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La consideran una maldicion

Clara se encontraba en su habitación, la puerta cerrada a sus espaldas, y su corazón latía con fuerza. Había escuchado la conversación entre sus padres y Bella, y la idea de casarse con un hombre discapacitado la aterraba. ¿Cómo podía su familia pensar que eso era aceptable? El estigma social que rodeaba a los discapacitados era abrumador, y Clara no podía imaginarse viviendo con un hombre al que la sociedad consideraba un “inútil”.

La presión era insoportable. Sus padres no parecían dispuestos a tomar una decisión que la favoreciera, y Clara sabía que debía actuar rápido si quería librarse de este destino. Siempre había sido la favorita de sus padres; el orgullo de su madre, la esperanza de su padre. Pero esa preferencia no parecía suficiente para salvarla de un futuro que no deseaba.

Con determinación, Clara se dirigió al baño. Abrió el gabinete y tomó medio frasco de pastillas, sintiendo cómo el miedo y la desesperación se apoderaban de ella. Si no podía escapar de esta situación, tal vez podría encontrar una forma de liberarse para siempre. Con cada pastilla que tragaba, su mente se llenaba de pensamientos oscuros, pero en su corazón había una chispa de esperanza: la esperanza de que su sacrificio podría cambiar el rumbo de su vida.

Cuando su madre finalmente entró en su habitación, lo que vio la dejó paralizada. Clara estaba inmóvil en la cama, su rostro pálido y su respiración apenas perceptible. “¡Clara!” gritó, su voz llena de desesperación. Corrió hacia ella, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor. “¡Clara, despierta! ¡Por favor, despierta!”

Sin perder un segundo, su madre llamó a su esposo. “¡Rafael! ¡Ven rápido! ¡Clara está mal!”

Rafael, el padre de Bella y Clara, llegó corriendo, su rostro pálido al ver a su hija en ese estado. “¿Qué ha pasado?” preguntó, su voz temblando de preocupación.

“No lo sé, no lo sé”, respondió su esposa, tratando de mantener la calma mientras llamaba a emergencias. “Solo estaba aquí y de repente…”.

En cuestión de minutos, llegaron los paramédicos. Clara fue llevada al hospital, su madre a su lado, llorando y suplicando que se hiciera algo para salvarla. Rafael, conmocionado, miraba impotente, sintiendo que el peso de sus decisiones caía sobre sus hombros.

Una vez en el hospital, los médicos actuaron rápidamente. Clara fue sometida a un lavado de estómago, y el ambiente se llenó de tensión. Rafael se sentó en la sala de espera, su mente dando vueltas. Había sido tan ciego al no ver el sufrimiento de su hija. La presión de las expectativas familiares había sido demasiado para ella, y ahora estaba al borde de la muerte por su culpa.

Mientras tanto, Bella, que había llegado al hospital tras recibir la noticia, observaba desde lejos. Su corazón se llenaba de miedo al ver a su hermana en esa situación. Clara siempre había sido la fuerte, la que parecía tener todo bajo control. Pero ahora, su fragilidad era evidente. Cuando Clara finalmente fue estabilizada, los médicos permitieron que la familia entrara a verla.

Rafael se acercó a su hija, su corazón desgarrado. “Clara, ¿por qué hiciste esto?” preguntó, su voz llena de angustia. “Eres nuestra hija querida. No podemos perderte”.

Clara abrió los ojos lentamente, y aunque su cuerpo estaba débil, su mirada estaba llena de determinación. “No quiero casarme con él, papá. No puedo vivir así. No puedo ser parte de un trato que me condena a una vida miserable”.

Rafael sintió que su mundo se desmoronaba. “No puedes decir eso, Clara. Este trato es por el bien de nuestra familia. No podemos rechazarlo”.

“Pero es injusto. No quiero ser esposa de un inútil”, replicó Clara, su voz temblando. “No quiero sacrificar mi vida por algo que no elegí”.

Bella, que había estado escuchando en silencio, sintió que su corazón se hundía. , sintiendo que la tensión en la habitación aumentaba. “No es justo”. dijo desde la puerta

“Isabella, cállate”, dijo Rafael, su voz dura. “Tú eres la causa de que no tenga un hijo varón. Si no fuera por ti, Clara no estaría en esta situación”.

Las palabras de su padre golpearon a Bella como un puñetazo en el estómago. Se sintió más pequeña que nunca, como si su existencia fuera un error. “No es mi culpa”, murmuró, sintiendo que las lágrimas comenzaban a caer. “No elegí nacer, no soy culpable de que mi hermano no naciera vivo”.

“Pero eres un recordatorio de lo que perdimos”, dijo su madre, su voz llena de tristeza. “Siempre estás ahí, recordándonos que deberíamos haber tenido un hijo varón, pero tú lo mataste”.

Bella salió corriendo del cuarto, incapaz de soportar más. Las palabras de su padre resonaban en su mente, y el dolor la empujó a escapar del hospital. Corrió por los pasillos, sintiendo que el aire se volvía más pesado a cada paso. Cuando finalmente llegó al área de pacientes, se detuvo en seco al ver a un hombre en silla de ruedas, siendo atendido por una enfermera.

“¿Es difícil vivir así?”, preguntó Bella, sintiéndose atraída por la escena. La enfermera, que había estado ajustando la manta del hombre, levantó la vista y sonrió amablemente.

“No es fácil, pero tampoco es el fin del mundo”, respondió la enfermera. “La vida puede ser diferente, pero hay muchas cosas que aún puedes disfrutar. No dejes que los demás te digan lo que puedes o no puedes hacer”.

Bella sintió que sus palabras la consolaban. Quizás no era tan malo estar fuera de su familia, que la despreciaba por ser una “maldición”. “¿Y cómo lo haces?”, preguntó, sintiendo una conexión con la enfermera.

“Aprendes a adaptarte. Cada día trae nuevos retos, pero también nuevas oportunidades. La clave es encontrar lo que amas y aferrarte a ello”, dijo la enfermera, su voz llena de calidez.

Bella observó al hombre en la silla de ruedas, que sonreía a la enfermera con gratitud. “¿No te da miedo?”, preguntó, sintiendo que su propia vida estaba llena de incertidumbres.

“Claro que sí, a veces. Pero el miedo no puede detenerme. Debo seguir adelante, por mí misma”, respondió la enfermera, su mirada firme. “La vida es preciosa, incluso con sus dificultades”.

Las palabras de la enfermera resonaron en el corazón de Bella. Quizás había esperanza para ella, incluso en medio de la tormenta. Tal vez no tenía que aceptar un destino que no quería. Tal vez, solo tal vez, había una forma de escapar de las cadenas que la mantenían atada a una vida que no elegía.

 No iba a permitir que su familia decidiera su futuro.  La vida era demasiado corta para dejar que otros decidieran su destino.

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