Luciana llegó temprano a la casa de Alexander Varnell al día siguiente, con una libreta en mano y su determinación más firme que nunca. La noche anterior había estado repasando cada entrevista, cada artículo y cada libro que Alexander había publicado en busca de entender su proceso creativo. Si iba a ser su asistente, necesitaba descubrir cómo funcionaba su mente.
Cuando cruzó la entrada principal, se encontró con la asistenta doméstica, una mujer mayor de cabello entrecano llamada Margot, quien le dedicó una mirada de advertencia antes de hablar. —Si va a trabajar con él, ármese de paciencia. El señor Varnell no es fácil. Luciana esbozó una sonrisa que pretendía transmitir seguridad. —Gracias por el consejo, pero puedo manejarlo. Margot arqueó una ceja con escepticismo antes de señalar el estudio. —Ya la está esperando. Respiró hondo antes de entrar en la habitación que ahora se había convertido en su oficina temporal. Alexander estaba sentado en su escritorio, con una expresión de concentración mientras garabateaba en un cuaderno de cuero negro. No levantó la vista cuando Luciana entró, ni le dio la más mínima señal de reconocimiento. —Buenos días —saludó ella con una voz firme. —Tarde —respondió él sin siquiera mirarla. Luciana frunció el ceño y revisó la hora en su reloj. —Son exactamente las nueve en punto. Alexander levantó la vista con una media sonrisa sarcástica. —Entonces deberías haber llegado a las ocho cincuenta y nueve. Luciana apretó los labios y dejó su libreta sobre la mesa con más fuerza de la necesaria. —Si hubiera sabido que mi contrato incluía habilidades de clarividencia, me habría preparado mejor. Alexander apoyó la barbilla en su mano y la observó por primera vez con verdadero interés. —Interesante. No te disculpas, no te acobardas… y además eres sarcástica. —Si está buscando a alguien sumisa que le diga ‘sí, señor’ todo el día, me temo que contrató a la persona equivocada. Alexander entrecerró los ojos, como si la estuviera evaluando. Luego, sin previo aviso, cerró el cuaderno con un golpe seco y se puso de pie. —Bien. Vamos a trabajar. Luciana sintió la victoria recorrerle la sangre. No había pasado la primera prueba con sumisión, sino con temple. El Problema del Bloqueo Durante la siguiente hora, Luciana observó el proceso de trabajo de Alexander. O más bien, la ausencia de un proceso. Se paseaba por la habitación, tomaba un libro al azar, leía un par de frases y luego lo dejaba de nuevo con frustración. Finalmente, ella decidió intervenir. —¿Cuál es exactamente el problema con tu escritura? Alexander, que tenía una copa de whisky en la mano a pesar de ser temprano en la mañana, la miró con incredulidad. —Si supiera cuál es el problema, no tendría un bloqueo. Luciana rodó los ojos. —Déjame reformular. ¿Desde cuándo no logras escribir algo que consideres decente? Alexander suspiró y se dejó caer en su sillón de cuero negro. —Dos años. Luciana parpadeó. —¿Dos años sin escribir ni una sola novela? —Oh, he escrito —dijo él con una sonrisa irónica—. He comenzado diez manuscritos diferentes, y todos son basura. Luciana sintió un atisbo de compasión por él, pero no dejó que eso suavizara su tono. —Tal vez el problema no es la calidad, sino tu miedo a fallar. Alexander la miró con una chispa de molestia. —¿Ahora eres psicóloga? —No, pero soy escritora —respondió Luciana—. Y sé lo que es sentir que cada palabra que escribes no es suficiente. Alexander bebió un sorbo de su whisky antes de inclinarse hacia adelante. —¿Y cómo superaste ese miedo? Luciana se cruzó de brazos. —No lo he hecho. Pero escribo de todas formas. La habitación quedó en silencio por un largo momento. Finalmente, Alexander dejó su copa sobre la mesa y se masajeó las sienes. —Está bien. Digamos que tienes razón. Digamos que tengo miedo de escribir una novela que no esté a la altura. ¿Qué sugieres? Luciana se mordió el labio mientras consideraba su respuesta. —Primero, necesitas recordar por qué empezaste a escribir en primer lugar. Alexander bufó. —Para pagar mis cuentas. Luciana sonrió. —Eso es una mentira. Si solo escribieras por dinero, podrías haber contratado a un escritor fantasma hace años. No, Alexander… tú escribes porque lo amas. Él la miró con un destello de algo en su mirada. Algo que Luciana no pudo identificar. —Bien —dijo finalmente—. Entonces dime, ¿qué hago? Luciana se acercó a la mesa y deslizó su libreta hacia él. —Vamos a empezar con algo simple. Quiero que escribas una escena sin pensar en si es buena o mala. Solo escribe lo primero que se te ocurra. Alexander la observó por un momento y luego, con un suspiro resignado, tomó la libreta y el bolígrafo. —¿Qué clase de escena? Luciana sonrió. —La primera vez que un hombre se da cuenta de que está enamorado. El Pasado que Persigue Mientras Alexander escribía, Luciana lo observó con curiosidad. Había leído todas sus novelas, y aunque sus protagonistas masculinos eran diferentes entre sí, siempre había algo en común: todos tenían miedo de amar. ¿Era posible que Alexander estuviera proyectando su propio miedo en sus personajes? Una hora después, Alexander dejó el bolígrafo y empujó la libreta hacia ella. —Lee. Luciana la tomó y comenzó a leer. Lo que encontró la dejó sin aliento. La escena era cruda, intensa. Hablaba de un hombre que, sin darse cuenta, había caído en la trampa del amor. Un amor inesperado. Uno que lo aterrorizaba. Cuando terminó de leer, levantó la mirada. —Esto es increíble. Alexander sonrió con amargura. —Sí, pero hay un problema. —¿Cuál? Alexander se inclinó hacia adelante, con los ojos fijos en ella. —Cada vez que escribo sobre amor, recuerdo que en la vida real, el amor no es así. Luciana sintió un escalofrío recorrerle la piel. —¿Por qué dices eso? Él no respondió de inmediato. En su lugar, se puso de pie y caminó hacia la ventana. —Porque una vez amé a alguien. Y me destruyó. Luciana no supo qué responder a eso. Pero en ese momento, comprendió algo: Alexander no solo tenía miedo de escribir. Tenía miedo de sentir. Y tal vez, sin quererlo, ella había comenzado a desafiar ambas cosas.Luciana llegó a la casa de Alexander Varnell al día siguiente con una mezcla de determinación y un leve atisbo de ansiedad. Algo en su conversación anterior la había inquietado. “Una vez amé a alguien. Y me destruyó.” La confesión había sido rápida, casi un susurro en la brisa, pero el peso en su tono le dijo que esas palabras cargaban años de heridas.Sin embargo, no estaba allí para jugar a la psicóloga con un hombre que claramente se esforzaba en mantener a la gente fuera de su vida. Su único trabajo era ayudarlo a escribir. Nada más.Respiró hondo antes de cruzar la puerta y se encontró con Margot, la asistenta, quien la miró con algo que parecía ser una pizca de compasión.—Te ves diferente hoy —comentó Margot con una media sonrisa.—¿Diferente cómo? —preguntó Luciana, frunciendo el ceño.Margot se encogió de hombros.—Más… decidida. Como alguien que va directo a una batalla.Luciana dejó escapar una risa seca.—Lo tomaré como un cumplido.—Buena suerte con él —dijo Margot, y lue
El viento nocturno azotaba las ventanas de la casa de Alexander Varnell, y en su estudio, el silencio era tan denso como la tensión entre él y Luciana Ferrer. Había pasado una semana desde la última vez que Alexander había escrito algo, y aunque la escena que había plasmado en papel aún resonaba en la mente de Luciana, él no había vuelto a escribir una sola línea desde entonces.Pero hoy, algo cambiaría.Luciana entró al estudio sin esperar una invitación, encontrándolo nuevamente en su escritorio, pero esta vez con una botella de whisky a medio consumir junto a él.—¿Otra vez con esto? —dijo, cruzando los brazos.Alexander levantó la vista con su típica expresión de indiferencia.—¿Con qué?—Con la autodestrucción —respondió ella sin rodeos—. No escribir, beber antes del mediodía, aislarte del mundo como si estuvieras atrapado en una maldita tragedia griega.Alexander la miró fijamente, sus ojos fríos como el hielo.—Si no te gusta cómo manejo mi vida, la puerta está abierta.Luciana
El estudio estaba en silencio. Solo el sonido del tictac del viejo reloj de pared rompía la calma, marcando cada segundo como un recordatorio de todo lo que no se había dicho. Luciana Ferrer se mantenía de pie junto al escritorio, con la piel aún ardiendo donde Alexander Varnell la había tocado la noche anterior. No debía significar nada.Pero significaba.El problema era que no podía permitirse descifrar el motivo.—Margot me dijo que hoy te encontraste con un problema en la editorial —dijo finalmente, rompiendo el silencio.Alexander, que había estado observando la chimenea con una copa en la mano, ni siquiera giró la cabeza.—Margot habla demasiado.Luciana cruzó los brazos.—Te van a despedir si no entregas tu novela.—¿Y eso te preocupa?—Si no te importara, no estarías bebiendo antes del almuerzo.Alexander finalmente se giró para mirarla. Sus ojos azules eran como dagas de hielo.—Voy a escribirla.—¿Cuándo?—Cuando pueda.Luciana apretó los labios. Su paciencia tenía un límite
El aire dentro del estudio de Alexander Varnell se volvió espeso, casi irrespirable. Luciana Ferrer sostenía la foto en su mano, sintiendo su peso como si fuera una piedra atada a su pecho. La imagen de Alexander abrazando a una mujer cuya identidad había sido tachada era una puerta abierta a preguntas que él no quería responder.Alexander estaba de pie junto a la puerta, observándola con una frialdad que la hizo estremecerse.—¿Dónde conseguiste eso? —preguntó con voz controlada, pero su tono ocultaba algo más oscuro.Luciana no apartó la mirada.—Javier me la dio.El nombre de su ex hizo que la mandíbula de Alexander se tensara. Pero no fue enojo lo que vio en sus ojos, sino algo más peligroso.—¿Javier? —repitió él, con una risa amarga—. Por supuesto.Luciana frunció el ceño.—¿Qué significa eso?Alexander avanzó lentamente hacia ella, sin apartar la mirada de la foto. Luciana no se movió, pero su corazón golpeaba con fuerza dentro de su pecho.—Significa que Javier siempre ha sabi
El aire dentro del estudio se sentía denso, como si el peso del pasado de Alexander Varnell estuviera ahogando cada rincón de la habitación. Luciana Ferrer sostenía la foto de Aurora con fuerza, su mirada alternando entre la imagen y el hombre que tenía delante.Alexander estaba inmóvil, su camisa medio abierta, dejando ver la cicatriz en su pecho, la única prueba física de que Aurora había intentado matarlo. Pero Luciana intuía que las cicatrices reales no eran las que marcaban su piel, sino las que habían dejado su mente destrozada.—¿Vas a quedarte ahí mirándome o piensas decir algo? —murmuró Alexander, su voz con la misma frialdad de siempre.Luciana sintió un nudo en la garganta.—Aurora te apuñaló… y luego desapareció.—Sí.—Eso no tiene sentido.Alexander exhaló con pesadez y se dejó caer en su sillón de cuero. Luciana se percató de que, por primera vez, se veía realmente cansado.—Nada de lo que pasó con Aurora tiene sentido.Ese fue el momento en que Luciana supo que debía in
Luciana sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. El mensaje en el manuscrito de Alexander era una advertencia clara.“Si estás leyendo esto, significa que él ya sabe demasiado. No confíes en nadie. Ni siquiera en él.”¿Quién lo había escrito? ¿Aurora? ¿Alguien más?Se obligó a respirar hondo. Si Aurora había dejado este mensaje, significaba que sabía que la buscarían.Y si alguien no quería que Alexander descubriera la verdad, entonces también la estaban vigilando a ella.Tomó el manuscrito y lo guardó en su bolso. Debía hablar con Javier.La Confrontación con JavierCuando Luciana llegó a la editorial, encontró a Javier Rosales en su oficina, revisando documentos con su expresión arrogante de siempre.—Qué sorpresa verte aquí tan temprano, Ferrer. —dijo sin levantar la mirada.Luciana cerró la puerta tras de sí y arrojó el manuscrito sobre su escritorio.—Necesito respuestas.Javier arqueó una ceja y hojeó las primeras páginas.—¿Otro de los dramas de Varnell?—No te hagas el idiota.
La noche había caído con un peso opresivo sobre la ciudad. Luciana y Alexander se quedaron en su apartamento, sentados frente a la nota anónima como si fuera un detonador a punto de explotar. Sabían que el siguiente paso sería peligroso, pero retroceder ya no era una opción.—Si Aurora no era su verdadero nombre, ¿qué más me ocultó? —murmuró Alexander, su voz cargada de una mezcla de furia y frustración contenida.Luciana se levantó, incapaz de quedarse quieta.—Javier debe saber más de lo que dice. Pero no creo que vaya a soltar la verdad fácilmente.Alexander la observó con intensidad.—Entonces, tendremos que obligarlo.Luciana arqueó una ceja.—¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Tortura psicológica?Alexander sonrió con sarcasmo.—No, pero puedo ser muy persuasivo cuando quiero.Luciana cruzó los brazos, pensativa.—Tengo una idea.El Ataque en la NocheAntes de que pudieran poner en marcha su plan, el peligro los encontró primero.Apenas pasaron un par de horas cuando un ruido metálico en
Luciana Ferrer se encontraba en una cafetería del centro de la ciudad, rodeada de manuscritos rechazados y una taza de café frío. La luz tenue del atardecer se filtraba por las ventanas, creando sombras que reflejaban su estado de ánimo. Había pasado los últimos años intentando sin éxito que alguna editorial aceptara sus novelas. La frustración y la duda comenzaban a pesarle. Mientras revisaba por enésima vez una carta de rechazo, su teléfono vibró sobre la mesa. Era un correo electrónico de una editorial reconocida. Con el corazón acelerado, abrió el mensaje. Estimada Srta. Ferrer, Hemos revisado su perfil y nos gustaría ofrecerle una oportunidad como asistente personal de uno de nuestros autores más destacados. Si está interesada, por favor, acuda a nuestra oficina mañana a las 10 a.m. Atentamente, Eleanor Graves La sorpresa la dejó sin palabras. Aunque no era la oferta que esperaba, podría ser la puerta que necesitaba para entrar en el mundo literario. Decidida, respondi