Blake Townsend es un hombre poderoso y rico, pero despreciado por la alta sociedad por ser hijo ilegitimo y por su mala reputación por sus relaciones con el bajo mundo. Lo apodan "el Diablo" por ser despiadado no solo en los negocios sino también con sus enemigos. Madelaine Aston Green es una socialite mimada y soberbia, descendiente de una de las familias más importantes de la aristocracia del país. Famosa por ser la chica más hermosa y deseada de la alta sociedad neoyorquina, él se obsesiona con la joven. Pero, es constantemente despreciado y rechazado no sólo por su linaje sino también por su fama. El jura vengarse de cada desplante que ha recibido y la oportunidad le llega cuando la familia Aston cae en desgracia en medio de la gran depresión de 1929 y él se presenta como su salvador pero a cambio quiere una sola cosa: a Madelaine como esposa. Desde allí la lucha entre ellos será constante pues ninguno de los dos ha nacido para ser sometido o humillado. Una historia en donde la pasión, orgullo, venganza , poder y amor estarán en juego constantemente.
Leer másA pesar de su férrea negativa tanto Henry como John acompañaron a Blake a la jefatura de policía. Ninguno de sus dos hombres de confianza sabia a ciencia cierta que pretendía hacer su jefe, pero si sabían una cosa: pasara lo que pasara, estarían a su lado. — Muchacho, yo no sé que pretende al venir aquí—le dijo John cuando llegaron a la puerta del lugar—. Pero le ruego que piense bien las cosas. Usted no ha hecho nada y no tiene porque estar aquí. Blake esbozó una media sonrisa. Había en ella un dejo de agradecimiento hacia el hombre, pero también de tristeza. — Creeme John que si no supiera quien está detrás de esto, me hubiese quedado en el club o posiblemente buscando al culpable. Pero sabiendo de donde viene esto, sólo me estoy anticipando a su jugada—dijo el joven, con una seguridad aplastante—. Él sigue subestimándome. Sé que su próximo movimiento será sembrar pistas para inculpar a Maddie, porque sabe que es mi puto débil y no se lo voy a permitir. Antes, prefiero pudrirme
Patrick caminaba por las calles de la ciudad, aún con la chaqueta cerrada hasta el cuello, como si pudiera protegerse del frío que no solo venía del clima, sino de la cruda realidad que lo rodeaba. Entonces lo vio. Un grupo de personas se agolpaba alrededor de un vendedor de periódicos. La portada era clara y contundente: "¡La joven asesinada es la atacante de la señora Townsend!" Sintió un nudo en el estómago. La fotografía en blanco y negro de Rose, con su rostro más vivo de lo que jamás volvería a estar, lo golpeó con la fuerza de un puño. —¿Lo ves? Te lo dije, seguro fue venganza —murmuró una mujer a su acompañante. —Y seguro el esposo de la señora Townsend tuvo algo que ver —respondió el hombre con un gesto de suficiencia. Patrick apretó los puños y siguió caminando. La gente hablaba como si supieran algo. Como si la vida de su prima se redujera a un simple titular. No podía quedarse de brazos cruzados. Tenía que encontrar al verdadero culpable antes de que Blake fuera arr
Patrick apenas pudo mantenerse en pie cuando el detective levantó la sábana blanca que cubría el cuerpo de Rose en la morgue. El aire estaba denso, impregnado con el olor metálico y químico de los desinfectantes. La luz fría y mortecina del fluorescente proyectaba sombras angulosas sobre la sala estéril. Verla allí, inerte, pálida y con visibles golpes en su rostro, lo desarmó por completo. —Es ella… es ella —musitó, soltando un llanto amargo—¿Por qué, Rosie? ¿Por qué todo tenía que terminar así para ti? —Preguntó secándose las lágrimas— ¡No es justo! El detective Sullivan se mantuvo en silencio por varios minutos dejando que Patrick descargara su tristeza. Entendía su dolor, pero él necesitaba respuestas. Patrick asintió. Un escalofrío le recorrió la espalda; la temperatura gélida de la morgue se colaba entre su ropa, haciéndolo temblar, aunque sabía que no era solo por el frío. Patrick sintió escalofríos al oír al detective. Apretó los dientes y desvió la mirada hacia los cuerpo
Afuera, la noche era un manto oscuro, solo interrumpido por las luces tenues de los faroles en la calle desierta. El cuerpo de Rose yacía en el suelo, tembloroso, su vestido estaba rasgado y su rostro marcado por el miedo. Sus ojos se movían frenéticamente en busca de una salida, pero no había escapatoria. Los hombres de Don Carlo ya la rodeaban, con miradas impasibles y manos preparadas para ejecutar su destino. Uno de ellos sacó un revólver y lo amartilló lentamente. Rose sollozó, sacudiendo la cabeza con desesperación. —¡Por favor! —gritó con la voz rota—. ¡No me maten, no quise hacerlo! ¡Fue ella, Ava, fue ella quien me manipuló! Los hombres no respondieron. Solo intercambiaron una mirada entre ellos antes de que el líder del grupo, Marco, se acercara con una soga en la mano. —Órdenes son órdenes, muñeca —dijo con una sonrisa cruel, rodeándole el cuello con la cuerda. Rose forcejeó, pero sus manos atadas le impidieron luchar con eficacia. Sintió cómo la soga se tensaba y su r
A pesar de todas las dudas que el consiglieri tenía, Paddy O´Brien cumplió con su palabra. A la hora y el lugar señalado, él junto a varios de sus hombres le entregaron a Rose a Carlo. — Como se lo prometí, Don Vitale. Aquí tiene a esta loca mujer —dijo el irlandés, dándole un leve empujón a Rose hacia adelante—. Es toda suya ahora. Espero que cumpla con su palabra y me dé lo que acordamos. Los hombres de Carlo inmediatamente agarraron a Rose de ambos brazos. Ella ya no estaba bajo el efecto de los medicamentos, así que era consciente de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Estaba aterrorizada de ver tantos hombres, pero no sólo de eso, de ver sus endurecidos rostros, miradas vacías que sólo le infundían desconfianza y horror. — ¡No! —gritó al ser arrastrada por los hombres de Carlo—¡No! ¿Adónde me llevan? ¿Quiénes son ustedes? Ninguno de los dos jefes se inmutó ante los desgarradores reclamos de Rose. Ni siquiera miraron hacia donde estaba ella. — Yo tengo palabra O´
A través de su amante Stella, Pietro Ferrante había logrado lo impensado: acercarse al principal club de lo O´Brien y dar con el paradero de Rose. Fue así como, apenas supo la ubicación exacta, se escabulló del lugar para darle las buenas nuevas a su hermano y este a Don Vitale. — Don Vitale, la hemos encontrado— le dijo Giorgio con alegría, pero a la vez, con gran respeto—. Está en ese club, donde prácticamente vive Paddy O´ Brien. Según pudo averiguar Pietro, la encontraron sus hombres vagando y al verla bella y joven se la llevaron, ya sabe, para que preste servicio allí. Así que, no creo que haya sido un plan premeditado por los irlandeses. El Don, miraba por el ventanal, con sus manos entrecruzadas detrás de la espalda. Giorgio no lo vio, pero el hombre esbozó una sonrisa tan complaciente como terrorífica. Ya tenía en sus manos a la asesina de su pequeño heredero, ese en que él había puesto sus expectativas y ahora, había llegado el momento de hacérselo pagar. Sangre co
Patrick y Maddie se quedaron mirando por un instante. Ambos de diferente manera, estaban sufriendo perdidas y transitando por un gran dolor. Aun así, el aprecio que les había generado la amistad que tenían, les permitió mirarse a los ojos, sin caer en reacciones que no llevarían a ningún lado más que provocar dolor. — Maddie... —dijo el abogado con voz ahogada—. Maddie, yo... lo... La joven lo detuvo de inmediato. — No lo digas Patrick. Si me vas a decir que lo sientes, mejor no lo digas—le dijo con firmeza—. Tú nada tienes que ver en lo que me ha hecho Rose. Ella ha cometido un crimen imperdonable, pero tú no tienes la culpa de nada. En cambio, Blake si tuvo que ver en todo esto... ¡Si él no la hubiese traído a nuestras vidas! —espetó, apretando los puños—. Él la trastornó... la enamoró, ilusionó y luego... y luego le ordenó que se deshiciera de su hijo. ¿Qué clase de hombre busca deshacerse de su propio hijo? ¡Oh, Dios! Sabía que él era un hombre terrible, pero no al punto de
Desde que había llegado a su casa, había comenzado a redactar el documento de divorcio y movido todas las influencias que tenía para lograr que un juez amigo el juez Mallory quien pertenecía a la corte suprema, le firmara el documento autorizando el divorcio. — Diablos Patrick— dijo suspirando el juez—. ¿Le has dicho a Blake en el lío en el que se está metiendo al querer hacer esto? ¡Esto podría destruir por completo su reputación! ¿Sabes lo que significa asumir ante la sociedad que le fue infiel a su esposa? Esto será su completa ruina. Patrick asintió. El día en el que había hablado con Blake, él se lo había explicado detalladamente. No era para nada fácil divorciarse en Nueva York, la única manera de hacerlo era si uno de ellos era infiel. Por lo tanto, ante esa hipócrita sociedad, el que había dado el mal paso quedaba marcado y un poco más excluido de dicho círculo. Aun así, Blake había decidido seguir adelante. Amaba tanto a su esposa, que estaba dispuesto a sacrificar todo
Blake apenas podía creer lo que había sucedido. Aún sentía el peso del arma en su mano, aunque ahora solo quedaba el temblor en sus dedos y el eco de su propia respiración entrecortada. Parecía que, después de la efervescencia del momento vivido en la residencia de los Hamilton, las palabras del conde lo hubiesen traído de vuelta a la realidad con un golpe seco. "¿En qué demonios estaba pensando cuando quise volarle los sesos a ese maldito frente a una pobre mujer embarazada?" se recriminó con furia. "Lo odio, lo odio con cada fibra de mi ser... Pero ella... ella es tan inocente como Maddie". El rostro aterrorizado de Sarah aún lo perseguía. La expresión de horror en sus ojos, la manera en que se aferraba al vientre, como si su propio cuerpo fuese un escudo contra el caos que estaba a punto de desatarse. Su llanto había sido desgarrador, casi animal, y en un instante, Blake se había visto reflejado en ese mismo sufrimiento. Porque él sabía lo que era perderlo todo. Entonces, pen