate, Sofía! No puedes dejarte convencer por meras palabras bonitas, me repetía en un intento desesperado por aferrarme a la razón. Pero, ¿cómo hacerlo cuando cada vez que sus ojos se encontraban con los míos sentía que todo en él era genuino? Con una sonrisa que trataba de ocultar mi vulnerabilidad, respondí con ligereza: —¡Qué gracioso eres! Menos mal que esos delitos no son castigados. Pero Rayan no estaba dispuesto a dejarme salir tan fácil de su juego. —Eso es lo que tú crees —replicó con severidad fingida.—Hay un castigo y, claro está, deberás cumplirlo cuando lleguemos. Su tono desafiante despertó en mí un instinto travieso, una necesidad de igualar su picardía. Si él quería jugar, yo no pensaba quedarme atrás. —En vista de este juici
Rayan Sotomayor : Nuestros labios se encontraron. Al principio, fue solo un roce, apenas un contacto fugaz, pero el efecto que tuvo en mí fue inmediato, profundo… devastador. Como una descarga eléctrica recorriéndome la piel, encendiendo cada fibra de mi ser. No podía permitir que terminara ahí. Sin pensarlo, con la certeza de un hombre que sabe exactamente lo que quiere, la atraje hacia mí con firmeza, acomodándola en mi regazo. Mi mano derecha encontró el camino hasta su cuello, sintiendo el pulso acelerado bajo la yema de mis dedos, mientras que la otra se aferró a su cintura, como si temiera que en cualquier momento se esfumara. Y entonces, el beso cambió. Se volvió más profundo, más intenso. Ya no era solo un roce, sino una entrega. Sofía no se apartó. No retrocedió ni me detuvo. Al contrario, sentí cómo su cuerpo se relajaba contra el mío, cómo sus labios se entreabrían con un leve suspiro que se perdió entre los míos. Dulce y hambriento a la vez, nuestro beso era un
Rayan Sotomayor Sofía me ha hecho sentir una felicidad que no experimentaba en mucho tiempo. Me encanta la energía con la que sonríe, esa luz que irradia y que, sin proponérselo, ilumina incluso los rincones más oscuros de mi alma. ¡Dios! Su sonrisa… esa que tiene el poder de hacerme olvidar mis cicatrices. No sé qué tiene esta mujer, pero lo que sea, me encanta. Como dije antes, no sé qué nos depara el futuro, pero no voy a permitir que eso empañe este presente que se siente tan bien. Todavía llevo en la mente el beso que compartimos esta tarde. Vaya, ¡qué beso! Sentí cosas que pensé que estaban enterradas bajo capas de desilusión y escepticismo. La verdad es que nunca fui fanático de la idea del amor a primera vista. Siempre me consideré alguien más racional, más analítico. Sé que lo que sentimos al inicio no es amor, sino atracción, química, lujuria… quizás hasta pasión, pero amor, lo dudo. Desde que terminé con Denis, dejé de creer en ese concepto tan idealizado. No pensé qu
Sofía Martínez Dicen que lo que no pasa en años puede suceder en segundos. Y ahí estaba yo, siendo la protagonista de una historia que, si me lo hubieran contado, no lo habría creído. ¿Conexión instantánea? ¿Un lazo irrompible desde el primer momento? ¡Por favor! Eso solo pasa en las películas románticas o en esas historias de novelas baratas que te venden en los supermercados. Pero, ¡oh, sorpresa! Aquí estaba yo, sintiendo que mi corazón latía a un ritmo alarmante por un hombre al que apenas conocía. Tal vez el amor a primera vista existía… o tal vez solo tenía una fascinación momentánea por los uniformes militares, después de todo nadie podía negarme lo llamativos que son. Sea como fuere, Rayan tenía un efecto extraño en mí. Y ahí estábamos, recostados en la cama, mirando el techo cubierto por esa tela amarilla improvisada, como si fuera el cielo más seguro del universo. Conversamos, reímos, bromeamos … como si nos conociéramos de toda la vida. ¿Era posible sentirse así con alg
Sofía Martínez: El momento de la despedida había llegado. Me llevaba conmigo la alegría de cada instante vivido, pero también un leve peso en el pecho, una opresión sutil que no podía ignorar. En el fondo, tenía miedo… miedo de que esto no tuviera un futuro, de que todo lo que habíamos compartido quedara reducido a un hermoso recuerdo. Sin embargo, no permitiría que la incertidumbre empañara el presente. No importaba cuánto durara lo nuestro; lo único que realmente tenía valor era lo feliz que había sido a su lado, aunque solo se redujera a estos únicos días. Nos miramos los cuatro, intercambiando sonrisas cargadas de emociones. El señor Roberto me informó que me llevaría al hotel, tal como Rayan lo había dispuesto. Asentí con gratitud antes de despedirme de Saúl con un beso en la mejilla. Y entonces llegó el momento más difícil. Frente a frente, mi soldado y yo nos contemplamos en silencio, como si quisiéramos grabar cada detalle del otro en nuestra memoria. Sus ojos, reflej
Tres semanas después… Rayan Sotomayor El trabajo ha sido intenso. Mis superiores me han delegado un sinfín de responsabilidades, aunque me mantengo ocupado, hay un pensamiento recurrente que no me deja en paz: Sofía. Nuestra comunicación ha sido constante y cada uno de sus mensajes tienen el poder de iluminar mis días, incluso en medio del agotamiento. Sin embargo, la distancia es un enemigo sigiloso. He fracasado antes en relaciones a distancia, a veces, mis propias dudas me atormentan. Pero entonces, Sofía aparece con su ternura, con esas fotos espontáneas de su día a día que me hacen sentir parte de su mundo. Es en esos momentos cuando decido que vale la pena intentarlo y juro que quiero poner de parte para que esto funcione. Hoy superviso un grupo de jóvenes aspirantes a soldados. Apenas tienen 18 años y están en la fase más dura del entrenamiento. Suelo ser estricto con ellos, pero me han demostrado resistencia y compromiso. El sol abrasador del mediodía nos obliga a hacer
Sofía Martínez Los días pasaban con una celeridad impresionante y ahora, sin apenas darme cuenta, había llegado el momento que tanto había imaginado. Mi llegada a esta ciudad marcaba el inicio de un nuevo capítulo, el comienzo del camino hacia mis sueños. Gracias a una agencia de bienes raíces, encontré un mini departamento perfecto para mí. Estaba ubicado cerca del hospital y tenía justo lo que necesitaba: comodidad, estilo y ese aire acogedor que transforma un simple espacio en un hogar. El departamento estaba ya amoblado, contaba con una cocina de estilo americano completamente equipada, con una pequeña isla que haría las veces de desayunador. Un poco más allá, un comedor redondo de vidrio con cuatro servicios aportaba elegancia y funcionalidad. Justo detrás, una puerta francesa blanca conducía a una pequeña terraza cubierta, desde la cual podía admirar el centro de la ciudad y el majestuoso cielo, que esa noche se teñía de tonos azulados y dorados. En la sala, un mueble de