La ocasión era el cumpleaños del abuelo de Diego, y la atmósfera estaba cargada de risas y conversaciones. Clara sostenía el brazo de Diego mientras entraban, y todos los presentes notaron la escena. Clara era la que acompañaba a Diego, la hermana mayor de Isabela, la que había tomado su lugar.Los murmullos comenzaron a circular entre los invitados. Clara había traído un regalo lujoso, mientras que Isabela se sentía completamente fuera de lugar. No tenía idea de por qué estaba allí, y mucho menos de lo que se esperaba de ella.—Isabela, no me digas que no compraste un regalo para el abuelo de Diego —interrumpió Clara, alzando la voz y atrayendo la atención de todos—. ¿Dónde está tu cara de vergüenza?Isabela miró al abuelo de Diego y le sonrió, sintiéndose pequeña en medio de la multitud.—Perdón, abuelo, no sabía que era su cumpleaños. Diego solo me dijo que lo acompañara —se disculpó, sintiéndose atrapada en una red de mentiras.—Cuando visitas a la casa familiar de tu esposo, es d
La noche había sido una tortura disfrazada de celebración. Al regresar a casa, Diego se sentía lleno de rabia y frustración. La imagen de Isabela ignorándolo, sonriendo a sus amigos, lo había enfurecido. Cuando entró en la casa, lo primero que hizo fue buscarla.Isabela estaba en su habitación, intentando recuperar el aliento después de un día lleno de humillaciones. Pero no tuvo tiempo para relajarse. Diego irrumpió en su habitación y, sin previo aviso, la agarró por la garganta con fuerza.—¿Te divertiste esta noche, Isabela? —le preguntó, con una sonrisa torcida—. ¿Te sientes feliz con ellos, verdad? Nunca me sonríes a mí, pero lo haces con ellos. ¿Crees que comportarte así me hará dejarte ir? Estás muy equivocada.Isabela, al principio, intentó sostener su mano para que no presionara tanto su cuello, pero al final desistió. No quería luchar más. Cerró los ojos y dejó que él apretara su cuello con toda la fuerza que deseaba.Diego observó cómo una lágrima caía del rabillo de su ojo
Seis meses habían pasado desde que Khalid al-Fassi había tenido noticias de Isabela. Cada día, la inquietud crecía en su interior, y la preocupación por su hijo Rami, quien siempre preguntaba por su madre, lo mantenía en un estado constante de ansiedad. Khalid había intentado llamarla en múltiples ocasiones, pero cada vez la línea estaba muerta. La incertidumbre lo consumía.Un día, decidió que no podía esperar más. Con el corazón pesado, tomó el teléfono y llamó a la casa de los Mendoza. La voz familiar de Margaret resonó al otro lado.—Hola, doña Margaret, ¿cómo estás? Soy Khalid.—¡Ah, Khalid! —respondió ella con calidez—. Estoy bien, ¿y tú?—Señora Margaret, quiero hacerle una pregunta. ¿Cómo está Isabela?Un silencio incómodo se estableció en la línea. Khalid sintió que su corazón se detenía.—Yo tampoco sé de ella —dijo Margaret finalmente—. La he llamado, y nadie contesta.La preocupación de Khalid se intensificó. No podía permitir que la situación continuara así. Justo en ese
Khalid al-Fassi se sentó en el despacho de los Mendoza, su rostro reflejando una mezcla de preocupación y determinación. Había pasado demasiado tiempo sin noticias de Isabela, y cada minuto que pasaba se sentía como una eternidad. La angustia de su hijo Rami, quien preguntaba constantemente por su madre, lo impulsaba a actuar.—Margaret, Fernando —comenzó Khalid, su voz firme—, necesitamos un plan para encontrar a Isabela. No podemos quedarnos de brazos cruzados.Margaret asintió, sus ojos llenos de preocupación.—Tienes razón, Khalid. Debemos ser cuidadosos. Si Diego se entera de que estamos buscando a Isabela, no dudo que hará algo drástico.Fernando, siempre pragmático, intervino.—Podemos seguir a Diego en secreto. Necesitamos averiguar dónde la tiene escondida.Khalid sintió que la esperanza comenzaba a renacer. Con la ayuda de los Mendoza, tal vez podrían rescatar a Isabela de las garras de Diego. Sin embargo, la sombra de la incertidumbre se cernía sobre ellos. Sabían que el ti
Khalid sintió que la adrenalina corría por su cuerpo.—¿Ves, Diego? —dijo, su voz llena de determinación—. No la puedes retener. Ella es libre de elegir.Diego, sintiendo que su control se desvanecía, dio un paso hacia atrás, su mirada llena de desesperación.—No puedes hacer esto —dijo, su voz quebrándose—. No puedes llevártela.Margaret, viendo la angustia de Isabela, se acercó a ella.—Isabela, estamos aquí para ayudarte. No estás sola.Khalid se acercó a Isabela, sosteniendo su mano con firmeza.—Vamos, bella. Te llevaremos a casa. A tu hogar.Diego, sintiendo que su mundo se desmoronaba, se volvió hacia los oficiales.—¡No! ¡No se la llevarán! —gritó, su voz llena de furia.Pero los oficiales, con la autoridad que les confería su posición, comenzaron a intervenir. Uno de ellos se acercó a Diego.—Señor Diego, si no se aparta, lo arrestaremos por obstrucción de la justicia.La joven comenzó a dar pasos hacia la salida, y la luz del sol parecía brillar más intensamente.—¡Isabela! —
El timbre sonó, marcando el final de la clase de matemáticas. Los estudiantes comenzaron a levantarse de sus asientos, llenando el aula con risas y murmullos. Sin embargo, Isabella Montoya, conocida como Bella, permaneció sentada, con la mirada perdida en su escritorio. Su mente estaba ocupada en pensamientos oscuros y pesados que no la dejaban en paz.La noche anterior, su padre había regresado de la oficina con una noticia que la había dejado en estado de shock. “La familia Korsakov tiene un trato con nosotros”, había dicho, su voz grave resonando en la sala. “Una de nuestras hijas debe casarse con un miembro de su familia. Clara es la mayor, así que es su responsabilidad”.Las palabras de su padre seguían repitiéndose en su mente, como un eco que no podía silenciar. Clara, su hermana mayor, había reaccionado de inmediato, rompiendo en llanto. “¡No puedo casarme con él! ¡Es un discapacitado! ¡Es feo y un inútil!” Había gritado, su voz llena de desesperación.Bella había estado en su
Clara se encontraba en su habitación, la puerta cerrada a sus espaldas, y su corazón latía con fuerza. Había escuchado la conversación entre sus padres y Bella, y la idea de casarse con un hombre discapacitado la aterraba. ¿Cómo podía su familia pensar que eso era aceptable? El estigma social que rodeaba a los discapacitados era abrumador, y Clara no podía imaginarse viviendo con un hombre al que la sociedad consideraba un “inútil”.La presión era insoportable. Sus padres no parecían dispuestos a tomar una decisión que la favoreciera, y Clara sabía que debía actuar rápido si quería librarse de este destino. Siempre había sido la favorita de sus padres; el orgullo de su madre, la esperanza de su padre. Pero esa preferencia no parecía suficiente para salvarla de un futuro que no deseaba.Con determinación, Clara se dirigió al baño. Abrió el gabinete y tomó medio frasco de pastillas, sintiendo cómo el miedo y la desesperación se apoderaban de ella. Si no podía escapar de esta situación,
El sonido del teléfono rompió el silencio en la habitación de Bella. Era su padre llamándola, su voz grave y autoritaria resonando en el auricular. “Vuelve al hospital, Bella. Necesitamos que estés aquí”.Con el corazón en la mano, Bella sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había un presentimiento inquietante en su interior, una sensación de que lo que le esperaba no sería bueno. Sin embargo, obedeció, sabiendo que no tenía otra opción. Al llegar al hospital, el aire estaba cargado de tensión. Se dirigió a la habitación de Clara, donde sus padres la esperaban con miradas fijas y severas.“Bella, arrodíllate”, ordenó su padre con voz firme, y, sin comprender del todo la razón, Bella se arrodilló, sintiendo cómo la incertidumbre la envolvía.“Jura sobre la vida de tu hermano”, continuó Rafael, su mirada intensa. Bella se quedó atónita. “¿Por qué debo jurar en nombre de un muerto?” preguntó, su voz temblando.En respuesta, su madre, con una mezcla de frustración y desesperación, le