VII Desinteresada

Irum abrió la boca cuando la cuchara se acercó lo suficiente y recibió una porción insípida de algo que parecía un puré de verduras. Él, con su fino paladar acostumbrado a las más exclusivas delicias ahora comía algo digno de un bebé, que no podía quejarse de la ausencia de sabor y consistencia.

La humillación era un trago amargo que tenía atravesado en la garganta.

—Así, muy bien. Una más —dijo la enfermera, llenando otra vez la cuchara.

—Deje de decir eso, no soy un bebé —reclamó él, luchando por conservar algo de su dignidad.

—Mira nada más, ya te ensuciaste por andar de reclamón —le limpió el puré que se salpicó en el cuello—. Sólo te queda la mitad.

—No quiero más, esa b4sura es incomible.

La enfermera se levantó con cara de pocos amigos. Dejó el plato sobre el velador.

—Tarde o temprano te lo tendrás que comer y frío sabrá peor.

Irum le dedicó la mirada que tenía reservada para personas como ella, ineptos tan útiles y detestables como tener arena en los zapatos.

—Volveré para
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