Isabella, una chica de 14 años, se encuentra atrapada en una encrucijada entre el deber familiar y sus propios sueños. Tras un matrimonio arreglado con Diego, un hombre que todos creen discapacitado, su vida da un giro inesperado.A medida que se aproxima su cumpleaños número 18, Bella descubre que Diego no es quien aparenta ser: detrás de la fachada se esconde un empresario exitoso con un carácter frío y enigmático.. A medida que se acerca el momento de cumplir los 18 años y enfrentarse a su destino, se verá obligada a tomar decisiones que cambiarán su vida para siempre. ¿Podrá Bella reconciliar su corazón con su realidad, o se verá condenada a vivir a la sombra de un matrimonio impuesto?
Leer másKhalid sintió que la adrenalina corría por su cuerpo.—¿Ves, Diego? —dijo, su voz llena de determinación—. No la puedes retener. Ella es libre de elegir.Diego, sintiendo que su control se desvanecía, dio un paso hacia atrás, su mirada llena de desesperación.—No puedes hacer esto —dijo, su voz quebrándose—. No puedes llevártela.Margaret, viendo la angustia de Isabela, se acercó a ella.—Isabela, estamos aquí para ayudarte. No estás sola.Khalid se acercó a Isabela, sosteniendo su mano con firmeza.—Vamos, bella. Te llevaremos a casa. A tu hogar.Diego, sintiendo que su mundo se desmoronaba, se volvió hacia los oficiales.—¡No! ¡No se la llevarán! —gritó, su voz llena de furia.Pero los oficiales, con la autoridad que les confería su posición, comenzaron a intervenir. Uno de ellos se acercó a Diego.—Señor Diego, si no se aparta, lo arrestaremos por obstrucción de la justicia.La joven comenzó a dar pasos hacia la salida, y la luz del sol parecía brillar más intensamente.—¡Isabela! —
Khalid al-Fassi se sentó en el despacho de los Mendoza, su rostro reflejando una mezcla de preocupación y determinación. Había pasado demasiado tiempo sin noticias de Isabela, y cada minuto que pasaba se sentía como una eternidad. La angustia de su hijo Rami, quien preguntaba constantemente por su madre, lo impulsaba a actuar.—Margaret, Fernando —comenzó Khalid, su voz firme—, necesitamos un plan para encontrar a Isabela. No podemos quedarnos de brazos cruzados.Margaret asintió, sus ojos llenos de preocupación.—Tienes razón, Khalid. Debemos ser cuidadosos. Si Diego se entera de que estamos buscando a Isabela, no dudo que hará algo drástico.Fernando, siempre pragmático, intervino.—Podemos seguir a Diego en secreto. Necesitamos averiguar dónde la tiene escondida.Khalid sintió que la esperanza comenzaba a renacer. Con la ayuda de los Mendoza, tal vez podrían rescatar a Isabela de las garras de Diego. Sin embargo, la sombra de la incertidumbre se cernía sobre ellos. Sabían que el ti
Seis meses habían pasado desde que Khalid al-Fassi había tenido noticias de Isabela. Cada día, la inquietud crecía en su interior, y la preocupación por su hijo Rami, quien siempre preguntaba por su madre, lo mantenía en un estado constante de ansiedad. Khalid había intentado llamarla en múltiples ocasiones, pero cada vez la línea estaba muerta. La incertidumbre lo consumía.Un día, decidió que no podía esperar más. Con el corazón pesado, tomó el teléfono y llamó a la casa de los Mendoza. La voz familiar de Margaret resonó al otro lado.—Hola, doña Margaret, ¿cómo estás? Soy Khalid.—¡Ah, Khalid! —respondió ella con calidez—. Estoy bien, ¿y tú?—Señora Margaret, quiero hacerle una pregunta. ¿Cómo está Isabela?Un silencio incómodo se estableció en la línea. Khalid sintió que su corazón se detenía.—Yo tampoco sé de ella —dijo Margaret finalmente—. La he llamado, y nadie contesta.La preocupación de Khalid se intensificó. No podía permitir que la situación continuara así. Justo en ese
La noche había sido una tortura disfrazada de celebración. Al regresar a casa, Diego se sentía lleno de rabia y frustración. La imagen de Isabela ignorándolo, sonriendo a sus amigos, lo había enfurecido. Cuando entró en la casa, lo primero que hizo fue buscarla.Isabela estaba en su habitación, intentando recuperar el aliento después de un día lleno de humillaciones. Pero no tuvo tiempo para relajarse. Diego irrumpió en su habitación y, sin previo aviso, la agarró por la garganta con fuerza.—¿Te divertiste esta noche, Isabela? —le preguntó, con una sonrisa torcida—. ¿Te sientes feliz con ellos, verdad? Nunca me sonríes a mí, pero lo haces con ellos. ¿Crees que comportarte así me hará dejarte ir? Estás muy equivocada.Isabela, al principio, intentó sostener su mano para que no presionara tanto su cuello, pero al final desistió. No quería luchar más. Cerró los ojos y dejó que él apretara su cuello con toda la fuerza que deseaba.Diego observó cómo una lágrima caía del rabillo de su ojo
La ocasión era el cumpleaños del abuelo de Diego, y la atmósfera estaba cargada de risas y conversaciones. Clara sostenía el brazo de Diego mientras entraban, y todos los presentes notaron la escena. Clara era la que acompañaba a Diego, la hermana mayor de Isabela, la que había tomado su lugar.Los murmullos comenzaron a circular entre los invitados. Clara había traído un regalo lujoso, mientras que Isabela se sentía completamente fuera de lugar. No tenía idea de por qué estaba allí, y mucho menos de lo que se esperaba de ella.—Isabela, no me digas que no compraste un regalo para el abuelo de Diego —interrumpió Clara, alzando la voz y atrayendo la atención de todos—. ¿Dónde está tu cara de vergüenza?Isabela miró al abuelo de Diego y le sonrió, sintiéndose pequeña en medio de la multitud.—Perdón, abuelo, no sabía que era su cumpleaños. Diego solo me dijo que lo acompañara —se disculpó, sintiéndose atrapada en una red de mentiras.—Cuando visitas a la casa familiar de tu esposo, es d
Isabela se encontraba atrapada en un ciclo de desesperación. Cada día que pasaba, el miedo se convertía en su único compañero. La vida que había conocido se desvanecía lentamente, dejándola como un espectro, una sombra de lo que alguna vez fue. Su mente estaba nublada por el terror, y su cuerpo, una representación de su sufrimiento, se había vuelto tan delgado que apenas podía sostenerse.La opresión de Diego y la manipulación de Clara habían transformado su hogar en una prisión. Isabela ya no dibujaba; su creatividad se había marchitado, reemplazada por garabatos de horror que reflejaban su angustia. Los colores vibrantes que antes llenaban sus páginas ahora eran solo manchas grises y borrosas, una niebla espesa que simbolizaba su estado mental.Mientras tanto, en la cocina, los sirvientes murmuraban entre ellos, conscientes de la situación de Isabela pero impotentes para ayudarla.—No puedo creer lo que le está pasando a la señorita Isabela —dijo Teresa, una de las cocineras, mientr
Clara estaba decidida. Había pasado días pensando en cómo podía tomar el control de la situación entre Isabela y Diego. Sabía que, si quería a Diego, tenía que actuar rápido y con astucia. La idea de que su hermana pudiera escapar y ser rescatada por alguien más la llenaba de rabia. No podía permitir que eso sucediera.Esa mañana, Clara se dirigió a la oficina de Diego. Sabía que él estaba allí, trabajando en sus proyectos, y que su mente estaba ocupada en otras cosas. Cuando entró en la oficina, Diego levantó la vista, sorprendido de ver a Clara.—¿Clara? ¿Qué haces aquí? —preguntó, frunciendo el ceño.—Vine a hablar contigo, Diego. Necesitamos discutir sobre Isabela —dijo, acercándose a su escritorio con una sonrisa calculada.Diego se cruzó de brazos, mirándola con desconfianza.—¿Qué hay que discutir? Isabela está bien donde está. No necesita salir.Clara se acercó un poco más, bajando la voz como si estuvieran compartiendo un secreto.—Pero, Diego, ¿no crees que deberías hacer al
El aire fresco de la mañana acariciaba el rostro de Isabela mientras caminaba por el jardín del hospital. Había convencido a la enfermera de que necesitaba un poco de aire para despejarse, y aunque sabía que Diego había dado órdenes estrictas de vigilarla, aprovechó cada segundo de aquella breve libertad. Sus pasos eran lentos, pero su mente trabajaba rápido, buscando una forma de salir de aquel laberinto en el que se encontraba atrapada.Fue entonces cuando la vio. Entre los arbustos de rosas y los bancos, una figura conocida apareció: su tía Rosa. Isabela sintió un nudo en el estómago. Hacía años que no la veía, pero su presencia en ese momento parecía una señal del destino.—¡Tía Rosa! —exclamó, con una mezcla de sorpresa y alivio.La mujer, de cabello gris y ojos sabios, se giró al escuchar su nombre. Al ver a Isabela, su rostro se iluminó con una sonrisa cálida, aunque su mirada pronto se oscureció al notar la delgadez y el cansancio en su sobrina.—Isabela, querida, ¿qué te ha pa
La decisión no era fácil. Sabía que tomar las pastillas significaba arriesgarse, pero también sabía que era la única manera de escapar de la prisión en la que se encontraba. Necesitaba que alguien la viera, que alguien entendiera lo que estaba pasando detrás de esas paredes. Al día siguiente, mientras Diego estaba en el trabajo, Isabela se sentó en la cocina, el frasco de pastillas frente a ella. Era un momento decisivo, y su corazón latía con fuerza en su pecho. Sabía que debía ser valiente, que debía tomar el control de su vida de alguna manera. —Esto no es el final —se dijo, tomando una profunda respiración. Con determinación, abrió el frasco y tomó las pastillas, sabiendo que pronto alguien vendría a ayudarla. Era un acto de desesperación, pero también de esperanza. Sabía que el hospital significaba estar fuera del control de Diego, al menos por un tiempo. Cuando Diego regresó esa noche, encontró a Isabela inconsciente en el suelo. El pánico se apoderó de él, y rápidamente lla