Rayan Sotomayor
Sofía me ha hecho sentir una felicidad que no experimentaba en mucho tiempo. Me encanta la energía con la que sonríe, esa luz que irradia y que, sin proponérselo, ilumina incluso los rincones más oscuros de mi alma. ¡Dios! Su sonrisa… esa que tiene el poder de hacerme olvidar mis cicatrices. No sé qué tiene esta mujer, pero lo que sea, me encanta. Como dije antes, no sé qué nos depara el futuro, pero no voy a permitir que eso empañe este presente que se siente tan bien. Todavía llevo en la mente el beso que compartimos esta tarde. Vaya, ¡qué beso! Sentí cosas que pensé que estaban enterradas bajo capas de desilusión y escepticismo. La verdad es que nunca fui fanático de la idea del amor a primera vista. Siempre me consideré alguien más racional, más analítico. Sé que lo que sentimos al inicio no es amor, sino atracción, química, lujuria… quizás hasta pasión, pero amor, lo dudo. Desde que terminé con Denis, dejé de creer en ese concepto tan idealizado. No pensé que volvería a sentir algo tan intenso y menos en tan poco tiempo. Pero aquí estoy, sentado junto a Sofía, mirándola mientras sonríe, mientras observa el mundo con esa dulzura que parece inquebrantable. Salimos del cine y, en lugar de despedirnos, ella aceptó quedarse esta noche con nosotros en el departamento. Lo dijo con naturalidad, como si en el fondo sintiera que ahí también tenía un lugar. Cuando llegamos, Sofía encontró un pequeño parque en las áreas verdes del edificio. Sus ojos se iluminaron como si hubiese descubierto un tesoro oculto. Corrió hasta los columpios y se sentó en uno, me hizo señas para que ocupara el otro y sin pensarlo dos veces, la seguí. La brisa nocturna era cálida y acariciaba su cabello de una manera hipnotizante. Ella levantó el rostro hacia el cielo estrellado y, después de unos segundos de silencio, me miró con esa intensidad suya que parecía traspasar barreras. —Puedo ver una tristeza en tus ojos, Rayan —susurró.— No aparece siempre, pero está ahí… oculta en ciertos momentos. — la escuché pero no respondí. —Nunca te cierres al amor.— simples palabras que calaron mi alma. Su voz era suave, casi como si sus palabras fuesen un secreto compartido con la noche. —Hay una frase que me gusta mucho y que creo que es cierta —continuó. —“Si lloras por haber perdido la Luna, las lágrimas en tus ojos no te permitirán ver las estrellas.” Me quedé en silencio. Era extraño, pero de alguna manera sentía que sus palabras no estaban dirigidas solo a mí, sino a ella misma. —Tú sonríes con tanta facilidad, Sofía… —dije finalmente. —Y lo haces con tanta energía que, sin quererlo, me has hecho volver a sonreír a mi también. Ella bajó la mirada por un segundo, pero cuando volvió a levantarla, su sonrisa seguía ahí. Nos columpiamos suavemente, disfrutando del momento, hasta que ella volvió a sorprenderme. —Yo sé lo que es que te hagan pedazos el corazón, Rayan —confesó. —He sufrido mucho, pero al final del día, uno elige si se queda en el suelo o si se levanta para seguir buscando lo que mereces. Yo elegí levantarme. Sé que algún día encontraré a alguien que me ame como merezco. Y cuando eso pase, cada lágrima habrá valido la pena. Sus palabras me golpearon en lo más profundo, al hablar ella lo hacía muy positiva, con un brillo especial en sus ojos. —Por eso sonrío —añadió, con ese tono alegre que parecía caracterizarla. — Porque nunca sabes quién podría enamorarse de tu sonrisa. Fue en ese momento que supe que debía besarla. Me puse de pie, detuve su columpio con suavidad y me incliné hasta su altura. Con mi mano derecha acaricié su mejilla, delineando la suavidad de su piel con el pulgar. Luego bajé hasta sus labios, rosándolos con delicadeza, disfrutando del momento antes de acercarme por completo y tomar sus labios con los míos. Su sabor me invadió, dulce y fresco, como fresas bajo la brisa de primavera. Ella me correspondió y por un instante, el mundo desapareció. Solo estábamos Sofía y yo, bajo un cielo cubierto de estrellas. Cuando el beso terminó, ella revisó la hora y notó que eran las 10:30 p.m. Aunque el clima era cálido, la brisa nocturna comenzaba a enfriar el ambiente. No quería que se enfermara, así que le sugerí entrar al departamento. Para mi fortuna, Saúl todavía no regresaba, así que seguí disfrutando de su compañía sin interrupciones. Nos instalamos en la única habitación disponible, entre risas y excusas tontas, le pedí permiso para quedarme un rato a ver la televisión con ella. La realidad es que poco nos importó la película que intentamos ver. Sofía, ya en pijama, se veía incluso más adorable. Su conjunto rosa de pantalón corto con una caricatura en el centro le daba un aire juvenil y relajado. Me senté junto a ella mientras revisaba su celular. —Perdí la noción del tiempo, no me he reportado con mi hermana —murmuró con algo de preocupación. La vi llamar y minutos después, suspiró aliviada. —Todo bien —me informó con una sonrisa. —Ahora sí, puedo relajarme. Sobre la cama, en el techo, había un toldo de tela amarilla. Sofía se puso de pie sobre el colchón y me pidió que la ayudara a desplegarlo. Nos tomó un poco de esfuerzo, pero cuando finalmente cayó suelto sobre la cama, nos miramos y reímos como dos niños compartiendo un secreto. Dentro de ese pequeño refugio de tela, Sofía me observó en silencio. Yo la miré también. No necesitábamos palabras. Nos besamos de nuevo, pero esta vez, con una ternura que parecía sellar algo más profundo. En ese instante, todas mis dudas y preocupaciones se disiparon. No importaban los fantasmas del pasado, ni el miedo al futuro. Solo importábamos Sofía y yo, en este momento, en este mundo amarillo que nos envolvía. El silencio entre nosotros no era incómodo. Era de esos silencios que se sienten llenos, que no necesitan ser interrumpidos porque en ellos hay entendimiento, complicidad… deseo contenido. Sofía estaba a mi lado acostada sobre la cama, con el suave resplandor de la luz filtrándose a través del toldo amarillo que nos rodeaba. Su cabello caía, desordenado de una manera que me hacía querer deslizar mis dedos entre sus hebras. No sé en qué momento mi mano buscó la suya, ni cuándo exactamente ella y yo giramos para estar frente a frente, pero cuando sus labios rozaron los míos, la chispa que llevaba encendida toda la tarde se convirtió en fuego. La besé con lentitud, con la urgencia de alguien que quiere probar cada sensación, que quiere grabarse el sabor de esos labios antes de que el tiempo se lo arrebate. Ella respondió con la misma intensidad, con esa dulzura que parecía ser parte de su esencia, pero con una pasión que me sorprendió y me atrajo aún más. Mis manos recorrieron su espalda con suavidad, sintiendo el calor de su piel a través de la delgada tela de su pijama. Ella deslizó sus dedos por mi cuello, hasta perderse en mi cabello, jalándolo con suavidad cuando mi lengua rozó la suya en un beso más profundo. —Rayan… —susurró mi nombre con un leve jadeo entre los labios, si antes tenía dudas de lo que sentía por ella, en ese instante desaparecieron por completo. No puedo determinar el momento en que mi cuerpo se puso encima del suyo, dejando que su cuerpo pequeño se moldeara al mío. Pude sentir el ritmo acelerado de su respiración, la calidez de sus manos sobre mi piel, el temblor sutil en sus labios cuando volví a besarla. Todo en ella me invitaba a más, a explorar cada rincón, a descubrir cada suspiro. Pero en medio de la pasión, en medio de ese torbellino de sensaciones, me detuve. Ella me miró con los ojos encendidos, con esa mezcla de deseo y ternura que me estaba volviendo loco. —¿Por qué te detienes? —preguntó en un murmullo. Apoyé mi frente contra la suya, respirando su aroma, sintiendo el latido acelerado de su corazón contra mi pecho. —Porque quiero que esto dure —confesé. —No quiero que sea solo un momento. Sofía parpadeó un par de veces, como si procesara mis palabras. Luego, una sonrisa apareció en sus labios. Fue entonces que supe que ella pensaba igual que yo. —Entonces… quedémonos así —susurró. Y sin decir más, me abrazó. No supe cuánto tiempo estuvimos así, simplemente sintiéndonos, dejando que la calidez de su pequeño cuerpo me abrigara el alma. Su respiración se fue calmando poco a poco, hasta que se volvió un susurro suave contra mi cuello. Supe que se había quedado dormida cuando su abrazo se aflojó un poco, pero incluso en sueños, su cuerpo se acurrucaba contra el mío, como si inconscientemente supiera que ese era su lugar. Cerré los ojos y la sostuve con fuerza, porque en ese instante, en medio de aquel mundo amarillo que nos cobijaba, no había pasado ni futuro. Solo existía este presente, el latido acompasado de su corazón junto al mío.Sofía Martínez Dicen que lo que no pasa en años puede suceder en segundos. Y ahí estaba yo, siendo la protagonista de una historia que, si me lo hubieran contado, no lo habría creído. ¿Conexión instantánea? ¿Un lazo irrompible desde el primer momento? ¡Por favor! Eso solo pasa en las películas románticas o en esas historias de novelas baratas que te venden en los supermercados. Pero, ¡oh, sorpresa! Aquí estaba yo, sintiendo que mi corazón latía a un ritmo alarmante por un hombre al que apenas conocía. Tal vez el amor a primera vista existía… o tal vez solo tenía una fascinación momentánea por los uniformes militares, después de todo nadie podía negarme lo llamativos que son. Sea como fuere, Rayan tenía un efecto extraño en mí. Y ahí estábamos, recostados en la cama, mirando el techo cubierto por esa tela amarilla improvisada, como si fuera el cielo más seguro del universo. Conversamos, reímos, bromeamos … como si nos conociéramos de toda la vida. ¿Era posible sentirse así con alg
Sofía Martínez: El momento de la despedida había llegado. Me llevaba conmigo la alegría de cada instante vivido, pero también un leve peso en el pecho, una opresión sutil que no podía ignorar. En el fondo, tenía miedo… miedo de que esto no tuviera un futuro, de que todo lo que habíamos compartido quedara reducido a un hermoso recuerdo. Sin embargo, no permitiría que la incertidumbre empañara el presente. No importaba cuánto durara lo nuestro; lo único que realmente tenía valor era lo feliz que había sido a su lado, aunque solo se redujera a estos únicos días. Nos miramos los cuatro, intercambiando sonrisas cargadas de emociones. El señor Roberto me informó que me llevaría al hotel, tal como Rayan lo había dispuesto. Asentí con gratitud antes de despedirme de Saúl con un beso en la mejilla. Y entonces llegó el momento más difícil. Frente a frente, mi soldado y yo nos contemplamos en silencio, como si quisiéramos grabar cada detalle del otro en nuestra memoria. Sus ojos, reflej
Tres semanas después… Rayan Sotomayor El trabajo ha sido intenso. Mis superiores me han delegado un sinfín de responsabilidades, aunque me mantengo ocupado, hay un pensamiento recurrente que no me deja en paz: Sofía. Nuestra comunicación ha sido constante y cada uno de sus mensajes tienen el poder de iluminar mis días, incluso en medio del agotamiento. Sin embargo, la distancia es un enemigo sigiloso. He fracasado antes en relaciones a distancia, a veces, mis propias dudas me atormentan. Pero entonces, Sofía aparece con su ternura, con esas fotos espontáneas de su día a día que me hacen sentir parte de su mundo. Es en esos momentos cuando decido que vale la pena intentarlo y juro que quiero poner de parte para que esto funcione. Hoy superviso un grupo de jóvenes aspirantes a soldados. Apenas tienen 18 años y están en la fase más dura del entrenamiento. Suelo ser estricto con ellos, pero me han demostrado resistencia y compromiso. El sol abrasador del mediodía nos obliga a hacer
Sofía Martínez Los días pasaban con una celeridad impresionante y ahora, sin apenas darme cuenta, había llegado el momento que tanto había imaginado. Mi llegada a esta ciudad marcaba el inicio de un nuevo capítulo, el comienzo del camino hacia mis sueños. Gracias a una agencia de bienes raíces, encontré un mini departamento perfecto para mí. Estaba ubicado cerca del hospital y tenía justo lo que necesitaba: comodidad, estilo y ese aire acogedor que transforma un simple espacio en un hogar. El departamento estaba ya amoblado, contaba con una cocina de estilo americano completamente equipada, con una pequeña isla que haría las veces de desayunador. Un poco más allá, un comedor redondo de vidrio con cuatro servicios aportaba elegancia y funcionalidad. Justo detrás, una puerta francesa blanca conducía a una pequeña terraza cubierta, desde la cual podía admirar el centro de la ciudad y el majestuoso cielo, que esa noche se teñía de tonos azulados y dorados. En la sala, un mueble de
Sofía Martínez: El tiempo pasó rápidamente entre la inducción que cada residente nuevo tenía sobre el manejo del sistema de historias clínicas, revisión de casos y la adaptación a la rutina del hospital. Me sentía como una esponja absorbiendo cada información, aunque mi estómago protestaba con insistencia, recordándome que era hora de almorzar. Apenas terminamos la sesión de la mañana, Irene apareció en la puerta de mi consultorio con una sonrisa cómplice. —Vamos a la cafetería antes de que termines desmayándote sobre un paciente. —bromeó. Acepté sin dudarlo y juntas nos dirigimos al área de comida estilo bufet. El aroma a platos recién preparados flotaba en el aire y no podía esperar para servirme algo sustancioso. Mientras seleccionábamos nuestros menús, una voz grave y varonil resonó detrás de nosotras. Era el tipo de voz que exigía atención sin esfuerzo, con un tono maduro y seguro. Irene y yo nos giramos casi al mismo tiempo, como si hubiéramos ensayado la sincronizaci
Sofía Martínez: Desde aquel día, no volvimos a tener contacto. En ocasiones, sentía el impulso de eliminar su número de mi lista de contactos, pero en otras, la nostalgia me detenía. Había una parte de mí que aún anhelaba que, de algún modo, él volviera a aparecer en mi vida. El tiempo siguió su curso y, sin darme cuenta, había llegado el día de mi cumpleaños. Hoy era jueves 2 de octubre y celebraba mis 24 años. Era mi primer cumpleaños lejos de mi familia, lo que inevitablemente me sumió en una ligera melancolía. Sin embargo, mis padres, como siempre, hicieron de este día algo especial. Su llamada llegó a las seis de la mañana, demasiado temprano para mi gusto, pero al escuchar sus voces llenas de amor, la incomodidad se disipó por completo. Mi madre, con su tono dulce pero firme, me recordó lo orgullosos que estaban de mí. —Estás volando con tus propias alas, hija —dijo mi padre con su característica voz cálida.—Mientras seas feliz, nosotros seremos felices. Aquellas palabras me
Sofía Martínez Llegó el amanecer, increíblemente estaba despierta antes de que el despertador sonara. Como cada mañana, me entregué a mi rutina con meticulosa precisión, buscando en ella un refugio contra la maraña de pensamientos que aún revoloteaban en mi mente. Trencé mi cabello en una perfecta trenza francesa, mi estilo favorito para el trabajo, pues mantenía mi larga melena bajo control durante toda la jornada. Luego elegí un suéter de invierno de cuello alto en un delicado tono rosa, unos jeans desgastados en las rodillas y mis fieles botines color café, ideales para el clima frío que abrazaba la ciudad. Desayuné en calma, saboreando el café caliente entre mis manos, mientras una sonrisa involuntaria se dibujaba en mis labios al recordar la llamada de Rayan la noche de mi cumpleaños. Su voz, su risa, la dulzura con la que me habló… Todo eso aún danzaba en mi mente como un eco reconfortante. El camino al hospital fue breve, como siempre, al llegar saludé con cortesía al pe
Sofía Martínez: Había pasado una semana desde que envié el paquete,no obtuve ningún tipo de respuesta por parte de Rayan, la incertidumbre se había convertido en un peso insoportable. No sabía qué pensar. ¿Acaso la empresa de encomiendas me había fallado y el paquete nunca llegó a su destino? ¿O lo peor de todo? ¿Rayan lo había recibido y simplemente decidió ignorarlo, sin siquiera molestarse en darme las gracias? Las preguntas daban vueltas en mi cabeza como un torbellino, desordenando mi calma. Cada día que pasaba sin noticias de él sentía que la respuesta era cada vez más obvia. Pero ya no podía seguir con esta duda clavada en mi pecho. Lo único que podía hacer era enfrentar la realidad, fuera cual fuera. Tomé el teléfono, respiré hondo y marqué su número. Después de unos tonos, su voz llegó al otro lado de la línea, serena, tranquila, como si nada hubiera pasado. —Hola, Sofy. Su tono era neutro, distante. Me aferré a la poca valentía que me quedaba y pregunté co