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6. Un mundo amarillo para amarnos 🌎💛

Rayan Sotomayor

Sofía me ha hecho sentir una felicidad que no experimentaba en mucho tiempo. Me encanta la energía con la que sonríe, esa luz que irradia y que, sin proponérselo, ilumina incluso los rincones más oscuros de mi alma. ¡Dios! Su sonrisa… esa que tiene el poder de hacerme olvidar mis cicatrices. No sé qué tiene esta mujer, pero lo que sea, me encanta.

Como dije antes, no sé qué nos depara el futuro, pero no voy a permitir que eso empañe este presente que se siente tan bien.

Todavía llevo en la mente el beso que compartimos esta tarde. Vaya, ¡qué beso! Sentí cosas que pensé que estaban enterradas bajo capas de desilusión y escepticismo. La verdad es que nunca fui fanático de la idea del amor a primera vista. Siempre me consideré alguien más racional, más analítico. Sé que lo que sentimos al inicio no es amor, sino atracción, química, lujuria… quizás hasta pasión, pero amor, lo dudo.

Desde que terminé con Denis, dejé de creer en ese concepto tan idealizado. No pensé que volvería a sentir algo tan intenso y menos en tan poco tiempo. Pero aquí estoy, sentado junto a Sofía, mirándola mientras sonríe, mientras observa el mundo con esa dulzura que parece inquebrantable.

Salimos del cine y, en lugar de despedirnos, ella aceptó quedarse esta noche con nosotros en el departamento. Lo dijo con naturalidad, como si en el fondo sintiera que ahí también tenía un lugar.

Cuando llegamos, Sofía encontró un pequeño parque en las áreas verdes del edificio. Sus ojos se iluminaron como si hubiese descubierto un tesoro oculto. Corrió hasta los columpios y se sentó en uno, me hizo señas para que ocupara el otro y sin pensarlo dos veces, la seguí.

La brisa nocturna era cálida y acariciaba su cabello de una manera hipnotizante. Ella levantó el rostro hacia el cielo estrellado y, después de unos segundos de silencio, me miró con esa intensidad suya que parecía traspasar barreras.

—Puedo ver una tristeza en tus ojos, Rayan —susurró.— No aparece siempre, pero está ahí… oculta en ciertos momentos. — la escuché pero no respondí.

—Nunca te cierres al amor.— simples palabras que calaron mi alma.

Su voz era suave, casi como si sus palabras fuesen un secreto compartido con la noche.

—Hay una frase que me gusta mucho y que creo que es cierta —continuó. —“Si lloras por haber perdido la Luna, las lágrimas en tus ojos no te permitirán ver las estrellas.”

Me quedé en silencio. Era extraño, pero de alguna manera sentía que sus palabras no estaban dirigidas solo a mí, sino a ella misma.

—Tú sonríes con tanta facilidad, Sofía… —dije finalmente. —Y lo haces con tanta energía que, sin quererlo, me has hecho volver a sonreír a mi también.

Ella bajó la mirada por un segundo, pero cuando volvió a levantarla, su sonrisa seguía ahí.

Nos columpiamos suavemente, disfrutando del momento, hasta que ella volvió a sorprenderme.

—Yo sé lo que es que te hagan pedazos el corazón, Rayan —confesó. —He sufrido mucho, pero al final del día, uno elige si se queda en el suelo o si se levanta para seguir buscando lo que mereces. Yo elegí levantarme. Sé que algún día encontraré a alguien que me ame como merezco. Y cuando eso pase, cada lágrima habrá valido la pena.

Sus palabras me golpearon en lo más profundo, al hablar ella lo hacía muy positiva, con un brillo especial en sus ojos.

—Por eso sonrío —añadió, con ese tono alegre que parecía caracterizarla. — Porque nunca sabes quién podría enamorarse de tu sonrisa.

Fue en ese momento que supe que debía besarla.

Me puse de pie, detuve su columpio con suavidad y me incliné hasta su altura. Con mi mano derecha acaricié su mejilla, delineando la suavidad de su piel con el pulgar. Luego bajé hasta sus labios, rosándolos con delicadeza, disfrutando del momento antes de acercarme por completo y tomar sus labios con los míos.

Su sabor me invadió, dulce y fresco, como fresas bajo la brisa de primavera.

Ella me correspondió y por un instante, el mundo desapareció. Solo estábamos Sofía y yo, bajo un cielo cubierto de estrellas.

Cuando el beso terminó, ella revisó la hora y notó que eran las 10:30 p.m. Aunque el clima era cálido, la brisa nocturna comenzaba a enfriar el ambiente. No quería que se enfermara, así que le sugerí entrar al departamento.

Para mi fortuna, Saúl todavía no regresaba, así que seguí disfrutando de su compañía sin interrupciones.

Nos instalamos en la única habitación disponible, entre risas y excusas tontas, le pedí permiso para quedarme un rato a ver la televisión con ella.

La realidad es que poco nos importó la película que intentamos ver. Sofía, ya en pijama, se veía incluso más adorable. Su conjunto rosa de pantalón corto con una caricatura en el centro le daba un aire juvenil y relajado. Me senté junto a ella mientras revisaba su celular.

—Perdí la noción del tiempo, no me he reportado con mi hermana —murmuró con algo de preocupación.

La vi llamar y minutos después, suspiró aliviada.

—Todo bien —me informó con una sonrisa. —Ahora sí, puedo relajarme.

Sobre la cama, en el techo, había un toldo de tela amarilla. Sofía se puso de pie sobre el colchón y me pidió que la ayudara a desplegarlo. Nos tomó un poco de esfuerzo, pero cuando finalmente cayó suelto sobre la cama, nos miramos y reímos como dos niños compartiendo un secreto.

Dentro de ese pequeño refugio de tela, Sofía me observó en silencio.

Yo la miré también.

No necesitábamos palabras.

Nos besamos de nuevo, pero esta vez, con una ternura que parecía sellar algo más profundo.

En ese instante, todas mis dudas y preocupaciones se disiparon. No importaban los fantasmas del pasado, ni el miedo al futuro.

Solo importábamos Sofía y yo, en este momento, en este mundo amarillo que nos envolvía.

El silencio entre nosotros no era incómodo. Era de esos silencios que se sienten llenos, que no necesitan ser interrumpidos porque en ellos hay entendimiento, complicidad… deseo contenido.

Sofía estaba a mi lado acostada sobre la cama, con el suave resplandor de la luz filtrándose a través del toldo amarillo que nos rodeaba. Su cabello caía, desordenado de una manera que me hacía querer deslizar mis dedos entre sus hebras.

No sé en qué momento mi mano buscó la suya, ni cuándo exactamente ella y yo giramos para estar frente a frente, pero cuando sus labios rozaron los míos, la chispa que llevaba encendida toda la tarde se convirtió en fuego.

La besé con lentitud, con la urgencia de alguien que quiere probar cada sensación, que quiere grabarse el sabor de esos labios antes de que el tiempo se lo arrebate. Ella respondió con la misma intensidad, con esa dulzura que parecía ser parte de su esencia, pero con una pasión que me sorprendió y me atrajo aún más.

Mis manos recorrieron su espalda con suavidad, sintiendo el calor de su piel a través de la delgada tela de su pijama. Ella deslizó sus dedos por mi cuello, hasta perderse en mi cabello, jalándolo con suavidad cuando mi lengua rozó la suya en un beso más profundo.

—Rayan… —susurró mi nombre con un leve jadeo entre los labios, si antes tenía dudas de lo que sentía por ella, en ese instante desaparecieron por completo.

No puedo determinar el momento en que mi cuerpo se puso encima del suyo, dejando que su cuerpo pequeño se moldeara al mío. Pude sentir el ritmo acelerado de su respiración, la calidez de sus manos sobre mi piel, el temblor sutil en sus labios cuando volví a besarla.

Todo en ella me invitaba a más, a explorar cada rincón, a descubrir cada suspiro. Pero en medio de la pasión, en medio de ese torbellino de sensaciones, me detuve.

Ella me miró con los ojos encendidos, con esa mezcla de deseo y ternura que me estaba volviendo loco.

—¿Por qué te detienes? —preguntó en un murmullo.

Apoyé mi frente contra la suya, respirando su aroma, sintiendo el latido acelerado de su corazón contra mi pecho.

—Porque quiero que esto dure —confesé. —No quiero que sea solo un momento.

Sofía parpadeó un par de veces, como si procesara mis palabras. Luego, una sonrisa apareció en sus labios. Fue entonces que supe que ella pensaba igual que yo.

—Entonces… quedémonos así —susurró.

Y sin decir más, me abrazó.

No supe cuánto tiempo estuvimos así, simplemente sintiéndonos, dejando que la calidez de su pequeño cuerpo me abrigara el alma.

Su respiración se fue calmando poco a poco, hasta que se volvió un susurro suave contra mi cuello. Supe que se había quedado dormida cuando su abrazo se aflojó un poco, pero incluso en sueños, su cuerpo se acurrucaba contra el mío, como si inconscientemente supiera que ese era su lugar.

Cerré los ojos y la sostuve con fuerza, porque en ese instante, en medio de aquel mundo amarillo que nos cobijaba, no había pasado ni futuro. Solo existía este presente, el latido acompasado de su corazón junto al mío.

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