CLIX Siempre tú
Libi puso unas monedas en la máquina expendedora de la sala de espera y compró unos chocolates.

—En el trabajo de mi papi hay de éstas.

Marcelo llevaba dos horas siendo atendido en el hospital luego de la caída. ¿Cuántas horas había durado la tranquilidad que ella buscaba? Ya mejor se rendía y se quedaba en casa encerrada.

—Mi papi.

—Sí, hija, ya te oí.

—¡Mi papi!

Libi miró hacia donde Espi señalaba y deseó mejor no haberlo hecho. Irum se acercaba por el pasillo y recibió a Espi en sus brazos.

—¡Papi, un ladrón apareció y empujó al tío Marcelo y él se cayó y sangraba, fue horrible!

Desconcertado, Irum le acarició la cabeza y ella se acomodó sobre su hombro. Podían estar muy lejos de la ciudad, pero Espi ya se sentía como en casa.

—¿Ustedes están bien?

—Yo sí porque mi papi ya está conmigo —dijo la niña y sonrió con felicidad infinita.

Libi, desplomada sobre una silla, apretaba su chocolate, contando hasta un millón. No gritaría frente a su hija, suficiente habían tenido
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