Al día siguiente, Isabella se despertó con una mezcla de nervios y ansiedad. Había decidido volver a la universidad para recoger algunos trabajos que había dejado atrás. “No puedo seguir evitando mis responsabilidades,” pensó, mientras se vestía. Se miró en el espejo y, aunque su reflejo mostraba signos de cansancio, se esforzó por sonreír. “Hoy es un nuevo día,” se dijo a sí misma.Cuando llegó al campus, el bullicio de los estudiantes la envolvió. La familiaridad del lugar le trajo un leve consuelo. “Sofía me guardó unos apuntes,” recordó, dirigiéndose a la biblioteca. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no todo sería tan fácil.Mientras caminaba por el pasillo, notó a un grupo de chicos en el segundo piso. Uno de ellos, un chico de cabello oscuro y mirada intensa, la observaba con
Isabella llevó a Diego a su apartamento cerca de la universidad. Al llegar, ella sintió una mezcla de alivio y ansiedad. “Este lugar es perfecto,” dijo, mirando alrededor mientras Diego aparcaba.“Es un lugar tranquilo. Espero que te sientas cómodo,” respondió Isabella, sonriendo. Sin embargo, al entrar, se dieron cuenta de que un par de estudiantes estaban en el pasillo. Isabella sintió que la mirada de ellos se posaba sobre ella con curiosidad.“Mira, es Isabella. La chica que se casó con el discapacitado,” murmuró uno de ellos, mientras el otro asentía con desdén. Isabella sintió que su rostro se sonrojaba de vergüenza.“Esto no puede estar pasando,” pensó, sintiendo que la presión aumentaba. Diego no notó su incomodidad, ni escucho."La gente siempre habla,” dijo, tratando de consolándose. Isabella no los miro, pero la incomodidad seguía ahí.Diego la dejó en la puerta de su apartamento. “Cuídate, Isabella. Si necesitas algo, no dudes en llamarme,” dijo, mirándola con preocupación
La semana después de la confrontación con su familia fue un verdadero tormento para Isabella. Los rumores sobre su relación con Diego se esparcieron como pólvora en la universidad, y su hermana Clara se encargó de avivarlos. Cada vez que Isabella llegaba a clase, sentía las miradas de sus compañeros sobre ella, susurrando y riendo a sus espaldas. “¿Es cierto que está saliendo con su jefe? ¿Qué clase de persona hace eso?” eran algunas de las frases que alcanzaban sus oídos.Un día, mientras estaba en la cafetería, un grupo de estudiantes comenzó a comentar en voz alta. “Isabella, la rompe hogares. ¿Quién se cree?” dijo uno de ellos, y las risas resonaron en el aire. Isabella sintió que su estómago se encogía. La humillación era insoportable.Después de una semana de constante acoso y miradas despectivas, Isabella decidió que necesitaba un cambio.pensó. “Necesito desaparecer por un tiempo.” Así que empacó algunas cosas y se dirigió a un pequeño pueblo que había visitado
Los días pasaban en el pequeño pueblo, y la vida de Isabella parecía haber encontrado un nuevo ritmo. Sin embargo, había una sombra que se cernía sobre ella. A medida que se asentaba en su nuevo hogar, los chicos que antes intentaron acercarse a ella comenzaron a desistir al ver la cercanía entre Isabella y Diego. Todos en el pueblo sabían que trabajaban juntos, y la conexión que compartían era innegable.Isabella nunca le había contado a Diego sobre los problemas que había dejado atrás. Era una luchadora, siempre resolviendo todo por sí misma, sin intermediarios. Se había acostumbrado a depender de su propia fuerza, y aunque Diego se convirtió en su mejor amigo y confidente, había una parte de ella que se negaba a abrirse por completo.Una noche, el pueblo organizó una gran fiesta para celebrar la cosecha. Isabella y Diego fueron elegidos como los invitados de honor, lo que solo aumentó los rumores sobre su relación. La música sonaba alegremente, y la gente bailaba y
Después de la conversación con Valeria, Isabella sintió que había llegado el momento de tomar una decisión. Ya no podía seguir huyendo de sus sentimientos ni de la situación que había creado con Diego. Sabía que debía ser honesta con él, aunque eso significara romper su corazón.Decidió que quería hablar con Diego en un lugar apartado, donde pudieran tener una conversación sincera, lejos de las miradas curiosas del pueblo. “Es hora de enfrentar esto de una vez por todas,” pensóIsabella eligió un restaurante acogedor en las afueras de todo ojo, un lugar que había sido un refugio para ella en momentos difíciles. Cuando Diego llegó, la miró con curiosidad. “Hola, Isabella. ¿Qué pasa?” preguntó, sintiendo que la tensión en el aire era palpable.“Hola, Diego. Gracias por venir.” respondió ella, sintiendo que su corazón latía con fuerza. Se sentaron en una mesa apartada, y el ambiente se volvió sombrío.“¿De qué se trata?” preguntó Diego, frunciendo el ceño. I
Mientras continuaban la charla, apareció Daniel, el hijo de don Fernando y doña Margaret. Tenía una presencia carismática y una sonrisa que iluminaba el lugar.“Hola, ¿qué están discutiendo?” preguntó Daniel, acercándose a ellos.Isabella sintió un ligero rubor en sus mejillas. “Sí, estaba compartiendo algunas sugerencias sobre cómo darle un toque más personal a la casa, tu madre me preguntó” respondió, intentando mantener la calma.“Siempre he pensado que la decoración puede cambiar completamente la atmósfera de un lugar. ¿Tienes alguna idea para la sala de brillar?” preguntó Daniel, mostrando un genuino interés.“Podríamos optar por una paleta de colores cálidos y acogedores. Algo que invite a la conversación y a disfrutar del tiempo,” sugirió Isabella.“Eso suena perfecto. Siempre he querido que nuestra sala de billar sea un lugar donde todos se sientan unidos,” comentó Daniel, mirándola con atención.A medida que avanzaba la reunión, Isa
Isabella se despertó temprano, con la luz del amanecer, colándose por las cortinas de su habitación. Había pasado una noche inquieta, atormentada por pensamientos que no podía controlar. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Diego y recordaba las palabras que le había dicho antes de irse: “Lo que pasó entre nosotros fue un error, Diego. No puede volver a ocurrir.”Esas palabras la habían perseguido desde entonces, no porque no estuviera de acuerdo, sino porque sabía que eran verdad. Había traicionado a su esposo, a su familia, y aunque nadie lo sabía, el peso de esa culpa la aplastaba cada día. Ahora, con el nuevo proyecto en la mansión Mendoza, tenía una nueva oportunidad de redimirse. Pero incluso ahí, los problemas la acechaban.Desde que conoció a Daniel, el hijo de Fernando Mendoza, había sentido su mirada fija en ella, su interés evidente. Él no lo había dicho directamente, pero no hacía falta. Isabella podía leer entre líneas, y sabía que Daniel la veía como algo más
El sonido de los pasos de Isabella resonaba en el pasillo de la universidad mientras sostenía sus libros contra el pecho. Su vida estaba marcada por un constante ir y venir entre la universidad, su trabajo como diseñadora y las exigencias de su familia. A pesar de su corta edad, apenas 18 años, llevaba una carga que parecía mucho mayor. Había dicho sobre estar casada para mantener a Daniel Mendoza lejos, pero sabía que él no le creía. “¿Cómo podría creerlo?”, pensaba. Era joven, y aunque su nombre comenzaba a resonar como una diseñadora prometedora, su vida personal era un caos.Daniel, por su parte, no era fácil de disuadir. Aunque Isabella había sido clara sobre mantener una relación estrictamente profesional, él no podía evitar sentirse intrigado por ella. Había algo en su mirada, en su forma de hablar, que lo hacía dudar de todo lo que decía. “¿Casada? No lo creo,” pensaba Daniel. “Es demasiado joven. Algo oculta.”Ese día, Isabella recibió una llamada de su padre. Al escuchar su