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Capítulo 2: Primeras Fricciones

Luciana llegó temprano a la casa de Alexander Varnell al día siguiente, con una libreta en mano y su determinación más firme que nunca. La noche anterior había estado repasando cada entrevista, cada artículo y cada libro que Alexander había publicado en busca de entender su proceso creativo. Si iba a ser su asistente, necesitaba descubrir cómo funcionaba su mente.

Cuando cruzó la entrada principal, se encontró con la asistenta doméstica, una mujer mayor de cabello entrecano llamada Margot, quien le dedicó una mirada de advertencia antes de hablar.

—Si va a trabajar con él, ármese de paciencia. El señor Varnell no es fácil.

Luciana esbozó una sonrisa que pretendía transmitir seguridad.

—Gracias por el consejo, pero puedo manejarlo.

Margot arqueó una ceja con escepticismo antes de señalar el estudio.

—Ya la está esperando.

Respiró hondo antes de entrar en la habitación que ahora se había convertido en su oficina temporal. Alexander estaba sentado en su escritorio, con una expresión de concentración mientras garabateaba en un cuaderno de cuero negro. No levantó la vista cuando Luciana entró, ni le dio la más mínima señal de reconocimiento.

—Buenos días —saludó ella con una voz firme.

—Tarde —respondió él sin siquiera mirarla.

Luciana frunció el ceño y revisó la hora en su reloj.

—Son exactamente las nueve en punto.

Alexander levantó la vista con una media sonrisa sarcástica.

—Entonces deberías haber llegado a las ocho cincuenta y nueve.

Luciana apretó los labios y dejó su libreta sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.

—Si hubiera sabido que mi contrato incluía habilidades de clarividencia, me habría preparado mejor.

Alexander apoyó la barbilla en su mano y la observó por primera vez con verdadero interés.

—Interesante. No te disculpas, no te acobardas… y además eres sarcástica.

—Si está buscando a alguien sumisa que le diga ‘sí, señor’ todo el día, me temo que contrató a la persona equivocada.

Alexander entrecerró los ojos, como si la estuviera evaluando. Luego, sin previo aviso, cerró el cuaderno con un golpe seco y se puso de pie.

—Bien. Vamos a trabajar.

Luciana sintió la victoria recorrerle la sangre. No había pasado la primera prueba con sumisión, sino con temple.

El Problema del Bloqueo

Durante la siguiente hora, Luciana observó el proceso de trabajo de Alexander. O más bien, la ausencia de un proceso. Se paseaba por la habitación, tomaba un libro al azar, leía un par de frases y luego lo dejaba de nuevo con frustración.

Finalmente, ella decidió intervenir.

—¿Cuál es exactamente el problema con tu escritura?

Alexander, que tenía una copa de whisky en la mano a pesar de ser temprano en la mañana, la miró con incredulidad.

—Si supiera cuál es el problema, no tendría un bloqueo.

Luciana rodó los ojos.

—Déjame reformular. ¿Desde cuándo no logras escribir algo que consideres decente?

Alexander suspiró y se dejó caer en su sillón de cuero negro.

—Dos años.

Luciana parpadeó.

—¿Dos años sin escribir ni una sola novela?

—Oh, he escrito —dijo él con una sonrisa irónica—. He comenzado diez manuscritos diferentes, y todos son basura.

Luciana sintió un atisbo de compasión por él, pero no dejó que eso suavizara su tono.

—Tal vez el problema no es la calidad, sino tu miedo a fallar.

Alexander la miró con una chispa de molestia.

—¿Ahora eres psicóloga?

—No, pero soy escritora —respondió Luciana—. Y sé lo que es sentir que cada palabra que escribes no es suficiente.

Alexander bebió un sorbo de su whisky antes de inclinarse hacia adelante.

—¿Y cómo superaste ese miedo?

Luciana se cruzó de brazos.

—No lo he hecho. Pero escribo de todas formas.

La habitación quedó en silencio por un largo momento. Finalmente, Alexander dejó su copa sobre la mesa y se masajeó las sienes.

—Está bien. Digamos que tienes razón. Digamos que tengo miedo de escribir una novela que no esté a la altura. ¿Qué sugieres?

Luciana se mordió el labio mientras consideraba su respuesta.

—Primero, necesitas recordar por qué empezaste a escribir en primer lugar.

Alexander bufó.

—Para pagar mis cuentas.

Luciana sonrió.

—Eso es una mentira. Si solo escribieras por dinero, podrías haber contratado a un escritor fantasma hace años. No, Alexander… tú escribes porque lo amas.

Él la miró con un destello de algo en su mirada. Algo que Luciana no pudo identificar.

—Bien —dijo finalmente—. Entonces dime, ¿qué hago?

Luciana se acercó a la mesa y deslizó su libreta hacia él.

—Vamos a empezar con algo simple. Quiero que escribas una escena sin pensar en si es buena o mala. Solo escribe lo primero que se te ocurra.

Alexander la observó por un momento y luego, con un suspiro resignado, tomó la libreta y el bolígrafo.

—¿Qué clase de escena?

Luciana sonrió.

—La primera vez que un hombre se da cuenta de que está enamorado.

El Pasado que Persigue

Mientras Alexander escribía, Luciana lo observó con curiosidad. Había leído todas sus novelas, y aunque sus protagonistas masculinos eran diferentes entre sí, siempre había algo en común: todos tenían miedo de amar.

¿Era posible que Alexander estuviera proyectando su propio miedo en sus personajes?

Una hora después, Alexander dejó el bolígrafo y empujó la libreta hacia ella.

—Lee.

Luciana la tomó y comenzó a leer. Lo que encontró la dejó sin aliento.

La escena era cruda, intensa. Hablaba de un hombre que, sin darse cuenta, había caído en la trampa del amor. Un amor inesperado. Uno que lo aterrorizaba.

Cuando terminó de leer, levantó la mirada.

—Esto es increíble.

Alexander sonrió con amargura.

—Sí, pero hay un problema.

—¿Cuál?

Alexander se inclinó hacia adelante, con los ojos fijos en ella.

—Cada vez que escribo sobre amor, recuerdo que en la vida real, el amor no es así.

Luciana sintió un escalofrío recorrerle la piel.

—¿Por qué dices eso?

Él no respondió de inmediato. En su lugar, se puso de pie y caminó hacia la ventana.

—Porque una vez amé a alguien. Y me destruyó.

Luciana no supo qué responder a eso. Pero en ese momento, comprendió algo: Alexander no solo tenía miedo de escribir. Tenía miedo de sentir.

Y tal vez, sin quererlo, ella había comenzado a desafiar ambas cosas.

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