Un trágico accidente dejará al implacable empresario Irum Klosse postrado en una silla de ruedas. Reducido a la sombra de lo que era, desatará su furia contra quien lo ha destrozado, sin saber que ella carga con sus propios demonios. Atrapada entre un amor tormentoso y la ira feroz de Irum, Libi descubrirá que en el dolor más profundo puede hallarse algo de paz y... libertad. Y su peor enemigo puede convertirse también en su salvador. «No debí ir a la fiesta». «No debí beber tanto». «No debí conducir el auto». «Pero lo conocí a él...»
Leer más«Dime todo lo que sepas de los padres de Espi» Libi terminó de escribir el mensaje para Lucy y mantuvo el teléfono en sus manos. En veinte minutos llegarían al lugar que marcaba el GPS en el maletín de Espi. —¿Por qué había un GPS en su maletín? —le preguntó a Irum, mirando siempre al frente. —Es algo bastante común en las grandes empresas. Todos los altos ejecutivos de HK tienen uno y ella es mi hija, debía tener uno igual —Irum la miraba a cada instante mientras conducía. Estaba más calmada, pero seguía temblando. Libi asintió, sintiendo el cosquilleo de una lágrima al rodarle por la mejilla. —Entonces... ¿no pusiste la cámara en mi habitación? Libi la llevaba en su bolso y la puso sobre el tablero, tan real como su teléfono o el de Irum, que los guiaba a su destino. —No, Libi, yo no la puse. —¿Y tampoco golpeabas mi puerta y mi ventana? —Ya te había dicho que no. Ella tecleó en su teléfono. Tal como él le había sugerido buscó evidencias. Reprodujo el archivo de audio
No salieron esta vez de la boca de K palabras cargadas de tibieza como «tranquilízate», «se positiva» o la peor, «todo estará bien». La ingenuidad que había en él se había quedado en el sótano y sus vapores nauseabundos. —La señal del teléfono de Libi cuando te envió ese mensaje la ubica a pocos metros del edificio de HK —dijo él, que repartía su atención en cuatro pantallas a la vez. —Es la empresa de Irum. Siempre tiene que estar metido en todo. ¡Cuanto lo detesto! En la pantalla superior izquierda, K empezó a rastrear la posición del teléfono de Irum también. Actualmente ambos teléfonos estaban apagados. —¿Será que ese infeliz se la llevó de nuevo? —Lucy no perdió tiempo y llamó a Alejandro—. ¡¿Cómo?!... ¡¿Cuándo?!... No... ¡¿Qué?! No lo sabía... Bien. Si te enteras de algo más, por favor, avísame. —¿Irum se la llevó? —preguntó K cuando Lucy terminó su llamada. —Alejandro dice que ella se lo llevó a él, que llegó amenazando con una pistola y que antes de eso estuvo en la cár
Irum jugueteaba con un lápiz sentado a la gran mesa en el salón de reuniones del sexto piso. Su cuerpo estaba allí, pero su mente no. Lo mantenían distraído pensamientos del futuro, de la audiencia de formalización de cargos en contra de Libi y del rumbo que tomarían sus planes. Detestaba cuando las circunstancias terminaban apremiándolo y lo hacían acelerar el transcurso de los mismos. ¿Por qué nadie podía respetar sus tiempos?—Como pueden ver en esta gráfica, el balance de...La puerta de la sala de reuniones se abrió de golpe, atrayendo todas las adormiladas miradas de los ejecutivos que presenciaban una magistral presentación sobre los balances del último mes, que no resultó ser ni por asomo tan estimulante como la mujer que entró cargando una pistola.Fuera de sí, los ojos enloquecidos de la pelirroja recorrieron los rostros de los asistentes, que brincaron de sus sillas, sin saber si salir corriendo o meterse debajo de la mesa. Se detuvieron al encontrar a Irum y a él lo apuntó
—Nunca sentí un dolor tan intenso, lo máximo que me había quebrado antes habían sido un par de uñas. Pasado el mediodía, Libi por fin pudo ver a Marcelo y saber de su estado. Él sonreía, pese a la horrorosa situación que lo había llevado hasta allí. —Lo lamento, Marcelo —le decía Libi, con los ojos llorosos y sin soltarle la mano. —¿Por qué, bella? ¿Qué podrías haber hecho? Tu deber era proteger a la bambina. —Sí, pero... —Nos hizo falta tu martillo. Incluso herido como estaba él tenía energías para bromear. Si ella hubiera tenido su martillo, tal vez el ladrón ahora estaría muerto. Y Espi la habría visto matándolo. —¿Y la bambina? —No dejan entrar niños, está afuera... con Irum. —Ya veo. ¿Tú lo llamaste? Libi negó y se acercó más a Marcelo. Empezó a susurrar, mirando de vez en cuando hacia la puerta. —Él llegó solo y nos encontró aquí en el hospital. Dijo que rastreó mi teléfono. —Eso es un tanto... excéntrico. ¿Está molesto porque saliste conmigo? —No me ha reclamad
Libi puso unas monedas en la máquina expendedora de la sala de espera y compró unos chocolates. —En el trabajo de mi papi hay de éstas. Marcelo llevaba dos horas siendo atendido en el hospital luego de la caída. ¿Cuántas horas había durado la tranquilidad que ella buscaba? Ya mejor se rendía y se quedaba en casa encerrada. —Mi papi. —Sí, hija, ya te oí. —¡Mi papi! Libi miró hacia donde Espi señalaba y deseó mejor no haberlo hecho. Irum se acercaba por el pasillo y recibió a Espi en sus brazos. —¡Papi, un ladrón apareció y empujó al tío Marcelo y él se cayó y sangraba, fue horrible! Desconcertado, Irum le acarició la cabeza y ella se acomodó sobre su hombro. Podían estar muy lejos de la ciudad, pero Espi ya se sentía como en casa. —¿Ustedes están bien? —Yo sí porque mi papi ya está conmigo —dijo la niña y sonrió con felicidad infinita. Libi, desplomada sobre una silla, apretaba su chocolate, contando hasta un millón. No gritaría frente a su hija, suficiente habían tenido
Libi partió el día en que todo sería mejor llevando a Espi de regreso al jardín. Su hija sabía defenderse de otros niños, eso había quedado claro y necesitaba continuar con su proceso de educación y socialización. Ella quiso ir con su corbata y maletín. Libi pasó luego a la consulta de su psiquiatra porque su actual estado psicoemocional no era algo de lo que pudiera hacerse cargo por su cuenta, sobre todo con el desbordado enojo que sentía, luego fue con el abogado. El patán de Irum tenía razón, realmente necesitaba uno porque el panorama no pintaba demasiado bien, pero tenía tiempo para prepararse, la audiencia de formalización sería en tres días. No fue al taller, pero el taller fue a ella, representado por Marcelo. —Es una situación complicada. —Estoy hasta el cuello. Todo estaba tan bien, pero se está derrumbando poco a poco y siento que no puedo hacer nada para evitarlo. —¿Sabes qué necesitas? Un abrazo de Marcelo. Ella se dejó envolver por los cálidos brazos de Marcelo.
Libertad, en la cúspide de las desventuras de su cataclísmica vida, volvió a acercarse a los barrotes que desafiaban a su nombre. Ella iba a pedir ayuda a Lucy en cuanto le dieran su llamada, pero Irum, como un dios omnipresente que todo lo sabía, llegaba primero.—¿Cómo está mi hija? —preguntó ella.«¡Tiene una hija!», exclamaron con sorpresa las mujeres a su espalda.—Asustada. Un hombre golpeó a su madre y luego ella lo golpeó de vuelta, y al guardia, y a dos policías. ¿Por qué llevabas un martillo en tu bolso?«¡Un martillo!». Sus compañeras de celda eran el coro en la tragedia griega que era su vida.—Por ti —susurró ella. Y porque la pistola se le había quedado en casa.—¿Sabes cuál es la pena por agredir a un policía?Libi negó, apoyando con cansancio la cabeza contra los barrotes.—Deja en paz a la chica, niño bonito. No se ha tomado sus medicinas —la defendió Marla. Era en los peores momentos cuando afloraban las amistades verdaderas. —¿Por qué te enojaste conmigo? —quiso s
—No sé si Irum es un psicópata, porque se ve bastante funcional, pero su fijación contigo traspasa las barreras de la obsesión. ¡Es delirante! —exclamaba Lucy. Había llegado bien temprano a animar a Libi luego de haber destruido la brillante burbuja en la que Irum la había metido con tanta facilidad. —Nexus fue de nuestros primero clientes, ¡en Francia! Hasta allá llegó Irum, nunca me dejó en paz. —Los locos no deberían tener dinero, deberían cobrarles un impuesto a la locura y dejarlos pelados. —Y yo que estaba tan feliz porque aceptaron exponer mis cuadros en la galería. ¡Cómo no iban a hacerlo si era de él! —Hay que reconocer que el lugar le quedó bastante bonito, antes había allí un terreno baldío que era foco de delincuencia. —¡Tal vez y hasta compró mis cuadros! Espi ha visto algunos míos en su empresa y los de ahora se vendieron todos en una noche. Todo mi éxito, toda mi fama no es más que una ilusión, una mentira que él creo. —No es tan así, Libi, tu talento e
Sábado. Irum había invitado a Libi y a Espi a almorzar con él en el pent-house y ellas habían aceptado. Les sirvió la comida una sirvienta que no era Conchita. —¿Qué pasó con ella? —Terminó cambiándose de bando y se fue a trabajar para Jack y Josefa. No la culpo, ¿quién querría trabajar en una casa vacía? Yo ya no regresé. —¿Y Braulio? —Se jubiló, ahora se dedica a sus pasatiempos y a su nieta. Eran buenas personas, atadas todas por un pasado espantoso. Poco a poco ese nudo se estaba soltando y ellos ya se habían liberado. Cada minuto que pasaba junto a Irum, Libi estaba menos convencida de ser capaz de lograrlo ella también. Después de comer, Espi se fue a jugar a su habitación, que Libi encontró preciosa, y ellos se fueron a la terraza, aprovechando que no estaba tan frío. Y si lo hubiera estado, el calor que brotaba del roce de sus cuerpos era capaz de derretir hasta el hielo, no habría importado. —Quédate conmigo esta noche. —Vas muy rápido, Irum. —Hemos invertido cua