VI Disfrutar de la vida

—Esa mujer estaba parada justo ahí, ¿cómo se atreve? ¡¿Por qué no tenía una orden de alejamiento después de lo que me hizo?! —reclamaba todavía Irum, exasperado, recordando el fugaz encuentro con su victimaria.

Alejandro se acomodó las gafas y fue a sentarse al sillón. Ni que se enterara Irum de que, como resultado del juicio, habían tenido hasta que pagar los arreglos del auto de la mujer.

—Ella está muy apenada por lo que sucedió.

—¿Has hablado con ella?... ¡¿Acaso sabías que venía a visitarme?!

—Pues claro, hombre. Sé todo respecto a ti, excepto lo que hacías en esa carretera. La señorita Arenquette no sólo te traía flores, pasaba horas hablando contigo. Incluso te leyó varios libros, es un encanto.

—Es una psicópata.

En el inhóspito mundo de Irum, la amabilidad desinteresada era tan escasa de encontrar como una flor en el desierto. Cuando alguien te tendía una mano era esperando recibir algo de vuelta y eso estaba bien, las relaciones estaban claras y no había malos entendidos.
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