Sofía Martínez: Seis meses después… Dicen que si hay algo que no perdona, es el tiempo. Es implacable, avanza sin detenerse, llevándose consigo momentos, promesas y hasta sentimientos que alguna vez creímos eternos. Y así, casi sin darme cuenta, había llegado el momento de partir. Mi vuelo estaba programado para el día siguiente al mediodía. Un nuevo capítulo en mi vida estaba por comenzar, uno en el que finalmente pondría distancia entre mi pasado y yo. Me despedí de mis compañeros del hospital, de mi familia, de todo aquello que me había visto crecer y sanar, aunque en mi interior aún quedaban heridas que el tiempo no había conseguido borrar del todo. La ironía del destino me trajo de vuelta a esta ciudad una última vez, la misma en la que él se quedó, la misma en la que compartimos risas, sueños y madrugadas robadas al tiempo. La ciudad donde, en algún rincón, seguía latiendo su recuerdo. No habíamos tenido contacto desde aquella despedida. Él se fue sin mirar atrás, y yo
Rayan Sotomayor: La ciudad seguía su curso, bulliciosa e imparable, mientras yo intentaba hacer lo mismo con mi vida. A mi lado estaba Camila, una mujer de porte elegante, alta, de largos cabellos castaños oscuros y una silueta esbelta. Nos conocimos en el instituto de idiomas donde ambos estudiábamos hace años, pero fue el destino o tal vez la casualidad lo que nos hizo reencontrarnos en un momento crucial de mi existencia. Camila fue un pilar inquebrantable durante mi recuperación en conjunto con mi madre y hermana.. Después de aquella cirugía, en la que tuve la suerte de que mi patología se detectara a tiempo, hubo un largo proceso de sanación. Con el tratamiento adecuado y una disciplina férrea, conseguí borrar cualquier rastro del daño que amenazaba mi salud. Me vi obligado a mejorar mis hábitos, a escuchar a mi cuerpo y a darle la importancia que antes ignoraba. Fue un proceso de casi seis meses, un tiempo en el que, sin buscarlo, Camila volvió a entrar en mi vida.
Dos años después… Sofía Martínez Dicen que duele más un amor que nunca se intentó que aquel por el cual lo entregaste todo y no se concretó. Y aunque esa frase resonaba en mi mente con una punzada de nostalgia, sabía que en mi caso no aplicaba del todo. Yo había tomado una decisión: dejarlo ir. No por falta de sentimientos, sino porque entendí que aferrarme a él no cambiaría el destino, solo prolongaría lo inevitable. Rayan fue, sin duda, una de las casualidades más hermosas de mi vida, un encuentro inesperado que iluminó mis días como un radiante amanecer. Y aunque el final no fue el que hubiera deseado, me quedaba la certeza de que nunca lo olvidaría. Pero también entendí algo esencial: la mejor manera de avanzar no es aferrarse a lo que duele, sino conservar lo bueno y permitir que la vida siga su curso. Los meses transcurrieron entre clases, exámenes y largas jornadas de estudio. Irene y yo nos habíamos adaptado bien a la vida compartiendo apartamento y, para nuestra sa
Sofía Martínez: Dicen que en la vida de una mujer llegan dos amores: el amor de su vida y su alma gemela. El amor de la vida es aquel que se da una sola vez, ese que sin previo aviso se instala en el corazón y se aferra a cada una de tus células. Es el amor que te enseña a sonreír sin motivo, que te llena de paz y te hace sentir que el mundo entero desaparece cuando estás con esa persona. Pero, de alguna forma, siempre se va, dejando un vacío imposible de llenar. Es el amor que, aunque el tiempo pase y los caminos se separen, sigue siendo el favorito, el que hace que todos los dolores del pasado valgan la pena por los instantes de felicidad que este pudo dejar. El alma gemela, en cambio, es aquel que llega a restaurar las heridas que quedaron. Es el que te enseña a amar desde la madurez, el que te ofrece tranquilidad en lugar de tormentas, seguridad en lugar de incertidumbre. Es ese amor que, aunque no te haga sentir de la misma manera que el primero, te devuelve la fe en
Sofía Martínez: La relación con Diego tuvo un inicio maravilloso. Compartimos momentos inolvidables, largas conversaciones y, sobre todo, muchas risas. Pero también fuimos realistas: él tenía que regresar a su trabajo en otro país, a mí aún me quedaban diez meses para terminar mi especialidad. Después de lo que viví con Rayan, no podía evitar sentir cierta incertidumbre. Las relaciones a distancia me asustaban, no quería volver a sufrir. Pero Diego… él sabía exactamente cómo calmar mis preocupaciones. En sus abrazos, todo era calma, todo era paz. Siempre dicen que cuando alguien realmente quiere, el tiempo no es un obstáculo. Las madrugadas se vuelven mañanas, las noches se transforman en tardes. Y Diego lo demostraba con hechos. No solo decía que me amaba, sino que lo demostraba con cada llamada, con cada mensaje, con cada mirada. Cuando llegó el momento de despedirnos, lo acompañé al aeropuerto con el corazón encogido. No quería soltarlo. Al darnos el último abrazo
Diego Jorge 31 de diciembre, llego tan rápido en la mejor compañía. El aire de la última noche del año traía consigo una sensación especial, una mezcla de nostalgia y promesas latentes. Subí el último botón de mi camisa celeste y me miré en el espejo. Azul marino en los pantalones, zapatos impecables y en mi mesita de noche, la caja de terciopelo rojo que contenía el reflejo perfecto de lo que sentía por Sofía: un diamante rosa, único, radiante, como ella. Observé la pequeña joya durante unos segundos, pensando en el año que había transcurrido. Un año en el que descubrí que el amor no era solo un sentimiento, sino una elección diaria, un compromiso de admirar, respetar y cuidar a la persona que amas. Y Sofía… ella era la mujer que había transformado mis días, la única capaz de hacer que incluso las sombras del pasado se desvanecieran con una simple sonrisa. Tomé un ramo de girasoles, sus favoritos, descendí las escaleras con el corazón latiendo con fuerza. Antes de salir, con
Rayan Sotomayor: El hielo en mi vaso tintineó con un sonido hueco cuando lo giré entre mis dedos. El whisky, fuerte y amargo, quemó mi garganta, pero no lo suficiente para adormecer los pensamientos que me asaltaban esta noche. Ojalá el alcohol pudiera borrar los recuerdos tanto como quema la garganta, pero hay memorias que ni la bebida más fuerte logra disolver. El humo del cigarrillo se elevaba en espirales perezosas, llenando el departamento con una bruma densa que encajaba perfectamente con el peso de mi nostalgia. Ese aire viciado parecía un reflejo de mi propia alma: oscura, pesada, saturada de arrepentimientos que no se disipaban con el paso del tiempo. Afuera, la ciudad explotaba en luces y risas, en brindis y abrazos llenos de promesas de un nuevo año. Pero aquí, en este rincón del mundo, solo había silencio. Un vacío que ni el eco de la celebración podía llenar. Me recosté en el sofá con la mirada perdida en el techo, sintiendo cómo la soledad se aferraba a mí como una
Sofía Martínez 2 de enero de 2020 El inicio de este nuevo año trajo consigo un aire de cambio, pero también de incertidumbre. En la otra parte del mundo, los noticieros hablaban de un virus desconocido, un tal COVID-19, que se expandía con rapidez. Aún parecía algo lejano, un problema de otros países, pero en el fondo tenía la extraña sensación de que, tarde o temprano, nos alcanzaría. Pero hoy, mi mundo era otro. Hoy era el primer día de una nueva etapa en mi vida. Por fin comenzaría mi labor como directora del área de pediatría en el Hospital General de Especialidades Médicas. El entusiasmo vibraba en cada célula de mi cuerpo mientras terminaba de arreglarme. Elegí un vestido color crema, una chaqueta roja que me daba un aire de seguridad y tacones a juego. Quería lucir profesional pero sin perder mi esencia. Mi cabello recogido en una coleta alta, un maquillaje sutil que realzaba mis facciones… Estaba lista. Justo cuando me disponía a salir, el timbre sonó Abrí la puer