CAPÍTULO 4

Había un pitido en sus oídos, un tintineo en su cabeza por algunas copas que tomó, y un ceño fruncido cuando intentó abrir los ojos.

Daniela se removió en la cama, una cama que estaba frente a un enorme balcón, con una impresionante vista, y luego hizo un gesto lastimero, llevando la mano a su centro.

Por un momento todo vino a su cabeza de golpe, y se sentó rápidamente, tomando las sábanas en sus manos y mirando a todas partes.

Toda su ropa estaba en el suelo y sus sandalias, pero no había rastros de aquel hombre, ni ninguna de sus prendas.

—Oh Dios… —Daniela se levantó, girándose a todos lados y comenzó a colocarse la ropa. Se hizo una coleta en el cabello y caminó por toda aquella planta hasta detenerse bruscamente frente a aquel piano.

Miró con horror la sangre seca en las teclas, y allí mismo una nota.

“Extranjera, sé que no tienes dinero, así que te dejé un poco”

Daniela arrugó la nota en su mano pasando un trago y vio sobre el piano un fajo de dinero. Uno muy grueso con billetes de cien dólares.

Por un momento se sintió como una verdadera put@. Una a la que le dejaban el pago de una noche, aunque realmente había perdido la cuenta de cuántas veces habían tenido sexo.

Sacudió su cabeza y apretó los dientes, para sacar un billete de cien dólares de ese fajo.

Rápidamente, buscó una pluma y un pedazo de hoja, y escribió en el papel:

“Tomaré 100 dólares, porque no fue una de mis mejores noches, y no puedo ser tan injusta de que pagues de más”

Ella sonrió completamente y caminó hacia la salida.

Pensó que había alguien para señalarle el camino, pero realmente se las arregló hasta tomar un taxi para solo decir:

—Ammm, a la mansión Vanderbilt —el hombre la miró por el retrovisor y solo asintió, tomando su billete sin alguna pregunta, y Daniela estuvo frente a la propiedad en 40 minutos.

En pasos lentos caminó a la propiedad Vanderbilt, pero cuando se acercó a la puerta, algunos hombres se pusieron alertas.

—La hemos encontrado.

Uno de ellos tomó su brazo y caminó con presura, hasta llevarla a un salón donde estaba su madre llena de lágrimas.

Daniela también se giró hacia Titus que hablaba por su teléfono, y cuando la vio, solo dijo:

—Olvídalo… —Y terminó la llamada.

—¡¿Dónde estabas, maldit@ sea?! —Su madre estuvo a punto de llegar a ella, cuando Titus se metió entre ellas.

—Déjala hablar. —Y girándose hacia ella frunció el ceño—. Habla Daniela…

Ella pasó un trago nerviosa y negó.

—Salí con Sofía anoche —Los ojos de su madre hervían de la rabia.

—¿Y qué sigue? —Titus insistió.

—Yo… No vi a Sofía, yo… no conozco a nadie aquí.

—¿Y dónde se supone que estabas? —Su madre la miraba como si quisiera matarla y Daniela tomó el aire para responderle a Titus.

—Había una chica, no sé mucho de ella, me ofreció quedarme en su casa.

Los ojos de Titus se achicaron.

—¿Y por qué no le pediste que te trajera?

Daniela negó.

—Yo… no lo sé… no quería llegar aquí. Esto que ha pasado es…

—¿Qué? —Marcela casi gritó y Titus volvió a levantar la mano.

—Hay un evento importante al atardecer, Daniela, tu madre y yo vamos a simbolizar nuestra unión y tú debes estar en primera fila. Ve a tu cuarto, duerme porque pareces cansada, y deja que alguien decida por tu apariencia más tarde.

»Cansada«

Daniela casi rio mentalmente, e iba a abrir la boca cuando los ojos del hombre la sentenciaron.

—Yo hablaré con tu madre. Ahora vete…

Pasando un trago rudo, Daniela miró a su madre, y se giró sobre sus talones para literalmente correr del lugar. Una vez llegando a su habitación, cerró la puerta con el pecho agitado, y solo pensó que su vida se había convertido en una locura.

Todo había sucedido en un día. Se había ido de España, su madre era miembro de una familia polígama, y ella, se había acostado con un desconocido, que realmente había cumplido lo que le había prometido.

Le había dado la mejor noche de su vida, y ella supo que nunca jamás lo superaría.

***

Daniela no supo cuánto durmió, alguien vino a despertarla alrededor de la tarde, y literalmente la obligaron a tomar un baño.

Dos o tres mujeres hicieron su cabello y colocaron un maquillaje ligero, luego le dieron un vestido elegante, para terminar, yéndose en silencio.

—¡Holis…! —la puerta se abrió de nuevo mostrando a Sofía, que también vestía de negro, al igual que ella—. Apareciste…

Daniela achicó sus ojos, pero se quedó en silencio.

—Allí abajo dicen que es hora.

—No iré contigo, de todas formas… —Sofía se carcajeó.

—Hieres mi corazón, Daniela, y yo que te estaba considerando mi segunda hermana más querida.

Tirándole un beso, Sofía desapareció y a Daniela no le quedó de otra que seguir sus pasos para darse cuenta de que la casa era un caos. Sin embargo, en un espejo enorme de pies a techo se miró.

Ella se veía hermosa, y el vestido había sido hecho para destacar todos sus puntos. Tomando el aire siguió el camino que todos.

Había todo tipo de decoraciones en el jardín. Al menos unas 100 sillas, y mucha gente desconocida. Colocándose en cualquier lugar ella se cruzó de brazos, pero cuando alguien anunció que comenzaría la ceremonia, una mujer la tomó del brazo, y le informó que necesitaba estar adelante con la novia.

Ella caminó segura de sí misma, sus sandalias eran demasiado altas y sabía que la gente miraba su trasero que siempre fue prominente. Sin embargo, cuando ella llegó a la parte de adelante donde estaba su madre, no pudo evitar cortar el aire, cuando al lado de Titus, estaba ese hombre de mirada oscura, con un traje totalmente diferente al de anoche.

Su corazón golpeteó su pecho con rudeza, y sus pasos se volvieron lentos. El aire le estaba faltando completamente, y quiso que la tierra se la tragase cuando llegó a ellos.

—Daniela… —Titus gesticuló. Su madre la miró un poco seria, y luego, esos ojos se posicionaron sobre ella.

Por toda ella.

Ella lo notó enseguida, había sorpresa en su expresión que disimuló con maestría. Su ceño se pronunció con firmeza y luego notó cómo su garganta pasó un trago.

—Víctor… —El nombre le retumbó y sacudió sus cimientos cuando Titus se lo mencionó.

No… no… no…

—Ella es Daniela, mi nueva hija, y él… es mi hijo y heredero. Víctor Vanderbilt, tu futuro hermanastro.

Daniela quería morirse, o que alguien la matara, que su mamá terminara por ahorcarla, o que un árbol la aplastara.

Y, al contrario de lo que ella pensó, pudo notarlo. Ella pudo ver cómo ese hombre, que era su hermanastro, estaba torciendo la sonrisa, como si toda esta situación bizarra, le divirtiera la vida…

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