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II El diablo también ha venido a verme

—Fui a ver a Irum a la clínica, qué espanto. No podrá volver a la empresa en un buen tiempo, si es que vuelve —dijo Amaro Villablanca, abogado y director comercial de empresas Klosse, recorriendo con sus dedos el escritorio.

Una excelente pieza de roble caoba, firme y distinguida como una reina.

—Ya convoqué a una reunión de emergencia de la junta directiva. Debemos decidir quién estará a cargo en su ausencia —convino Paul Estes, director de operaciones.

—Yo me postulo como candidato —Amaro abrió un cajón y miró dentro—. Sé que Irum lo habría querido así, hay que concederle su última voluntad —del minibar a un costado de su escritorio (del escritorio de Irum) sacó una botella de champagne. La descorchó y le sirvió una copa también a Paul—. Por Irum —brindó.

—Por Irum —lo secundó Paul.

—Para que nunca vuelva y descanse en paz, si es que puede.

—Y para que se lleve su mala fama consigo —agregó Paul entre risas.

—Lo primero que haré como nuevo CEO será tirar esa fea pintura. Qué mal gusto.

Con ayuda de Paul descolgó el cuadro que decoraba el muro frente al escritorio, seguros de que la era Klosse había llegado a su fin.

—Y luego tal vez le cambie el nombre a la empresa.

Las risas no faltaron en una oficina donde a menudo habían escaseado. Sin el tirano ahora todo sería diferente.

                                    〜✿〜

Libi tenía un televisor en la habitación de la clínica, una comodidad de la que gozaba por ser amiga de Lucy, porque a Lucy, a quien conoció en el orfanato, la había adoptado una familia rica. La escogieron porque era rubia, igual que la madre adoptiva, así encajaría mejor en la familia.

A Libi la adoptaron también, nunca supo el porqué, pero sí supo por qué acabó escapándose de ellos.

Nada sobre su accidente apareció en las noticias, ni siquiera por el atasco que debieron causar los vehículos de emergencia. No le extrañó, ella no era nadie. El mundo seguiría tal cual si ella se accidentaba o no estaba. Tal vez para Lucy no. Lo que menos quería era que Lucy sufriera por su culpa, pero a veces dolía tanto... Buscó una película.

La puerta se abrió y ella se mantuvo estática con la visita que llegaba. Habían pasado cuatro días, pero le parecía que todavía estaba viendo a Damien desde la puerta, como una testigo de su propia vida llena de engaños. Y ahora él la buscaba y traía el horror consigo.

—¡Mi amor, mira cómo estás!

Damien la rodeó entre sus brazos corruptos como el más atento y amoroso de los novios, como si nada hubiera pasado y el atroz engaño sólo estuviera en la aturdida mente de Libi. Para él todo seguía igual.

Romper el silencio requirió de todas sus fuerzas.

—¿Por qué...? —la voz de Libi temblaba— ¿Por qué lo hiciste?

—Yo no hice nada, Libi. Fue una trampa, esa mujer debió drogarme. Ni siquiera recuerdo cómo llegué hasta allí.

Libi habría querido reír, pero el dolor no se lo permitió.

—¿Es una broma?

—¡Dios, no! Una mujer te envió hasta allí también, ¿no? Eran cómplices, querían jodernos. No dejes que se salgan con la suya.

—Es absurdo... No tiene sentido.

—Claro que lo tiene, amor. Están celosas porque nadie las ama como yo te amo a ti y quieren separarnos. ¿De verdad crees que te cambiaría por alguien más?

—Dijiste que estarías fuera de la ciudad —le recordó Libi, indignada por su descaro.

—Mi viaje se pospuso. No te encontré en tu departamento, así que fui a buscarte a la fiesta. Me bebí una cerveza. Debieron echarle alguna droga. Pudo pasarme algo terrible y ni siquiera te quedaste a ayudarme.

¿En serio esa era su versión de los hechos? ¿Y por qué, pese a lo absurda que se oía, ella lo estaba considerando?

La respuesta la halló en la incomparable tibieza de su abrazo. Seguir enojada con él sólo profundizaría su dolor, perdonarlo era el inicio para empezar a sanar, un nuevo comienzo donde todo sería diferente.

—No importa si me crees o no, pero déjame permanecer a tu lado en este momento tan difícil. Ya contacté a un abogado.

Libi lo miró con más extrañeza aún, secándose las abundantes lágrimas que, desde la llegada de Damien, no dejaban de caer.

—¿Iré a la cárcel por atropellar al perro?

De seguro y la familia exigiría justicia, ella lo haría en su lugar. Ni suplicar perdón de rodillas borraría su pecado imperdonable.

—No fue un perro, Libi. Fue un hombre y está en coma.

Ella se llevó las manos a la cara, horrorizada.

—¡Lucy no me dijo nada!

—Porque Lucy piensa que eres débil. Te trata como si todavía fueras una niña, pero eres una mujer fuerte, valiente, que puede tomar sus propias decisiones y vamos a superar esto juntos. Hay que rogar para que ese tipo no se muera. Si lo hace, las cosas se pondrán muy feas, cariño.

Libi negó, incapaz de sopesar la aterradora realidad. No salía de una y ya estaba metida en otra peor. Había cometido un crimen y era sólo culpa suya. Quien vive en el dolor, sólo dolor sabe dejar tras de sí.

La policía llegó más tarde a tomar su declaración. Pronto la citarían al tribunal para enfrentar los cargos en su contra.

Damien la acompañó hasta el atardecer. Al irse, estaba mucho más lejos de ser su ex que al llegar y él era plenamente consciente de aquello.

—¿Hay capilla en esta clínica? —le preguntó Libi a la enfermera que le llevó la cena.

No sólo la había, la mujer la llevó hasta allá en una silla de ruedas y la esperó mientras decía sus plegarias.

—Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero por favor, no permitas que ese hombre muera por mi culpa. Él no puede pagar por mis errores. Si vas a castigar a alguien, castígame a mí. Por favor, sálvalo. Amén.

Libi se persignó luego de unos minutos en silencio y estuvo lista para regresar a su habitación. Estando erguida le dolían las costillas.

—Si yo fuera tú, no perdería mi tiempo —le dijo la enfermera mientras subían en el ascensor—. De seguro Dios tiene cosas más importantes que hacer. Hay niños con cáncer aquí.

—Toda vida es valiosa —repuso Libi con indignación, dudando de la vocación de servicio de la mujer.

—Hay algunos que joden más que otros, pero hay que atenderlos a todos. ¿Quieres ver al que atropellaste? Está aquí mismo.

Libi no dudó y el dolor que sentía sólo se multiplicó al ver todo el que le había causado al señor Klosse. Las palabras de perdón se perdieron entre su amargo llanto. Deseaba estar en su lugar, merecía estar en su lugar.

—Daría la vida por tu dolor, por volver el tiempo atrás. Daría la vida para que tengas una segunda oportunidad. 

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