La música de la fiesta retumbaba a través de las paredes, resonando en el suelo mientras Laura se paseaba distraídamente por el lugar. Había venido por compromiso, invitada por un colega del laboratorio que insistió en que necesitaba relajarse un poco. Pero, mientras observaba a las personas conversar y reírse, se preguntaba por qué se había molestado en asistir. Las luces tenues y el ambiente cargado no hacían más que aumentar su incomodidad. No era su tipo de ambiente, y menos después de todo lo que había sucedido en las últimas semanas.
Justo cuando estaba considerando irse, una figura familiar apareció entre la multitud. Alejandro, el físico que había conocido días atrás, caminaba hacia ella con una sonrisa tranquila. Su presencia era inesperada, pero no desagradable. Laura notó que había algo en su manera de caminar, una calma que contrastaba con la energía bulliciosa de la fiesta.
—Hola, Laura —la saludó, inclinándose un poco para que ella pudiera escucharlo entre el ruido.
—Alejandro, ¿qué haces aquí? —respondió, sorprendida.
—Pablo me invitó —dijo él, señalando al anfitrión con un gesto de la cabeza—. No suelo venir a este tipo de eventos, pero pensé que podría ser interesante.
Laura no pudo evitar sonreír. "Interesante" no era la palabra que ella hubiera utilizado para describir la fiesta. Sin embargo, sentía algo intrigante en Alejandro. Recordó su conversación sobre el universo y la magia, y por un momento, la idea de hablar con él nuevamente le pareció más atractiva que el ambiente sofocante de la fiesta.
—¿Te gustaría salir de aquí? —preguntó, sintiendo de repente una necesidad de escapar—. Podemos ir por una botella de vino y continuar con nuestra charla sobre el universo.
Alejandro levantó una ceja, sorprendido, pero no tardó en asentir. —Me parece una excelente idea.
Ambos salieron del bullicio y caminaron por las calles de la ciudad en busca de una vinoteca. El aire fresco de la noche contrastaba con el calor sofocante del interior de la fiesta, y Laura sintió cómo su mente comenzaba a despejarse. El cielo estaba despejado, y a lo lejos, las luces de la ciudad se confundían con las estrellas.
—¿Por qué aceptaste la invitación a la fiesta? —preguntó Laura mientras caminaban—. No parecías muy entusiasmado con el ambiente.
Alejandro se rió suavemente. —Porque a veces es necesario exponerse a situaciones incómodas. Nunca sabes lo que puedes descubrir o con quién podrías encontrarte. —La miró de reojo, y Laura sintió que había algo más detrás de sus palabras.
Encontraron una pequeña tienda en una esquina, donde Alejandro eligió una botella de vino tinto. Caminaron al apartamento de Laura, que quedaba cerca, y se sentaron en la sala. El sonido de la lluvia que había comenzado a caer suavemente contra las ventanas llenaba el ambiente. Laura se sintió más relajada en ese entorno, rodeada por el familiar confort de su hogar.
—Hablando de descubrimientos —dijo Alejandro, sirviendo un poco de vino en dos copas—. ¿Qué has descubierto últimamente en tu investigación?
Laura suspiró. Su investigación era su refugio, pero a veces también le pesaba. Le explicó cómo estaba trabajando en el estudio de los neuroquímicos involucrados en las adicciones, y cómo, de alguna manera, esa línea de investigación la había llevado a explorar también la bioquímica del amor.
—Así que ahora estudias el amor desde una perspectiva científica —comentó Alejandro, observándola con interés—. ¿Y qué has descubierto sobre eso?
—Que todo parece reducirse a un conjunto de reacciones químicas predecibles —respondió Laura, moviendo la copa de vino en su mano—. Oxitocina, dopamina, vasopresina... todas esas sustancias influyen en cómo nos sentimos atraídos o conectados a otra persona. Es casi deprimente pensarlo. ¿Cómo puede algo tan mágico como el amor reducirse a un montón de moléculas?
Alejandro se quedó en silencio por un momento, tomando un sorbo de su vino antes de responder. —¿Y si no es solo química? ¿Y si el amor es algo más, algo que no se puede cuantificar en términos de neurotransmisores y hormonas?
Laura lo miró con curiosidad. Sabía que Alejandro era un hombre de ciencia, y sus palabras la sorprendieron.
—Eres físico. Pensé que te gustaban las explicaciones lógicas y racionales —dijo, arqueando una ceja.
—Lo hago —respondió Alejandro, inclinándose un poco hacia ella—. Pero también creo que hay cosas en el universo que simplemente no podemos explicar. Llámalo azar, llámalo destino, llámalo magia... a veces las cosas simplemente suceden de una manera que desafía cualquier intento de racionalizarlo. ¿No crees?
Las palabras de Alejandro resonaron en la mente de Laura. Era cierto que, a lo largo de su carrera, había sido testigo de eventos inexplicables. Pequeños momentos que, de alguna manera, cambiaban la dirección de su vida o de su trabajo. Pero nunca había considerado la posibilidad de que el amor pudiera ser una de esas cosas.
—¿Crees en el destino? —preguntó, tratando de mantener un tono escéptico.
—No en el sentido tradicional —respondió él, apoyándose en el respaldo del sofá—. Pero sí creo que hay fuerzas en el universo que no comprendemos del todo. Eventos que nos llevan hacia personas o situaciones que de alguna manera cambian nuestras vidas.
Laura tomó un sorbo de su vino, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Alejandro no era como los otros hombres con los que había hablado últimamente. Hablar con él la desafiaba, la hacía cuestionar sus propias creencias y la manera en que veía el mundo. No era una atracción física inmediata, pero sí una curiosidad intelectual que comenzaba a transformarse en posiblemente algo más.
La conversación continuó por horas. Hablaron sobre el universo, la vida, las estrellas, y cómo, a pesar de toda la ciencia y el conocimiento que habían acumulado, todavía había tanto que no podían explicar. El aire de la noche se había enfriado, y la lluvia seguía cayendo suavemente contra las ventanas, creando un ambiente íntimo y sereno.
Finalmente, cuando las copas estaban vacías y el reloj marcaba la medianoche, Alejandro se levantó para despedirse. Laura lo acompañó hasta la puerta, y por un momento, se quedó en silencio, observándolo mientras se ponía su abrigo.
—Gracias por la charla, Alejandro —dijo finalmente, sintiendo que esas palabras no eran suficientes para expresar lo que realmente sentía.
—Gracias a ti, Laura. Fue... una noche interesante.
Se despidieron con una sonrisa, y cuando Alejandro salió al frío de la noche, Laura se quedó en la puerta por unos segundos, observando cómo se alejaba. Había algo en él que la intrigaba, algo que no podía explicar. Una chispa de interés, de curiosidad, que no había sentido en mucho tiempo.
Laura cerró la puerta detrás de Alejandro y dejó escapar un suspiro. La conversación con él había sido inesperadamente reveladora. No esperaba sentirse tan conectada con alguien después de todo lo que había sucedido con Diego. En su mente, todavía luchaba con los recuerdos de su relación pasada, con la traición y el dolor que le había causado. Pero ahora, en medio de la fría noche y con la lluvia tamborileando suavemente contra las ventanas, sentía algo diferente. Algo que no podía identificar del todo, pero que la hacía pensar en Alejandro.
El departamento estaba en silencio. Laura se sentó en el sofá, mirando la copa de vino vacía en la mesa. Recordó la manera en que Alejandro había hablado sobre el universo, sobre cómo creía que algunas cosas sucedían por una razón, incluso si no podíamos explicarlas científicamente. Era una forma de pensar tan opuesta a la suya, y sin embargo, había algo en sus palabras que resonaba en ella. ¿Podía realmente el destino tener algo que ver con el amor?
Sacudió la cabeza, intentando alejar esas ideas de su mente. Se suponía que el amor era químico, un simple conjunto de reacciones en el cerebro. Lo había investigado, lo había estudiado, y estaba convencida de que podía manipularlo si encontraba la combinación correcta de sustancias. Pero entonces, ¿por qué sus experimentos con las citas no estaban funcionando? ¿Por qué ningún hombre que conocía a través de las aplicaciones de citas lograba despertar en ella algo más que una breve atracción superficial?
Su teléfono vibró en la mesa. Era un mensaje de Stephany, su amiga de la infancia. Stephany había sido quien la había convencido de probar las aplicaciones de citas, insistiendo en que sería divertido y que encontraría a alguien rápidamente. Pero hasta ahora, las citas solo habían sido una serie de decepciones y risas incómodas.
"¿Cómo te fue en la fiesta?" decía el mensaje.
Laura sonrió ante la preocupación de su amiga, pero decidió no contarle aún sobre Alejandro. No sabía exactamente qué era lo que sentía, y Stephany seguramente lo interpretaría como una señal de que Laura estaba "volviendo al ruedo", cuando en realidad lo último que quería era precipitarse en algo nuevo.
"Bien, algo aburrida, pero me escapé temprano. ¿Nos vemos mañana?" respondió Laura, dejando el teléfono a un lado y levantándose para ir a la cocina.
Mientras vertía agua en un vaso, su mente volvía inevitablemente a Alejandro. El físico teórico que, con su apariencia nerd y su calma intrigante, había captado su atención de una manera que no esperaba. El aire misterioso que lo rodeaba, combinado con su capacidad para hacerla reflexionar sobre temas que siempre había considerado absolutos, despertaba en Laura una curiosidad intelectual que no había sentido con nadie más.
Laura caminó hacia la ventana, observando cómo la lluvia caía intensamente ahora. El clima siempre había tenido un impacto en su estado de ánimo, y esa noche no era la excepción. La melancolía que había sentido desde la ruptura con Diego comenzaba a disiparse lentamente, reemplazada por algo que no podía definir aún. Tal vez era el alivio de haber dejado ir una relación que, aunque había durado tanto tiempo, ya no le traía más que dolor.
Volvió a pensar en Diego, en cómo se había sentido cuando lo vio por primera vez con otra mujer. El dolor había sido insoportable, como si algo se hubiera roto dentro de ella. Pero ahora, mirando hacia atrás, comenzaba a darse cuenta de que el Diego que amaba ya no existía. Había cambiado, transformado por la ambición y la industria en la que trabajaba. Tal vez, en algún momento, ella también había cambiado, pero no de la misma manera.
Los truenos resonaron a lo lejos, haciendo que Laura se estremeciera. Decidió que era hora de descansar. Mañana sería otro día de trabajo, otro día para sumergirse en la ciencia y en sus experimentos. Y, tal vez, otro día para reflexionar sobre lo que realmente quería en su vida.
Caminó hacia su habitación, pero justo cuando estaba a punto de apagar las luces, su teléfono vibró de nuevo. Esta vez, el mensaje no era de Stephany. Era de Alejandro.
"Gracias por la noche. Me gustaría repetirla algún día. Creo que tenemos muchas más conversaciones pendientes."
Laura no pudo evitar sonreír. Había algo en la manera en que Alejandro escribía, una ligereza, un misterio, que la hacía sentir cómoda y al mismo tiempo curiosa por saber más. No era solo la conversación, era la forma en que él veía el mundo, tan diferente a la suya, pero de alguna manera, complementaria.
Se sentó en la cama, con el teléfono entre las manos, pensando en cómo responder. No quería parecer demasiado interesada, pero tampoco quería sonar distante. Después de unos minutos, decidió optar por la honestidad.
"Gracias a ti. Fue una noche interesante, y sí, creo que hay muchas más conversaciones por explorar."
Apagó el teléfono y se acostó, sintiendo que el peso que había llevado en el pecho desde la ruptura con Diego comenzaba a disiparse lentamente. No sabía qué depararía el futuro, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía una pequeña chispa de esperanza.
El sonido de la lluvia y los truenos en la distancia la acompañaron hasta que finalmente, se quedó dormida, con la imagen de las estrellas y el universo en su mente, y con la sensación de que algo nuevo, algo inesperado, estaba por comenzar.
El día siguiente amaneció gris, con las nubes cubriendo el cielo y el aire húmedo llenando las calles. Laura se despertó con una extraña sensación de tranquilidad, una calma que no había sentido en mucho tiempo. Tal vez era el hecho de que, por primera vez en semanas, no había soñado con Diego. Tal vez era la conversación de la noche anterior con Alejandro, que le había dejado pensando en cosas que normalmente no se permitiría considerar.
Mientras preparaba su café, se encontró sonriendo sin razón aparente, recordando la manera en que Alejandro había hablado sobre las estrellas, el azar y el destino. Era ridículo, pero había algo en él que la hacía sentirse bien. Una especie de conexión que no había sentido con ninguno de los hombres que había conocido últimamente.
Laura se sentó frente a su computadora, revisando los artículos científicos que había guardado para su investigación sobre la neuroquímica del amor y el apego. Sabía que debía enfocarse en su trabajo principal, en su investigación doctoral, pero no podía evitar sentirse atraída por esa otra área de estudio. ¿Y si realmente podía sintetizar el amor en una fórmula? ¿Qué pasaría si encontrara la combinación exacta de neurotransmisores que pudiera garantizar el apego, la fidelidad y la atracción?
Suspiró y se frotó las sienes. Sabía que estaba siendo irracional, que el amor no podía reducirse solo a la química cerebral. Pero parte de ella, la parte herida y decepcionada, quería creer que sí, que podía controlarlo, manipularlo, evitar el dolor de una traición futura.
El teléfono sonó, sacándola de sus pensamientos. Era Stephany, su amiga de toda la vida.
—¡Buenos días, Laura! ¿Cómo estás?
Laura sonrió, agradecida por la energía siempre optimista de Stephany. —Estoy bien, mejor que ayer. ¿Tú?
—¡Yo siempre estoy bien! —dijo Stephany, con esa exageración típica suya—. Pero dime, ¿qué tal la fiesta? ¿Algún encuentro interesante?
Laura dudó por un momento, pensando en Alejandro. No quería dar demasiada importancia al encuentro, pero tampoco podía negar que había sido un momento diferente, algo que la había dejado pensando.
—Fue... interesante. Conocí a alguien.
Stephany soltó una carcajada. —¡Sabía que lo harías! Detalles, por favor.
Laura sabía que la conversación con Stephany iba a ser larga. A pesar de que estaba tratando de procesar lo sucedido con Alejandro y sus sentimientos contradictorios, su amiga no le daría tregua hasta que escuchara todos los detalles.
—Steph, fue solo una charla interesante. No hay mucho más que decir —intentó zanjar el tema mientras daba un sorbo a su café.
—¡Una charla interesante es siempre el inicio de algo! —respondió Stephany con emoción en su voz—. Cuéntame de él, ¿cómo es? ¿Guapo? ¿Listo?
Laura rió por lo bajo, disfrutando del entusiasmo contagioso de su amiga. Alejandro no era el tipo de hombre que usualmente llamaba la atención de Stephany. No tenía el perfil típico de chico guapo que impresionaba con su presencia; era más bien de esos hombres que te atrapaban lentamente con su ingenio y curiosidad.
—No es el tipo de hombre que te impresionaría a primera vista, Steph. Es... diferente.
—¡Oh! ¿Diferente cómo? ¿Diferente en el buen sentido?
Laura hizo una pausa, reflexionando sobre cómo describir a Alejandro. Era complejo, y eso era lo que la confundía tanto. No había una palabra que pudiera encapsular lo que él era para ella en ese momento.
—Es... curioso. Tiene una manera única de ver el mundo. —Laura se encontró sonriendo al recordarlo—. Es físico, pero tiene una manera de hablar del universo como si creyera que hay algo más allá de lo tangible, algo mágico.
Stephany soltó una carcajada, divertida. —¿Un físico hablando de magia? ¡Eso suena increíble! ¿Sabes? Siempre he dicho que los científicos son los más románticos, aunque no quieran admitirlo. ¡Estás en problemas, chica!
Laura suspiró. No sabía si estaba en problemas o no, pero lo cierto era que Alejandro la había hecho cuestionar muchas cosas en una sola noche. Las conversaciones que tuvo con él le despertaron una chispa de curiosidad que hacía tiempo no sentía por nadie.
—No estoy buscando nada, Steph. Apenas he comenzado a conocerlo —respondió finalmente.
—¡Eso es lo que todas dicen al principio! Pero en serio, Laura, no hay nada de malo en dejarse llevar un poco. Has pasado por mucho con Diego. Mereces sentirte viva otra vez.
El nombre de Diego hizo que Laura se tensara. A pesar de que intentaba no pensar en él, todavía el recuerdo de lo que había sucedido estaba presente, como una herida que no terminaba de cerrar. No fue fácil. Ocho años con él, ocho años de apoyo mutuo, de proyectos compartidos, de amor... o al menos, lo que pensaba que era amor. Y todo había terminado en un instante cuando lo vio con otra mujer en aquella fiesta. Las imágenes de esa noche se reproducían una y otra vez en su mente, y aunque había decidido seguir adelante, la sombra de Diego aún la seguía.
—Lo sé, Steph. Pero es complicado.
—Lo complicado lo haces tú —respondió Stephany con dulzura—. Solo digo que no cierres ninguna puerta. Si Alejandro te hace sentir interesante, déjate llevar.
Laura se quedó en silencio, mirando por la ventana mientras escuchaba a Stephany divagar sobre las últimas novedades de su propia vida amorosa. Afuera, las nubes grises comenzaban a despejarse, dejando ver un cielo azul pálido, y de alguna manera, ese pequeño rayo de sol le pareció una señal. Tal vez, como decía su amiga, estaba complicando las cosas más de lo necesario.
Después de colgar el teléfono, Laura se permitió un momento de reflexión. Sabía que estaba sumergida en su trabajo, y eso le había ayudado a canalizar su dolor, pero ¿era eso suficiente? Durante semanas, se había escondido detrás de experimentos y teorías, intentando darle un sentido racional al caos emocional que estaba viviendo. Y aunque la ciencia le daba respuestas, también le dejaba un vacío que solo podía llenar algo más... algo humano, algo que aún no comprendía del todo.
El día continuaba brillando débilmente a través de las ventanas del departamento. Decidió vestirse y salir a dar un paseo. A veces, estar al aire libre le aclaraba la mente. El aire fresco, el sol tímido después de una tormenta, el sonido de la ciudad volviendo a su ritmo habitual... todo eso la ayudaba a poner las cosas en perspectiva.
Mientras caminaba por el parque cercano, su mente no podía dejar de divagar hacia la conversación que había tenido con Alejandro. Había algo en él que no había encontrado en ninguna de sus citas recientes. Quizás era su inteligencia, o tal vez era la forma en que hablaba del universo como si fuera algo más que una serie de ecuaciones. O tal vez, simplemente, él no intentaba impresionarla.
Laura se detuvo un momento frente a una fuente, observando cómo el agua caía en cascada, y por primera vez en mucho tiempo, se permitió sentir algo más que frustración o tristeza. Era una sensación de curiosidad, de posibilidad. Y aunque no sabía hacia dónde la llevaría esa sensación, estaba dispuesta a averiguarlo.
Antes de regresar a casa, decidió enviarle un mensaje a Alejandro. Algo casual, algo que no implicara demasiado, pero lo suficiente para mantener el contacto.
"Gracias de nuevo por la charla de anoche. Definitivamente tenemos que seguir la plática del universo."
El mensaje era simple, pero lleno de significado. Para Laura, el universo no era solo un lugar lleno de estrellas y planetas. Era también un lugar de conexiones, de momentos fugaces que podían cambiar todo, y Alejandro quizás había comenzado a formar parte de ese universo. Por ahora, eso era suficiente.
Los días pasaron rápidamente, y entre sus experimentos y salidas ocasionales con Stephany, Laura se encontraba volviendo lentamente a una rutina que, aunque no era perfecta, comenzaba a sentirse más cómoda. Alejandro seguía siendo una presencia constante en su mente, aunque no lo había visto desde aquella noche en la fiesta. De vez en cuando intercambiaban mensajes, pequeñas conversaciones sobre temas diversos que siempre terminaban volviendo al mismo lugar: el universo y las infinitas posibilidades que ofrecía.
Una tarde particularmente lluviosa, Laura se encontraba en su laboratorio, revisando algunos datos de sus últimos experimentos. El sonido de la lluvia golpeando las ventanas le traía recuerdos de aquella noche en que Diego había recogido sus cosas y dejado su vida. Pero esta vez, el recuerdo no era tan doloroso. Tal vez porque estaba comenzando a llenar ese vacío con algo más... con alguien más.
Mientras revisaba los informes, su teléfono vibró en la mesa. Era un mensaje de Alejandro.
"¿Alguna vez has pensado que somos solo polvo de estrellas, viviendo en una breve chispa de existencia?"
Laura sonrió al leer el mensaje. Alejandro siempre tenía una forma particular de llevar las conversaciones a terrenos filosóficos, y aunque en otro momento habría encontrado eso pretencioso o incluso absurdo, ahora le parecía encantador.
"He pensado que, si somos polvo de estrellas, entonces tal vez tenemos más en común con el universo de lo que creemos."
La respuesta fue inmediata. Alejandro debía estar cerca de su teléfono, porque en menos de un minuto, ya tenía una respuesta.
"Exactamente. Y es esa conexión lo que nos hace únicos. Cada chispa es diferente, pero todas forman parte de la misma energía."
Laura dejó el teléfono a un lado, sintiendo que su corazón latía un poco más rápido. Tal vez Alejandro tenía razón. Tal vez todo era cuestión de conexiones, de momentos, de chispas. Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió lista para explorar esa posibilidad.
El viento frío continuaba soplando cuando Laura y Alejandro llegaron de nuevo a la entrada del departamento después de dar un paseo por el parque. Los días lluviosos como ese tenían una magia especial, una que ella había comenzado a notar más desde que lo conocía. Era como si el tiempo y el clima reflejaran su propio estado emocional: turbulencia, calma, e incertidumbre se mezclaban en un ciclo sin fin.
Laura decidió invitar a Alejandro a entrar, más que nada por curiosidad de seguir la conversación que habían iniciado en el parque. Sabía que sus preguntas filosóficas, la forma en que conectaba la ciencia con algo más profundo, algo más intangible, seguían despertando en ella un interés que no había previsto.
—Sí te gusta el vino ¿no? —preguntó Laura, con un poco de ironía y algo nerviosa.
Alejandro asintió con una sonrisa ligera y se sentó en el sofá, observando con interés los libros esparcidos sobre la mesa. Laura rápidamente fue a la cocina a buscar una botella, sintiendo que la noche podía tomar una dirección inesperada, pero no en el sentido romántico o pasional. Era más bien una conexión intelectual, una que la hacía sentir estimulada, curiosa, ansiosa de aprender más.
Mientras el vino fluía, también lo hacía la conversación. Hablaron sobre todo, desde las teorías de la física cuántica que Alejandro estaba explorando en su último proyecto, hasta los últimos artículos que Laura había leído sobre la neurociencia del amor y las relaciones humanas. Alejandro no parecía ser de esos hombres que se quedaban en la superficie de una conversación. Todo lo que decía tenía profundidad y matices, y eso la descolocaba pero también la atraía.
—¿Sabías que hay estudios que sugieren que el amor no es solo cuestión de química cerebral? —comentó Alejandro, inclinándose hacia adelante, como si estuviera a punto de revelar un secreto—. Dicen que también está influido por algo más, algo que no podemos medir: los eventos al azar.
Laura lo miró, desconcertada.
—¿Azar?
Alejandro asintió. —Sí, azar. Ya sabes, esas coincidencias que nos llevan a conocer a la persona correcta en el momento correcto, o cómo un pequeño gesto, que podría parecer insignificante, cambia el curso de toda una relación.
Laura frunció el ceño. Siempre había sido más pragmática, más dada a los hechos y la evidencia científica. El azar no encajaba con su visión del mundo.
—No sé si estoy de acuerdo con eso. Todo tiene una explicación científica, una base química. Incluso el amor —dijo, con convicción.
Alejandro sonrió, pero no en forma de burla. Era más bien una sonrisa de comprensión, como si supiera algo que ella aún no había descubierto.
—Tal vez. Pero a veces, las cosas que no podemos medir son las que tienen el mayor impacto.
La conversación quedó flotando en el aire mientras bebían el último sorbo de vino y el reloj marcaba la medianoche. Alejandro decidió marcharse, agradeciéndole la velada con una calidez que la desconcertó una vez más.
Laura cerró la puerta detrás de él, su mente aún enredada en las palabras de Alejandro, pero también en algo más. Había algo en él que despertaba una curiosidad que no podía ignorar. Y aunque no lo admitiera todavía, algo en su interior empezaba a cambiar.
El laboratorio se había convertido en un refugio para Laura, aunque no de la forma en que lo había imaginado cuando comenzó su doctorado. Las paredes blancas y frías, cubiertas de estanterías repletas de instrumentación, la hacían sentir pequeña, pero al mismo tiempo segura. Aquí, entre tubos de ensayo, microscopios y modelos de cultivo neuronales, podía ignorar el caos emocional que la rodeaba. El eco de las pisadas de otros estudiantes y profesores resonaba suavemente en el pasillo, pero ella apenas los notaba.El mundo exterior continuaba avanzando, como si el tiempo no se hubiera detenido para ella desde aquella noche lluviosa en la que vio a Diego partir. En su lugar, el laboratorio ofrecía una constancia, una rutina que podía controlar. Era todo predecible, hasta el punto de que, a veces, Laura perdía la noción del tiempo.Sus días se habían vuelto monótonos. Se despertaba temprano, revisaba datos, realizaba experimentos sobre los circuitos neuronales asociados con la adicción,
El viaje a la playa había quedado atrás, pero las emociones seguían latentes en la mente de Laura. Mientras el tren atravesaba el paisaje urbano que la llevaba de regreso a la ciudad, no podía evitar que su mente vagara entre los recuerdos del fin de semana y los pensamientos sobre lo que había aprendido en los últimos años de su doctorado. El sol todavía se filtraba por las ventanas del vagón, recordándole el calor de la playa, aunque ahora todo parecía más distante y ajeno.Había sido un buen descanso, una pausa en su rutina. Pero ahora, al mirar por la ventana, se daba cuenta de que la verdadera tarea comenzaba de nuevo: su investigación.De regreso en el laboratorio, Laura se lanzó de lleno a su proyecto. La neuroquímica de las adicciones y el sexo siempre le había parecido un campo fascinante, pero desde la ruptura con Diego, había tomado un giro más personal. De alguna manera, su obsesión por entender los vínculos humanos se había intensificado. Su trabajo sobre los neurotransmi
La lluvia caía con insistencia contra las ventanas del pequeño departamento, cada gota resonaba como si quisiera romper el silencio insoportable que llenaba la habitación. El cielo gris parecía reflejar el vacío que Laura sentía en su pecho, un hueco profundo que no lograba entender del todo. Sentada en el sillón de la sala, observaba el reloj, inmóvil desde hacía horas, incapaz de aceptar la realidad que ahora se desarrollaba frente a sus ojos.Diego, el hombre al que había amado durante ocho años, se encontraba de pie frente a la puerta, con una caja entre las manos. Parecía un extraño, alguien distante, ajeno. Laura sentía una presión en el pecho, una mezcla de tristeza, rabia y decepción que no podía manejar.Diego se mantenía en silencio, no decía nada. Sabía que no había palabras que pudieran aliviar el dolor que él había causado. Mientras recogía sus cosas, cada movimiento era una estocada más. El silencio entre ambos, que en otros tiempos había sido cómodo, ahora era insoporta
El laboratorio era su refugio. Entre las paredes blancas y las interminables filas de instrumentos y tubos de ensayo, Laura sentía que el mundo exterior —con todo su caos emocional— quedaba reducido a simples datos, gráficos y reacciones químicas que podía medir y controlar. Allí, el dolor de la traición de Diego se diluía entre ecuaciones y moléculas. Se encontraba en un estado constante de análisis, buscando respuestas en lo único que nunca la había fallado: la ciencia.Laura había entrado en el programa de doctorado en neurobiología con un proyecto claro: estudiar la neuroquímica de las adicciones. Su fascinación por cómo el cerebro respondía a ciertos estímulos y se volvía dependiente de ellos había comenzado años atrás, pero ahora esa obsesión parecía tener un nuevo propósito. El amor, al igual que cualquier otra emoción, debía tener una base química. Si la adicción era un patrón de conductas repetitivas que se consolidaba en las redes neuronales, ¿no era el amor una especie de a
Stephany estaba sentada en el sofá del apartamento de Laura, moviendo su dedo rápidamente sobre la pantalla de su teléfono mientras le explicaba a su amiga cómo funcionaban las aplicaciones de citas. La luz del sol entraba suavemente por las cortinas del salón, dándole a la escena un aire de normalidad que contrastaba con lo surrealista que todo parecía para Laura. El aroma a café recién hecho llenaba la habitación, pero a Laura le parecía que ni todo el café del mundo podría ayudarla a comprender lo que Stephany le estaba pidiendo.—Mira, es muy fácil, solo tienes que deslizar a la derecha si te gusta y a la izquierda si no. Así, ¡mira! Este es bastante guapo —dijo Stephany con una sonrisa maliciosa, enseñándole una foto de un tipo en traje y corbata.—Steph, no sé si esto es para mí —Laura suspiró, cruzando los brazos mientras observaba la pantalla con recelo. La idea de encontrar a alguien en un espacio digital le resultaba impersonal, frío, casi mecánico. No entendía cómo podía ha