El estudio estaba en silencio. Solo el sonido del tictac del viejo reloj de pared rompía la calma, marcando cada segundo como un recordatorio de todo lo que no se había dicho. Luciana Ferrer se mantenía de pie junto al escritorio, con la piel aún ardiendo donde Alexander Varnell la había tocado la noche anterior. No debía significar nada.
Pero significaba. El problema era que no podía permitirse descifrar el motivo. —Margot me dijo que hoy te encontraste con un problema en la editorial —dijo finalmente, rompiendo el silencio. Alexander, que había estado observando la chimenea con una copa en la mano, ni siquiera giró la cabeza. —Margot habla demasiado. Luciana cruzó los brazos. —Te van a despedir si no entregas tu novela. —¿Y eso te preocupa? —Si no te importara, no estarías bebiendo antes del almuerzo. Alexander finalmente se giró para mirarla. Sus ojos azules eran como dagas de hielo. —Voy a escribirla. —¿Cuándo? —Cuando pueda. Luciana apretó los labios. Su paciencia tenía un límite, y él lo estaba probando. —No tienes tiempo para cuando pueda, Varnell. —Su voz sonó más firme de lo que esperaba—. O escribes ahora, o lo pierdes todo. Alexander soltó una risa seca. —¿Y qué es todo, Ferrer? ¿Una carrera que odio? ¿Una fama que nunca pedí? Luciana sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Por primera vez, vio la verdad desnuda en sus palabras. —¿Odias escribir? Alexander dejó la copa sobre la mesa con un golpe seco. —No. Odio lo que la gente espera de mí. Luciana dio un paso hacia él, con el corazón latiéndole fuerte. —Entonces deja de escribir para ellos. Alexander entrecerró los ojos. —¿Y para quién debería escribir? Luciana tragó saliva. —Para ti. El silencio cayó entre ellos como un muro invisible. Pero antes de que pudiera agregar algo más, Margot entró en la habitación con una carta en la mano. —Esto llegó esta mañana. Luciana la tomó y miró el remitente. No tenía dirección. Solo un nombre. Eleanor Graves. —Es de tu editora. —Se la extendió a Alexander. Él la miró sin interés, pero finalmente la tomó y la abrió. Leyó el contenido en silencio, pero Luciana notó el leve apretón en su mandíbula. —¿Qué dice? Alexander arrojó la carta sobre el escritorio y se pasó una mano por el cabello. —Me han dado dos semanas para entregar el manuscrito o rompen el contrato. Luciana sintió un nudo formarse en su estómago. —¿Y qué vas a hacer? Alexander no respondió de inmediato. Cuando lo hizo, sus palabras fueron tan suaves que apenas fueron un susurro. —Voy a escribir. Luciana exhaló el aire que no sabía que estaba conteniendo. —Bien. —Pero hay una condición. Ella frunció el ceño. —¿Cuál? Alexander la miró con intensidad. —Quiero que me ayudes a escribirla. Luciana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. —¿Quieres que escriba por ti? Alexander negó con la cabeza. —Quiero que estés aquí mientras lo hago. Quiero que leas cada palabra. Quiero que seas la primera en decirme si vale la pena o si es una m*****a basura. Luciana abrió la boca para responder, pero se detuvo. Este no era el mismo Alexander de hace una semana. Algo en él había cambiado. Y eso la aterrorizaba. —Está bien. No tenía idea de que esta decisión lo cambiaría todo. La Historia que Debería Escribir Durante los días siguientes, Luciana se convirtió en la sombra de Alexander. Se sentaba en el sillón de su estudio, con una libreta en mano, mientras él escribía sin detenerse. Había pasado tanto tiempo desde que lo había visto escribir así que casi parecía otra persona. Pero entonces, una noche, cuando Luciana revisaba sus notas, vio algo que la hizo detenerse. Un nombre. Aurora. No era parte de la historia. Era un nombre que él había escrito en un margen, como si se le hubiera escapado. Luciana sintió un nudo en el estómago. Ese nombre significaba algo. Y si quería entender a Alexander Varnell, tenía que averiguar qué. Javier Regresa con una Nueva Advertencia Tres días después, cuando Alexander estaba en el punto más alto de su escritura, Javier Rosales regresó. Esta vez, no trajo un contrato. Trajo una verdad. —¿Sabes qué descubrí, Ferrer? —dijo, con una sonrisa que no le gustó en lo absoluto—. Estás trabajando para un hombre que no te ha contado toda la historia. Luciana cruzó los brazos. —¿A qué te refieres? Javier sacó un sobre de su abrigo y se lo entregó. —Ábrelo. Luciana vaciló, pero finalmente lo hizo. Dentro había una foto. Un hombre y una mujer abrazados, felices, en una ciudad europea. El hombre era Alexander Varnell. Y la mujer… No tenía rostro. Estaba tachado con tinta negra. Luciana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. —¿Qué es esto? Javier sonrió con suficiencia. —Eso, Ferrer, es la prueba de que tu querido escritor tiene un pasado que no quiere compartir contigo. Luciana sintió el peso de la foto en sus manos. —¿Quién es ella? Javier se encogió de hombros. —Pregúntale a él. Pero te advierto algo, Luciana… si sigues atada a su mundo, tarde o temprano vas a terminar como ella. Luciana sintió un escalofrío recorrer su piel. —¿Qué le pasó? Javier inclinó la cabeza. —Desapareció. Luciana sintió el aire volverse pesado. Cuando Javier se fue, se quedó mirando la foto durante varios minutos. El nombre en su libreta volvió a aparecer en su mente. Aurora. ¿Era ella? Cuando finalmente levantó la vista, se encontró con Alexander en la puerta del estudio. Su expresión era fría, pero sus ojos brillaban con algo oscuro. —¿Qué tienes en la mano? Luciana sostuvo la foto con fuerza. —Tú dime. El silencio entre ellos fue tan tenso que casi pudo escucharlo romperse. Pero esta vez, no iba a dejar que él huyera. —¿Quién era Aurora? Y en ese momento, supo que estaba a punto de descubrir algo que podría cambiarlo todo.El aire dentro del estudio de Alexander Varnell se volvió espeso, casi irrespirable. Luciana Ferrer sostenía la foto en su mano, sintiendo su peso como si fuera una piedra atada a su pecho. La imagen de Alexander abrazando a una mujer cuya identidad había sido tachada era una puerta abierta a preguntas que él no quería responder.Alexander estaba de pie junto a la puerta, observándola con una frialdad que la hizo estremecerse.—¿Dónde conseguiste eso? —preguntó con voz controlada, pero su tono ocultaba algo más oscuro.Luciana no apartó la mirada.—Javier me la dio.El nombre de su ex hizo que la mandíbula de Alexander se tensara. Pero no fue enojo lo que vio en sus ojos, sino algo más peligroso.—¿Javier? —repitió él, con una risa amarga—. Por supuesto.Luciana frunció el ceño.—¿Qué significa eso?Alexander avanzó lentamente hacia ella, sin apartar la mirada de la foto. Luciana no se movió, pero su corazón golpeaba con fuerza dentro de su pecho.—Significa que Javier siempre ha sabi
El aire dentro del estudio se sentía denso, como si el peso del pasado de Alexander Varnell estuviera ahogando cada rincón de la habitación. Luciana Ferrer sostenía la foto de Aurora con fuerza, su mirada alternando entre la imagen y el hombre que tenía delante.Alexander estaba inmóvil, su camisa medio abierta, dejando ver la cicatriz en su pecho, la única prueba física de que Aurora había intentado matarlo. Pero Luciana intuía que las cicatrices reales no eran las que marcaban su piel, sino las que habían dejado su mente destrozada.—¿Vas a quedarte ahí mirándome o piensas decir algo? —murmuró Alexander, su voz con la misma frialdad de siempre.Luciana sintió un nudo en la garganta.—Aurora te apuñaló… y luego desapareció.—Sí.—Eso no tiene sentido.Alexander exhaló con pesadez y se dejó caer en su sillón de cuero. Luciana se percató de que, por primera vez, se veía realmente cansado.—Nada de lo que pasó con Aurora tiene sentido.Ese fue el momento en que Luciana supo que debía in
Luciana sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. El mensaje en el manuscrito de Alexander era una advertencia clara. “Si estás leyendo esto, significa que él ya sabe demasiado. No confíes en nadie. Ni siquiera en él.” ¿Quién lo había escrito? ¿Aurora? ¿Alguien más? Se obligó a respirar hondo. Si Aurora había dejado este mensaje, significaba que sabía que la buscarían. Y si alguien no quería que Alexander descubriera la verdad, entonces también la estaban vigilando an ella. Tomó el manuscrito y lo guardó en su bolso. Debía hablar con Javier. La Confrontación con Javier Cuando Luciana llegó a la editorial, encontró a Javier Rosales en su oficina, revisando documentos con su expresión arrogante de siempre. —Qué sorpresa verte aquí tan temprano, Ferrer. —dijo sin levantar la mirada. Luciana cerró la puerta tras de sí y arrojó el manuscrito sobre su escritorio. —Necesito respuestas. Javier arqueó una ceja y hojeó las primeras páginas. —¿Otro de los dramas de Varnell?
La noche había caído con un peso opresivo sobre la ciudad. Luciana y Alexander se quedaron en su apartamento, sentados frente a la nota anónima como si fuera un detonador a punto de explotar. Sabían que el siguiente paso sería peligroso, pero retroceder ya no era una opción.—Si Aurora no era su verdadero nombre, ¿qué más me ocultó? —murmuró Alexander, su voz cargada de una mezcla de furia y frustración contenida.Luciana se levantó, incapaz de quedarse quieta.—Javier debe saber más de lo que dice. Pero no creo que vaya a soltar la verdad fácilmente.Alexander la observó con intensidad.—Entonces, tendremos que obligarlo.Luciana arqueó una ceja.—¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Tortura psicológica?Alexander sonrió con sarcasmo.—No, pero puedo ser muy persuasivo cuando quiero.Luciana cruzó los brazos, pensativa.—Tengo una idea.El Ataque en la NocheAntes de que pudieran poner en marcha su plan, el peligro los encontró primero.Apenas pasaron un par de horas cuando un ruido metálico en
La noche envolvía la ciudad en un manto de misterio. Luciana y Alexander se encontraban en el apartamento de ella, rodeados de documentos esparcidos por la mesa. La búsqueda de Isabella Raines los había llevado a un punto crítico, y la tensión entre ellos era palpable.—No podemos seguir así, Alexander. —Luciana rompió el silencio, su voz cargada de frustración—. Cada pista que encontramos nos lleva a un callejón sin salida.Alexander, con el ceño fruncido, miraba fijamente un mapa lleno de anotaciones.—No podemos rendirnos ahora. —respondió con determinación—. Isabella está ahí fuera, y somos los únicos que podemos encontrarla.Luciana suspiró, dejando caer los hombros. La presión de la investigación y la cercanía constante con Alexander habían despertado sentimientos que intentaba reprimir.—Necesito un descanso. —dijo, levantándose—. Voy a preparar café.Mientras se dirigía a la cocina, Alexander la siguió con la mirada, notando el cansancio en sus movimientos. Decidió acompañarla
La cabaña en el bosque se alzaba ante ellos, envuelta en un silencio sepulcral. Luciana y Alexander intercambiaron una mirada cargada de determinación antes de avanzar hacia la entrada. La puerta de madera crujió al abrirse, revelando un interior polvoriento y desordenado.—Parece que alguien salió de aquí con prisa. —murmuró Luciana, observando los muebles volcados y los papeles esparcidos por el suelo.Alexander asintió, su expresión grave.—Debemos buscar cualquier pista que nos lleve a Isabella. —respondió, comenzando a revisar los documentos desperdigados.Mientras examinaban el lugar, la tensión entre ellos era palpable. El reciente beso compartido había desatado una tormenta de emociones que ambos intentaban contener.—Mira esto. —dijo Luciana, sosteniendo una fotografía desgastada—. Es Isabella… pero hay alguien más con ella.Alexander se acercó, observando la imagen. Una joven Isabella sonreía al lado de un hombre de aspecto familiar.—Ese es… Javier. —dijo Alexander, sorpren
La noche había caído sobre la ciudad, y Luciana se encontraba en su apartamento, repasando mentalmente los eventos recientes. La búsqueda de Isabella los había llevado a lugares inesperados y había revelado secretos que jamás imaginó. Sin embargo, lo que más la inquietaba era la creciente conexión que sentía hacia Alexander.Mientras se perdía en sus pensamientos, un suave golpe en la puerta la sacó de su ensoñación. Al abrir, se encontró con Alexander, quien sostenía una botella de vino y mostraba una sonrisa tímida.—Pensé que podríamos tomarnos un descanso y relajarnos un poco. —dijo, levantando la botella.Luciana sonrió, sintiendo un calor reconfortante en su pecho.—Me parece una excelente idea. —respondió, haciéndose a un lado para dejarlo entrar.Ambos se dirigieron al pequeño balcón del apartamento, donde una suave brisa nocturna acariciaba sus rostros. La luna llena iluminaba la ciudad, creando un ambiente íntimo y sereno.Después de servir el vino, se sentaron en sillas con
Luciana y Alexander se encontraban en el café, asimilando la información que Javier les había proporcionado sobre Samuel. La revelación de su pasado oscuro y las conexiones peligrosas que mantenía añadían una nueva capa de complejidad a su búsqueda de Isabella.—No podemos perder más tiempo. —dijo Alexander, con determinación en su voz—. Debemos encontrar a Isabella antes de que Samuel lo haga.Luciana asintió, aunque una sombra de duda cruzó su rostro.—Pero, ¿por dónde empezamos? —preguntó—. Si Samuel es tan peligroso como dice Javier, debemos ser cautelosos.Javier, que había estado observando en silencio, intervino.—Conozco a alguien que podría ayudarnos. —dijo—. Es un antiguo contacto mío que tiene acceso a información confidencial. Pero es arriesgado.Alexander frunció el ceño.—¿Podemos confiar en él? —inquirió.Javier suspiró.—No tenemos muchas opciones. —respondió—. Y el tiempo no está de nuestro lado.Luciana y Alexander intercambiaron una mirada. La tensión entre ellos er