Blake estuvo el resto de la velada de malhumor viendo como Maddie, el objeto de su deseo permanecía allí con esa actitud de diva encantadora, bailando y coqueteando con cada hombre que se cruzaba en su camino. Su frustración creció cuando vio la gran sonrisa que ella lanzaba con la llegada de David Hamilton, el heredero perfecto y pulcro, cuyo linaje y reputación contrastaban de manera chocante con su propia esencia rebelde y despreciada por la alta sociedad.
Apenas avanzó por el salón, Maddie no se preocupó por disimular su interés en él. _ ¡David! _ le dijo sonriéndole con su mirada centelleante _ creí que ya no vendrías, he estado reservando todos mis bailes para ti. Desde su rincón, Blake apretó los dientes. Cada palabra de Maddie, cada sonrisa dedicada a ese idiota, lo enojaba más. El guapo joven sonrió meneando la cabeza. _ Maddie, te dije que vendría ... ¿Cómo podría perderme la oportunidad de bailar con la chica más hermosa de la ciudad? _ le dijo mirándola a los ojos _ te lo prometí y sabes que cumplo todo lo que prometo. Ella hizo una especie de puchero y entrecerró los ojos. _ No sé, si cumples tu promesa debes bailar conmigo por lo que resta de la fiesta, lo harás ¿Verdad? _ lo miró fingiendo súplica e inocencia. Desde su posición, Blake escuchó el tono meloso de David, el típico halago de un hombre que no había conocido la lucha ni el desdén, un niño consentido por esa sociedad que a él tanto lo relegaba. Apretó los dientes mientras escuchaba la conversación. Su malhumor se transformó en una rabia silenciosa. "La chica más hermosa de la ciudad, pero que idiota es” pensó con sorna el hombre, repitiéndose la frase del otro. A Blake le costaba no reírse de la banalidad de las cosas que decía David, pero lo que más le molestaba era que esas tontas y superficiales palabras parecían haber engatusado a su hermosa Maddie. _ ¡M@ldita coqueta! _ musitó Rose Stanton quien estaba al lado de su primo Patrick y de Blake junto a otra amiga _ no le basta con tener a todos de su mano, que ahora quiere conquistar a David Hamilton. ¡Ah, pero que linda sorpresa se va a llevar cuando sepa que sus padres quieren a otra mujer para su hijo! Rose, al igual que él, observaba la escena con un toque de cinismo. "M*****a coqueta", pensó Blake, sin poder evitar una sonrisa amarga ante el comentario de Rose. La cínica revelación sobre los planes matrimoniales de los padres de David solo acentuaba la ironía de la situación. Mientras Maddie jugaba a ser la estrella de la noche coqueteándole descaradamente a un hombre que se iba a comprometer con otra, Blake se preguntaba si ella era conocedora de la situación del otro o no. Si lo sabía y aún así lo seguía seduciendo, ella no tenía mucho que criticar de él, pues su reputación también dejaba que desear. El hombre elevó una ceja, tomó un sorbo de whisky y apretó los labios. Maddie era como una diosa que desprendía sensualidad y hermosura por donde se la mirara y la quería para él. No le importaba por encima de quien tuviera que pasar para tenerla, él no era un hombre que tuviese escrúpulos a la hora de saciar sus deseos. _ Ese tonto no podría distinguir una naranja de una manzana_ se burló Blake despechado mirando a la pareja que bailaba _ dudo que sepa distinguir entre una mujer que valga la pena y otra que no. Rose lo miró por un instante, Blake era un hombre extremadamente atractivo tenía una estatura imponente, alrededor de 1.90 y de complexión atlética y musculosa. Su rostro era angular con pómulos marcados y una mandíbula definida. Su cabello de color oscuro y algo despeinado resaltaba su estilo masculino y rebelde. Sus ojos eran color miel y solían llevar una expresión intensa y reacia, al contrario de todos los hombres de ese entorno, él usaba una incipiente barba, detalle que lo hacía aún más atractivo y deseable para el público femenino. Salvo para la chica en la que él había puesto sus ojos, esa estaba bailando embobada con David Hamilton. _ Señor Townsend, ¿Usted no quiere bailar? _ le dijo Rose con tono seductor tratando de llamar su atención. Blake la miró por unos segundos con indiferencia, Rose no era una chica fea, al contrario, era bastante atractiva, sin embargo, él ya había sido capturado por el encanto de Madelaine, como sucedía con la mayoría de los hombres que estaban ahí. Pero ella tenía que ser de él y solo de él, y la mejor manera de sacarla de los brazos de ese imbécil de David, era justamente en el salón de baile. Y él no solo sabía bailar, sino que lo hacía muy bien. Miró a Rose y le sonrió de lado, una sonrisa que a la chica le hizo temblar las piernas. A la joven realmente no le interesaba la fama que Blake tenía, tampoco lo mal visto que estaba ahí. Ese hombre era simplemente irresistible. _ Señorita Stanton, ¿Me haría el honor de bailar conmigo? _ le dijo de manera encantadora con su grave voz. Rose inmediatamente le tendió la mano a pesar de que su amiga trataba de persuadirla de que no lo hiciera. _ Por supuesto que bailaré con usted _ dijo ella totalmente cautivada por esos ojos poderosos que se escondían debajo de unas frondosas pestañas negras. Comenzaron a moverse con gracia y destreza por todo el salón de baile al ritmo de la música. La orquesta en la esquina del salón tocaba una animada pieza de jazz, con un ritmo contagioso que hacía que todos los pies se movieran. A medida que el baile continuaba, el hombre mantenía un ojo en Maddie y David. Estaba decidido a cambiar de pareja en el momento adecuado. Con un movimiento fluido, Blake condujo a Rose cerca de la pareja, quienes estaban tan inmersos en su propio baile que no se dieron cuenta de la proximidad del “Diablo” hasta que fue demasiado tarde. _ Oh, lo siento señor Hamilton _ le dijo desafiante con una gran sonrisa maliciosa ante la sorpresa no solo de la pareja sino de su compañera de baile _ ¡haremos cambio de pareja! David parpadeó sorprendido mientras Maddie era literalmente arrancada de sus brazos y tirada hacia los de Blake. _ ¡Pero que hace, salvaje! ¡Suélteme! _ musitó con furia la joven, tratando de librarse del amarre del hombre _ ¡no quiero bailar con usted! El lejos de soltarla le apretó aún más la pelvis contra su cuerpo. _ Shh, no levante la voz _ le susurró al oído con voz ronca y seductora _ una princesa como usted debe guardar la compostura en todo momento ¿No es así? _ Es usted un maldito _ le dijo ella con desdén _ un ser despreciable, me repugna, suélteme. La mirada de Blake se oscureció, el demonio que albergaba en su alma comenzaba a mostrarse. _ Tenga cuidado con lo que dice, algún día se puede arrepentir de sus palabras _ su tono ya no era tan encantador. _ Lo digo y lo sostengo _ lo miró con firmeza y furia _ no quiero que alguien como usted vuelva a tocarme. Blake trató de calmarse, se agachó acercándose peligrosamente a los labios de la chica. _ Eso lo veremos señorita Aston, quizás termine siendo mi esposa. Maddie lo miró horrorizada. _ Ni aunque fuese el último hombre en la tierra me casaría con usted_ se soltó _ Soy una Aston, y usted señor, aunque tenga mucho dinero, está muy por debajo de mí. No lo olvide nunca _dijo despectivamente.Nueva York, 20 de octubre de 1929 Blake estaba en la oficina del club clandestino que poseía, lugar en donde hombres de dudosa reputación y otros de doble moral asistían para saciar cualquier deseo que tuvieran ya fuera beber alcohol (que por esos años era ilegal), estar con mujeres dispuestas a cumplirles cualquier fantasía o jugar cualquier juego de azar. Él tenía el suficiente poder y dinero como para mantener su famoso antro muy bien protegido, la policía como las autoridades pertinentes estaban muy bien pagas como para mirar para otro lado. _ ¿Qué pasa Henry? _ le preguntó a su secretario que venía con cara de frustración _ ¿Alguien murió? El hombre se acercó y le dio una pequeña y fina caja rectangular de terciopelo rojo. _ La señorita Aston ha devuelto este regalo también señor _ dijo con temor el hombre _ le dijo al mensajero que, si sigue molestándola, llamará a la policía. Blake se llenó de furia tomando la caja y tirándola con fuerza contra la pared, golpeó un
Nueva York, 15 de diciembre de 1929 Madelaine Aston estaba devastada. Miró a su inflexible madre, la gran Edith Green de Aston, quien parecía no atender los reclamos desesperados de su hija. Su deber como madre y por ahora jefa de la familia, era defender a como diera lugar, la posición y buen nombre de esta, eso incluía no caer en la ruina total. Su semblante adusto e inflexible lo decía todo; esta vez no le iba a permitir a su hija salirse con la suya. _ ¡No voy a casarme con ese hombre! _ gritó la joven mientras lloraba a mares _ ¡es un ser repugnante me da asco, lo odio! _ No estoy aquí para preguntarte Maddie, solo vine a avisarte para que estes lista _ le dijo la mujer buscando varios vestidos de finísima seda para que su hija se probara _sabes tan bien como yo, que es la única manera de salvar a nuestra familia, ¿Quieres que tu padre termine como todos los demás? ¿Desearías leer en los diarios que se voló los sesos o se tiró de un edificio por no poder soportar la ruina
Nueva York, 31 de diciembre de 1929 Durante las sucesivas semanas, el chisme del compromiso de Blake y Maddie fue la sensación de la alta sociedad. Durante mucho tiempo se habían estado preguntando quien sería, la mujer que conquistaría el corazón de un soltero empedernido como él. A casi nadie le sorprendió que esa chica fuera Maddie ya que era considerada la joven más hermosa de la aristócrata sociedad neoyorquina y porque no, del país. La presentación como pareja oficial la hicieron en la celebración de año nuevo justamente en la mansión de los Aston, quienes, gracias al apoyo económico de su futuro yerno, no había sucumbido como les había sucedido a otros. Obviamente, la fiesta era mucho más sobria y menos ostentosa que la de años anteriores, pero no por eso menos elegante. Edith se había encargado de que todo estuviera perfectamente dispuesto para la presentación de la “glamorosa” pareja. Maddie se había refugiado en la biblioteca, no quería participar de aquel circo.
Nueva York, 15 de marzo 1930. A pesar de los intentos de Madelaine por retrasar la boda, Edith se aseguró de que todo se llevara a cabo cuanto antes. La rápida unión de la pareja se convirtió en el chisme preferido de la alta sociedad neoyorquina, donde todos conocían o suponían las verdaderas razones detrás de ese matrimonio. En esa época y en esos círculos, los matrimonios por conveniencia no eran una novedad, sino una norma, especialmente en tiempos tan inciertos. Madelaine no fue la única en ese ámbito que se sacrificaba en nombre de la familia, pero lo que más sorprendió a todos fue la elección de los Aston, una familia que por parte de Edith se emparentaba con la realeza británica, casaba a su hermosa y única hija con Blake Townsend, un bastardo reconocido por su padre por fuerza mayor, cuyos rumores decían que tenía conexiones con la mafia, eso sí que fue algo muy inesperado. “La bella y noble princesa se casa con el hijo de una prostituta bailarina, y con fama de ser
El elegante y suntuoso salón de baile estaba lleno de risas y festejos. La música flotaba en el aire, cortesía de la orquesta de un músico que comenzaba a hacerse un nombre en los círculos de la alta sociedad, Glenn Miller (*). Su sonido fresco y moderno añadía un toque de sofisticación a la ya opulenta celebración, mientras los invitados se dejaban llevar por las melodías de moda. La hermosa Madelaine, se hallaba sentada en su mesa, sin emitir palabra y viendo toda aquella escena sonriendo con cinismo. _ ¡Todos felices celebrando mi ruinoso y estúpido matrimonio! _ espetó por lo bajo sin dejar de sonreír. Miró hacia todos lados hasta que encontró a su flamante esposo quien, sin duda, estaba disfrutando de la atención que todos le daban. Ahora que estaba emparentado con los Aston ya nadie hablaría cuestionaría su ascendencia. Él elevó sus ojos, mirándola, soltándole una sonrisa fría y sarcástica y ella hizo lo mismo. _ ¡Cínico maldito! _ musitó Maddie _ Tú no tienes idea d
Blake observaba a Maddie desde la distancia, con una sonrisa fría en los labios, pero su interior era un caos de emociones. El verla bailar con Patrick, alguien a quien él había considerado un aliado leal, desató en él una tormenta de celos, pero eso no era todo. Mientras apretaba los puños, sintió un nudo en el estómago, una sensación que no estaba acostumbrado a enfrentar: inseguridad. ¿Y si Maddie, con toda su inteligencia y encanto, lograba escapar de su control? Esa posibilidad lo enfurecía más que la simple idea de otro hombre tocándola. Blake siempre había estado seguro de su poder, de su capacidad para manipular a quienes lo rodeaban, pero ahora, viendo la chispa de desafío en los ojos de su esposa, una chispa que nunca había previsto, comenzó a cuestionar si realmente tenía el control que tanto presumía. Un destello de arrepentimiento cruzó por su mente, pero lo apartó rápidamente. No podía permitirse mostrar debilidad, no aquí, no ahora. Sin embargo, la idea de que su pr
Conforme la fiesta iba a llegando a su culminación, los nervios de Madelaine se hicieron más evidentes. Tenía la certeza de que esa misma noche Blake la forzaría a tener relaciones con él. De solo pensarlo, se le revolvía el estómago, le daba asco imaginárselo acostándose con alguien tan desagradable como Rose Stanton y luego que tratara de tocarla a ella. De manera inconsciente, comenzó a sentir náuseas. _ Alice, por favor acompañame al tocador, no me siento bien _ le rogó a su amiga y cuñada. La otra se alarmó al verla tan pálida y desmejorada. _ Has bebido demasiado, eso sucede. ¿Por qué lo has hecho? _ la reprendió su amiga _ Tú nunca bebes. Es tu noche de bodas, deberías estar bien. Ella esbozó una leve sonrisa. _ Justamente es por eso por lo que bebí, para no recordarlo _ miró hacia atrás para asegurarse que su esposo la viera _ llevame, Alice. Necesito ver a Lidia antes de irme... _ ¿A Lidia? ¿Tu nana? _ la miró perpleja _ ¿Dónde está Lidia? _ Esperándome en el
Madelaine apenas podía concentrarse en los detalles del ascensor que subía lentamente al piso más alto del Plaza Hotel. Al llegar a la suite, Blake la guio con firmeza hasta la entrada, donde un mayordomo les abrió la puerta y luego se retiró en silencio. La habitación, iluminada por la suave luz de las lámparas de cristal, revelaba un lujo abrumador que solo intensificaba la sensación de encarcelamiento en Madelaine. La suite era un tributo al esplendor de la Belle Époque, con paredes recubiertas en damasco dorado y cortinas de terciopelo color burdeos que caían en cascadas a lo largo de las altas ventanas. En el centro de la suite, la cama con dosel parecía un trono, con sábanas de satén blanco y almohadas bordadas con hilo dorado. Las sutiles fragancias de las flores frescas, dispuestas en jarrones de porcelana sobre las mesas de noche, apenas lograban calmar el nudo en el estómago de Madelaine, todo ese lujo le recordaba el gran precio que estaba pagando al casarse con Blake; su