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Capítulo 5: Las Palabras que No se Escriben

El estudio estaba en silencio. Solo el sonido del tictac del viejo reloj de pared rompía la calma, marcando cada segundo como un recordatorio de todo lo que no se había dicho. Luciana Ferrer se mantenía de pie junto al escritorio, con la piel aún ardiendo donde Alexander Varnell la había tocado la noche anterior. No debía significar nada.

Pero significaba.

El problema era que no podía permitirse descifrar el motivo.

—Margot me dijo que hoy te encontraste con un problema en la editorial —dijo finalmente, rompiendo el silencio.

Alexander, que había estado observando la chimenea con una copa en la mano, ni siquiera giró la cabeza.

—Margot habla demasiado.

Luciana cruzó los brazos.

—Te van a despedir si no entregas tu novela.

—¿Y eso te preocupa?

—Si no te importara, no estarías bebiendo antes del almuerzo.

Alexander finalmente se giró para mirarla. Sus ojos azules eran como dagas de hielo.

—Voy a escribirla.

—¿Cuándo?

—Cuando pueda.

Luciana apretó los labios. Su paciencia tenía un límite, y él lo estaba probando.

—No tienes tiempo para cuando pueda, Varnell. —Su voz sonó más firme de lo que esperaba—. O escribes ahora, o lo pierdes todo.

Alexander soltó una risa seca.

—¿Y qué es todo, Ferrer? ¿Una carrera que odio? ¿Una fama que nunca pedí?

Luciana sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Por primera vez, vio la verdad desnuda en sus palabras.

—¿Odias escribir?

Alexander dejó la copa sobre la mesa con un golpe seco.

—No. Odio lo que la gente espera de mí.

Luciana dio un paso hacia él, con el corazón latiéndole fuerte.

—Entonces deja de escribir para ellos.

Alexander entrecerró los ojos.

—¿Y para quién debería escribir?

Luciana tragó saliva.

—Para ti.

El silencio cayó entre ellos como un muro invisible. Pero antes de que pudiera agregar algo más, Margot entró en la habitación con una carta en la mano.

—Esto llegó esta mañana.

Luciana la tomó y miró el remitente. No tenía dirección. Solo un nombre.

Eleanor Graves.

—Es de tu editora. —Se la extendió a Alexander.

Él la miró sin interés, pero finalmente la tomó y la abrió. Leyó el contenido en silencio, pero Luciana notó el leve apretón en su mandíbula.

—¿Qué dice?

Alexander arrojó la carta sobre el escritorio y se pasó una mano por el cabello.

—Me han dado dos semanas para entregar el manuscrito o rompen el contrato.

Luciana sintió un nudo formarse en su estómago.

—¿Y qué vas a hacer?

Alexander no respondió de inmediato. Cuando lo hizo, sus palabras fueron tan suaves que apenas fueron un susurro.

—Voy a escribir.

Luciana exhaló el aire que no sabía que estaba conteniendo.

—Bien.

—Pero hay una condición.

Ella frunció el ceño.

—¿Cuál?

Alexander la miró con intensidad.

—Quiero que me ayudes a escribirla.

Luciana sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Quieres que escriba por ti?

Alexander negó con la cabeza.

—Quiero que estés aquí mientras lo hago. Quiero que leas cada palabra. Quiero que seas la primera en decirme si vale la pena o si es una m*****a basura.

Luciana abrió la boca para responder, pero se detuvo. Este no era el mismo Alexander de hace una semana. Algo en él había cambiado.

Y eso la aterrorizaba.

—Está bien.

No tenía idea de que esta decisión lo cambiaría todo.

La Historia que Debería Escribir

Durante los días siguientes, Luciana se convirtió en la sombra de Alexander. Se sentaba en el sillón de su estudio, con una libreta en mano, mientras él escribía sin detenerse. Había pasado tanto tiempo desde que lo había visto escribir así que casi parecía otra persona.

Pero entonces, una noche, cuando Luciana revisaba sus notas, vio algo que la hizo detenerse.

Un nombre.

Aurora.

No era parte de la historia. Era un nombre que él había escrito en un margen, como si se le hubiera escapado.

Luciana sintió un nudo en el estómago. Ese nombre significaba algo.

Y si quería entender a Alexander Varnell, tenía que averiguar qué.

Javier Regresa con una Nueva Advertencia

Tres días después, cuando Alexander estaba en el punto más alto de su escritura, Javier Rosales regresó.

Esta vez, no trajo un contrato. Trajo una verdad.

—¿Sabes qué descubrí, Ferrer? —dijo, con una sonrisa que no le gustó en lo absoluto—. Estás trabajando para un hombre que no te ha contado toda la historia.

Luciana cruzó los brazos.

—¿A qué te refieres?

Javier sacó un sobre de su abrigo y se lo entregó.

—Ábrelo.

Luciana vaciló, pero finalmente lo hizo. Dentro había una foto. Un hombre y una mujer abrazados, felices, en una ciudad europea.

El hombre era Alexander Varnell.

Y la mujer…

No tenía rostro. Estaba tachado con tinta negra.

Luciana sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Qué es esto?

Javier sonrió con suficiencia.

—Eso, Ferrer, es la prueba de que tu querido escritor tiene un pasado que no quiere compartir contigo.

Luciana sintió el peso de la foto en sus manos.

—¿Quién es ella?

Javier se encogió de hombros.

—Pregúntale a él. Pero te advierto algo, Luciana… si sigues atada a su mundo, tarde o temprano vas a terminar como ella.

Luciana sintió un escalofrío recorrer su piel.

—¿Qué le pasó?

Javier inclinó la cabeza.

—Desapareció.

Luciana sintió el aire volverse pesado.

Cuando Javier se fue, se quedó mirando la foto durante varios minutos. El nombre en su libreta volvió a aparecer en su mente.

Aurora.

¿Era ella?

Cuando finalmente levantó la vista, se encontró con Alexander en la puerta del estudio. Su expresión era fría, pero sus ojos brillaban con algo oscuro.

—¿Qué tienes en la mano?

Luciana sostuvo la foto con fuerza.

—Tú dime.

El silencio entre ellos fue tan tenso que casi pudo escucharlo romperse.

Pero esta vez, no iba a dejar que él huyera.

—¿Quién era Aurora?

Y en ese momento, supo que estaba a punto de descubrir algo que podría cambiarlo todo.

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