Laura es una joven investigadora, sumida en la ciencia y dedicada a entender el complejo mundo de los neurotransmisores, aquellos que dirigen la danza del amor y la adicción. Tras una dolorosa ruptura con Diego, la investigación sobre la química del amor se convierte en su refugio y en su manera de lidiar con la incertidumbre de los sentimientos humanos. Es aquí donde conoce a Alejandro, un científico que desafía sus creencias racionales y le muestra que el amor no siempre puede explicarse solo con ecuaciones y reacciones químicas. En medio de su intensa vida de laboratorio, Laura se enfrenta a la dificultad de construir una relación a distancia cuando Alejandro se muda a Alemania por una oportunidad profesional. A pesar de las videollamadas y los intentos por mantener viva la chispa, la incertidumbre los acecha y pone a prueba sus sentimientos. La distancia trae consigo inseguridades y hace que ambos cuestionen si su amor es lo suficientemente fuerte para soportar los desafíos. Sin embargo, cuando Alejandro decide regresar, convencido de que Laura es lo más importante para él, su relación comienza a tomar una nueva dimensión. Juntos, se dan cuenta de que el amor verdadero no siempre es lógico ni predecible; es mágico, en su propio caos y en la manera en la que los lleva a enfrentarse a sus miedos más profundos. Con la ayuda de su amiga Stephany, quien también atraviesa sus propios altibajos románticos en la búsqueda del amor ideal, Laura aprende que el amor no siempre sigue un plan establecido. La magia está en la incertidumbre, en los momentos simples y en las decisiones que se toman con el corazón, aunque no siempre sean racionales.
Leer másEl viaje a la playa había quedado atrás, pero las emociones seguían latentes en la mente de Laura. Mientras el tren atravesaba el paisaje urbano que la llevaba de regreso a la ciudad, no podía evitar que su mente vagara entre los recuerdos del fin de semana y los pensamientos sobre lo que había aprendido en los últimos años de su doctorado. El sol todavía se filtraba por las ventanas del vagón, recordándole el calor de la playa, aunque ahora todo parecía más distante y ajeno.Había sido un buen descanso, una pausa en su rutina. Pero ahora, al mirar por la ventana, se daba cuenta de que la verdadera tarea comenzaba de nuevo: su investigación.De regreso en el laboratorio, Laura se lanzó de lleno a su proyecto. La neuroquímica de las adicciones y el sexo siempre le había parecido un campo fascinante, pero desde la ruptura con Diego, había tomado un giro más personal. De alguna manera, su obsesión por entender los vínculos humanos se había intensificado. Su trabajo sobre los neurotransmi
El laboratorio se había convertido en un refugio para Laura, aunque no de la forma en que lo había imaginado cuando comenzó su doctorado. Las paredes blancas y frías, cubiertas de estanterías repletas de instrumentación, la hacían sentir pequeña, pero al mismo tiempo segura. Aquí, entre tubos de ensayo, microscopios y modelos de cultivo neuronales, podía ignorar el caos emocional que la rodeaba. El eco de las pisadas de otros estudiantes y profesores resonaba suavemente en el pasillo, pero ella apenas los notaba.El mundo exterior continuaba avanzando, como si el tiempo no se hubiera detenido para ella desde aquella noche lluviosa en la que vio a Diego partir. En su lugar, el laboratorio ofrecía una constancia, una rutina que podía controlar. Era todo predecible, hasta el punto de que, a veces, Laura perdía la noción del tiempo.Sus días se habían vuelto monótonos. Se despertaba temprano, revisaba datos, realizaba experimentos sobre los circuitos neuronales asociados con la adicción,
La música de la fiesta retumbaba a través de las paredes, resonando en el suelo mientras Laura se paseaba distraídamente por el lugar. Había venido por compromiso, invitada por un colega del laboratorio que insistió en que necesitaba relajarse un poco. Pero, mientras observaba a las personas conversar y reírse, se preguntaba por qué se había molestado en asistir. Las luces tenues y el ambiente cargado no hacían más que aumentar su incomodidad. No era su tipo de ambiente, y menos después de todo lo que había sucedido en las últimas semanas.Justo cuando estaba considerando irse, una figura familiar apareció entre la multitud. Alejandro, el físico que había conocido días atrás, caminaba hacia ella con una sonrisa tranquila. Su presencia era inesperada, pero no desagradable. Laura notó que había algo en su manera de caminar, una calma que contrastaba con la energía bulliciosa de la fiesta.—Hola, Laura —la saludó, inclinándose un poco para que ella pudiera escucharlo entre el ruido.—Ale
Stephany estaba sentada en el sofá del apartamento de Laura, moviendo su dedo rápidamente sobre la pantalla de su teléfono mientras le explicaba a su amiga cómo funcionaban las aplicaciones de citas. La luz del sol entraba suavemente por las cortinas del salón, dándole a la escena un aire de normalidad que contrastaba con lo surrealista que todo parecía para Laura. El aroma a café recién hecho llenaba la habitación, pero a Laura le parecía que ni todo el café del mundo podría ayudarla a comprender lo que Stephany le estaba pidiendo.—Mira, es muy fácil, solo tienes que deslizar a la derecha si te gusta y a la izquierda si no. Así, ¡mira! Este es bastante guapo —dijo Stephany con una sonrisa maliciosa, enseñándole una foto de un tipo en traje y corbata.—Steph, no sé si esto es para mí —Laura suspiró, cruzando los brazos mientras observaba la pantalla con recelo. La idea de encontrar a alguien en un espacio digital le resultaba impersonal, frío, casi mecánico. No entendía cómo podía ha
El laboratorio era su refugio. Entre las paredes blancas y las interminables filas de instrumentos y tubos de ensayo, Laura sentía que el mundo exterior —con todo su caos emocional— quedaba reducido a simples datos, gráficos y reacciones químicas que podía medir y controlar. Allí, el dolor de la traición de Diego se diluía entre ecuaciones y moléculas. Se encontraba en un estado constante de análisis, buscando respuestas en lo único que nunca la había fallado: la ciencia.Laura había entrado en el programa de doctorado en neurobiología con un proyecto claro: estudiar la neuroquímica de las adicciones. Su fascinación por cómo el cerebro respondía a ciertos estímulos y se volvía dependiente de ellos había comenzado años atrás, pero ahora esa obsesión parecía tener un nuevo propósito. El amor, al igual que cualquier otra emoción, debía tener una base química. Si la adicción era un patrón de conductas repetitivas que se consolidaba en las redes neuronales, ¿no era el amor una especie de a
La lluvia caía con insistencia contra las ventanas del pequeño departamento, cada gota resonaba como si quisiera romper el silencio insoportable que llenaba la habitación. El cielo gris parecía reflejar el vacío que Laura sentía en su pecho, un hueco profundo que no lograba entender del todo. Sentada en el sillón de la sala, observaba el reloj, inmóvil desde hacía horas, incapaz de aceptar la realidad que ahora se desarrollaba frente a sus ojos.Diego, el hombre al que había amado durante ocho años, se encontraba de pie frente a la puerta, con una caja entre las manos. Parecía un extraño, alguien distante, ajeno. Laura sentía una presión en el pecho, una mezcla de tristeza, rabia y decepción que no podía manejar.Diego se mantenía en silencio, no decía nada. Sabía que no había palabras que pudieran aliviar el dolor que él había causado. Mientras recogía sus cosas, cada movimiento era una estocada más. El silencio entre ambos, que en otros tiempos había sido cómodo, ahora era insoporta