—Fui a ver a Irum a la clínica, qué espanto. No podrá volver a la empresa en un buen tiempo, si es que vuelve —dijo Amaro Villablanca, abogado y director comercial de empresas Klosse, recorriendo con sus dedos el escritorio.
Una excelente pieza de roble caoba, firme y distinguida como una reina. —Ya convoqué a una reunión de emergencia de la junta directiva. Debemos decidir quién estará a cargo en su ausencia —convino Paul Estes, director de operaciones. —Yo me postulo como candidato —Amaro abrió un cajón y miró dentro—. Sé que Irum lo habría querido así, hay que concederle su última voluntad —del minibar a un costado de su escritorio (del escritorio de Irum) sacó una botella de champagne. La descorchó y le sirvió una copa también a Paul—. Por Irum —brindó. —Por Irum —lo secundó Paul. —Para que nunca vuelva y descanse en paz, si es que puede. —Y para que se lleve su mala fama consigo —agregó Paul entre risas. —Lo primero que haré como nuevo CEO será tirar esa fea pintura. Qué mal gusto. Con ayuda de Paul descolgó el cuadro que decoraba el muro frente al escritorio, seguros de que la era Klosse había llegado a su fin. —Y luego tal vez le cambie el nombre a la empresa. Las risas no faltaron en una oficina donde a menudo habían escaseado. Sin el tirano ahora todo sería diferente. 〜✿〜 Libi tenía un televisor en la habitación de la clínica, una comodidad de la que gozaba por ser amiga de Lucy, porque a Lucy, a quien conoció en el orfanato, la había adoptado una familia rica. La escogieron porque era rubia, igual que la madre adoptiva, así encajaría mejor en la familia. A Libi la adoptaron también, nunca supo el porqué, pero sí supo por qué acabó escapándose de ellos. Nada sobre su accidente apareció en las noticias, ni siquiera por el atasco que debieron causar los vehículos de emergencia. No le extrañó, ella no era nadie. El mundo seguiría tal cual si ella se accidentaba o no estaba. Tal vez para Lucy no. Lo que menos quería era que Lucy sufriera por su culpa, pero a veces dolía tanto... Buscó una película. La puerta se abrió y ella se mantuvo estática con la visita que llegaba. Habían pasado cuatro días, pero le parecía que todavía estaba viendo a Damien desde la puerta, como una testigo de su propia vida llena de engaños. Y ahora él la buscaba y traía el horror consigo. —¡Mi amor, mira cómo estás! Damien la rodeó entre sus brazos corruptos como el más atento y amoroso de los novios, como si nada hubiera pasado y el atroz engaño sólo estuviera en la aturdida mente de Libi. Para él todo seguía igual. Romper el silencio requirió de todas sus fuerzas. —¿Por qué...? —la voz de Libi temblaba— ¿Por qué lo hiciste? —Yo no hice nada, Libi. Fue una trampa, esa mujer debió drogarme. Ni siquiera recuerdo cómo llegué hasta allí. Libi habría querido reír, pero el dolor no se lo permitió. —¿Es una broma? —¡Dios, no! Una mujer te envió hasta allí también, ¿no? Eran cómplices, querían jodernos. No dejes que se salgan con la suya. —Es absurdo... No tiene sentido. —Claro que lo tiene, amor. Están celosas porque nadie las ama como yo te amo a ti y quieren separarnos. ¿De verdad crees que te cambiaría por alguien más? —Dijiste que estarías fuera de la ciudad —le recordó Libi, indignada por su descaro. —Mi viaje se pospuso. No te encontré en tu departamento, así que fui a buscarte a la fiesta. Me bebí una cerveza. Debieron echarle alguna droga. Pudo pasarme algo terrible y ni siquiera te quedaste a ayudarme. ¿En serio esa era su versión de los hechos? ¿Y por qué, pese a lo absurda que se oía, ella lo estaba considerando? La respuesta la halló en la incomparable tibieza de su abrazo. Seguir enojada con él sólo profundizaría su dolor, perdonarlo era el inicio para empezar a sanar, un nuevo comienzo donde todo sería diferente. —No importa si me crees o no, pero déjame permanecer a tu lado en este momento tan difícil. Ya contacté a un abogado. Libi lo miró con más extrañeza aún, secándose las abundantes lágrimas que, desde la llegada de Damien, no dejaban de caer. —¿Iré a la cárcel por atropellar al perro? De seguro y la familia exigiría justicia, ella lo haría en su lugar. Ni suplicar perdón de rodillas borraría su pecado imperdonable. —No fue un perro, Libi. Fue un hombre y está en coma. Ella se llevó las manos a la cara, horrorizada. —¡Lucy no me dijo nada! —Porque Lucy piensa que eres débil. Te trata como si todavía fueras una niña, pero eres una mujer fuerte, valiente, que puede tomar sus propias decisiones y vamos a superar esto juntos. Hay que rogar para que ese tipo no se muera. Si lo hace, las cosas se pondrán muy feas, cariño. Libi negó, incapaz de sopesar la aterradora realidad. No salía de una y ya estaba metida en otra peor. Había cometido un crimen y era sólo culpa suya. Quien vive en el dolor, sólo dolor sabe dejar tras de sí. La policía llegó más tarde a tomar su declaración. Pronto la citarían al tribunal para enfrentar los cargos en su contra. Damien la acompañó hasta el atardecer. Al irse, estaba mucho más lejos de ser su ex que al llegar y él era plenamente consciente de aquello. —¿Hay capilla en esta clínica? —le preguntó Libi a la enfermera que le llevó la cena. No sólo la había, la mujer la llevó hasta allá en una silla de ruedas y la esperó mientras decía sus plegarias. —Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero por favor, no permitas que ese hombre muera por mi culpa. Él no puede pagar por mis errores. Si vas a castigar a alguien, castígame a mí. Por favor, sálvalo. Amén. Libi se persignó luego de unos minutos en silencio y estuvo lista para regresar a su habitación. Estando erguida le dolían las costillas. —Si yo fuera tú, no perdería mi tiempo —le dijo la enfermera mientras subían en el ascensor—. De seguro Dios tiene cosas más importantes que hacer. Hay niños con cáncer aquí. —Toda vida es valiosa —repuso Libi con indignación, dudando de la vocación de servicio de la mujer. —Hay algunos que joden más que otros, pero hay que atenderlos a todos. ¿Quieres ver al que atropellaste? Está aquí mismo. Libi no dudó y el dolor que sentía sólo se multiplicó al ver todo el que le había causado al señor Klosse. Las palabras de perdón se perdieron entre su amargo llanto. Deseaba estar en su lugar, merecía estar en su lugar. —Daría la vida por tu dolor, por volver el tiempo atrás. Daría la vida para que tengas una segunda oportunidad.Tres meses pasaron desde el accidente y, contra todo pronóstico, Irum Klosse despertó y sin secuelas neurológicas. La primera persona a quien pidió dar aviso fue a Alejandro Hutt, su prestigioso abogado. Tres meses de su vida le habían sido arrebatados, sin mencionar que estaba prostrado, atrapado en un cuerpo inútil, impotente ante lo ocurrido. Él, que era un hombre tan activo. Cada segundo que pasaba en esa camilla iba llenándose de ira. —¿Cuántos años de prisión le dieron a quien me hizo esto? ¿Cuántas cadenas perpetuas? Porque una no iba a bastar. Alejandro se acomodó la corbata. Conocía a Irum desde la universidad. Muy probablemente lo conocía mejor que nadie, en los triunfos y en el escarnio del juicio público, con sus luces y sus sombras. Sobre todo con las sombras. Abrió la ventana por algo de aire fresco. —No le dieron ninguno. —¡¿Cómo?! Auch... Ni gritar podía sin sentir un tirón en los músculos agarrotados. Jamás se sintió tan impotente. —Estabas en medio de la ca
—¿Libros de fantasía? Tenemos todo un pasillo dedicado a ellos. Hombres lobos, vampiros, brujas, hadas, hechiceros, magos, las criaturas mágicas que quiera están por aquí. ¿Busca algo en especial?—Ese de los Tarkuts, el de la princesa entregada como ofrenda.Libi cogió un libro de encuadernación rústica y tapa dura, con bordes dorados y páginas color crema.—¿Desea algo más? —Sí, uno de misterio. Pero de misterio de verdad, que te deje intrigado en cada página.—Sígame por aquí, tenemos justo lo que busca. Hay unas comedias magníficas que se lanzaron hace poco. Misterio y humor es una mezcla alucinante. El hombre la siguió encantado. Compró seis libros, le dio una propina por su amabilidad y hasta dijo que recomendaría la tienda entre sus amistades.Humildemente, ella consideraba que se merecía un ascenso por su buen desempeño, aunque estar en ventas le agradaba. Tenía buena llegada con la gente, así que cuando su jefe le pidió que fuera a su oficina, pensó que sería para reconocer
Si se pudiera grabar en la memoria aquel momento que cambiará nuestras vidas para siempre, Libi habría guardado éste, e Irum también, pero ninguno de los dos siquiera sospechaba lo que les esperaba.La primera vez que se vieron a los ojos, Irum con curiosidad, Libi con sorpresa y no poco temor, duró lo que dura un parpadeo. Ella llamó a las enfermeras, que la tranquilizaron contándole que Irum había despertado hacía unos días. Un encargado de la limpieza recogió los restos del florero, mientras ella miraba desde el umbral, una vez más. Y estaba tan angustiada como entonces. La pregunta que le había hecho Irum seguía en el aire y tenía miedo de responderle. Nunca antes sintió tantos deseos de ser alguien más, con otro nombre y otra historia, una digna de contar. —¿Por qué me traes flores? No te conozco —dijo él cuando volvieron a quedarse solos. Ella llevaba muchas flores, demasiadas para una sola persona y no usaba uniforme. — ¿Visitas a alguien más en la clínica?Libi asintió. —
—Esa mujer estaba parada justo ahí, ¿cómo se atreve? ¡¿Por qué no tenía una orden de alejamiento después de lo que me hizo?! —reclamaba todavía Irum, exasperado, recordando el fugaz encuentro con su victimaria. Alejandro se acomodó las gafas y fue a sentarse al sillón. Ni que se enterara Irum de que, como resultado del juicio, habían tenido hasta que pagar los arreglos del auto de la mujer. —Ella está muy apenada por lo que sucedió.—¿Has hablado con ella?... ¡¿Acaso sabías que venía a visitarme?!—Pues claro, hombre. Sé todo respecto a ti, excepto lo que hacías en esa carretera. La señorita Arenquette no sólo te traía flores, pasaba horas hablando contigo. Incluso te leyó varios libros, es un encanto.—Es una psicópata. En el inhóspito mundo de Irum, la amabilidad desinteresada era tan escasa de encontrar como una flor en el desierto. Cuando alguien te tendía una mano era esperando recibir algo de vuelta y eso estaba bien, las relaciones estaban claras y no había malos entendidos.
Irum abrió la boca cuando la cuchara se acercó lo suficiente y recibió una porción insípida de algo que parecía un puré de verduras. Él, con su fino paladar acostumbrado a las más exclusivas delicias ahora comía algo digno de un bebé, que no podía quejarse de la ausencia de sabor y consistencia. La humillación era un trago amargo que tenía atravesado en la garganta. —Así, muy bien. Una más —dijo la enfermera, llenando otra vez la cuchara. —Deje de decir eso, no soy un bebé —reclamó él, luchando por conservar algo de su dignidad.—Mira nada más, ya te ensuciaste por andar de reclamón —le limpió el puré que se salpicó en el cuello—. Sólo te queda la mitad.—No quiero más, esa b4sura es incomible.La enfermera se levantó con cara de pocos amigos. Dejó el plato sobre el velador.—Tarde o temprano te lo tendrás que comer y frío sabrá peor.Irum le dedicó la mirada que tenía reservada para personas como ella, ineptos tan útiles y detestables como tener arena en los zapatos.—Volveré para
Como si naciera de nuevo, así se sintió Irum cuando por fin dejó la camilla y pudo avanzar sus primeros metros sobre la silla de ruedas, impulsado por la mano derecha que, poco a poco, ya empezaba a usar. Luego de desterrar de su mente las ideas de venganza, se concentró en sanar. Según el informe que Alejandro le había dado sobre la causante de sus desdichas, ella tenía un novio de muy buen pasar económico y una amiga rica. Jamás acabaría debajo de un puente, por mucho que se esforzara en cerrarle las puertas del mundo laboral, así que dejó el asunto en manos del destino, el karma o lo que fuera. Y no necesitó su riñón ni el de nadie porque el que le quedaba estaba recuperándose de maravillas y podría suplir la función del otro por un largo tiempo si llevaba hábitos de vida saludables. Lo mejor de todo era que con la mano derecha funcional y la silla ya no necesitaba de los invasores cuidados de las enfermeras, comía y se encargaba del resto de sus necesidades fisiológicas por cue
—¿Cómo ocurrió el accidente? —preguntó el médico tras examinar a Libi una vez que ella se despertó. —Iba bajando las escaleras y pisé mal, resbalé y rodé hasta el descanso del segundo piso, donde choqué con el muro. —Le asusta usar los ascensores —agregó Damien, sentado junto a ella, rodeándola protectoramente con su brazo. —Ya veo. Tendrás que hacer algo con ese miedo. Con un esguince de tobillo y un brazo roto no podrás subir escaleras en un buen tiempo. —Ella planeaba irse de vacaciones a Brasil —se apresuró a comentar Damien—. ¿Es recomendable en su estado? —No dentro de las próximas semanas. El ajetreo del viaje, los traslados. Tu cuerpo necesita descansar para sanar. Te indicaré reposo por al menos dos semanas y luego lo que hagas dependerá de cómo te sientas. Libi asintió. El viaje con Lucy sería en tres días. Comenzó a llorar en cuanto el médico los dejó a solas. —Vamos, cariño. Esta es una señal de que no debías ir a ese viaje, yo ya te lo había dicho, pero te gusta
El frío aire nocturno que llegaba hasta el piso seis erizó los vellos de la piel de Libi. Tenía medio cuerpo asomado fuera de la ventana. Damien no había vuelto, no sabía nada de Lucy y el vacío enloquecedor la tenía al borde del abismo. Sólo un paso más y todo acabaría. Sólo un poco de valor o quizá fuera cobardía, no importaba. La aterradora certeza de que jamás dejaría de sufrir por la pérdida del bebé oscurecía su futuro, le nublaba la cabeza. Jamás dejaría de sangrar esa herida, jamás cerraría. Apretó los ojos y levantó un pie. La noche y su gélido abrazo clamaban por ella...—¡Hey!El grito de Irum la sobresaltó. Entró bruscamente y se golpeó la cabeza con el marco superior de la ventana. Él avanzó con su silla y la hizo retroceder. Se ubicó entre ella y la ventana. Las manos le temblaban. —Si te tiras desde esta altura, tus órganos no le servirán a nadie.—No iba a saltar —dijo ella, incapaz de mirarlo. —Eres muy mala mintiendo. De todos modos, no es asunto mío, pero creo