Luciana Ferrer ha pasado años persiguiendo un sueño que parece cada vez más lejano: convertirse en una escritora publicada. Tras una serie de rechazos editoriales y con la presión de pagar sus cuentas, acepta una oferta inesperada que podría cambiar su destino: ser la asistente personal de Alexander Varnell, el autor de novelas románticas más influyente de la última década… y también el más insoportable. Alexander es un genio de la literatura, pero un desastre como persona. Su talento lo llevó a la cima, pero un pasado traicionero y años de perfeccionismo lo han dejado atrapado en el peor bloqueo creativo de su carrera. Su editorial lo presiona para entregar su próxima novela, y contratar a Luciana es su última carta antes de que lo declaren un autor acabado. Desde el primer encuentro, la relación entre ellos es un campo de batalla. Alexander detesta la intrusión de Luciana en su mundo, y ella se niega a ser tratada como una simple secretaria. Sin embargo, mientras los días pasan y los conflictos se intensifican, la chispa entre ellos comienza a ser algo más que tensión profesional. Luciana, con su pasión por las palabras, despierta en Alexander un fuego que creía extinto. Y él, con su mente brillante pero atormentada, la enfrenta a una verdad que no quiere admitir: su miedo no es al fracaso, sino a enamorarse de alguien como él. Cuando un contrato inesperado la obliga a elegir entre su propia carrera y la única persona capaz de entender su alma, Luciana deberá tomar una decisión que podría cambiar su vida para siempre. ¿Escribirán juntos su propia historia de amor o dejarán que el miedo borre las páginas de lo que podría ser un romance inolvidable?
Leer másEpílogoAños después, el manuscrito original fue guardado en una vitrina de cristal en la Biblioteca Nacional, bajo la sección de “Literatura que cambió una generación”. Nadie lo tocaba sin guantes blancos. Nadie lo leía sin lágrimas.Luciana, ya lejos del bullicio mediático, seguía escribiendo. Su cabello tenía algunas hebras plateadas, pero su mirada era aún más aguda. Su historia, una vez filtrada, tergiversada, expuesta… ahora era suya. Entera. Íntegra. Inquebrantable.Vivía frente al mar, en una casa blanca de paredes cubiertas por libros y fotografías. No daba entrevistas. No asistía a premiaciones. Solo dejaba que sus palabras hablaran por ella, como siempre había querido.Una periodista le preguntó en una entrevista final:—¿Por qué tituló su novela Bajo el mismo contrato?Luciana sonrió, y por primera vez en años, respondió sin vacilar:—Porque todos, en algún momento de la vida, firmamos un contrato invisible. No con editores ni amantes. Con nosotros mismos. Un contrato de l
El silencio en la habitación se volvió insoportable. Luciana sostenía el teléfono con la imagen congelada de Alexander y Camila abrazándose. Una escena del pasado, pero que ahora se sentía como una traición recién cometida.—¿Cuándo fue esto? —preguntó, sin apartar la vista de la pantalla.Alexander se acercó despacio, como si cada paso pudiera romper algo más.—Fue antes de todo esto. Antes de ti. Antes del libro. Antes de que yo entendiera lo que estaba en juego.Luciana lo miró por fin.—Pero no fue antes de la verdad. Esa ya la conocías.Alexander no supo qué decir. Y en su silencio, Luciana sintió algo que dolía más que el engaño: la decepción.Ella se levantó del sillón. Caminó hacia la ventana mientras las luces de la ciudad iluminaban las cortinas con un tono dorado y distante. Se abrazó a sí misma, no para consolarse, sino para contener todo lo que no gritó.—Luciana… —intentó Alexander.—No —lo detuvo ella, girándose con firmeza—. No me expliques. No me expliques lo que fue.
Luciana releyó el nombre una y otra vez: Camila Duarte. Estaba al pie del manuscrito que acababan de recibir por correo, firmado con trazo firme, casi desafiante. El corazón le latía con violencia, pero no era miedo. Era traición. Era rabia. Era la sensación de que alguien había intentado borrar su historia y reescribirla con tinta ajena.(…)⸻Alexander cerró el sobre con la amenaza en la mano. La apretó con los dedos hasta deformarla. Luciana lo observaba desde el borde de la cama.—Ya no es solo un juego de poder literario. Esto es personal.—Siempre lo fue —respondió Luciana, sin moverse—. Desde el primer archivo. Desde el primer silencio comprado.Alexander se acercó, el sobre ya arrugado.—Tienes que salir de Ginebra. Hoy mismo. Yo puedo quedarme a enfrentar lo que venga. Pero no quiero que te conviertas en un objetivo.Luciana lo miró con frialdad y firmeza.—No me iré. No ahora. No después de haber llegado tan lejos. Si Camila cree que puede asustarme con un documento firmado
Luciana caminaba por el borde del lago en Ginebra con el abrigo cerrado hasta el cuello. El frío no era lo que la estremecía. Era la voz de Camila, el archivo en su teléfono, y el vacío que ahora latía entre ella y Alexander. Aunque él seguía en la habitación, escribiendo su “confesión”, algo había cambiado entre ellos. Algo se había roto.Pasaron horas hasta que regresó al hotel. Cuando entró, lo encontró dormido sobre el escritorio, con el portátil a medio cerrar y una hoja impresa entre sus dedos. Se la quitó con cuidado. Era un fragmento del manuscrito.“Tener la verdad entre las manos y no usarla es más cruel que ignorarla por completo. Yo la usé. Y con eso maté parte de lo que podía haber sido.”Luciana sintió un nudo en el estómago. Se sentó junto a él y lo observó dormir. La línea entre redención y culpa era tan delgada que dolía.Cuando Alexander despertó, la encontró con la hoja en la mano.—¡No te oí entrar! —dijo, incorporándose rápido.—Estabas dormido. Y escribiendo cosa
Luciana no durmió esa noche. Después de la llamada, se encerró en el baño con el teléfono pegado al oído mientras Alexander dormía, agotado. Camila hablaba en susurros, como si alguien pudiera estar escuchando incluso desde otra ciudad.—Luciana, escucha. No te llamé para manipularte. Lo juro. Pero hay cosas que no sabes de Alexander. Cosas que él no te dijo porque… porque cambiarían todo.Luciana no respondió. Dejó que hablara. Su corazón latía tan fuerte que apenas podía oírsele a sí misma.—El archivo que él dice que recibió incompleto… no fue así. Él sabía lo que contenía. Y lo usó. No para ayudar a las sobrevivientes. Lo usó para limpiar su nombre en el mundo literario. Fue parte de un acuerdo. Una transacción.Luciana se apoyó en el lavamanos. Todo parecía girar.—¡Estás mintiendo! Él me lo explicó. Fue una víctima también.—Lo fue. Al principio. Pero después tuvo una opción. Y eligió callar. No te pido que me creas. Te estoy enviando los correos. Las firmas. Las fechas.Luciana
Ginebra los recibió con un cielo gris, el tipo de gris que no prometía tormenta pero tampoco paz. Desde el aeropuerto, una comitiva oficial los trasladó directamente al hotel cinco estrellas donde se hospedarían junto a otros oradores del Congreso Internacional de Derechos Humanos. El evento se perfilaba como uno de los más importantes del año: presidentes, premios Nobel, activistas y periodistas de todo el mundo estarían allí.Pero Luciana sabía que no estaban siendo celebrados. Estaban siendo observados.Apenas llegaron a la suite, Alexander activó un bloqueador de señal. Habían aprendido a tomar precauciones desde que las amenazas se volvieron parte de la rutina. El arreglo floral que los esperaba sobre la mesa tenía un lazo dorado. Luciana no lo tocó.—No confíes ni en las flores, ¿eh? —intentó bromear Alexander.—No confío en las flores que llegan sin nombre —respondió ella, abriendo la maleta sin apartar la vista del ramo.La primera reunión fue con los organizadores del Congres
La amenaza escrita en tinta roja no se desvaneció con el amanecer. Se quedó en la mente de Luciana como un eco persistente, como si cada letra se hubiese tatuado en su piel. “NO HA TERMINADO.” Tres palabras que podían ser todo… o nada. Una advertencia o una provocación.Mientras desayunaban en silencio en el comedor del hotel, Alexander hojeaba las noticias desde su teléfono y Luciana repasaba una lista de entrevistas pendientes. Aparentemente, todo seguía igual. Pero ambos sabían que el silencio era sólo la antesala de otra tormenta.—Hay un artículo nuevo en una revista digital de opinión —dijo él sin levantar la mirada.—¿Sobre el libro?—Sobre ti. Te llaman “la escritora desnuda”. Una crónica sobre el escándalo del video.Luciana cerró los ojos.—Siguen quitándole el foco a lo importante. No soy yo. Es la historia que escribimos.Alexander dejó el teléfono a un lado. Se inclinó hacia ella y tomó su mano.—Vamos a cambiar eso. Desde adentro.—¿Cómo?—Contando otra parte. Nuestra pa
La noche cayó en Oslo con una quietud extraña, como si el mundo hubiera hecho una pausa para observarlos desde lejos. Afuera, la ciudad se preparaba para el invierno real, ese que no se anuncia con copos suaves, sino con el silencio absoluto de una helada que cala hasta el alma. Dentro de la suite, la atmósfera era cálida. Había velas encendidas, una botella de vino a medio terminar y dos cuadernos abiertos sobre la mesa de madera junto a la ventana. Alexander estaba descalzo, con una camisa suelta que dejaba ver su clavícula marcada. Luciana tenía el cabello recogido en un moño desordenado, su piel iluminada por el resplandor ámbar de la lámpara. El silencio entre ellos no era incómodo. Era denso. Cómplice. Habían sobrevivido a tanto en tan poco tiempo que ahora compartían algo más peligroso que la pasión: la intimidad verdadera. Alexander fue el primero en romperlo. —Hoy recibí una propuesta para publicar mi próxima novela en Alemania. Una historia inspirada en lo que estamos
Luciana no había olvidado el video.Podía hablar con Alexander, reconstruir la confianza, planear confrontaciones con Camila o preparar el lanzamiento de su libro, pero el recuerdo de esa imagen suya—dormida, desnuda, grabada sin su consentimiento—la seguía como una sombra adherida a la piel. Cada vez que cerraba los ojos, lo revivía: la vulnerabilidad expuesta, la violencia del silencio, la certeza de que había sido profanada sin siquiera ser tocada.Esa noche, no podía dormir. Se levantó, cruzó la habitación oscura y encendió su cuaderno. Escribió una sola frase:“Me miraron como si no fuera yo. Me robaron hasta el sueño.”Alexander la observaba desde la cama. Después del perdón, después del acuerdo para seguir juntos, había espacio para otra cosa: venganza. Justicia. Reparación.—No podemos dejarlo así, Lu —dijo con voz ronca desde la almohada.Luciana lo miró, sin responder. Volvió a escribir.“La venganza es una palabra masculina. La justicia, femenina. Yo elijo la segunda.”⸻Al