CAPÍTULO 3

—¿Estás tan desesperada por salir de aquí que pides ayuda al primero que encuentras? —preguntó el hombre con una dureza que la hizo estremecer.

—No es desesperación… —respondió ella, con un tono tembloroso pero decidido—. Prefiero irme con el hombre que me defendió, que quedarme aquí.

Él la observó en silencio, como si estuviera evaluando cada palabra, cada gesto.

—Bien, pequeña turista —dijo con sarcasmo.

Sin darle tiempo a procesar lo que acababa de decir, el hombre se giró y comenzó a caminar hacia un auto que parecía preparado para él, abriéndole la puerta trasera, dejando una estela de su aroma amaderado y fuerte.

Después de cerrarle la puerta, rodeó el auto para sentarse al volante.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó ella mientras él arrancaba el motor.

—Eso no importa —todo su cuerpo se estremeció. Sus piernas y muslos estaban expuestos con el vestido corto, mientras el brazo del hombre la rozaba algunas veces—. ¿Sabes siquiera a dónde puedo llevarte?

Daniela negó lentamente.

—No —Entonces él sonrió y negó todo el tiempo.

—Eres más valiente de lo que pareces, pero muy mentirosa.

Daniela se giró hacia él viendo cómo salía de las carreteras llenas de luces y se desviaba a otra parte. Ella soltó el aire y cerró los ojos. Hombres como él no jugaban, quizás le pediría que se acostara con él, si es que se lo pedía a alguien, y no tenía miedo, en medio de todo, que la matara era el menor de sus problemas.

Cuando abrió los ojos, el auto se estaba estacionando en un sótano del edificio que gritaba lujo por todas partes. El hombre oscuro le abrió la puerta, sin dejarle espacio a sus distancias para pasar la mano por sus mejillas, y luego su dedo en la boca.

—Me gustas, turista, solo por eso, estás aquí —Daniela pasó un trago al mirarle la boca con su nuca acostada, porque era bastante alto. Decir que no le atraía el hombre era mentir, así que se dejó conducir por él hasta un ascensor, para luego entrar a un enorme piso, donde había un piano gigante en el centro.

Nada de aquí tenía sentido. No tenía forma de vivienda, y todo estaba colocado en forma diferente.

Ella notó cómo el hombre se quitó la chaqueta, para quedar con todo el torso desnudo, y lleno de tatuajes, y luego lo vio caminar hacia ella, como cazando a una presa.

No sería la tonta que se arrepentía después de haber aceptado, y colocándose firme, le dijo:

—¿No vas a matarme después de esto? ¿O sí? —Una sonrisa genuina se deslizó en la boca del hombre y luego delineó su nariz de forma sensual.

—¿No es un poco tarde para preguntar eso?

Ella abrió la boca, pero él colocó un dedo en ella.

—No hoy, y creo que tampoco mañana. Pero puedo decirte que, aquí… —Golpeteó su cabeza—. No hay miedos, y me gusta. Estás loca de remate por meterte conmigo.

Por un momento, Daniela sonrió mientras él le miró la boca. Poco a poco su gesto se desvaneció, para recibir su boca en la suya. Un beso desquiciante se ejecutó a continuación. La lengua del hombre invadió su boca, y sus brazos atraparon con su frágil cuerpo, pegándolo a su fuerte torso que desprendía calor.

—¿No es excitante para ti…? No sabes quién soy, ni qué puedo hacer y, aun así, estás aquí, convirtiéndote en mi mujer en los próximos segundos…

Daniela parpadeó varias veces con la respiración agitada, no quería verse mojigata ante este hombre, ni tampoco desesperada, ni mucho menos miedosa. Pero quería dejarle una marca, de alguna forma, aunque fuera un pensamiento estúpido, quería que alguna vez en la vida se acordara de ella.

—Sí, es excitante —aceptó—. Sobre todo, porque tú serás mi primer hombre, señor oscuro…

Él se separó en el momento, y Daniela dejó escapar un suspiro tembloroso mientras el hombre se alejaba brevemente para apagar su cigarrillo en un cenicero, que a bien Daniela no sabía si era de cristal, pero tenía que ser.

—Tu primer hombre, ¿eh? —murmuró él, girándose hacia ella con una sonrisa ladeada. Su tono tenía un dejo de incredulidad, pero también algo más profundo, una especie de placer oscuro al saber que ella le había entregado esa confesión. Daniela asintió, con los labios entreabiertos, mientras su corazón latía frenéticamente.

El hombre caminó hacia ella con calma, cada paso haciendo eco en el espacio vacío, hasta detenerse frente a ella. Sus dedos recorrieron el borde del vestido corto que llevaba puesto, rozando apenas su piel, lo suficiente para enviar una descarga eléctrica a través de su cuerpo.

—¿Sabes lo que significa eso para mí? —preguntó él con voz baja, ronca, mientras sus dedos subían lentamente por su brazo desnudo.

—No tengo expectativas —susurró Daniela, aunque su voz tembló con una mezcla de anticipación y nerviosismo.

Él soltó una risa breve, sin apartar la mirada de ella.

Sin más palabras, el hombre deslizó sus manos detrás de su cuello y desabrochó el pequeño broche de su vestido. La tela resbaló lentamente por su cuerpo, revelando su figura temblorosa bajo la luz tenue. Daniela cerró los ojos por un momento, estaba desnuda ante él, porque solo tenía un pequeño bikini y no se había puesto brasier.

Cuando ella abrió los ojos, el hombre la miraba con el ceño fruncido, pudo ver una vena muy gruesa en su cuello y otra en su frente.

—Comprobaremos.

—¿Qué? —él la tomó de la mano y luego la alzó como un trapo dando unas zancadas largas y un estruendo la inmovilizó.

Sus glúteos se sentaron en las teclas de aquel piano grande y glamuroso, haciendo vibrar las paredes del lugar.

—¿Qué haces?

—De todo voy a hacer contigo, si esa es tu pregunta —la boca de Daniela tembló y sintió cómo sus manos abrieron las piernas.

—Una sola cosa, no seas despiadado —Los ojos del hombre brillaron y su sonrisa maquiavélica se curvó.

—Trataré, pero pides mucho —él hizo una pausa—.  Pides mucho —murmuró solo mirando su parte íntima mientras sus dedos retiraron la tela.

Había algo en su andar, en la forma en que la miraba que le indicaba que estaba jugando un juego al que solo él conocía las reglas.

No pudo evitar un leve gemido cuando sintió sus dedos acariciarla, mientras su pecho respiraba de forma rápida. Cada caricia era como si un cerillo, arrastrara contra sus poros y encendiera llamas en sus entrañas. Y lo juraba, no quería parecer ansiosa, pero no podía controlar los sonidos de su respiración, que aquel hombre parecía disfrutar.

Daniela abrió la boca cuando este dios oscuro sacó su lengua y lamió su entre pierna para hacerle echar la cabeza hacia atrás, su boca comenzó a comérsela y cuando él succionó la piel de su vagina, ella se tuvo que morder con fuerza.

Parecía que se comía un plato exquisito, sus manos abrían sus piernas, las teclas del piano resonaban por las paredes, combinándose con los gemidos que estaban enloqueciéndola. Y aunque no lo vio venir, su cuerpo no pudo evitar convulsionarse, porque ella intentó quitarlo de su parte íntima, pero él no la dejó hasta que se desvaneció encima de él.

Su vientre se contrajo como nunca, un dolor, una tensión, y algo que jamás había experimentado la gobernaron. Incluso apretó sus propios senos, y negó todas las veces, hasta que una mano grande tomó su rostro.

—No, ¿qué? ¿Dime?

—Esto…

—Respira, pequeña, una cosa a la vez… —Daniela quería ahogarse, pero no le dio tiempo de considerar nada cuando esos dedos entraron en su centro, creando una presión insoportable.

Miró los ojos del hombre enigmático y notó una leve sorpresa, hasta que se detuvo.

—¿Tienes miedo de mí?

Daniela lo miró fijamente, perdida en la profundidad de sus ojos oscuros. Podría haber mentido, pero sabía que no tenía sentido.

—Un poco… —admitió con temblor, todo su cuerpo titilaba.

Él sonrió, una sonrisa cargada de misterio y satisfacción, y luego sucedió. Su mano acercó su rostro, y luego invadió su boca con un beso lleno de deseo, lujuria y mucha pasión, descolocando a Daniela más de lo que estaba. 

—No voy a matarte… —él se pegó a su oído—. Pero si voy a asegurarme de que nunca olvides esta noche, ni del hombre que te dio la cogida más rica de toda tu vida.

Las manos de él tomaron su cadera, y quitándose el botón de su pantalón, dejó caer la tela, para que ella lo mirara y cerrara los ojos al mismo tiempo.

Ella pudo escuchar una risa rota, y luego, vino la invasión.

Su cuerpo le pidió que llorara, que dejara caer algunas lágrimas, y no porque estaba sufriendo. La presión en su vientre era mucho, pero iba más allá de su entendimiento. En vez de embestidas duras y rápidas, el hombre se movía con agilidad, destreza y sensualidad, llegando profundamente a sus entrañas.

Era evidente que había roto su virginidad, pero nunca en su vida esperó rosas ni consagrarse en una piedra para perderla.

Trató de moverse, pero estaba completamente llena por él, era evidente que era grande. Podía sentir sus venas palpitar dentro de ella, mientras sus roces la quemaban. 

Su boca se comía su piel, golpeteaba sus mejillas de forma suave, y besaba sus senos que saltaban dando pequeños mordiscos alrededor de ellos.

Era alucinante. Terriblemente lo era.

El hombre era intenso, ardiente, y completamente desquiciante. Sus manos, grandes y seguras, exploraron su cuerpo con una mezcla de autoridad que la hizo temblar.

Los sonidos de las teclas del piano ahora eran un concierto, ella sintió cómo el peso de la situación se desvanecía con cada impulso y choque de sus sexos.

Cada movimiento era calculado, cada caricia un recordatorio de quién tenía el control en ese momento. Daniela se dejó llevar, sus pensamientos ahora eran nublados por la intensidad de sus emociones.

Por primera vez en mucho tiempo, no pensaba en su pasado, ni en el futuro, ni en lo que podría salir mal. Solo existía el presente, esa conexión cruda y visceral con un hombre que parecía diseñado para consumirla por completo…

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