—Amor, no es lo que parece...
Esas fueron las palabras que pronunció Damien, el novio de Libi desde hacía un año y medio, irguiéndose sobre la mujer que segundos antes embestía con frenesí en aquella noche tormentosa. Libi lo observaba desde la puerta de la habitación, consternada. Todo su mundo se le vino encima. Ella había dicho que no iría a la fiesta. ¿Para qué ir si su novio estaría fuera de la ciudad? Pero fue, e intentó divertirse. Incluso lo defendió de las mujeres que, con malicia, lo acusaban de engañarla. «Tú estás aquí bebiendo sola, como una tonta, mientras tu novio goza como nunca». «¡Eso no es cierto! Él está de viaje». «Por supuesto, dentro del coño de una puta». Libi, dudando todavía de la realidad de la horrorosa escena, se talló los ojos. Luego hizo acopio de su fuerza y corrió como lo hacía en sus peores pesadillas. Tropezó varias veces, abriéndose paso con desesperación entre la gente. Emergió a la noche húmeda, que lloraba como ella e inhaló su aliento gélido para conservar el suyo. Las llaves del auto se le cayeron y las buscó a gatas sobre el barro. La visión empañada de tristeza ayudaba tan poco como su estado de ebriedad. Alguien con la firmeza de sus dedos no debía osar tocar un volante. Encontró las llaves, subió al auto y aceleró, destrozado el corazón y perdida la cabeza. El cielo se caía sobre el auto de Libi, un viejo Ford de segunda mano que seguía pagando con su trabajo en la librería. Los limpiaparabrisas gastados berreaban sonoramente contra el cristal, apenas despejándolo. Debía recordar cambiarlos... Debía mantener la vista fija en el camino, pero se le nublaba. Se limpió rápido las lágrimas con la manga y miró la calle, agazapada contra el volante como un animal herido y asustado. Ningún auto había en la carretera, ningún peatón. Aceleró más porque el dolor la perseguía, sesenta, setenta... los números bailaban en el velocímetro. La meta de su desenfrenada carrera era su casa. Deseaba acurrucarse bajo una manta y olvidarse del mundo entero. La canción especial que compartía con Damien empezó a oírse, tan cargada de recuerdos de amor e ilusiones... su llanto empeoró. Estaba empapada de lluvia y lágrimas y tenía frío, temblaba. El cielo se caía también dentro de su auto. La carretera seguía vacía. Estiró la mano y hurgó dentro del bolso para coger el teléfono y dejar de oír esa canción. Un vistazo rápido a la pantalla y supo que le había llegado un mensaje de él. Mentiras de él. Nadie había en la calle. Dio un segundo vistazo a las letras bailarinas. Se multiplicaban. Ningún auto, nada. Parpadeó varias veces para aclarar la vista y se concentró en la pantalla. «Amor, puedo explicarte...» Soltó algo parecido a una risa frustrada que acabó en quejido, en grito. Lanzó el teléfono contra el asiento y volvió la vista a la carretera. El camino, siempre recto, se había terminado y tenía una curva casi encima. Alcanzó a virar a menos de medio metro de chocar contra las barreras. Pese al dolor lacerante que la carcomía, ella sonrió. Era una mujer con suerte. Sin embargo, la suerte era como un ave que se posa un instante y alza el vuelo hacia quién sabe dónde. Lo siguiente que ocurrió fue demasiado rápido para sus embriagados sentidos. Su auto, como un animal que huía del peligro a ciegas, embistió algo, un bulto grande y oscuro que trizó el parabrisas y le pasó por encima como una pesada sombra. A causa del impacto, su cabeza se agitó con violencia, mientras el volante se le incrustaba en el pecho y las costillas le crujían. El cinturón de seguridad, que olvidó ponerse con la prisa, colgaba a su lado, como un adorno. Antes de que su mundo se tiñera de oscuridad, en milésimas de segundo, vio toda su vida pasar frente a sus ojos: el orfanato, el dolor. Sus padrastros, el dolor. Su primer novio, el dolor. Damien, el amor... el dolor... Las sombras de cada etapa de su vida eran de dolor. ¿Por qué? Ahora se iría sin tener una respuesta. El auto que seguía pagando se detuvo fuera del camino después de estamparse contra un árbol. El motor empezó a humear y las luces fijas iluminaron la noche. Sobre el volante, Libi yacía inconsciente, su cabeza sangraba. Había sangre también en el parabrisas, en el techo y en la calle, pero no era de Libi. La lluvia pronto la diluiría, pero seguiría brotando del cuerpo desmadejado de un hombre siete metros más atrás, a quien la suerte había abandonado. Sin embargo, el destino les tenía preparado algo mejor a ambos, aunque tardaría un poco en llegar. Por ahora, sus vidas ya se habían cruzado.Un agudo dolor acompañó el despertar de Libi y supo que seguía viva. En la camilla de la clínica se iba haciendo consciente de su cuerpo a medida que más dolores aparecían. No le faltaba nada, le dolía todo. —Disminuimos los analgésicos para que despertaras —dijo el médico. Su rostro difuso flotaba sobre el campo visual de Libi. El collarín no la dejaba mover la cabeza y tampoco tenía ganas de hacerlo. Creía que se le caería. «Vuelva a dormirme, no quiero estar despierta en esta pesadilla». Creyó que lo había dicho, pero sólo fueron sus pensamientos. El médico comprobó su estado, le iluminó los ojos, le hizo preguntas, que ella respondió con balbuceos y quejidos. Le dieron más analgésicos. En la solitaria habitación, se sumergió en un neblinoso estado entre el sueño y la vigilia. Soñó con Damien y su boda, perfecta en cada detalle hasta que le levantaban el velo a la novia y resultaba ser una mujer sin rostro, la mujer de la fiesta que gemía entre los brazos de su novio. A veces s
—Fui a ver a Irum a la clínica, qué espanto. No podrá volver a la empresa en un buen tiempo, si es que vuelve —dijo Amaro Villablanca, abogado y director comercial de empresas Klosse, recorriendo con sus dedos el escritorio.Una excelente pieza de roble caoba, firme y distinguida como una reina. —Ya convoqué a una reunión de emergencia de la junta directiva. Debemos decidir quién estará a cargo en su ausencia —convino Paul Estes, director de operaciones. —Yo me postulo como candidato —Amaro abrió un cajón y miró dentro—. Sé que Irum lo habría querido así, hay que concederle su última voluntad —del minibar a un costado de su escritorio (del escritorio de Irum) sacó una botella de champagne. La descorchó y le sirvió una copa también a Paul—. Por Irum —brindó.—Por Irum —lo secundó Paul.—Para que nunca vuelva y descanse en paz, si es que puede. —Y para que se lleve su mala fama consigo —agregó Paul entre risas. —Lo primero que haré como nuevo CEO será tirar esa fea pintura. Qué mal
Tres meses pasaron desde el accidente y, contra todo pronóstico, Irum Klosse despertó y sin secuelas neurológicas. La primera persona a quien pidió dar aviso fue a Alejandro Hutt, su prestigioso abogado. Tres meses de su vida le habían sido arrebatados, sin mencionar que estaba prostrado, atrapado en un cuerpo inútil, impotente ante lo ocurrido. Él, que era un hombre tan activo. Cada segundo que pasaba en esa camilla iba llenándose de ira. —¿Cuántos años de prisión le dieron a quien me hizo esto? ¿Cuántas cadenas perpetuas? Porque una no iba a bastar. Alejandro se acomodó la corbata. Conocía a Irum desde la universidad. Muy probablemente lo conocía mejor que nadie, en los triunfos y en el escarnio del juicio público, con sus luces y sus sombras. Sobre todo con las sombras. Abrió la ventana por algo de aire fresco. —No le dieron ninguno. —¡¿Cómo?! Auch... Ni gritar podía sin sentir un tirón en los músculos agarrotados. Jamás se sintió tan impotente. —Estabas en medio de la ca
—¿Libros de fantasía? Tenemos todo un pasillo dedicado a ellos. Hombres lobos, vampiros, brujas, hadas, hechiceros, magos, las criaturas mágicas que quiera están por aquí. ¿Busca algo en especial?—Ese de los Tarkuts, el de la princesa entregada como ofrenda.Libi cogió un libro de encuadernación rústica y tapa dura, con bordes dorados y páginas color crema.—¿Desea algo más? —Sí, uno de misterio. Pero de misterio de verdad, que te deje intrigado en cada página.—Sígame por aquí, tenemos justo lo que busca. Hay unas comedias magníficas que se lanzaron hace poco. Misterio y humor es una mezcla alucinante. El hombre la siguió encantado. Compró seis libros, le dio una propina por su amabilidad y hasta dijo que recomendaría la tienda entre sus amistades.Humildemente, ella consideraba que se merecía un ascenso por su buen desempeño, aunque estar en ventas le agradaba. Tenía buena llegada con la gente, así que cuando su jefe le pidió que fuera a su oficina, pensó que sería para reconocer
Si se pudiera grabar en la memoria aquel momento que cambiará nuestras vidas para siempre, Libi habría guardado éste, e Irum también, pero ninguno de los dos siquiera sospechaba lo que les esperaba.La primera vez que se vieron a los ojos, Irum con curiosidad, Libi con sorpresa y no poco temor, duró lo que dura un parpadeo. Ella llamó a las enfermeras, que la tranquilizaron contándole que Irum había despertado hacía unos días. Un encargado de la limpieza recogió los restos del florero, mientras ella miraba desde el umbral, una vez más. Y estaba tan angustiada como entonces. La pregunta que le había hecho Irum seguía en el aire y tenía miedo de responderle. Nunca antes sintió tantos deseos de ser alguien más, con otro nombre y otra historia, una digna de contar. —¿Por qué me traes flores? No te conozco —dijo él cuando volvieron a quedarse solos. Ella llevaba muchas flores, demasiadas para una sola persona y no usaba uniforme. — ¿Visitas a alguien más en la clínica?Libi asintió. —
—Esa mujer estaba parada justo ahí, ¿cómo se atreve? ¡¿Por qué no tenía una orden de alejamiento después de lo que me hizo?! —reclamaba todavía Irum, exasperado, recordando el fugaz encuentro con su victimaria. Alejandro se acomodó las gafas y fue a sentarse al sillón. Ni que se enterara Irum de que, como resultado del juicio, habían tenido hasta que pagar los arreglos del auto de la mujer. —Ella está muy apenada por lo que sucedió.—¿Has hablado con ella?... ¡¿Acaso sabías que venía a visitarme?!—Pues claro, hombre. Sé todo respecto a ti, excepto lo que hacías en esa carretera. La señorita Arenquette no sólo te traía flores, pasaba horas hablando contigo. Incluso te leyó varios libros, es un encanto.—Es una psicópata. En el inhóspito mundo de Irum, la amabilidad desinteresada era tan escasa de encontrar como una flor en el desierto. Cuando alguien te tendía una mano era esperando recibir algo de vuelta y eso estaba bien, las relaciones estaban claras y no había malos entendidos.
Irum abrió la boca cuando la cuchara se acercó lo suficiente y recibió una porción insípida de algo que parecía un puré de verduras. Él, con su fino paladar acostumbrado a las más exclusivas delicias ahora comía algo digno de un bebé, que no podía quejarse de la ausencia de sabor y consistencia. La humillación era un trago amargo que tenía atravesado en la garganta. —Así, muy bien. Una más —dijo la enfermera, llenando otra vez la cuchara. —Deje de decir eso, no soy un bebé —reclamó él, luchando por conservar algo de su dignidad.—Mira nada más, ya te ensuciaste por andar de reclamón —le limpió el puré que se salpicó en el cuello—. Sólo te queda la mitad.—No quiero más, esa b4sura es incomible.La enfermera se levantó con cara de pocos amigos. Dejó el plato sobre el velador.—Tarde o temprano te lo tendrás que comer y frío sabrá peor.Irum le dedicó la mirada que tenía reservada para personas como ella, ineptos tan útiles y detestables como tener arena en los zapatos.—Volveré para
Como si naciera de nuevo, así se sintió Irum cuando por fin dejó la camilla y pudo avanzar sus primeros metros sobre la silla de ruedas, impulsado por la mano derecha que, poco a poco, ya empezaba a usar. Luego de desterrar de su mente las ideas de venganza, se concentró en sanar. Según el informe que Alejandro le había dado sobre la causante de sus desdichas, ella tenía un novio de muy buen pasar económico y una amiga rica. Jamás acabaría debajo de un puente, por mucho que se esforzara en cerrarle las puertas del mundo laboral, así que dejó el asunto en manos del destino, el karma o lo que fuera. Y no necesitó su riñón ni el de nadie porque el que le quedaba estaba recuperándose de maravillas y podría suplir la función del otro por un largo tiempo si llevaba hábitos de vida saludables. Lo mejor de todo era que con la mano derecha funcional y la silla ya no necesitaba de los invasores cuidados de las enfermeras, comía y se encargaba del resto de sus necesidades fisiológicas por cue