I Un ángel ha venido a verme

Un agudo dolor acompañó el despertar de Libi y supo que seguía viva. En la camilla de la clínica se iba haciendo consciente de su cuerpo a medida que más dolores aparecían. No le faltaba nada, le dolía todo.

—Disminuimos los analgésicos para que despertaras —dijo el médico. Su rostro difuso flotaba sobre el campo visual de Libi. El collarín no la dejaba mover la cabeza y tampoco tenía ganas de hacerlo. Creía que se le caería.

«Vuelva a dormirme, no quiero estar despierta en esta pesadilla». Creyó que lo había dicho, pero sólo fueron sus pensamientos.

El médico comprobó su estado, le iluminó los ojos, le hizo preguntas, que ella respondió con balbuceos y quejidos. Le dieron más analgésicos. En la solitaria habitación, se sumergió en un neblinoso estado entre el sueño y la vigilia. Soñó con Damien y su boda, perfecta en cada detalle hasta que le levantaban el velo a la novia y resultaba ser una mujer sin rostro, la mujer de la fiesta que gemía entre los brazos de su novio.

A veces soñar era peor que estar despierta.

Alguien que irradiaba la más cálida luz llegó a iluminar su oscuridad.

«¿Eres un ángel?» «¿He muerto al fin?»

El rostro de belleza sin igual la miraba con sus ojos aguamarina de cándida pureza, enmarcado por cabellos dorados como el sol. Flotaba sobre ella, como el médico, flotaba entre las nubes del cielo, tan lejos.

Y hablaba. ¿Los ángeles tenían celular?

—No, no dejará la clínica pronto. Han sido tres días inconsciente, deben tenerla en observación... Ella me dijo que no iría a la fiesta del campus, por eso yo tampoco fui. Quedé con el taxista, un encanto de tipo, todo un bombón, pero no hablemos de comida, que se me abre el apetito y aquí sólo hay enfermeros y doctores y están ocupados. No, no he sabido nada de él y que ni se le ocurra aparecerse por aquí porque lo mato.

—Lu... Lucy...

—Despertó, hablamos después —la joven guardó el teléfono y lo reemplazó con una mano de Libi, que sostuvo con delicadeza—. Libi, cariño, ¿cómo te sientes?

—¿Tengo cabello?... Es lo único que no me duele.

—Sí, si tienes y está hermoso como siempre. Ya quisiera yo esa cabellera roja como el fuego. Te ves ardiente incluso medio molida.

Libi sonrió o pensó que lo hacía. La piel de su cara estaba tirante.

—Damien...

—No. Nada de hablar de ese, ahora no. Estás herida, tuviste un accidente horrible y necesitas recuperarte, eso es lo primordial, lo único en lo que debes pensar.

—Estaba con otra... —los ojos se le inundaron de lágrimas.

Del lavabo que había en el cuarto del costado Lucy sacó papel. Secó el rostro de Libi y el suyo también. Fue cuando Libi notó que tenía los ojos hinchados.

—Damien es un cretino, un desgraciado, peor que un gusano. Es veneno, Libi, es un tumor y debes extirpártelo ahora que estás en el hospital.

—Íbamos a formar una familia... Es el amor de mi vida.

—Has tenido una vida muy corta. Saliste del orfanato a los dieciocho y de eso han pasado tres años. Tres años en el mundo real, eres apenas un bebé.

—Siento tanto dolor que me cuesta respirar...

—Eso es porque te rompiste algunas costillas, ya pasará. Llamaré a algún enfermero para que te den morfina o algo. Espero que no sea muy guapo o me tendrás aquí día y noche —Lucy se asomó al pasillo y le hizo señas a alguien. Regresó a coger la fría mano de Libi.

—No quería seguir allí y conduje ebria... Creo que atropellé a un pobre perrito...

Lucy volvió a secarle el rostro.

—Yo no quería lastimar a nadie...

—Ay, Libi. Hablaremos de eso después, cuando te sientas mejor.

¿Mejor? Libi presentía que jamás se sentiría mejor. Tenía el alma fracturada y la medicina no podría curarla.

—En cuanto te den el alta, te irás a mi casa, yo te cuidaré. No podemos permitir que Damien vuelva a engatusarte con sus mentiras ahora que estás vulnerable.

—Sí... —dijo sin convicción alguna. Más doloroso que las fracturas era tener la certeza de que lo único que necesitaba para sentirse mejor era un abrazo de Damien.

Dos pisos más abajo, tres habitaciones a la derecha, en cuidados intensivos, los tacones de una elegante mujer se silenciaron al detenerse ella junto a la camilla.

—¿Está seguro de que es mi novio? Esto... No se le parece en nada.

El rostro del hombre debajo de los parches y el tubo de oxígeno era una masa amoratada e hinchada, irreconocible hasta para su madre. Los ojos eran apenas líneas apretadas. Ni las orejas se le parecían y el resto del cuerpo estaba cubierto de yeso y vendas.

No. El esperpento a medio morir que tenía en frente no era su guapo y atlético novio, el altivo y poderoso empresario, implacable, que la había conquistado con la belleza de sus ojos.

—Es Irum Klosse, eso decía la identificación en su billetera —explicó el médico.

—¿Hay alguna posibilidad de que se la hayan robado? —preguntó esperanzada.

—Si tiene dudas, puede hablar con la policía.

Ella se quitó las gafas de sol, miró a la momia que ahora era su novio y se echó a llorar en los brazos del doctor Thompson. Se le colgó del cuello, invadiéndolo con su voluptuosidad y tibieza, aferrándolo porque no estaba nada de mal y ella necesitaba desesperadamente consuelo de un hombre funcional.

—¿Cuánto tiempo tardará en volver a estar como era antes mi amado Irum?

El doctor enumeró las lesiones. Piernas quebradas, cadera partida, costillas astilladas, fractura de cráneo, sin mencionar el daño en órganos internos. Uff, al pobre hombre parecía no quedarle nada bueno, salvo su abultada billetera, pero inconsciente como estaba no podía gastar su fortuna.

—Si despierta y está en condiciones, le tomará varios meses de rehabilitación volver a ponerse de pie. Es pronto para descartar secuelas, su cerebro está muy inflamado, pero puede haberlas. Debe ser fuerte, él necesitará de todo su apoyo. Le diré a un enfermero que le traiga una silla.

—No, no es necesario. ¿Cree que él pueda escucharme si le hablo?

—Está en coma, señorita, pero hay gente que sí lo cree. Puede intentarlo.

El doctor la dejó a solas para que le expresara al desafortunado sus amorosas palabras de aliento. Él había estudiado mucho, había casos que la ciencia no lograba explicar, recuperaciones imposibles, "milagros". Tal vez alguien como Irum Klosse pudiera ser merecedor de uno.

La mujer, una joven modelo llamada Ángel, recorrió una vez más con la vista al maltrecho hombre antes de ponerse las gafas.

—Lo siento, Irum, pero la vida es tan corta y tengo tantos planes. Sé que un hombre exitoso como tú no querría que pasara mis días de belleza y juventud junto a... alguien en tu estado. Esto es un adiós, cuídate.

Sus tacones resonaron por el pasillo hasta extinguirse y el bip de la máquina que era el eco de los débiles latidos de Irum fue su única compañía. 

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