—¿Libros de fantasía? Tenemos todo un pasillo dedicado a ellos. Hombres lobos, vampiros, brujas, hadas, hechiceros, magos, las criaturas mágicas que quiera están por aquí. ¿Busca algo en especial?
—Ese de los Tarkuts, el de la princesa entregada como ofrenda. Libi cogió un libro de encuadernación rústica y tapa dura, con bordes dorados y páginas color crema. —¿Desea algo más? —Sí, uno de misterio. Pero de misterio de verdad, que te deje intrigado en cada página. —Sígame por aquí, tenemos justo lo que busca. Hay unas comedias magníficas que se lanzaron hace poco. Misterio y humor es una mezcla alucinante. El hombre la siguió encantado. Compró seis libros, le dio una propina por su amabilidad y hasta dijo que recomendaría la tienda entre sus amistades. Humildemente, ella consideraba que se merecía un ascenso por su buen desempeño, aunque estar en ventas le agradaba. Tenía buena llegada con la gente, así que cuando su jefe le pidió que fuera a su oficina, pensó que sería para reconocer sus méritos con un nuevo cargo en la tienda. Libi se sentó frente al escritorio de su jefe. El hombre era un ilustrado, egresado de literatura y con varios libros publicados a su haber. Una verdadera eminencia. Sobraba decir que lo admiraba, era su modelo a seguir. Algún día ella sería una gran artista también y podría vivir de su arte. Seguía dándole vueltas en la cabeza lo del ascenso y no pudo evitar sonreír. No sabía que, a primera hora de la mañana, el hombre al que tanto admiraba había recibido una oferta que no podría rechazar. 〜✿〜 Damien llegó a recoger a Libi como de costumbre. Su licencia de conducir seguía suspendida y lo estaría por tres meses más. Se había salvado por lo del atropello, pero no por conducir en estado de ebriedad. —¿Qué te pasó, amor? Estuviste llorando, ¿alguien te hizo algo? —Me despidieron —contó, todavía con incredulidad. Damien echó a andar por la avenida. —Mi jefe dijo que se debía a necesidades de la librería, pero no lo entiendo, yo di lo mejor de mí y sé que lo hacía bien, nunca un cliente tuvo una queja. Incluso le hacía propaganda a la tienda en la universidad cada vez que podía. El mes pasado dijo que las ventas habían subido desde que llegué. Esto es tan injusto, no tiene sentido. —Así es el mundo laboral, Libi. Todos somos reemplazables. Por muy importante que alguien parezca, siempre puede encontrarse a otro que tome su lugar. —Mañana mismo empezaré a buscar otro trabajo. —No es necesario, yo te daré lo que necesites. —Me gusta hacerme cargo de mis gastos. —Y a mí me gustaría que dejaras de ser tan orgullosa. —No es orgullo, es autosuficiencia. —¿Estás diciendo que no me necesitas? —No, Damien, pero tampoco quiero aprovecharme de ti. Además, me gusta trabajar, gracias a eso nos conocimos en esa librería. —Ya estoy entendiendo, ¿quieres conseguir otro trabajo para conocer a alguien más? Libi guardó silencio y miró por la ventana. El día se le había hecho sumamente largo ya. —¿Entonces tengo razón? ¿Por eso te quedas callada? —No, Damien. Estoy cansada, triste y no quiero discutir contigo. —Claro, porque conmigo no se puede hablar, soy un animal. Ella suspiró. En sus ojos se vislumbraban unas ganas locas de lanzarse del auto. —No vas a conseguir ningún otro trabajo y se acabó —sentenció Damien, tajante. Un hombre como él estaba acostumbrado a que su palabra fuera ley y Libi debía obedecer, no había otra opción, como si fuera su empleada en vez de su novia. Pero hoy la vida había golpeado a Libi y ella se estaba cansando, poco a poco, de recibir sus embistes. —Esa no es tu decisión —se atrevió a decir. Damien se volvió a verla, furioso. —¡¿Qué dijiste?! —¡Cuidado! —alertó Libi, más atenta a la pista de lo que estaba Damien. El auto alcanzó a detenerse justo antes de chocar al de adelante, que esperaba la luz verde. —¡Mira lo que casi me haces hacer! —la culpó Damien—. ¿No tuviste suficiente con el tipo al que arrollaste? ¿Quieres que yo también lo haga? —¡No, Damien! Por favor, ya basta. Hablemos de esto después. —Yo ya dije mi parecer, no tengo nada más que hablar del asunto. Si eres lista, entenderás por las buenas. Libi no podía sentirse menos lista en aquel momento de su vida, porque no entendía nada. Ni de niña en el orfanato se sintió tan perdida como ahora. Era una adulta, pero para nada dueña de su vida y para empeorar el asunto, el poder regir sobre sus decisiones también se le negaba. El resto del trayecto hacia su departamento fue silencioso, él la castigaba con su silencio y la dolorosa indiferencia. El silencio era soledad y ella no soportaba estar sola. Damien corrió el rostro cuando ella intentó besarlo al llegar. —¿No te quedarás conmigo? —Tengo cosas más importantes que hacer. Espero que reflexiones sobre lo que ha pasado. En eso Libi era bastante buena, reflexionar, pensar hasta que los pensamientos se la comían. Hizo algunos deberes de la universidad, aseó el lugar y bebió un vaso de tequila revisando los últimos mensajes que se había enviado con Lucy. Su amiga del alma se había enfadado con ella desde que volviera con Damien y ya no le hablaba ni escribía. El precio por recuperar al amor de su vida era alto, y requería de sacrificios, pero valía la pena aunque amarlo doliera de vez en cuando. Si dolía era por su importancia, eso pensaba ella, nada valioso era sencillo de conseguir. Agobiada con la inaguantable soledad de su departamento salió. Pasó por una florería en el camino y llegó como de costumbre a la clínica. Las enfermeras la conocían y hasta se alegraban por su visita. La única visita que recibía Irum Klosse además del abogado. —Hola, buenas tardes —lo saludó Libi al entrar. El rostro del hombre cada vez lucía mejor. Sin la inflamación y los moretones ahora mostraba la juventud de sus rasgos y la armonía con que se distribuían. Lo observó unos instantes, allí inconsciente por su culpa, y se puso a sacar las flores viejas. En la camilla, Irum, que dormía una siesta, abrió los ojos y la vio. —¿Quién eres tú? —preguntó con su voz grave por el prolongado desuso de su garganta. El florero se resbaló de las manos de Libi con el sobresalto de oírlo de repente y se hizo trizas contra el suelo mientras un grito de sorpresa escapaba de su boca. Con Irum despierto ya no podría seguir evadiendo su destino.Si se pudiera grabar en la memoria aquel momento que cambiará nuestras vidas para siempre, Libi habría guardado éste, e Irum también, pero ninguno de los dos siquiera sospechaba lo que les esperaba.La primera vez que se vieron a los ojos, Irum con curiosidad, Libi con sorpresa y no poco temor, duró lo que dura un parpadeo. Ella llamó a las enfermeras, que la tranquilizaron contándole que Irum había despertado hacía unos días. Un encargado de la limpieza recogió los restos del florero, mientras ella miraba desde el umbral, una vez más. Y estaba tan angustiada como entonces. La pregunta que le había hecho Irum seguía en el aire y tenía miedo de responderle. Nunca antes sintió tantos deseos de ser alguien más, con otro nombre y otra historia, una digna de contar. —¿Por qué me traes flores? No te conozco —dijo él cuando volvieron a quedarse solos. Ella llevaba muchas flores, demasiadas para una sola persona y no usaba uniforme. — ¿Visitas a alguien más en la clínica?Libi asintió. —
—Esa mujer estaba parada justo ahí, ¿cómo se atreve? ¡¿Por qué no tenía una orden de alejamiento después de lo que me hizo?! —reclamaba todavía Irum, exasperado, recordando el fugaz encuentro con su victimaria. Alejandro se acomodó las gafas y fue a sentarse al sillón. Ni que se enterara Irum de que, como resultado del juicio, habían tenido hasta que pagar los arreglos del auto de la mujer. —Ella está muy apenada por lo que sucedió.—¿Has hablado con ella?... ¡¿Acaso sabías que venía a visitarme?!—Pues claro, hombre. Sé todo respecto a ti, excepto lo que hacías en esa carretera. La señorita Arenquette no sólo te traía flores, pasaba horas hablando contigo. Incluso te leyó varios libros, es un encanto.—Es una psicópata. En el inhóspito mundo de Irum, la amabilidad desinteresada era tan escasa de encontrar como una flor en el desierto. Cuando alguien te tendía una mano era esperando recibir algo de vuelta y eso estaba bien, las relaciones estaban claras y no había malos entendidos.
Irum abrió la boca cuando la cuchara se acercó lo suficiente y recibió una porción insípida de algo que parecía un puré de verduras. Él, con su fino paladar acostumbrado a las más exclusivas delicias ahora comía algo digno de un bebé, que no podía quejarse de la ausencia de sabor y consistencia. La humillación era un trago amargo que tenía atravesado en la garganta. —Así, muy bien. Una más —dijo la enfermera, llenando otra vez la cuchara. —Deje de decir eso, no soy un bebé —reclamó él, luchando por conservar algo de su dignidad.—Mira nada más, ya te ensuciaste por andar de reclamón —le limpió el puré que se salpicó en el cuello—. Sólo te queda la mitad.—No quiero más, esa b4sura es incomible.La enfermera se levantó con cara de pocos amigos. Dejó el plato sobre el velador.—Tarde o temprano te lo tendrás que comer y frío sabrá peor.Irum le dedicó la mirada que tenía reservada para personas como ella, ineptos tan útiles y detestables como tener arena en los zapatos.—Volveré para
Como si naciera de nuevo, así se sintió Irum cuando por fin dejó la camilla y pudo avanzar sus primeros metros sobre la silla de ruedas, impulsado por la mano derecha que, poco a poco, ya empezaba a usar. Luego de desterrar de su mente las ideas de venganza, se concentró en sanar. Según el informe que Alejandro le había dado sobre la causante de sus desdichas, ella tenía un novio de muy buen pasar económico y una amiga rica. Jamás acabaría debajo de un puente, por mucho que se esforzara en cerrarle las puertas del mundo laboral, así que dejó el asunto en manos del destino, el karma o lo que fuera. Y no necesitó su riñón ni el de nadie porque el que le quedaba estaba recuperándose de maravillas y podría suplir la función del otro por un largo tiempo si llevaba hábitos de vida saludables. Lo mejor de todo era que con la mano derecha funcional y la silla ya no necesitaba de los invasores cuidados de las enfermeras, comía y se encargaba del resto de sus necesidades fisiológicas por cue
—¿Cómo ocurrió el accidente? —preguntó el médico tras examinar a Libi una vez que ella se despertó. —Iba bajando las escaleras y pisé mal, resbalé y rodé hasta el descanso del segundo piso, donde choqué con el muro. —Le asusta usar los ascensores —agregó Damien, sentado junto a ella, rodeándola protectoramente con su brazo. —Ya veo. Tendrás que hacer algo con ese miedo. Con un esguince de tobillo y un brazo roto no podrás subir escaleras en un buen tiempo. —Ella planeaba irse de vacaciones a Brasil —se apresuró a comentar Damien—. ¿Es recomendable en su estado? —No dentro de las próximas semanas. El ajetreo del viaje, los traslados. Tu cuerpo necesita descansar para sanar. Te indicaré reposo por al menos dos semanas y luego lo que hagas dependerá de cómo te sientas. Libi asintió. El viaje con Lucy sería en tres días. Comenzó a llorar en cuanto el médico los dejó a solas. —Vamos, cariño. Esta es una señal de que no debías ir a ese viaje, yo ya te lo había dicho, pero te gusta
El frío aire nocturno que llegaba hasta el piso seis erizó los vellos de la piel de Libi. Tenía medio cuerpo asomado fuera de la ventana. Damien no había vuelto, no sabía nada de Lucy y el vacío enloquecedor la tenía al borde del abismo. Sólo un paso más y todo acabaría. Sólo un poco de valor o quizá fuera cobardía, no importaba. La aterradora certeza de que jamás dejaría de sufrir por la pérdida del bebé oscurecía su futuro, le nublaba la cabeza. Jamás dejaría de sangrar esa herida, jamás cerraría. Apretó los ojos y levantó un pie. La noche y su gélido abrazo clamaban por ella...—¡Hey!El grito de Irum la sobresaltó. Entró bruscamente y se golpeó la cabeza con el marco superior de la ventana. Él avanzó con su silla y la hizo retroceder. Se ubicó entre ella y la ventana. Las manos le temblaban. —Si te tiras desde esta altura, tus órganos no le servirán a nadie.—No iba a saltar —dijo ella, incapaz de mirarlo. —Eres muy mala mintiendo. De todos modos, no es asunto mío, pero creo
Reunión de la junta directiva de empresas Klosse. Amaro Villablanca, CEO suplente, tomó la palabra.—Caballeros, tengo dos noticias para ustedes, una buena y otra mala. Empezaré con la mala: nuestro estimado jefe Irum no ha muerto.Risas generalizadas entre hombres de miradas cínicas y billeteras abultadas. —La buena es que no volverá en un buen tiempo, está en silla de ruedas y el edificio no tiene rampa de acceso.Más risas, sobre todo considerando que el propio Irum había prohibido la contratación de personas con movilidad reducida u otro tipo de discapacidad. El contador que quedó ciego en un accidente, despedido, la analista que se lesionó la columna al hacer un clavado en un lago, despedida, el ejecutivo que se cortó un dedo con la guillotina era la excepción porque había disimulado bastante bien lo ocurrido y escondía la mano cada vez que veía a Irum. —De todos modos y ante un eventual regreso, que podría ocurrir a fin de año, debemos prepararnos. Propongo que interpongamos u
Libi se bebió su segundo vaso de tequila y sonrió con entusiasmo. Las fotos que Lucy le había enviado de sus vacaciones le cerrarían la boca a Damien. Al final había partido sola en un viaje introspectivo porque su nueva conquista no había querido acompañarla.Si un hombre rechazaba a una mujer tan bella y divertida como Lucy, todo podía pasar. En las fotos, su amiga aparecía con monos en una selva y posando junto a las bellas pinturas de un museo. De Damien seguía sin saber nada. La última llamada que le hizo hacía una semana se había quedado sin respuesta y su ausencia le dolía menos cada día. Se estaba acostumbrando a vivir sin él y eso era bueno. Se sirvió otro vaso y su sonrisa se ensanchó. Dos correos para entrevistas de trabajo en su bandeja de entrada la llenaron de esperanza. Una galería de arte buscaba una anfitriona y una tienda de artículos de construcción una vendedora. Esperaba que la aceptaran en la galería.Se atoró con el tequila cuando alguien llamó a la puerta. F