Sofía Martínez:No sé en qué momento llegué a este estado. Mi mejor amiga, Irene, me observa con un aire de compasión mientras doy otro sorbo a mi copa. El licor desciende abrasador por mi garganta, pero no logra quemar la melancolía que se aferra a mi pecho.—No puedo creer que esté haciendo esto —murmuro, sintiéndome patética. —Han pasado cinco meses desde que lo conocí… lo vi solo una vez en mi vida, ¡una! Y aquí estoy, tomando como si me hubieran dejado en el altar.Irene, con su infinita paciencia, me observa en silencio, dejando que mi drama se desarrolle sin interrupciones.—Dime, ¿qué clase de persona se aferra tanto a un recuerdo? —continúo, señalándome a mí misma con una risa amarga.—Ni siquiera intentó que esto funcionara… Ni un mensaje, ni una llamada. ¿Por qué me duele tanto?Irene suspira y me rodea con un brazo.—Si es tu destino, Sofy, lo volverás a ver. Y si no, pues.. —se encoge de hombros con dramatismo. — Siempre queda el tequila.Solté una carcajada entrecor
Irene Reyes: El tiempo avanzó sin tregua. Navidad, Año Nuevo, San Valentín… Las celebraciones llegaron y se desvanecieron como ráfagas fugaces, sin dejar más rastro que un eco distante en la rutina del hospital. Sofía y yo nos entregamos por completo al trabajo, aferrándonos a la disciplina como un ancla, pero en el fondo, ambas cargábamos con heridas invisibles. Sofía vivía con la incertidumbre punzante de no saber nada de Rayan, mientras que yo… yo lidiaba con los fantasmas de un amor que jamás tuvo la oportunidad de florecer. Mi amistad con Sofía creció hasta volverse una hermandad. Era fácil abrir mi corazón con ella, una noche, entre tazas de café y risas que ocultaban nostalgias, le conté mi historia. —Lo recuerdo como si fuera ayer —suspiré, revolviendo mi bebida con la cucharita. — Se llama Daniel, era mi compañero de clase en la universidad, brillante, apasionado por la medicina… Y yo, ingenua, nunca imaginé que su amistad se convertiría en algo más. Sofía me miró con
Rayan Sotomayor Después de meses de arduo trabajo, después de incontables noches sin descanso y días entregados por completo a la misión, al fin lo logré. Fui reconocido, condecorado y, como recompensa, obtuve un mes libre. ¿Pero a qué costo? Miro a mi alrededor mientras los oficiales de mi equipo se felicitan entre sí. Yo también recibo aplausos y palabras de admiración, pero en el fondo, una sensación de vacío me carcome. He cumplido mi objetivo, pero me encuentro más solo que nunca. Han pasado casi siete meses desde que vi por última vez la sonrisa más hermosa que he conocido en mi vida. Sofía. Su nombre resuena en mi mente con una fuerza arrolladora. Recuerdo perfectamente la promesa que hice antes de partir: «te buscaré» Y ahora, después de tanto tiempo, me pregunto: ¿Es este el momento de cumplir mi palabra? Pero también recuerdo la última vez que hablé con ella. No fui un caballero. Al contrario, fui un maldito patán. La memoria me golpea con fuerza. Mi tono fu
Sofía Martínez :El tiempo no había sido un obstáculo, no había sido un verdugo. No con él.Rayan y yo salimos del aeropuerto, aunque su equipaje se reducía a una simple mochila, mi corazón se negaba a pensar en despedidas. Solo quería vivir el momento, saborear la dicha efímera de tenerlo junto a mí.No había explicaciones pendientes, ni reproches guardados. Entre nosotros, el tiempo era relativo, irrelevante.Su mano tomó la mía con la misma certeza de siempre, como si nunca me hubiera soltado, como si el destino simplemente hubiera pausado nuestra historia para ahora continuarla justo donde la dejamos. Y yo me dejé llevar, como si la vida me estuviera regalando una segunda oportunidad.—Tengo hambre, además de sentir que tengo el deber de llevarte a probar la mejor pizza de la ciudad —le anuncié con entusiasmo, tirando suavemente de su mano.Él sonrió con esa expresión reservada y enigmática que tanto me gustaba. No importaba el lugar ni la comida, lo veía en sus ojos. Él sol
Rayan Sotomayor:El amanecer trajo consigo una sensación de paz que hacía años no experimentaba. Abrí los ojos y lo primero que vi fue a Sofía, moviéndose en la habitación con esa ligereza suya, creyendo que aún dormía. Me quedé observándola en silencio, memorizando cada gesto suyo, cada movimiento delicado mientras se preparaba para su jornada.Se veía hermosa. Llevaba el cabello en una trenza suelta que caía sobre su hombro, su atuendo era sencillo, pero en ella todo adquiría un matiz especial. Era la imagen de la calidez, del hogar que jamás supe que necesitaba.Cuando terminó de arreglarse, di un paso al frente, haciendo ruido intencionalmente para que supiera que estaba despierto. Sus ojos se abrieron un poco más, como si temiera que estuviera a punto de irme. Y por un momento, casi lo hice.Pero algo me detuvo.—¿Puedo acompañarte al hospital? —pregunté con voz serena, aunque por dentro una batalla silenciosa me desgarraba.Vi su sorpresa reflejada en sus ojos, seguida de
Rayan Sotomayor: El avión despegó, y con él, una parte de mí que nunca volvería a ser la misma. Desde la ventanilla observé cómo la ciudad se hacía cada vez más pequeña, como si con la distancia pudiera reducirse también la intensidad de lo que sentía. Pero no era así. Sofía seguía latiendo en mi pecho, su risa aún resonaba en mi mente, su mirada seguía quemándome la piel. Sabía que siempre la recordaría. Ella fue la única mujer que me enseñó lo hermoso que era sonreír, la única capaz de llenar de luz incluso mis días más oscuros. Tenía una forma única de ver la vida, de entregarse sin reservas, de dar amor sin miedo a perder. Yo fui el cobarde. La estaba dejando ir y solo yo sabía cuán difícil era. No porque no la quisiera, sino porque no era mi momento, porque no tenía nada firme que ofrecerle, porque ella merecía más de lo que yo podía darle. Pero lo más cruel de todo era que tampoco tenía la voluntad de convertirme en ese hombre que ella merecía, esa era la cruda verdad.
Sofía Martínez: Seis meses después… Dicen que si hay algo que no perdona, es el tiempo. Es implacable, avanza sin detenerse, llevándose consigo momentos, promesas y hasta sentimientos que alguna vez creímos eternos. Y así, casi sin darme cuenta, había llegado el momento de partir. Mi vuelo estaba programado para el día siguiente al mediodía. Un nuevo capítulo en mi vida estaba por comenzar, uno en el que finalmente pondría distancia entre mi pasado y yo. Me despedí de mis compañeros del hospital, de mi familia, de todo aquello que me había visto crecer y sanar, aunque en mi interior aún quedaban heridas que el tiempo no había conseguido borrar del todo. La ironía del destino me trajo de vuelta a esta ciudad una última vez, la misma en la que él se quedó, la misma en la que compartimos risas, sueños y madrugadas robadas al tiempo. La ciudad donde, en algún rincón, seguía latiendo su recuerdo. No habíamos tenido contacto desde aquella despedida. Él se fue sin mirar atrás, y yo
Rayan Sotomayor: La ciudad seguía su curso, bulliciosa e imparable, mientras yo intentaba hacer lo mismo con mi vida. A mi lado estaba Camila, una mujer de porte elegante, alta, de largos cabellos castaños oscuros y una silueta esbelta. Nos conocimos en el instituto de idiomas donde ambos estudiábamos hace años, pero fue el destino o tal vez la casualidad lo que nos hizo reencontrarnos en un momento crucial de mi existencia. Camila fue un pilar inquebrantable durante mi recuperación en conjunto con mi madre y hermana.. Después de aquella cirugía, en la que tuve la suerte de que mi patología se detectara a tiempo, hubo un largo proceso de sanación. Con el tratamiento adecuado y una disciplina férrea, conseguí borrar cualquier rastro del daño que amenazaba mi salud. Me vi obligado a mejorar mis hábitos, a escuchar a mi cuerpo y a darle la importancia que antes ignoraba. Fue un proceso de casi seis meses, un tiempo en el que, sin buscarlo, Camila volvió a entrar en mi vida.