Daniela jamás imaginó que su vida daría un giro tan inesperado en tan poco tiempo. Lo que comenzó como una noche de desenfreno con un desconocido, terminó en un torbellino de secretos familiares y verdades perturbadoras. Al llegar a la mansión Vanderbilt, descubre que su madre es parte de una familia polígama y que su mundo de lujos y tradiciones ocultas es mucho más oscuro de lo que parece. Pero nada la preparó para la revelación más impactante de todas: el hombre con el que pasó la mejor noche de su vida no es otro que Víctor Vanderbilt, su oscuro hermanastro y el heredero de la familia. Frío, imponente y con una sonrisa cargada de peligro, Víctor parece disfrutar del retorcido destino que los ha unido. Aterrada por la verdad y la creciente atracción prohibida entre ellos, Daniela intenta huir, sin imaginar que lo hace con la semilla de Víctor creciendo en su vientre. Ahora, con un secreto que podría cambiarlo todo, deberá decidir si enfrentarse a su destino o esconderse de la única persona que jamás la dejará escapar. Porque en la mansión Vanderbilt, nada es lo que parece, y el amor puede convertirse en el más peligroso de los secretos.
Leer másHabía un juego de miradas en la mesa, y Melissa se sacudió los dedos cuando miró a Bruno.—Si voy a estar contigo, y tú llegas con Luca diciendo que es tu hijo… necesitas una historia que no levante sospechas.Bruno alzó la ceja.—Pensé que tenía eso cubierto.Ella negó.—Mi compañía sería muy innecesaria, pero si decimos que me conociste en un desfile, tal vez, y luego nos encontramos en el lugar donde estaban cuidando a Luca… sería más convincente.Bruno sonrió.—Como si nos hubiésemos visto más de dos veces por casualidad…A Melissa se le borró la sonrisa, pero asintió.—Así es…Bruno la observó con curiosidad, bebiendo un sorbo de agua, atento.—Eso te mantendría lejos de preguntas innecesarias —apoyó el codo en la mesa, mirándolo intensamente.—¿Cuánto puede durar el intensivo? —preguntó él de un momento a otro.—Al menos dos meses.Él asintió de forma rápida y sin dejar de mirarla, lo dijo:—Gracias —murmuró.Melissa giró la cabeza apenas y susurró:—¿Por qué exactamente? Se sup
Melissa no supo si podría escuchar algo mejor o peor, pero su historia definitivamente le había hecho algo.Nunca se había imaginado algo igual, sin embargo, había una cosa que titilaba en su mente.¿Aún amaba a esa mujer?El sacrificio que había hecho por ella era evidente y dejó de mirarlo por un momento, más que todo por él.—¿Qué es lo peor? —preguntó como un susurro y luego Bruno se arrimó para mirarla.—No me odies…Ella negó.—No tengo por qué hacerlo. ¿Qué es lo peor?—Desistí de todo. De todas formas, no hay una condición para heredar, y de todas formas, no me importaba conseguirlo. Tenía un año sin ir a Italia, cuando mi madre me llamó. Había una cirugía programada para mi padre, y le dije que, posiblemente, viajaría ese fin de semana. No logré llegar, y mi padre tuvo un infarto. Después de eso, supe que tenía que desligarme completamente de mi familia, aunque lo último que me dijo el abuelo, me dolió —hizo una mueca—. Un sermón sobre el apellido, la dinastía, el deber. La f
Melissa bajó las escaleras del edificio con el corazón a punto de escaparse de su pecho. El vestido que Bruno le había enviado parecía hecho con sus pensamientos, con lo que ella nunca se atrevió a decir en voz alta sobre cómo quería sentirse: elegante, deseada, distinta.El chofer la saludó con una cortesía casi militar y le abrió la puerta del auto negro. Ella se acomodó dentro, aspirando el aroma del interior que no podía negar que era de Bruno: cuero, madera y un perfume que parecía envolverla.El trayecto fue silencioso, pero su cabeza no. Pensó en las palabras que él había usado… “Definiremos nuestros futuros”. ¿Desde cuándo alguien se jugaba un futuro con ella? ¿Desde cuándo alguien la miraba como si fuera capaz de cambiar el rumbo de su historia?El auto se detuvo frente a un edificio de arquitectura clásica. Alguien la esperaba en la entrada: no Bruno, sino un hombre con un auricular, que le indicó que lo siguiera por un pasillo alfombrado. Subieron a un ascensor privado. Tod
Melissa lo miró directamente, pero se quedó en silencio.Habían hablado de cosas sencillas hasta ahora, pero la manera en que él la miraba no era nada sencilla. Era como si estuviera memorizando sus gestos, como si cada palabra suya lo tocara. Como si cada cosa, por muy mala que pudiera ser, en esa boca no sonara tan descabellada.Como la que había dicho hace unos segundos, pero definitivamente, no la asustó.¿La razón? No la tenía clara todavía.Su mirada se quitó de él y luego escuchó que Bruno le indicó al chofer salir de allí.Ella cerró los ojos con fuerza recordando el sabor de esa boca, y sintió un estremecimiento burdo en el cuerpo.No era fácil despedirse de esto. Ella ya había tenido suficientes despedidas, pero las había hecho porque no eran su lugar. Sin embargo, Bruno…Había una lucha dentro de ella. La cordura, la locura.Entonces, ella levantó el rostro y miró a Bruno.—Sé hacer un caldo de pollo exquisito —Bruno frunció el ceño.—¿Caldo de pollo? —ella sonrió y asintió
Melissa no supo si fue la palabra “novia” o la forma en la que Bruno la dijo, pero algo se rompió o tal vez se reconstruyó dentro de ella. Pero también estaba la situación del porqué estaban aquí exactamente.El sitio le traía algunos recuerdos vagos, sobre todo cuando sus padres adoptivos, la eligieron a ella y a Javier de uno como estos en España.Parpadeó varias veces y sacudió sus pensamientos. No quería traer los recuerdos y luego miró a Bruno.—¿De qué se trata?—Ya lo sabrás. Hay alguien a quien quiero que conozcas.Melissa pasó el trago y asintió, y aunque Bruno pensó que era idea suya, ella se había pegado más a él de forma significativa.Las mujeres del refugio la miraron con una mezcla de simpatía y sorpresa, pero Melissa solo pudo esbozar una sonrisa tensa mientras seguía caminando a su lado.—¿Vienes seguido? —preguntó en voz baja, mientras subían por un pasillo iluminado por la luz suave de la tarde.—Sí, desde hace unos meses —respondió Bruno, con un tono que no admitía
Melissa no durmió esa noche.Estuvo despierta la mayoría del tiempo, dando vueltas mientras su mente no la dejaba."Déjame mostrarte el mundo."No era solo lo que decía. Era cómo lo decía. Como si lo sintiera, como si necesitara hacerlo. Como si salvarla… lo salvara a él.Pero ¿salvarlo de qué?Cuando se hizo de mañana, se desnudó lentamente y se metió en la ducha como si el agua pudiera aclararle la mente. Pero cada gota parecía arrastrar más preguntas. ¿Por qué se sentía así con él? ¿Qué era lo que había visto en sus ojos al final, cuando le dijo que quería salvarse? ¿De qué demonios quería salvarse un hombre como Bruno?Se miró al espejo, aun con el vaho empañando el cristal, y por primera vez en mucho tiempo, no reconoció su reflejo.Había algo en ella que también estaba cambiando.Se puso unas mayas y fue al parque a correr hasta que su cuerpo no le dejara cavidad a los pensamientos. Era domingo por la mañana, y cuando volvió al apartamento, su teléfono vibró:“No te estoy apresu
Melissa no sabía si era la cena, el vino sin alcohol o esa forma en la que Bruno parecía mirarla como si pudiera adivinar todo lo que pasaba por su cabeza. Pero sentía el corazón latirle más fuerte de lo normal. Cada gesto de él, cada pausa, cada palabra dicha con voz baja, le revolvía algo dentro.Cuando terminaron de comer, Bruno se levantó, y le ofreció el brazo. Ella no supo porque le resultó extraño, porque pensó que aquí se acababa todo.Pero parecía que él tenía otros planes.—Déjame mostrarte un lugar —ella tomó su mano sintiendo la electricidad en sus dedos, y caminó con él saliendo del restaurante y le abrió la puerta de un auto lujoso.Se metió con ella y el auto ando por las calles de Lisboa, mientras Melissa y su mente se debatían ante su éxtasis.—¿Te pasa a menudo eso de pelear contigo misma? —preguntó Bruno, haciendo que sus pensamientos se dispersaran.Entonces ella sonrió.—No —respondió ella—. Solo cuando estoy frente a hombres misteriosos que aparecen en un club, m
Melissa salió de ese edificio, y solo se abrazó a si misma cuando se vio montada en un auto, que la estaba llevando al apartamento que ella compartía con su hermano.Sus pensamientos estaban un poco desordenados, y no sabía si se debía a todo el alcohol que había consumido.Era una tonta por hacer eso.¿Un ángel?¿En qué había pensado para llamarlo así?No. Ese hombre tenía todo, menos apariencia angelical. Era el tipo de ser humano que te hacía olvidar cómo respirar. Y mientras esperaba al chofer, no dejaba de preguntarse por qué había sido tan amable. Por qué él, de todos los hombres que podían haberse burlado o aprovechado de su estado, había elegido cuidarla. Y con tanto respeto.El viaje de vuelta fue silencioso. Afuera, la ciudad comenzaba a despertar, pero dentro del auto, Melissa se sentía aún atrapada en otra dimensión. En la del perfume que él llevaba puesto, en la de su sonrisa torcida, en la de su voz baja y casi peligrosa.Tenía el cuerpo tembloroso cuando llegó a su casa
Bruno llegó a la habitación después de obtener de uno de sus hombres, unos analgésicos, y una botella de agua nueva.No pudo evitar que la sonrisa se le torciera, porque la vida era demasiado irrisoria. Había comprado algunos clubs en Portugal, lo había hecho también en España, y en Roma. Sus negocios se habían esparcido por todo Europa, y Víctor era una conexión grande en Estados Unidos, el país donde había pasado gran parte de su vida.Sin embargo, no sabía que le estaba planeando el destino, pero su cabeza daba muchas vueltas ante la misma idea, y aunque quería quitarse el pensamiento, esta chica siempre aparecía para joderle la cordura.—Sorpresas de la vida, Melissa, así te bautizo… —Dejó los analgésicos en la mesa, y tomó el sillón para soltar el aliento.Era demasiado hermosa, ¿cuántos años tendría? ¿20 tal vez?Melissa Rodríguez.La mujer a la que apenas había cruzado en una tienda, la misma que se le quedó tatuada en la memoria sin motivo aparente después de la fiesta en la e