Libi puso unas monedas en la máquina expendedora de la sala de espera y compró unos chocolates. —En el trabajo de mi papi hay de éstas. Marcelo llevaba dos horas siendo atendido en el hospital luego de la caída. ¿Cuántas horas había durado la tranquilidad que ella buscaba? Ya mejor se rendía y se quedaba en casa encerrada. —Mi papi. —Sí, hija, ya te oí. —¡Mi papi! Libi miró hacia donde Espi señalaba y deseó mejor no haberlo hecho. Irum se acercaba por el pasillo y recibió a Espi en sus brazos. —¡Papi, un ladrón apareció y empujó al tío Marcelo y él se cayó y sangraba, fue horrible! Desconcertado, Irum le acarició la cabeza y ella se acomodó sobre su hombro. Podían estar muy lejos de la ciudad, pero Espi ya se sentía como en casa. —¿Ustedes están bien? —Yo sí porque mi papi ya está conmigo —dijo la niña y sonrió con felicidad infinita. Libi, desplomada sobre una silla, apretaba su chocolate, contando hasta un millón. No gritaría frente a su hija, suficiente habían tenido
—Nunca sentí un dolor tan intenso, lo máximo que me había quebrado antes habían sido un par de uñas. Pasado el mediodía, Libi por fin pudo ver a Marcelo y saber de su estado. Él sonreía, pese a la horrorosa situación que lo había llevado hasta allí. —Lo lamento, Marcelo —le decía Libi, con los ojos llorosos y sin soltarle la mano. —¿Por qué, bella? ¿Qué podrías haber hecho? Tu deber era proteger a la bambina. —Sí, pero... —Nos hizo falta tu martillo. Incluso herido como estaba él tenía energías para bromear. Si ella hubiera tenido su martillo, tal vez el ladrón ahora estaría muerto. Y Espi la habría visto matándolo. —¿Y la bambina? —No dejan entrar niños, está afuera... con Irum. —Ya veo. ¿Tú lo llamaste? Libi negó y se acercó más a Marcelo. Empezó a susurrar, mirando de vez en cuando hacia la puerta. —Él llegó solo y nos encontró aquí en el hospital. Dijo que rastreó mi teléfono. —Eso es un tanto... excéntrico. ¿Está molesto porque saliste conmigo? —No me ha reclamad
Irum jugueteaba con un lápiz sentado a la gran mesa en el salón de reuniones del sexto piso. Su cuerpo estaba allí, pero su mente no. Lo mantenían distraído pensamientos del futuro, de la audiencia de formalización de cargos en contra de Libi y del rumbo que tomarían sus planes. Detestaba cuando las circunstancias terminaban apremiándolo y lo hacían acelerar el transcurso de los mismos. ¿Por qué nadie podía respetar sus tiempos?—Como pueden ver en esta gráfica, el balance de...La puerta de la sala de reuniones se abrió de golpe, atrayendo todas las adormiladas miradas de los ejecutivos que presenciaban una magistral presentación sobre los balances del último mes, que no resultó ser ni por asomo tan estimulante como la mujer que entró cargando una pistola.Fuera de sí, los ojos enloquecidos de la pelirroja recorrieron los rostros de los asistentes, que brincaron de sus sillas, sin saber si salir corriendo o meterse debajo de la mesa. Se detuvieron al encontrar a Irum y a él lo apuntó
No salieron esta vez de la boca de K palabras cargadas de tibieza como «tranquilízate», «se positiva» o la peor, «todo estará bien». La ingenuidad que había en él se había quedado en el sótano y sus vapores nauseabundos. —La señal del teléfono de Libi cuando te envió ese mensaje la ubica a pocos metros del edificio de HK —dijo él, que repartía su atención en cuatro pantallas a la vez. —Es la empresa de Irum. Siempre tiene que estar metido en todo. ¡Cuanto lo detesto! En la pantalla superior izquierda, K empezó a rastrear la posición del teléfono de Irum también. Actualmente ambos teléfonos estaban apagados. —¿Será que ese infeliz se la llevó de nuevo? —Lucy no perdió tiempo y llamó a Alejandro—. ¡¿Cómo?!... ¡¿Cuándo?!... No... ¡¿Qué?! No lo sabía... Bien. Si te enteras de algo más, por favor, avísame. —¿Irum se la llevó? —preguntó K cuando Lucy terminó su llamada. —Alejandro dice que ella se lo llevó a él, que llegó amenazando con una pistola y que antes de eso estuvo en la cár
«Dime todo lo que sepas de los padres de Espi» Libi terminó de escribir el mensaje para Lucy y mantuvo el teléfono en sus manos. En veinte minutos llegarían al lugar que marcaba el GPS en el maletín de Espi. —¿Por qué había un GPS en su maletín? —le preguntó a Irum, mirando siempre al frente. —Es algo bastante común en las grandes empresas. Todos los altos ejecutivos de HK tienen uno y ella es mi hija, debía tener uno igual —Irum la miraba a cada instante mientras conducía. Estaba más calmada, pero seguía temblando. Libi asintió, sintiendo el cosquilleo de una lágrima al rodarle por la mejilla. —Entonces... ¿no pusiste la cámara en mi habitación? Libi la llevaba en su bolso y la puso sobre el tablero, tan real como su teléfono o el de Irum, que los guiaba a su destino. —No, Libi, yo no la puse. —¿Y tampoco golpeabas mi puerta y mi ventana? —Ya te había dicho que no. Ella tecleó en su teléfono. Tal como él le había sugerido buscó evidencias. Reprodujo el archivo de audio
—Amor, no es lo que parece... Esas fueron las palabras que pronunció Damien, el novio de Libi desde hacía un año y medio, irguiéndose sobre la mujer que segundos antes embestía con frenesí en aquella noche tormentosa. Libi lo observaba desde la puerta de la habitación, consternada. Todo su mundo se le vino encima. Ella había dicho que no iría a la fiesta. ¿Para qué ir si su novio estaría fuera de la ciudad? Pero fue, e intentó divertirse. Incluso lo defendió de las mujeres que, con malicia, lo acusaban de engañarla. «Tú estás aquí bebiendo sola, como una tonta, mientras tu novio goza como nunca». «¡Eso no es cierto! Él está de viaje». «Por supuesto, dentro del coño de una puta». Libi, dudando todavía de la realidad de la horrorosa escena, se talló los ojos. Luego hizo acopio de su fuerza y corrió como lo hacía en sus peores pesadillas. Tropezó varias veces, abriéndose paso con desesperación entre la gente. Emergió a la noche húmeda, que lloraba como ella e inhaló su aliento g
Un agudo dolor acompañó el despertar de Libi y supo que seguía viva. En la camilla de la clínica se iba haciendo consciente de su cuerpo a medida que más dolores aparecían. No le faltaba nada, le dolía todo. —Disminuimos los analgésicos para que despertaras —dijo el médico. Su rostro difuso flotaba sobre el campo visual de Libi. El collarín no la dejaba mover la cabeza y tampoco tenía ganas de hacerlo. Creía que se le caería. «Vuelva a dormirme, no quiero estar despierta en esta pesadilla». Creyó que lo había dicho, pero sólo fueron sus pensamientos. El médico comprobó su estado, le iluminó los ojos, le hizo preguntas, que ella respondió con balbuceos y quejidos. Le dieron más analgésicos. En la solitaria habitación, se sumergió en un neblinoso estado entre el sueño y la vigilia. Soñó con Damien y su boda, perfecta en cada detalle hasta que le levantaban el velo a la novia y resultaba ser una mujer sin rostro, la mujer de la fiesta que gemía entre los brazos de su novio. A veces s
—Fui a ver a Irum a la clínica, qué espanto. No podrá volver a la empresa en un buen tiempo, si es que vuelve —dijo Amaro Villablanca, abogado y director comercial de empresas Klosse, recorriendo con sus dedos el escritorio.Una excelente pieza de roble caoba, firme y distinguida como una reina. —Ya convoqué a una reunión de emergencia de la junta directiva. Debemos decidir quién estará a cargo en su ausencia —convino Paul Estes, director de operaciones. —Yo me postulo como candidato —Amaro abrió un cajón y miró dentro—. Sé que Irum lo habría querido así, hay que concederle su última voluntad —del minibar a un costado de su escritorio (del escritorio de Irum) sacó una botella de champagne. La descorchó y le sirvió una copa también a Paul—. Por Irum —brindó.—Por Irum —lo secundó Paul.—Para que nunca vuelva y descanse en paz, si es que puede. —Y para que se lleve su mala fama consigo —agregó Paul entre risas. —Lo primero que haré como nuevo CEO será tirar esa fea pintura. Qué mal