El viento nocturno azotaba las ventanas de la casa de Alexander Varnell, y en su estudio, el silencio era tan denso como la tensión entre él y Luciana Ferrer. Había pasado una semana desde la última vez que Alexander había escrito algo, y aunque la escena que había plasmado en papel aún resonaba en la mente de Luciana, él no había vuelto a escribir una sola línea desde entonces.
Pero hoy, algo cambiaría. Luciana entró al estudio sin esperar una invitación, encontrándolo nuevamente en su escritorio, pero esta vez con una botella de whisky a medio consumir junto a él. —¿Otra vez con esto? —dijo, cruzando los brazos. Alexander levantó la vista con su típica expresión de indiferencia. —¿Con qué? —Con la autodestrucción —respondió ella sin rodeos—. No escribir, beber antes del mediodía, aislarte del mundo como si estuvieras atrapado en una m*****a tragedia griega. Alexander la miró fijamente, sus ojos fríos como el hielo. —Si no te gusta cómo manejo mi vida, la puerta está abierta. Luciana avanzó hacia él, apoyando las manos en el escritorio. —No voy a ninguna parte. Alexander apretó la mandíbula, pero no dijo nada. Entonces, la puerta principal sonó con fuerza. Luciana frunció el ceño y giró hacia la entrada. Alexander se levantó con pesadez y caminó hacia la puerta. Cuando la abrió, un hombre alto y elegante estaba parado en el umbral. —Javier Rosales —dijo el recién llegado, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Luciana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Javier era su exnovio. Y, peor aún, era editor de una de las editoriales rivales más importantes. —¿Qué demonios haces aquí? —preguntó Alexander con tono cortante. Javier entró sin esperar una invitación. —Negocios —respondió, con su tono seguro—. Y también, una advertencia. Alexander cruzó los brazos. —No tengo interés en nada que venga de ti. Javier sonrió con calma, pero sus ojos se fijaron en Luciana con algo que parecía orgullo y lástima al mismo tiempo. —Luciana, me sorprende verte aquí —dijo—. Pensé que tenías aspiraciones más grandes que ser la niñera de un escritor bloqueado. Luciana sintió el calor subirle a las mejillas, pero no se dejó intimidar. —No sabía que ser editor ahora incluía dar discursos motivacionales. Javier dejó escapar una risa seca. —Vine a advertirte, Varnell. Tu editorial está perdiendo la paciencia contigo. Si no entregas tu manuscrito en las próximas semanas, van a romper tu contrato y te sacarán del mercado. Luciana miró a Alexander, esperando ver algún indicio de preocupación en su rostro, pero su expresión seguía siendo imperturbable. —¿Eso es todo? —preguntó Alexander con frialdad. —No. También vine a hacerte una oferta —Javier sacó un sobre de su abrigo y lo dejó caer sobre la mesa—. La editorial para la que trabajo quiere comprarte. Si firmas este contrato, te pagarán una cifra con la que podrías retirarte cómodamente sin volver a escribir otra palabra. Luciana sintió como si el aire se le atascara en los pulmones. ¿Retirarse? ¿Sin volver a escribir? Miró a Alexander, esperando una reacción. Pero él solo tomó el sobre y lo arrojó a la chimenea sin abrirlo. Javier chasqueó la lengua. —Eso es lo que pensé. —Cierra la puerta cuando salgas —dijo Alexander, volviendo a su escritorio. Javier la miró una última vez, pero esta vez su sonrisa tenía un matiz diferente. Luciana no supo si era burla o algo más peligroso. —Nos veremos pronto, Ferrer. Cuando Javier salió de la casa, Luciana se giró hacia Alexander. —¿No te importa en lo absoluto que estén a punto de despedirte? Alexander bebió un sorbo de su whisky con total calma. —No me van a despedir. —¿Y cómo puedes estar tan seguro? Alexander la miró directamente a los ojos, y por primera vez en todo el tiempo que llevaban trabajando juntos, su mirada la paralizó. —Porque ahora tengo una razón para escribir. Luciana sintió su respiración volverse irregular. ¿Qué significaba eso? Pero antes de que pudiera preguntarlo, Alexander se puso de pie y caminó hasta ella, acortando la distancia entre sus cuerpos. —Te voy a pedir algo, Luciana —dijo con voz baja—. Y quiero que me des una respuesta honesta. Luciana tragó saliva. —Está bien… —¿Por qué te quedas? La pregunta la tomó por sorpresa. —Porque… porque creo en tu talento. Porque sé que puedes escribir algo que cambiará la vida de muchas personas. Alexander la estudió en silencio. Entonces, sin previo aviso, alzó la mano y le acarició suavemente la mejilla. Luciana se quedó inmóvil. El contacto fue inesperado. Sus dedos eran fríos, pero su tacto fue delicado, casi reverente. —Eso es interesante… —susurró Alexander. Luciana sintió su corazón martilleando en su pecho. —¿Qué cosa? Alexander bajó la mano y sonrió, pero no era una sonrisa real. —Que tú creas en mí… más de lo que yo creo en mí mismo. Y con esas palabras, se dio la vuelta y salió del estudio. Luciana se quedó allí, con la piel todavía ardiendo donde él la había tocado, con la mente llena de preguntas que no sabía si quería responder. Pero algo era seguro. Ese hombre estaba más roto de lo que ella había imaginado. Y por alguna razón que no podía explicar, quería encontrar cada pedazo y descubrir la verdad que había detrás de él.El estudio estaba en silencio. Solo el sonido del tictac del viejo reloj de pared rompía la calma, marcando cada segundo como un recordatorio de todo lo que no se había dicho. Luciana Ferrer se mantenía de pie junto al escritorio, con la piel aún ardiendo donde Alexander Varnell la había tocado la noche anterior. No debía significar nada.Pero significaba.El problema era que no podía permitirse descifrar el motivo.—Margot me dijo que hoy te encontraste con un problema en la editorial —dijo finalmente, rompiendo el silencio.Alexander, que había estado observando la chimenea con una copa en la mano, ni siquiera giró la cabeza.—Margot habla demasiado.Luciana cruzó los brazos.—Te van a despedir si no entregas tu novela.—¿Y eso te preocupa?—Si no te importara, no estarías bebiendo antes del almuerzo.Alexander finalmente se giró para mirarla. Sus ojos azules eran como dagas de hielo.—Voy a escribirla.—¿Cuándo?—Cuando pueda.Luciana apretó los labios. Su paciencia tenía un límite
El aire dentro del estudio de Alexander Varnell se volvió espeso, casi irrespirable. Luciana Ferrer sostenía la foto en su mano, sintiendo su peso como si fuera una piedra atada a su pecho. La imagen de Alexander abrazando a una mujer cuya identidad había sido tachada era una puerta abierta a preguntas que él no quería responder.Alexander estaba de pie junto a la puerta, observándola con una frialdad que la hizo estremecerse.—¿Dónde conseguiste eso? —preguntó con voz controlada, pero su tono ocultaba algo más oscuro.Luciana no apartó la mirada.—Javier me la dio.El nombre de su ex hizo que la mandíbula de Alexander se tensara. Pero no fue enojo lo que vio en sus ojos, sino algo más peligroso.—¿Javier? —repitió él, con una risa amarga—. Por supuesto.Luciana frunció el ceño.—¿Qué significa eso?Alexander avanzó lentamente hacia ella, sin apartar la mirada de la foto. Luciana no se movió, pero su corazón golpeaba con fuerza dentro de su pecho.—Significa que Javier siempre ha sabi
El aire dentro del estudio se sentía denso, como si el peso del pasado de Alexander Varnell estuviera ahogando cada rincón de la habitación. Luciana Ferrer sostenía la foto de Aurora con fuerza, su mirada alternando entre la imagen y el hombre que tenía delante.Alexander estaba inmóvil, su camisa medio abierta, dejando ver la cicatriz en su pecho, la única prueba física de que Aurora había intentado matarlo. Pero Luciana intuía que las cicatrices reales no eran las que marcaban su piel, sino las que habían dejado su mente destrozada.—¿Vas a quedarte ahí mirándome o piensas decir algo? —murmuró Alexander, su voz con la misma frialdad de siempre.Luciana sintió un nudo en la garganta.—Aurora te apuñaló… y luego desapareció.—Sí.—Eso no tiene sentido.Alexander exhaló con pesadez y se dejó caer en su sillón de cuero. Luciana se percató de que, por primera vez, se veía realmente cansado.—Nada de lo que pasó con Aurora tiene sentido.Ese fue el momento en que Luciana supo que debía in
Luciana sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. El mensaje en el manuscrito de Alexander era una advertencia clara.“Si estás leyendo esto, significa que él ya sabe demasiado. No confíes en nadie. Ni siquiera en él.”¿Quién lo había escrito? ¿Aurora? ¿Alguien más?Se obligó a respirar hondo. Si Aurora había dejado este mensaje, significaba que sabía que la buscarían.Y si alguien no quería que Alexander descubriera la verdad, entonces también la estaban vigilando a ella.Tomó el manuscrito y lo guardó en su bolso. Debía hablar con Javier.La Confrontación con JavierCuando Luciana llegó a la editorial, encontró a Javier Rosales en su oficina, revisando documentos con su expresión arrogante de siempre.—Qué sorpresa verte aquí tan temprano, Ferrer. —dijo sin levantar la mirada.Luciana cerró la puerta tras de sí y arrojó el manuscrito sobre su escritorio.—Necesito respuestas.Javier arqueó una ceja y hojeó las primeras páginas.—¿Otro de los dramas de Varnell?—No te hagas el idiota.
La noche había caído con un peso opresivo sobre la ciudad. Luciana y Alexander se quedaron en su apartamento, sentados frente a la nota anónima como si fuera un detonador a punto de explotar. Sabían que el siguiente paso sería peligroso, pero retroceder ya no era una opción.—Si Aurora no era su verdadero nombre, ¿qué más me ocultó? —murmuró Alexander, su voz cargada de una mezcla de furia y frustración contenida.Luciana se levantó, incapaz de quedarse quieta.—Javier debe saber más de lo que dice. Pero no creo que vaya a soltar la verdad fácilmente.Alexander la observó con intensidad.—Entonces, tendremos que obligarlo.Luciana arqueó una ceja.—¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Tortura psicológica?Alexander sonrió con sarcasmo.—No, pero puedo ser muy persuasivo cuando quiero.Luciana cruzó los brazos, pensativa.—Tengo una idea.El Ataque en la NocheAntes de que pudieran poner en marcha su plan, el peligro los encontró primero.Apenas pasaron un par de horas cuando un ruido metálico en
Luciana Ferrer se encontraba en una cafetería del centro de la ciudad, rodeada de manuscritos rechazados y una taza de café frío. La luz tenue del atardecer se filtraba por las ventanas, creando sombras que reflejaban su estado de ánimo. Había pasado los últimos años intentando sin éxito que alguna editorial aceptara sus novelas. La frustración y la duda comenzaban a pesarle. Mientras revisaba por enésima vez una carta de rechazo, su teléfono vibró sobre la mesa. Era un correo electrónico de una editorial reconocida. Con el corazón acelerado, abrió el mensaje. Estimada Srta. Ferrer, Hemos revisado su perfil y nos gustaría ofrecerle una oportunidad como asistente personal de uno de nuestros autores más destacados. Si está interesada, por favor, acuda a nuestra oficina mañana a las 10 a.m. Atentamente, Eleanor Graves La sorpresa la dejó sin palabras. Aunque no era la oferta que esperaba, podría ser la puerta que necesitaba para entrar en el mundo literario. Decidida, respondi
Luciana llegó temprano a la casa de Alexander Varnell al día siguiente, con una libreta en mano y su determinación más firme que nunca. La noche anterior había estado repasando cada entrevista, cada artículo y cada libro que Alexander había publicado en busca de entender su proceso creativo. Si iba a ser su asistente, necesitaba descubrir cómo funcionaba su mente.Cuando cruzó la entrada principal, se encontró con la asistenta doméstica, una mujer mayor de cabello entrecano llamada Margot, quien le dedicó una mirada de advertencia antes de hablar.—Si va a trabajar con él, ármese de paciencia. El señor Varnell no es fácil.Luciana esbozó una sonrisa que pretendía transmitir seguridad.—Gracias por el consejo, pero puedo manejarlo.Margot arqueó una ceja con escepticismo antes de señalar el estudio.—Ya la está esperando.Respiró hondo antes de entrar en la habitación que ahora se había convertido en su oficina temporal. Alexander estaba sentado en su escritorio, con una expresión de c
Luciana llegó a la casa de Alexander Varnell al día siguiente con una mezcla de determinación y un leve atisbo de ansiedad. Algo en su conversación anterior la había inquietado. “Una vez amé a alguien. Y me destruyó.” La confesión había sido rápida, casi un susurro en la brisa, pero el peso en su tono le dijo que esas palabras cargaban años de heridas.Sin embargo, no estaba allí para jugar a la psicóloga con un hombre que claramente se esforzaba en mantener a la gente fuera de su vida. Su único trabajo era ayudarlo a escribir. Nada más.Respiró hondo antes de cruzar la puerta y se encontró con Margot, la asistenta, quien la miró con algo que parecía ser una pizca de compasión.—Te ves diferente hoy —comentó Margot con una media sonrisa.—¿Diferente cómo? —preguntó Luciana, frunciendo el ceño.Margot se encogió de hombros.—Más… decidida. Como alguien que va directo a una batalla.Luciana dejó escapar una risa seca.—Lo tomaré como un cumplido.—Buena suerte con él —dijo Margot, y lue