un objeto de cambio

Habían pasado tres semanas desde que Isabela se sumergió en su trabajo, comprometida a entregar un proyecto de decoración que le habían conferido con tanto esmero. La decoración era su pasión; cada mueble que movía, cada color que elegía, la llenaba de una satisfacción que no encontraba en ningún otro lugar. Sin embargo, esa mañana, mientras trataba de organizar unos muebles con su asistente, la inquietud de su vida personal pesaba en su mente como una losa.

El teléfono sonó insistentemente, rompiendo el silencio en la habitación. Isabela miró la pantalla y vio el nombre de su padre. Por un momento, consideró ignorarlo, pero una extraña sensación de obligación la llevó a contestar. “¿Papá?”, dijo, tratando de ocultar la tensión en su voz.

“Isabella, ¿por qué no has respondido antes?”, preguntó su padre, su tono autoritario resonando como un trueno en el auricular.

“Estaba ocupada con un trabajo importante”, respondió ella, sintiendo que la frustración comenzaba a burbujear en su inter
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