Sofía Martínez 2 de enero de 2020 El inicio de este nuevo año trajo consigo un aire de cambio, pero también de incertidumbre. En la otra parte del mundo, los noticieros hablaban de un virus desconocido, un tal COVID-19, que se expandía con rapidez. Aún parecía algo lejano, un problema de otros países, pero en el fondo tenía la extraña sensación de que, tarde o temprano, nos alcanzaría. Pero hoy, mi mundo era otro. Hoy era el primer día de una nueva etapa en mi vida. Por fin comenzaría mi labor como directora del área de pediatría en el Hospital General de Especialidades Médicas. El entusiasmo vibraba en cada célula de mi cuerpo mientras terminaba de arreglarme. Elegí un vestido color crema, una chaqueta roja que me daba un aire de seguridad y tacones a juego. Quería lucir profesional pero sin perder mi esencia. Mi cabello recogido en una coleta alta, un maquillaje sutil que realzaba mis facciones… Estaba lista. Justo cuando me disponía a salir, el timbre sonó Abrí la puer
Sofía Martínez Hice como si nunca lo hubiese conocido. Como si aquel nombre, aquella voz y aquellos ojos no significaran nada para mí. Así que lo miré con la misma indiferencia con la que atendería a cualquier otro paciente y dije con tono profesional: —Dígame, señor, ¿cómo puedo ayudarlo? Le hice un gesto para que tomara asiento, sin mostrar ninguna emoción. Rayan me observó por un instante antes de responder, su voz sonó casi ofendida. —Sofía, sabes bien que nos conocemos. ¿Por qué me tratas así? Se sentó frente a mí con una seguridad que me irritó. Como si el tiempo no hubiera pasado, como si no estuviera completamente fuera de lugar en mi vida. Suspiré, cruzándome de brazos. —Está bien, Rayan, pero no veo qué hay que hablar. Si estás aquí por la niña, ya les expliqué que no fue nada grave. Mi voz sonó más agitada de lo que quería admitir. Él esbozó una sonrisa ligera, como si le divirtiera mi intento de indiferencia. —Sofy, primero quiero decirte que me da una
Sofía Martínez El mensaje de Diego no solo me sacó una sonrisa, sino que me recordó lo comprometido que estaba con nuestra boda. Siempre atento, siempre un paso adelante, asegurándose de que cada detalle estuviera bajo control. La reunión con la planificadora de bodas más prestigiosa de la ciudad era hoy, y él quería asegurarse de que no lo olvidara. Como si pudiera hacerlo. Su entusiasmo por este evento, por cada elección que hacíamos juntos, hacía que mi corazón latiera con aún más fuerza. Era un hombre meticuloso, alguien que convertía lo complicado en algo sencillo con su temple y seguridad. Suspiré, sintiéndome afortunada. No solo porque me amaba con esa devoción inquebrantable, sino porque había encontrado en él un compañero en todo el sentido de la palabra. Antes de salir de mi turno, decidí hacer una última ronda. Quería revisar los resultados de los exámenes de la pequeña que ingresó esta mañana a emergencias. Si todo estaba en orden, podría darle el alta y permitirl
Sofía Martínez: El destino es un bromista cruel. Justo cuando crees haber cerrado un capítulo, se empeña en pasarte la página de golpe, obligándote a releer lo que habías dejado atrás. Volver a ver a Rayan, acompañado de aquella mujer, fue como sentir el eco de una herida que creí sanada. No lo dije, no reaccioné de ninguna manera evidente, pero Diego lo notó. Lo vi en la forma en que sus ojos buscaron los míos, en el modo en que su mano se posó sobre la mía con una sutileza protectora. No necesitaba palabras para entender que él sabía lo que yo estaba sintiendo. Porque sí, había algo en mi interior que se removió. No era amor, ni siquiera un deseo de regresar a lo que alguna vez fue, pero sí una pregunta que nunca tuvo respuesta: ¿alguna vez fui lo suficientemente importante para Rayan como para que intentara luchar por mí? Pero no podía permitirme quedar atrapada en esas dudas. Si algo tenía claro en esta vida, era mi amor propio. Siempre creí firmemente que quien te valora
Diego Jorge: Los días transcurrían con una intensidad abrumadora, y el hospital, como ya se había previsto, se convirtió en un campo de batalla donde la lucha contra la pandemia nos exigía hasta el último aliento. Cada jornada traía consigo más pacientes positivos, más complicaciones en terapia intensiva y más médicos y enfermeras cayendo enfermos a pesar de los protocolos estrictos. La sensación de descontrol era un espectro que acechaba constantemente, amenazando con devorarnos si bajábamos la guardia siquiera un instante. Sofía nunca contempló la posibilidad de renunciar. Al contrario, con esa determinación que siempre admiré en ella, habló conmigo para buscar la manera de alinear nuestras guardias y así enfrentarnos juntos a esta crisis. Conseguimos que el director accediera a nuestro pedido y, aunque el peligro seguía latente, el simple hecho de saber que podíamos apoyarnos el uno al otro nos otorgaba una sensación mínima de seguridad en medio del caos. A pesar d
Rayan Sotomayor El departamento permanecía sumido en la penumbra, apenas iluminado por el resplandor intermitente del televisor, donde las noticias se sucedían en un incesante eco de desesperanza: hospitales colapsados, médicos extenuados, vidas pendiendo de un hilo. Números fríos, estadísticas implacables que despojaban de identidad a las víctimas. Pero entre todas esas cifras, entre el caos creciente y la incertidumbre que envolvía al mundo, estaba ella. «Sofía.» Su nombre emergió en mi mente con la suavidad de un susurro, pero con el peso de un anhelo que nunca terminaba de desvanecerse. Me recosté contra el sofá, exhalando un suspiro cargado de emociones que no tenía derecho a sentir. En la pantalla, los titulares parpadeaban como advertencias de un destino implacable, pero yo solo podía pensar en ella. La imaginé en esos pasillos asfixiantes del hospital, con el cansancio dibujado en su rostro, pero con la misma determinación en la mirada. Sofía nunca se rendía, nunca dab
Sofía Martínez El mediodía se sentía denso, cargado de una tensión inexplicable cuando el director del hospital me llamó a su oficina. Caminé hasta allí con pasos cautelosos, una sensación de inquietud anidándose en mi pecho. Apenas crucé la puerta, noté la gravedad en su semblante. Me pidió que me sentara, y lo hice, aunque mis manos estaban frías y mi corazón latía con fuerza contenida. —¿Qué sucede, doctor? —pregunté con voz trémula. — ¿En qué puedo ayudarlo? El director inhaló profundamente, como si estuviera preparándose para soltar un golpe demoledor. —Sofía, necesito que guardes la calma con lo que voy a decirte —su tono fue pausado, cuidadoso, pero eso no impidió que mi cuerpo se tensara de inmediato. —Hace días, Diego se contagió y dio positivo para COVID-19. Supe en ese instante que el mundo a mi alrededor estaba a punto de desmoronarse. —Estuvimos tratándolo, pero no respondió al tratamiento como esperábamos —continuó. —Yo he estado al tanto desde el principio,
Rayan Sotomayor La ciudad se sentía ajena, distante. Sus calles, que en otro momento hubieran sido un reflejo del bullicio y la vida, ahora parecían un escenario marchito de una obra detenida en el tiempo. Me encontraba aquí, atrapado en una rutina vacía, pero con la mente fija en un solo pensamiento, en un solo nombre. «Sofía.» Intenté ponerme en contacto con ella de todas las formas posibles, pero el miedo y la vergüenza seguían aferrándose a mi pecho como cadenas invisibles. La cobardía me había silenciado cuando más necesitaba hablar, cuando más ansiaba escuchar su voz. Así que, en lugar de enfrentar mis propios errores, busqué otro camino. Le pedí a mi asistente que consiguiera el contacto del director del hospital. Sabía que aún existían restricciones severas y que acercarse a un centro médico sin motivo de urgencia era casi imposible. Pero si algo me había enseñado la vida era que todo hombre tiene recursos cuando la necesidad lo apremia. Y mi necesidad en este momento