Mientras Don Carlo interrogaba a Vinnie, el doctor Milton Friedman se disponía a hacer lo que él creía correcto; hacer lo posible para liberar a Blake de las feroces garras de Ava. Mientras iba camino a la residencia de los Aston, su sentimiento de culpa pesaba cada vez más en su alma.¿Cómo se había dejado envolver de esa manera? ¿Por qué se había dejado enceguecer por su amor incondicional a Ava sin poder ver la realidad? La lluvia azotaba el parabrisas como látigos de agua, pero Milton no se detenía. Cada gota parecía una acusación, un recordatorio cruel de su complicidad en aquella pesadilla.Recordaba las palabras de Ava, tan dulces al principio, tan convincentes. Le hablaba de Blake como si fuera una amenaza, un tipo que prácticamente la había torturado. Y él... él había creído todo. Porque quería creerlo. Porque amaba a Ava desde el momento en que la había visto, aunque nunca lo hubiese admitido del todo. La admiraba, la idealizaba, incluso cuando su oscuridad se hizo evi
Apenas escuchó el anuncio del mayordomo, Don Vitale se detuvo en seco. Se giró lentamente clavando la mirada fúrica y atónita sobre el hombre.— ¿Qué dijiste? —preguntó con voz baja, cargada de gravedad.— Que la señora Madelaine, dice saber en donde se encuentra el señor Santino —repitió el hombre, visiblemente nervioso ante la intensidad en los ojos del Don.Carlo Vitale no perdió ni un segundo de tiempo. Caminó con rapidez directamente a su despacho con su hombre de confianza y su consiglieri pisándole los talones.Apenas entró, se dirigió hacia su escritorio y tomó el auricular del teléfono.— ¿Madelaine? —preguntó, como si todavía no creyera que fuese ella la que lo estaba llamando.La joven trataba de calamar su nerviosismo, pero no podía. La necesidad de volver a ver a Blake y tenerlo de nuevo con ella la carcomía. —¿Madelaine? —repitió Don Carlo, con una mezcla de sorpresa y cautela.—Don Vitale... Tío —dijo ella, casi sin aliento—. Tengo información… concreta. Blake está vi
El gran salón de la mansión de los Aston, de repente, se había transformado en un cuartel general de los mafiosos más implacables de Nueva York. Los hombres de confianza de Don Carlo iban llegando, cargando armas, chequeando mapas, hablando en voz baja con rostros graves. La tensión se respiraba como un perfume denso e inevitable. Nadie se reía. Nadie relajaba los hombros.En el centro de todo, Carlo Vitale permanecía de pie junto a la gran mesa de roble, señalando rutas sobre un plano rural extendido. A su lado, su consigliere y su jefe de seguridad, Marco, lo escuchaban con atención férrea.Tenían que ser exactos y fríos para llevar a cabo el ataque. De eso dependía el sacar con vida a Blake de ahí. Así que, tuvo que armarse de paciencia y escuchar el relato y las indicaciones de un aterrado Milton quien, con voz temblorosa trataba de ser lo más preciso posible.—Entraremos por el norte —indicó el Don, marcando con el dedo una curva del camino forestal—. Esta ruta secundaria nos da
El ruido de las ramas secas bajo sus botas parecía atronador en medio del silencio espeso del bosque. El aire estaba cargado de humedad, y apenas se distinguían las siluetas entre los árboles, recortadas por la escasa luz de la luna filtrándose entre las copas.Carlo alzó una mano. Todos se detuvieron.Freddo, que abría camino unos pasos por delante, hizo una seña con los dedos: uno… dos hombres apostados junto a un claro. Apenas visibles, pero ahí estaban, con rifles al hombro, fumando despreocupadamente.— Recuerden muchachos...silenciosos —susurró Carlo, sin necesidad de alzar la voz. Los suyos sabían perfectamente qué quería decir con eso.Marco y otro de los hombres más cercanos se movieron como sombras. Avanzaron entre la maleza con una precisión escalofriante. Uno de los guardias apenas tuvo tiempo de girar la cabeza antes de que un cuchillo le cortara el aliento. El otro se redujo con igual rapidez, su cuerpo cayó al suelo sin un solo grito.Un silencio aún más profundo les en
El galpón se alzaba sombrío entre los árboles, con la madera hinchada por la humedad y una única ventana cubierta con una lona raída. Apenas se mantenía en pie, pero desde su interior se filtraba una luz temblorosa, como de una lámpara de querosén o una vela.Carlo levantó el puño y sus hombres se detuvieron a unos metros de la entrada. Algo se movía adentro. Algo más que simple actividad… era violencia contenida.Marco avanzó con cautela por el costado y asintió. —Hay alguien. O más de uno.Freddo ya tenía su arma en mano, con el dedo firme sobre el gatillo. Maddie intentó adelantarse, pero Carlo la sujetó por el brazo.—Esperá la señal.—No —dijo ella, casi con rabia—. Es Blake.Antes de que pudiera detenerla, Maddie corrió hacia la puerta. Esta no estaba cerrada con llave. La empujó de un golpe, haciendo crujir las bisagras.El interior era oscuro y opresivo, con olor a encierro y a sangre vieja. En el rincón, sobre una manta sucia, estaba Blake. Sus muñecas estaban atadas, el ros
Nueva York, 15 de agosto de 1929 Blake Townsend y su amigo Patrick Stanton habían sido invitados a una de las tantas fiestas en donde la elite millonaria de la ciudad se reunía, esta vez el anfitrión era Richard Parker, un magnate naviero. Y aunque Townsend no era un hombre muy apreciado en la alta sociedad neoyorquina, por ser hijo ilegítimo y por haber acrecentado su fortuna de manera dudosa, era menester para cualquier empresario invitarlo, ya que siempre era bueno tener el apoyo financiero de un hombre como él. El lujoso salón de la mansión de los Parker brillaba con candelabros de cristal y paredes decoradas con obras de arte. Una orquesta tocaba suavemente en una esquina, añadiendo un toque de elegancia a la velada. Del otro lado del salón, una hermosa joven de dieciocho años se movía como pez en el agua dentro de ese ámbito, sonriendo y coqueteando con cuanto joven se le acercaba, despertando los celos y la envidia de las miradas femeninas. Portadora de una belleza sin
Blake estuvo el resto de la velada de malhumor viendo como Maddie, el objeto de su deseo permanecía allí con esa actitud de diva encantadora, bailando y coqueteando con cada hombre que se cruzaba en su camino. Su frustración creció cuando vio la gran sonrisa que ella lanzaba con la llegada de David Hamilton, el heredero perfecto y pulcro, cuyo linaje y reputación contrastaban de manera chocante con su propia esencia rebelde y despreciada por la alta sociedad.Apenas avanzó por el salón, Maddie no se preocupó por disimular su interés en él. _ ¡David! _ le dijo sonriéndole con su mirada centelleante _ creí que ya no vendrías, he estado reservando todos mis bailes para ti. Desde su rincón, Blake apretó los dientes. Cada palabra de Maddie, cada sonrisa dedicada a ese idiota, lo enojaba más.El guapo joven sonrió meneando la cabeza._ Maddie, te dije que vendría ... ¿Cómo podría perderme la oportunidad de bailar con la chica más hermosa de la ciudad? _ le dijo mirándola a los ojos _ te l
Nueva York, 20 de octubre de 1929 Blake estaba en la oficina del club clandestino que poseía, lugar en donde hombres de dudosa reputación y otros de doble moral asistían para saciar cualquier deseo que tuvieran ya fuera beber alcohol (que por esos años era ilegal), estar con mujeres dispuestas a cumplirles cualquier fantasía o jugar cualquier juego de azar. Él tenía el suficiente poder y dinero como para mantener su famoso antro muy bien protegido, la policía como las autoridades pertinentes estaban muy bien pagas como para mirar para otro lado. _ ¿Qué pasa Henry? _ le preguntó a su secretario que venía con cara de frustración _ ¿Alguien murió? El hombre se acercó y le dio una pequeña y fina caja rectangular de terciopelo rojo. _ La señorita Aston ha devuelto este regalo también señor _ dijo con temor el hombre _ le dijo al mensajero que, si sigue molestándola, llamará a la policía. Blake se llenó de furia tomando la caja y tirándola con fuerza contra la pared, golpeó un