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Capítulo 4: Entre Línea de Fuego

El viento nocturno azotaba las ventanas de la casa de Alexander Varnell, y en su estudio, el silencio era tan denso como la tensión entre él y Luciana Ferrer. Había pasado una semana desde la última vez que Alexander había escrito algo, y aunque la escena que había plasmado en papel aún resonaba en la mente de Luciana, él no había vuelto a escribir una sola línea desde entonces.

Pero hoy, algo cambiaría.

Luciana entró al estudio sin esperar una invitación, encontrándolo nuevamente en su escritorio, pero esta vez con una botella de whisky a medio consumir junto a él.

—¿Otra vez con esto? —dijo, cruzando los brazos.

Alexander levantó la vista con su típica expresión de indiferencia.

—¿Con qué?

—Con la autodestrucción —respondió ella sin rodeos—. No escribir, beber antes del mediodía, aislarte del mundo como si estuvieras atrapado en una m*****a tragedia griega.

Alexander la miró fijamente, sus ojos fríos como el hielo.

—Si no te gusta cómo manejo mi vida, la puerta está abierta.

Luciana avanzó hacia él, apoyando las manos en el escritorio.

—No voy a ninguna parte.

Alexander apretó la mandíbula, pero no dijo nada.

Entonces, la puerta principal sonó con fuerza.

Luciana frunció el ceño y giró hacia la entrada. Alexander se levantó con pesadez y caminó hacia la puerta. Cuando la abrió, un hombre alto y elegante estaba parado en el umbral.

—Javier Rosales —dijo el recién llegado, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Luciana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Javier era su exnovio. Y, peor aún, era editor de una de las editoriales rivales más importantes.

—¿Qué demonios haces aquí? —preguntó Alexander con tono cortante.

Javier entró sin esperar una invitación.

—Negocios —respondió, con su tono seguro—. Y también, una advertencia.

Alexander cruzó los brazos.

—No tengo interés en nada que venga de ti.

Javier sonrió con calma, pero sus ojos se fijaron en Luciana con algo que parecía orgullo y lástima al mismo tiempo.

—Luciana, me sorprende verte aquí —dijo—. Pensé que tenías aspiraciones más grandes que ser la niñera de un escritor bloqueado.

Luciana sintió el calor subirle a las mejillas, pero no se dejó intimidar.

—No sabía que ser editor ahora incluía dar discursos motivacionales.

Javier dejó escapar una risa seca.

—Vine a advertirte, Varnell. Tu editorial está perdiendo la paciencia contigo. Si no entregas tu manuscrito en las próximas semanas, van a romper tu contrato y te sacarán del mercado.

Luciana miró a Alexander, esperando ver algún indicio de preocupación en su rostro, pero su expresión seguía siendo imperturbable.

—¿Eso es todo? —preguntó Alexander con frialdad.

—No. También vine a hacerte una oferta —Javier sacó un sobre de su abrigo y lo dejó caer sobre la mesa—. La editorial para la que trabajo quiere comprarte. Si firmas este contrato, te pagarán una cifra con la que podrías retirarte cómodamente sin volver a escribir otra palabra.

Luciana sintió como si el aire se le atascara en los pulmones.

¿Retirarse? ¿Sin volver a escribir?

Miró a Alexander, esperando una reacción. Pero él solo tomó el sobre y lo arrojó a la chimenea sin abrirlo.

Javier chasqueó la lengua.

—Eso es lo que pensé.

—Cierra la puerta cuando salgas —dijo Alexander, volviendo a su escritorio.

Javier la miró una última vez, pero esta vez su sonrisa tenía un matiz diferente. Luciana no supo si era burla o algo más peligroso.

—Nos veremos pronto, Ferrer.

Cuando Javier salió de la casa, Luciana se giró hacia Alexander.

—¿No te importa en lo absoluto que estén a punto de despedirte?

Alexander bebió un sorbo de su whisky con total calma.

—No me van a despedir.

—¿Y cómo puedes estar tan seguro?

Alexander la miró directamente a los ojos, y por primera vez en todo el tiempo que llevaban trabajando juntos, su mirada la paralizó.

—Porque ahora tengo una razón para escribir.

Luciana sintió su respiración volverse irregular.

¿Qué significaba eso?

Pero antes de que pudiera preguntarlo, Alexander se puso de pie y caminó hasta ella, acortando la distancia entre sus cuerpos.

—Te voy a pedir algo, Luciana —dijo con voz baja—. Y quiero que me des una respuesta honesta.

Luciana tragó saliva.

—Está bien…

—¿Por qué te quedas?

La pregunta la tomó por sorpresa.

—Porque… porque creo en tu talento. Porque sé que puedes escribir algo que cambiará la vida de muchas personas.

Alexander la estudió en silencio.

Entonces, sin previo aviso, alzó la mano y le acarició suavemente la mejilla.

Luciana se quedó inmóvil. El contacto fue inesperado. Sus dedos eran fríos, pero su tacto fue delicado, casi reverente.

—Eso es interesante… —susurró Alexander.

Luciana sintió su corazón martilleando en su pecho.

—¿Qué cosa?

Alexander bajó la mano y sonrió, pero no era una sonrisa real.

—Que tú creas en mí… más de lo que yo creo en mí mismo.

Y con esas palabras, se dio la vuelta y salió del estudio.

Luciana se quedó allí, con la piel todavía ardiendo donde él la había tocado, con la mente llena de preguntas que no sabía si quería responder.

Pero algo era seguro.

Ese hombre estaba más roto de lo que ella había imaginado.

Y por alguna razón que no podía explicar, quería encontrar cada pedazo y descubrir la verdad que había detrás de él.

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