Luciana llegó a la casa de Alexander Varnell al día siguiente con una mezcla de determinación y un leve atisbo de ansiedad. Algo en su conversación anterior la había inquietado. “Una vez amé a alguien. Y me destruyó.” La confesión había sido rápida, casi un susurro en la brisa, pero el peso en su tono le dijo que esas palabras cargaban años de heridas.
Sin embargo, no estaba allí para jugar a la psicóloga con un hombre que claramente se esforzaba en mantener a la gente fuera de su vida. Su único trabajo era ayudarlo a escribir. Nada más. Respiró hondo antes de cruzar la puerta y se encontró con Margot, la asistenta, quien la miró con algo que parecía ser una pizca de compasión. —Te ves diferente hoy —comentó Margot con una media sonrisa. —¿Diferente cómo? —preguntó Luciana, frunciendo el ceño. Margot se encogió de hombros. —Más… decidida. Como alguien que va directo a una batalla. Luciana dejó escapar una risa seca. —Lo tomaré como un cumplido. —Buena suerte con él —dijo Margot, y luego desapareció por el pasillo. Luciana ajustó su chaqueta y entró al estudio de Alexander. Allí lo encontró sentado en su escritorio, con la mirada fija en la pantalla de su laptop, los dedos inmóviles sobre el teclado. —Estás aquí temprano —dijo sin mirarla. —¿Y tú estás escribiendo? —disparó ella con un tono entre irónico y esperanzador. —No. La frustración golpeó a Luciana con más fuerza de la esperada. —Entonces, ¿qué estás haciendo? —Mirando el cursor parpadear —respondió Alexander, su tono seco. Luciana avanzó unos pasos y se apoyó en el borde de la mesa. —Eso es lo más triste que he escuchado en mi vida. Él levantó la mirada por primera vez. Sus ojos azules eran fríos, pero algo en su expresión la retó. —Si vienes a sentir lástima por mí, puedes irte por donde viniste. —No siento lástima por ti —respondió ella, con firmeza—. Pero siento lástima por ese cursor. Alexander arqueó una ceja. —¿Perdón? Luciana cruzó los brazos. —Debe ser deprimente ser ese cursor, ¿sabes? Queriendo moverse, pero atrapado en una pantalla vacía porque su dueño no tiene el coraje de escribir una m*****a palabra. Los ojos de Alexander se entrecerraron. —Cuidado con lo que dices, Ferrer. Luciana no se inmutó. —¿Por qué? ¿Vas a echarme? Hazlo, y no tendrás a nadie a quien culpar por tu propio fracaso. La habitación quedó en un silencio tenso. Alexander la miró como si evaluara si valía la pena destrozarla con palabras afiladas, pero Luciana no bajó la mirada. Y entonces, algo cambió en su expresión. Interés. —Tienes agallas —murmuró Alexander. Luciana no respondió, solo sostuvo su mirada. Él fue el primero en apartar la vista. —Vamos a trabajar. Ella sonrió, sabiendo que había ganado otra batalla. El Bloqueo No Era Solo Creativo Los siguientes días fueron una rutina de resistencia mental. Alexander se encerraba en su estudio durante horas, escribía tres líneas y luego las borraba. Luciana se mantuvo cerca, observándolo sin interferir demasiado. Pero había algo en su forma de actuar que no le cuadraba. No era solo un bloqueo creativo. Era miedo. Miedo a escribir algo que no estuviera a la altura. Miedo a dejarse llevar demasiado. Miedo a abrirse. —Tu problema no es que no puedas escribir, es que tienes miedo de lo que saldrá si lo haces —dijo ella una tarde, sin mirarlo directamente. Alexander dejó su bolígrafo sobre la mesa con un ruido seco. —Otra vez con la psicología barata. Luciana giró la cabeza hacia él. —No es psicología barata. Es observación. Alexander la miró fijamente, su mandíbula tensa. —No tengo miedo. —¿No? —replicó ella, cruzando los brazos—. Entonces prueba que me equivoco. Escribe algo. Lo que sea. Él no respondió de inmediato. Luego tomó un papel y un bolígrafo y comenzó a escribir. Por primera vez en semanas, su mano se movió sin titubear. Luciana lo observó en silencio, casi sin respirar. Finalmente, después de varios minutos, Alexander dejó el bolígrafo y deslizó el papel hacia ella. —Léelo. Luciana tomó el papel con curiosidad. Lo que leyó la dejó helada. “La primera vez que vi su sonrisa, supe que estaba condenado. No tenía derecho a sentir nada, no cuando el amor ya me había roto una vez. Pero allí estaba ella, como una m*****a chispa en medio de mis cenizas. Y, por primera vez en mucho tiempo, tuve miedo de volver a arder.” Luciana levantó la vista, su corazón golpeando contra su pecho. —Esto… es increíble. Alexander no sonrió. Su expresión era dura, su mirada helada. —Por eso no escribo. Luciana frunció el ceño. —¿Por qué? Alexander se puso de pie y la miró con una frialdad que la atravesó como un cuchillo. —Porque cada palabra que escribo me recuerda que el amor no es como en los libros. Luciana tragó saliva. —¿De quién hablas? Él apretó la mandíbula, sus ojos nublados por algo que ella no podía descifrar. —Alguien que ya no importa. Luciana no creyó una sola palabra de eso. Pero no insistió. Por ahora. El Pasado Que No Deja Morir Esa noche, mientras revisaba sus notas en su apartamento, Luciana sintió que estaba en la punta de un iceberg enorme. Alexander Varnell no era solo un escritor con bloqueo. Era un hombre con cicatrices que se negaban a cerrar. Y lo peor de todo… Esas cicatrices aún sangraban.El viento nocturno azotaba las ventanas de la casa de Alexander Varnell, y en su estudio, el silencio era tan denso como la tensión entre él y Luciana Ferrer. Había pasado una semana desde la última vez que Alexander había escrito algo, y aunque la escena que había plasmado en papel aún resonaba en la mente de Luciana, él no había vuelto a escribir una sola línea desde entonces.Pero hoy, algo cambiaría.Luciana entró al estudio sin esperar una invitación, encontrándolo nuevamente en su escritorio, pero esta vez con una botella de whisky a medio consumir junto a él.—¿Otra vez con esto? —dijo, cruzando los brazos.Alexander levantó la vista con su típica expresión de indiferencia.—¿Con qué?—Con la autodestrucción —respondió ella sin rodeos—. No escribir, beber antes del mediodía, aislarte del mundo como si estuvieras atrapado en una maldita tragedia griega.Alexander la miró fijamente, sus ojos fríos como el hielo.—Si no te gusta cómo manejo mi vida, la puerta está abierta.Luciana
El estudio estaba en silencio. Solo el sonido del tictac del viejo reloj de pared rompía la calma, marcando cada segundo como un recordatorio de todo lo que no se había dicho. Luciana Ferrer se mantenía de pie junto al escritorio, con la piel aún ardiendo donde Alexander Varnell la había tocado la noche anterior. No debía significar nada.Pero significaba.El problema era que no podía permitirse descifrar el motivo.—Margot me dijo que hoy te encontraste con un problema en la editorial —dijo finalmente, rompiendo el silencio.Alexander, que había estado observando la chimenea con una copa en la mano, ni siquiera giró la cabeza.—Margot habla demasiado.Luciana cruzó los brazos.—Te van a despedir si no entregas tu novela.—¿Y eso te preocupa?—Si no te importara, no estarías bebiendo antes del almuerzo.Alexander finalmente se giró para mirarla. Sus ojos azules eran como dagas de hielo.—Voy a escribirla.—¿Cuándo?—Cuando pueda.Luciana apretó los labios. Su paciencia tenía un límite
El aire dentro del estudio de Alexander Varnell se volvió espeso, casi irrespirable. Luciana Ferrer sostenía la foto en su mano, sintiendo su peso como si fuera una piedra atada a su pecho. La imagen de Alexander abrazando a una mujer cuya identidad había sido tachada era una puerta abierta a preguntas que él no quería responder.Alexander estaba de pie junto a la puerta, observándola con una frialdad que la hizo estremecerse.—¿Dónde conseguiste eso? —preguntó con voz controlada, pero su tono ocultaba algo más oscuro.Luciana no apartó la mirada.—Javier me la dio.El nombre de su ex hizo que la mandíbula de Alexander se tensara. Pero no fue enojo lo que vio en sus ojos, sino algo más peligroso.—¿Javier? —repitió él, con una risa amarga—. Por supuesto.Luciana frunció el ceño.—¿Qué significa eso?Alexander avanzó lentamente hacia ella, sin apartar la mirada de la foto. Luciana no se movió, pero su corazón golpeaba con fuerza dentro de su pecho.—Significa que Javier siempre ha sabi
El aire dentro del estudio se sentía denso, como si el peso del pasado de Alexander Varnell estuviera ahogando cada rincón de la habitación. Luciana Ferrer sostenía la foto de Aurora con fuerza, su mirada alternando entre la imagen y el hombre que tenía delante.Alexander estaba inmóvil, su camisa medio abierta, dejando ver la cicatriz en su pecho, la única prueba física de que Aurora había intentado matarlo. Pero Luciana intuía que las cicatrices reales no eran las que marcaban su piel, sino las que habían dejado su mente destrozada.—¿Vas a quedarte ahí mirándome o piensas decir algo? —murmuró Alexander, su voz con la misma frialdad de siempre.Luciana sintió un nudo en la garganta.—Aurora te apuñaló… y luego desapareció.—Sí.—Eso no tiene sentido.Alexander exhaló con pesadez y se dejó caer en su sillón de cuero. Luciana se percató de que, por primera vez, se veía realmente cansado.—Nada de lo que pasó con Aurora tiene sentido.Ese fue el momento en que Luciana supo que debía in
Luciana sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. El mensaje en el manuscrito de Alexander era una advertencia clara.“Si estás leyendo esto, significa que él ya sabe demasiado. No confíes en nadie. Ni siquiera en él.”¿Quién lo había escrito? ¿Aurora? ¿Alguien más?Se obligó a respirar hondo. Si Aurora había dejado este mensaje, significaba que sabía que la buscarían.Y si alguien no quería que Alexander descubriera la verdad, entonces también la estaban vigilando a ella.Tomó el manuscrito y lo guardó en su bolso. Debía hablar con Javier.La Confrontación con JavierCuando Luciana llegó a la editorial, encontró a Javier Rosales en su oficina, revisando documentos con su expresión arrogante de siempre.—Qué sorpresa verte aquí tan temprano, Ferrer. —dijo sin levantar la mirada.Luciana cerró la puerta tras de sí y arrojó el manuscrito sobre su escritorio.—Necesito respuestas.Javier arqueó una ceja y hojeó las primeras páginas.—¿Otro de los dramas de Varnell?—No te hagas el idiota.
La noche había caído con un peso opresivo sobre la ciudad. Luciana y Alexander se quedaron en su apartamento, sentados frente a la nota anónima como si fuera un detonador a punto de explotar. Sabían que el siguiente paso sería peligroso, pero retroceder ya no era una opción.—Si Aurora no era su verdadero nombre, ¿qué más me ocultó? —murmuró Alexander, su voz cargada de una mezcla de furia y frustración contenida.Luciana se levantó, incapaz de quedarse quieta.—Javier debe saber más de lo que dice. Pero no creo que vaya a soltar la verdad fácilmente.Alexander la observó con intensidad.—Entonces, tendremos que obligarlo.Luciana arqueó una ceja.—¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Tortura psicológica?Alexander sonrió con sarcasmo.—No, pero puedo ser muy persuasivo cuando quiero.Luciana cruzó los brazos, pensativa.—Tengo una idea.El Ataque en la NocheAntes de que pudieran poner en marcha su plan, el peligro los encontró primero.Apenas pasaron un par de horas cuando un ruido metálico en
Luciana Ferrer se encontraba en una cafetería del centro de la ciudad, rodeada de manuscritos rechazados y una taza de café frío. La luz tenue del atardecer se filtraba por las ventanas, creando sombras que reflejaban su estado de ánimo. Había pasado los últimos años intentando sin éxito que alguna editorial aceptara sus novelas. La frustración y la duda comenzaban a pesarle. Mientras revisaba por enésima vez una carta de rechazo, su teléfono vibró sobre la mesa. Era un correo electrónico de una editorial reconocida. Con el corazón acelerado, abrió el mensaje. Estimada Srta. Ferrer, Hemos revisado su perfil y nos gustaría ofrecerle una oportunidad como asistente personal de uno de nuestros autores más destacados. Si está interesada, por favor, acuda a nuestra oficina mañana a las 10 a.m. Atentamente, Eleanor Graves La sorpresa la dejó sin palabras. Aunque no era la oferta que esperaba, podría ser la puerta que necesitaba para entrar en el mundo literario. Decidida, respondi
Luciana llegó temprano a la casa de Alexander Varnell al día siguiente, con una libreta en mano y su determinación más firme que nunca. La noche anterior había estado repasando cada entrevista, cada artículo y cada libro que Alexander había publicado en busca de entender su proceso creativo. Si iba a ser su asistente, necesitaba descubrir cómo funcionaba su mente.Cuando cruzó la entrada principal, se encontró con la asistenta doméstica, una mujer mayor de cabello entrecano llamada Margot, quien le dedicó una mirada de advertencia antes de hablar.—Si va a trabajar con él, ármese de paciencia. El señor Varnell no es fácil.Luciana esbozó una sonrisa que pretendía transmitir seguridad.—Gracias por el consejo, pero puedo manejarlo.Margot arqueó una ceja con escepticismo antes de señalar el estudio.—Ya la está esperando.Respiró hondo antes de entrar en la habitación que ahora se había convertido en su oficina temporal. Alexander estaba sentado en su escritorio, con una expresión de c