IV Empieza la caída

—¿Libros de fantasía? Tenemos todo un pasillo dedicado a ellos. Hombres lobos, vampiros, brujas, hadas, hechiceros, magos, las criaturas mágicas que quiera están por aquí. ¿Busca algo en especial?

—Ese de los Tarkuts, el de la princesa entregada como ofrenda.

Libi cogió un libro de encuadernación rústica y tapa dura, con bordes dorados y páginas color crema.

—¿Desea algo más?

—Sí, uno de misterio. Pero de misterio de verdad, que te deje intrigado en cada página.

—Sígame por aquí, tenemos justo lo que busca. Hay unas comedias magníficas que se lanzaron hace poco. Misterio y humor es una mezcla alucinante.

El hombre la siguió encantado. Compró seis libros, le dio una propina por su amabilidad y hasta dijo que recomendaría la tienda entre sus amistades.

Humildemente, ella consideraba que se merecía un ascenso por su buen desempeño, aunque estar en ventas le agradaba. Tenía buena llegada con la gente, así que cuando su jefe le pidió que fuera a su oficina, pensó que sería para reconocer sus méritos con un nuevo cargo en la tienda.

Libi se sentó frente al escritorio de su jefe. El hombre era un ilustrado, egresado de literatura y con varios libros publicados a su haber. Una verdadera eminencia. Sobraba decir que lo admiraba, era su modelo a seguir. Algún día ella sería una gran artista también y podría vivir de su arte.

Seguía dándole vueltas en la cabeza lo del ascenso y no pudo evitar sonreír. No sabía que, a primera hora de la mañana, el hombre al que tanto admiraba había recibido una oferta que no podría rechazar.

                                      〜✿〜

Damien llegó a recoger a Libi como de costumbre. Su licencia de conducir seguía suspendida y lo estaría por tres meses más. Se había salvado por lo del atropello, pero no por conducir en estado de ebriedad.

—¿Qué te pasó, amor? Estuviste llorando, ¿alguien te hizo algo?

—Me despidieron —contó, todavía con incredulidad.

Damien echó a andar por la avenida.

—Mi jefe dijo que se debía a necesidades de la librería, pero no lo entiendo, yo di lo mejor de mí y sé que lo hacía bien, nunca un cliente tuvo una queja. Incluso le hacía propaganda a la tienda en la universidad cada vez que podía. El mes pasado dijo que las ventas habían subido desde que llegué. Esto es tan injusto, no tiene sentido.

—Así es el mundo laboral, Libi. Todos somos reemplazables. Por muy importante que alguien parezca, siempre puede encontrarse a otro que tome su lugar.

—Mañana mismo empezaré a buscar otro trabajo.

—No es necesario, yo te daré lo que necesites.

—Me gusta hacerme cargo de mis gastos.

—Y a mí me gustaría que dejaras de ser tan orgullosa.

—No es orgullo, es autosuficiencia.

—¿Estás diciendo que no me necesitas?

—No, Damien, pero tampoco quiero aprovecharme de ti. Además, me gusta trabajar, gracias a eso nos conocimos en esa librería.

—Ya estoy entendiendo, ¿quieres conseguir otro trabajo para conocer a alguien más?

Libi guardó silencio y miró por la ventana. El día se le había hecho sumamente largo ya.

—¿Entonces tengo razón? ¿Por eso te quedas callada?

—No, Damien. Estoy cansada, triste y no quiero discutir contigo.

—Claro, porque conmigo no se puede hablar, soy un animal.

Ella suspiró. En sus ojos se vislumbraban unas ganas locas de lanzarse del auto.

—No vas a conseguir ningún otro trabajo y se acabó —sentenció Damien, tajante.

Un hombre como él estaba acostumbrado a que su palabra fuera ley y Libi debía obedecer, no había otra opción, como si fuera su empleada en vez de su novia.

Pero hoy la vida había golpeado a Libi y ella se estaba cansando, poco a poco, de recibir sus embistes.

—Esa no es tu decisión —se atrevió a decir.

Damien se volvió a verla, furioso.

—¡¿Qué dijiste?!

—¡Cuidado! —alertó Libi, más atenta a la pista de lo que estaba Damien.

El auto alcanzó a detenerse justo antes de chocar al de adelante, que esperaba la luz verde.

—¡Mira lo que casi me haces hacer! —la culpó Damien—. ¿No tuviste suficiente con el tipo al que arrollaste? ¿Quieres que yo también lo haga?

—¡No, Damien! Por favor, ya basta. Hablemos de esto después.

—Yo ya dije mi parecer, no tengo nada más que hablar del asunto. Si eres lista, entenderás por las buenas.

Libi no podía sentirse menos lista en aquel momento de su vida, porque no entendía nada. Ni de niña en el orfanato se sintió tan perdida como ahora. Era una adulta, pero para nada dueña de su vida y para empeorar el asunto, el poder regir sobre sus decisiones también se le negaba.

El resto del trayecto hacia su departamento fue silencioso, él la castigaba con su silencio y la dolorosa indiferencia. El silencio era soledad y ella no soportaba estar sola.

Damien corrió el rostro cuando ella intentó besarlo al llegar.

—¿No te quedarás conmigo?

—Tengo cosas más importantes que hacer. Espero que reflexiones sobre lo que ha pasado.

En eso Libi era bastante buena, reflexionar, pensar hasta que los pensamientos se la comían. Hizo algunos deberes de la universidad, aseó el lugar y bebió un vaso de tequila revisando los últimos mensajes que se había enviado con Lucy. Su amiga del alma se había enfadado con ella desde que volviera con Damien y ya no le hablaba ni escribía.

El precio por recuperar al amor de su vida era alto, y requería de sacrificios, pero valía la pena aunque amarlo doliera de vez en cuando. Si dolía era por su importancia, eso pensaba ella, nada valioso era sencillo de conseguir.

Agobiada con la inaguantable soledad de su departamento salió. Pasó por una florería en el camino y llegó como de costumbre a la clínica. Las enfermeras la conocían y hasta se alegraban por su visita. La única visita que recibía Irum Klosse además del abogado.

—Hola, buenas tardes —lo saludó Libi al entrar.

El rostro del hombre cada vez lucía mejor. Sin la inflamación y los moretones ahora mostraba la juventud de sus rasgos y la armonía con que se distribuían.

Lo observó unos instantes, allí inconsciente por su culpa, y se puso a sacar las flores viejas.

En la camilla, Irum, que dormía una siesta, abrió los ojos y la vio.

—¿Quién eres tú? —preguntó con su voz grave por el prolongado desuso de su garganta.

El florero se resbaló de las manos de Libi con el sobresalto de oírlo de repente y se hizo trizas contra el suelo mientras un grito de sorpresa escapaba de su boca. Con Irum despierto ya no podría seguir evadiendo su destino.

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