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III Una segunda oportunidad

Tres meses pasaron desde el accidente y, contra todo pronóstico, Irum Klosse despertó y sin secuelas neurológicas. La primera persona a quien pidió dar aviso fue a Alejandro Hutt, su prestigioso abogado.

Tres meses de su vida le habían sido arrebatados, sin mencionar que estaba prostrado, atrapado en un cuerpo inútil, impotente ante lo ocurrido. Él, que era un hombre tan activo. Cada segundo que pasaba en esa camilla iba llenándose de ira.

—¿Cuántos años de prisión le dieron a quien me hizo esto?

¿Cuántas cadenas perpetuas? Porque una no iba a bastar.

Alejandro se acomodó la corbata. Conocía a Irum desde la universidad. Muy probablemente lo conocía mejor que nadie, en los triunfos y en el escarnio del juicio público, con sus luces y sus sombras. Sobre todo con las sombras. Abrió la ventana por algo de aire fresco.

—No le dieron ninguno.

—¡¿Cómo?! Auch...

Ni gritar podía sin sentir un tirón en los músculos agarrotados. Jamás se sintió tan impotente.

—Estabas en medio de la carretera luego de una curva, sin ningún elemento reflectante que alertara tu presencia y te hiciera visible para los conductores. La tesis de la defensa sobre un intento de suicidio convenció al tribunal.

—¡¿Suicidio?! —Ahogó un gruñido. Las costillas le ardían. Volvió a ponerse la mascarilla de oxígeno, intentando recuperar la calma.

—Ya sabes, por el asunto del condominio. Toda esa gente quedó sin hogar para que pudieras construir un centro comercial. Supusieron que la culpa te orilló a lanzarte frente a un auto.

¡Absurdo! ¡Todo era de un absurdo inconcebible! Los cobardes se suicidaban para huir de lo que no se atrevían a enfrentar e Irum Klosse no era ningún cobarde. Él iba de frente, con la cabeza en alto y lo del condominio no le generaba ninguna culpa, todo se había realizado conforme a las leyes del libre mercado. Él podía hacer con el terreno que era de su propiedad lo que se le antojara. Que culparan a quien se lo vendió. ¡Él era empresario, no filántropo!

Empezó a toser, atragantado con su convulsa ira. Llegaron unas enfermeras que contuvieron su crisis. Se repuso varios minutos después y con algo de morfina en su sistema.

—¿De verdad te pago para que seas mi abogado?

—Sin tu versión sólo teníamos las evidencias disponibles. No era mucho lo que se podía hacer.

—Pinché una llanta y me detuve a revisarla.

—El auto estaba en perfecto estado, Irum, no había tal llanta pinchada. Te bajaste en medio de la tormenta, fue una imprudencia y sólo tú sabes porqué, el resto es historia.

Irum inhaló profundamente, intentando apretar los puños. Daba igual lo que decretara la justicia, era ciega, no veía cuando la compraban y si algo le sobraba era el dinero.

—Quiero un computador, así podré estar al tanto de lo que ocurre en la empresa y participar de las reuniones mientras sigo aquí.

—Me temo que eso no será posible, te han relevado del cargo.

Irum se contuvo de gritar, pero abrió desmesuradamente los ojos. Le palpitaban las sienes.

—Amaro dijo haberlo hecho por tu bien, para que te concentres en sanar. Hemos logrado ocultar el asunto a la prensa para que tu imagen no se vea más afectada. Todos piensan que estás fuera del país.

—¿De verdad eres mi abogado?

—Fue decisión de la junta directiva, no pude hacer nada para evitarlo. Intenta pensar en esto como un descanso, un año sabático.

El payaso de Alejandro merecía que le dieran un buen puñetazo, pero ni siquiera eso era capaz de hacer en su lamentable estado. Era patético y nunca antes lo había sido.

—Además, considerando el bien de tu patrimonio, mantenerte alejado de los negocios será bueno para la empresa. Tu reputación no es la mejor en este momento, te han funado por todas partes y las acciones van en picada.

—Sí, sí, nadie me quiere, eso me tiene sin cuidado. La eficiencia es preferible a la simpatía.

Y ahora estaba más lejos que nunca de poder ser eficiente. Postrado y sin trabajo acabaría enloqueciendo. No podía levantar las manos ni para rascarse la nariz y orinaba por una sonda. En aquel accidente le habían destrozado también la dignidad. Definitivamente esto era una pesadilla.

En el velador junto a la camilla había un florero con lirios de varios colores, todos muy bellos y frescos. Acababa de percatarse de que su fragante aroma llenaba la habitación.

—¿Ángel ha venido muy seguido a verme?

Él era un hombre muy ocupado, apenas y tenía tiempo para su hermosa novia, pero se esforzaba por compensar aquello muy bien con costosos regalos. Quién más que ella le llevaría flores.

—Vino una vez y terminó contigo —soltó Alejandro sin piedad.

Que no suavizara la verdad y lanzara sus dardos sin aspavientos era una cualidad que apreciaba de su abogado. Hablaba con franqueza sin importarle mucho las consecuencias, aunque ahora pareciera que disfrutara pisoteándolo en el suelo. Y tenía mucha sal para lanzarle a sus heridas.

—Es comprensible. Una mujer tan activa y sana como ella sólo perdería su tiempo con alguien en mi estado. La entiendo perfectamente.

—Eso es muy maduro de tu parte, Irum.

—Probablemente yo habría hecho lo mismo en su lugar.

—No tengo la menor duda.

—Encárgate de que nadie la contrate, quiero que su carrera como modelo se hunda.

—Como digas.

Irum volvió a mirar las flores, el techo, el muro y la ventana, la puerta, eso era lo único que vería quién sabía hasta cuándo.

—¿Quién es el que me atropelló? Quiero saber quién sigue gozando de total impunidad por su crimen.

—No es nadie, una mujer que...

—¡¿Mujer?! ¡Les regalan las licencias de conducir! ¿A qué se dedica?

—Es una simple estudiante de arte, la única posesión que tenía era el auto con que te atropelló y ni siquiera había terminado de pagarlo. Trabaja medio tiempo en una librería y renta un departamento en los suburbios.

Una doña nadie había quebrado al poderoso Irum Klosse, era increíble. El orgullo le dolía más que los huesos rotos. Saberse débil era repugnante, inaguantable.

—Quiero que te encargues de ella, Alejandro. Quiero que la hagas desear estarse pudriendo en la cárcel por lo que me hizo. Quiero que se arrepienta cada día de su vida de haberse cruzado en mi camino. 

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