Sofía Martínez: El momento de la despedida había llegado. Me llevaba conmigo la alegría de cada instante vivido, pero también un leve peso en el pecho, una opresión sutil que no podía ignorar. En el fondo, tenía miedo… miedo de que esto no tuviera un futuro, de que todo lo que habíamos compartido quedara reducido a un hermoso recuerdo. Sin embargo, no permitiría que la incertidumbre empañara el presente. No importaba cuánto durara lo nuestro; lo único que realmente tenía valor era lo feliz que había sido a su lado, aunque solo se redujera a estos únicos días. Nos miramos los cuatro, intercambiando sonrisas cargadas de emociones. El señor Roberto me informó que me llevaría al hotel, tal como Rayan lo había dispuesto. Asentí con gratitud antes de despedirme de Saúl con un beso en la mejilla. Y entonces llegó el momento más difícil. Frente a frente, mi soldado y yo nos contemplamos en silencio, como si quisiéramos grabar cada detalle del otro en nuestra memoria. Sus ojos, reflej
Tres semanas después… Rayan Sotomayor El trabajo ha sido intenso. Mis superiores me han delegado un sinfín de responsabilidades, aunque me mantengo ocupado, hay un pensamiento recurrente que no me deja en paz: Sofía. Nuestra comunicación ha sido constante y cada uno de sus mensajes tienen el poder de iluminar mis días, incluso en medio del agotamiento. Sin embargo, la distancia es un enemigo sigiloso. He fracasado antes en relaciones a distancia, a veces, mis propias dudas me atormentan. Pero entonces, Sofía aparece con su ternura, con esas fotos espontáneas de su día a día que me hacen sentir parte de su mundo. Es en esos momentos cuando decido que vale la pena intentarlo y juro que quiero poner de parte para que esto funcione. Hoy superviso un grupo de jóvenes aspirantes a soldados. Apenas tienen 18 años y están en la fase más dura del entrenamiento. Suelo ser estricto con ellos, pero me han demostrado resistencia y compromiso. El sol abrasador del mediodía nos obliga a hacer
Sofía Martínez Los días pasaban con una celeridad impresionante y ahora, sin apenas darme cuenta, había llegado el momento que tanto había imaginado. Mi llegada a esta ciudad marcaba el inicio de un nuevo capítulo, el comienzo del camino hacia mis sueños. Gracias a una agencia de bienes raíces, encontré un mini departamento perfecto para mí. Estaba ubicado cerca del hospital y tenía justo lo que necesitaba: comodidad, estilo y ese aire acogedor que transforma un simple espacio en un hogar. El departamento estaba ya amoblado, contaba con una cocina de estilo americano completamente equipada, con una pequeña isla que haría las veces de desayunador. Un poco más allá, un comedor redondo de vidrio con cuatro servicios aportaba elegancia y funcionalidad. Justo detrás, una puerta francesa blanca conducía a una pequeña terraza cubierta, desde la cual podía admirar el centro de la ciudad y el majestuoso cielo, que esa noche se teñía de tonos azulados y dorados. En la sala, un mueble de
Sofía Martínez: El tiempo pasó rápidamente entre la inducción que cada residente nuevo tenía sobre el manejo del sistema de historias clínicas, revisión de casos y la adaptación a la rutina del hospital. Me sentía como una esponja absorbiendo cada información, aunque mi estómago protestaba con insistencia, recordándome que era hora de almorzar. Apenas terminamos la sesión de la mañana, Irene apareció en la puerta de mi consultorio con una sonrisa cómplice. —Vamos a la cafetería antes de que termines desmayándote sobre un paciente. —bromeó. Acepté sin dudarlo y juntas nos dirigimos al área de comida estilo bufet. El aroma a platos recién preparados flotaba en el aire y no podía esperar para servirme algo sustancioso. Mientras seleccionábamos nuestros menús, una voz grave y varonil resonó detrás de nosotras. Era el tipo de voz que exigía atención sin esfuerzo, con un tono maduro y seguro. Irene y yo nos giramos casi al mismo tiempo, como si hubiéramos ensayado la sincronizaci
Sofía Martínez: Desde aquel día, no volvimos a tener contacto. En ocasiones, sentía el impulso de eliminar su número de mi lista de contactos, pero en otras, la nostalgia me detenía. Había una parte de mí que aún anhelaba que, de algún modo, él volviera a aparecer en mi vida. El tiempo siguió su curso y, sin darme cuenta, había llegado el día de mi cumpleaños. Hoy era jueves 2 de octubre y celebraba mis 24 años. Era mi primer cumpleaños lejos de mi familia, lo que inevitablemente me sumió en una ligera melancolía. Sin embargo, mis padres, como siempre, hicieron de este día algo especial. Su llamada llegó a las seis de la mañana, demasiado temprano para mi gusto, pero al escuchar sus voces llenas de amor, la incomodidad se disipó por completo. Mi madre, con su tono dulce pero firme, me recordó lo orgullosos que estaban de mí. —Estás volando con tus propias alas, hija —dijo mi padre con su característica voz cálida.—Mientras seas feliz, nosotros seremos felices. Aquellas palabras me
Sofía Martínez Llegó el amanecer, increíblemente estaba despierta antes de que el despertador sonara. Como cada mañana, me entregué a mi rutina con meticulosa precisión, buscando en ella un refugio contra la maraña de pensamientos que aún revoloteaban en mi mente. Trencé mi cabello en una perfecta trenza francesa, mi estilo favorito para el trabajo, pues mantenía mi larga melena bajo control durante toda la jornada. Luego elegí un suéter de invierno de cuello alto en un delicado tono rosa, unos jeans desgastados en las rodillas y mis fieles botines color café, ideales para el clima frío que abrazaba la ciudad. Desayuné en calma, saboreando el café caliente entre mis manos, mientras una sonrisa involuntaria se dibujaba en mis labios al recordar la llamada de Rayan la noche de mi cumpleaños. Su voz, su risa, la dulzura con la que me habló… Todo eso aún danzaba en mi mente como un eco reconfortante. El camino al hospital fue breve, como siempre, al llegar saludé con cortesía al pe
Sofía Martínez: Había pasado una semana desde que envié el paquete,no obtuve ningún tipo de respuesta por parte de Rayan, la incertidumbre se había convertido en un peso insoportable. No sabía qué pensar. ¿Acaso la empresa de encomiendas me había fallado y el paquete nunca llegó a su destino? ¿O lo peor de todo? ¿Rayan lo había recibido y simplemente decidió ignorarlo, sin siquiera molestarse en darme las gracias? Las preguntas daban vueltas en mi cabeza como un torbellino, desordenando mi calma. Cada día que pasaba sin noticias de él sentía que la respuesta era cada vez más obvia. Pero ya no podía seguir con esta duda clavada en mi pecho. Lo único que podía hacer era enfrentar la realidad, fuera cual fuera. Tomé el teléfono, respiré hondo y marqué su número. Después de unos tonos, su voz llegó al otro lado de la línea, serena, tranquila, como si nada hubiera pasado. —Hola, Sofy. Su tono era neutro, distante. Me aferré a la poca valentía que me quedaba y pregunté co
Sofía Martínez:No sé en qué momento llegué a este estado. Mi mejor amiga, Irene, me observa con un aire de compasión mientras doy otro sorbo a mi copa. El licor desciende abrasador por mi garganta, pero no logra quemar la melancolía que se aferra a mi pecho.—No puedo creer que esté haciendo esto —murmuro, sintiéndome patética. —Han pasado cinco meses desde que lo conocí… lo vi solo una vez en mi vida, ¡una! Y aquí estoy, tomando como si me hubieran dejado en el altar.Irene, con su infinita paciencia, me observa en silencio, dejando que mi drama se desarrolle sin interrupciones.—Dime, ¿qué clase de persona se aferra tanto a un recuerdo? —continúo, señalándome a mí misma con una risa amarga.—Ni siquiera intentó que esto funcionara… Ni un mensaje, ni una llamada. ¿Por qué me duele tanto?Irene suspira y me rodea con un brazo.—Si es tu destino, Sofy, lo volverás a ver. Y si no, pues.. —se encoge de hombros con dramatismo. — Siempre queda el tequila.Solté una carcajada entrecor