El laboratorio se había convertido en un refugio para Laura, aunque no de la forma en que lo había imaginado cuando comenzó su doctorado. Las paredes blancas y frías, cubiertas de estanterías repletas de instrumentación, la hacían sentir pequeña, pero al mismo tiempo segura. Aquí, entre tubos de ensayo, microscopios y modelos de cultivo neuronales, podía ignorar el caos emocional que la rodeaba. El eco de las pisadas de otros estudiantes y profesores resonaba suavemente en el pasillo, pero ella apenas los notaba.
El mundo exterior continuaba avanzando, como si el tiempo no se hubiera detenido para ella desde aquella noche lluviosa en la que vio a Diego partir. En su lugar, el laboratorio ofrecía una constancia, una rutina que podía controlar. Era todo predecible, hasta el punto de que, a veces, Laura perdía la noción del tiempo.
Sus días se habían vuelto monótonos. Se despertaba temprano, revisaba datos, realizaba experimentos sobre los circuitos neuronales asociados con la adicción, y en su tiempo libre (si es que eso existía) seguía con su obsesión: la investigación paralela sobre la química del amor. Aquel proyecto, que había nacido de su desesperación por entender lo que había salido mal con Diego, se había convertido en una búsqueda implacable para descifrar los secretos detrás de las conexiones humanas, esas que parecían más frágiles de lo que había creído.
Sabía que la oxitocina, la dopamina y otros neurotransmisores jugaban un papel fundamental en la atracción, el apego y el deseo. Había leído innumerables artículos que describían cómo el cerebro se iluminaba ante la presencia de una persona amada, cómo la química del cuerpo se alteraba con el simple roce de una mano o una mirada prolongada. Sin embargo, nada de lo que había estudiado la preparaba para lo que sentía cada vez que pensaba en Diego, o peor aún, en Alejandro.
Alejandro. Esa palabra cruzaba su mente más a menudo de lo que le gustaba admitir. Desde aquella noche en que escaparon de la fiesta, sus pensamientos gravitaban hacia él como si fuera un punto fijo en su universo desordenado. Pero se negaba a admitir que eso significaba algo. A fin de cuentas, todo era química, reacciones, procesos que podía mapear y estudiar. Si pudiera entender la bioquímica del apego, tal vez podría evitar que su cerebro se desbordara con esas emociones que la confundían.
A medida que los días pasaban, Laura se dio cuenta de que su vida fuera de la universidad se había desvanecido. Sus compañeros hablaban de sus planes de fin de semana, de escapadas, cenas y salidas. Ella, sin embargo, siempre tenía una excusa: un experimento que revisar, datos que analizar, un paper pendiente. Pero en realidad, muy en el fondo se estaba escondiendo. Se escondía del dolor, de la confusión, de la soledad que comenzaba a agrietar su fachada de serenidad.
En medio de esa rutina, Stephany, siempre era un respiro de aire fresco a la vida de Laura, con su energía vibrante y su naturaleza implacable la sacaba de su zona de confort en busca de experiencias nuevas. Para Steph, el amor era una aventura, un juego que se podía ganar o perder, pero que siempre valía la pena jugar. Laura nunca entendió cómo su amiga podía enfrentarse una y otra vez al fracaso amoroso con tanta facilidad, como si nada pudiera derribarla.
—¡Tienes que venir conmigo a la playa este fin de semana! —dijo Steph una tarde, irrumpiendo en el laboratorio de Laura como una ráfaga de viento fresco—. No acepto un no por respuesta.
Laura suspiró, apartando la mirada de su ordenador. La idea de un viaje a la playa parecía tan lejana de su realidad en ese momento que casi le pareció absurda.
—Steph, no puedo —empezó a decir—. Tengo demasiado trabajo.
—¡Oh, por favor! —exclamó Stephany—. Siempre tienes trabajo. Necesitas un descanso, y lo sabes. No todo es sobre neurocosas y experimentos, Laura. Tienes que salir, respirar aire fresco, ver el mar. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo divertido?
Laura abrió la boca para responder, pero no encontró una respuesta adecuada. Era cierto. Había dejado de hacer cosas "divertidas" hace mucho tiempo. Su vida se había reducido a experimentos, investigaciones y recuerdos dolorosos de lo que una vez fue su relación con Diego.
—No sé, Steph… —murmuró, insegura.
Stephany se acercó a ella, con una sonrisa traviesa en los labios.
—Vamos, va a ser divertido. Sol, playa, chicos guapos… No tienes que hacer nada que no quieras, pero te prometo que un poco de sol te hará bien.
Laura finalmente cedió, más por la insistencia de su amiga que por un verdadero deseo de escapar. Pero parte de ella sabía que Stephany tenía razón. Necesitaba salir de ese ciclo interminable de trabajo y pensamientos negativos.
El fin de semana llegó más rápido de lo que Laura esperaba, y antes de darse cuenta, estaba en un coche camino a la playa con un grupo de amigos de Stephany, la mayoría desconocidos para ella. La atmósfera en el coche era ligera, llena de risas y bromas, un contraste marcado con el peso emocional que Laura sentía en su interior. Se dio cuenta de que había olvidado lo que se sentía estar rodeada de gente que simplemente disfrutaba el momento, sin preocuparse por el futuro o por desentrañar los misterios del cerebro humano.
Cuando finalmente llegaron a la playa, el calor del sol golpeó su piel como un bálsamo. El cielo estaba despejado, de un azul vibrante que contrastaba con el interminable horizonte del océano. Las olas rompían suavemente contra la orilla, y el sonido relajante del agua chocando contra la arena comenzó a calmar la mente de Laura.
—¿Ves? Esto es lo que necesitabas —dijo Stephany, mientras estiraba una toalla sobre la arena caliente—. Sol, mar, arena y aire fresco.
Laura sonrió, sintiéndose un poco más ligera, aunque aún había un nudo en su pecho que no terminaba de desatarse. Se tumbó en la toalla y cerró los ojos, dejando que el sonido de las olas la envolviera. Por primera vez en mucho tiempo, dejó de pensar en su trabajo, en Diego, en todo.
El calor del sol sobre su piel y el sonido de las olas del mar tenían un efecto casi terapéutico. Laura se quedó recostada en la toalla, con los ojos cerrados, sintiendo la brisa salada en su rostro. El ambiente relajado de la playa la envolvía, pero su mente seguía trabajando, procesando todo lo que había vivido en las últimas semanas. No podía evitarlo. Su cerebro estaba acostumbrado a analizar cada situación, cada emoción, como si fueran datos que necesitaban ser desmenuzados para encontrar una solución.
Después de un rato, Stephany la interrumpió de su ensueño.
—Mira esos chicos que se acercan —dijo con una sonrisa maliciosa, señalando con la cabeza hacia un grupo que se dirigía hacia ellas—. Creo que este día va a mejorar.
Laura abrió los ojos y, efectivamente, un par de chicos muy atractivos caminaban hacia ellas, con sonrisas confiadas y piel bronceada por el sol. Eran el tipo de chicos que, en otras circunstancias, habrían captado toda su atención. No se podía negar que eran guapos, con cuerpos tonificados y miradas juguetonas. Pero, sorprendentemente, mientras los observaba acercarse, una imagen de Alejandro cruzó su mente.
¿Por qué estaba pensando en él en ese momento? Alejandro no era nada como esos chicos. No tenía ese aire de despreocupación que tanto atraía a otras chicas. De hecho, era todo lo contrario: reservado, introspectivo, a veces casi enigmático. Y sin embargo, había algo en él que había comenzado a intrigarla, algo que no podía sacarse de la cabeza. No era una atracción física inmediata, sino algo más profundo, algo que, sin querer admitirlo, la estaba empujando hacia él.
Los chicos llegaron hasta donde ellas estaban, y uno de ellos, el más alto, con una sonrisa deslumbrante, se dirigió a Stephany.
—Hola, chicas. ¿Les molesta si nos unimos? —dijo, señalando el espacio de arena junto a sus toallas.
Stephany, siempre encantada con la atención masculina, se levantó moviendo la cabeza para que su cabello cayera de manera perfecta sobre sus hombros.
—¡Por supuesto! —dijo, haciendo espacio para que los chicos se sentaran.
Laura, por otro lado, se mantuvo en silencio. No estaba de humor para coquetear, pero decidió no arruinar la diversión de Stephany. Los chicos comenzaron a hablar de temas ligeros: el clima, lo maravillosa que estaba la playa ese día, y anécdotas graciosas de sus últimos viajes. Todo le parecía superficial, pero Laura seguía el ritmo de la conversación, aunque sin mucho entusiasmo.
El más alto, cuyo nombre era Javier, intentó atraer su atención en varias ocasiones. Le contaba historias exageradas sobre sus aventuras en deportes extremos y lo bien que le iba en su trabajo. Pero cuanto más hablaba, más se daba cuenta Laura de que no había una conexión real. Javier era como una de esas muchas citas que había tenido a través de las aplicaciones: atractivo a primera vista, pero vacío por dentro. A pesar de lo simpático que era, ella no podía dejar de sentir que algo faltaba.
Mientras la tarde avanzaba, el calor comenzó a suavizarse y el sol se acercaba lentamente al horizonte. El cielo se tornaba en tonos de naranja y rosa, y aunque el ambiente seguía siendo alegre a su alrededor, Laura se sentía cada vez más desconectada.
—¿En qué piensas? —preguntó Stephany en un momento, notando su distracción.
Laura sonrió débilmente.
—Nada importante —respondió, aunque sabía que no era cierto.
Estaba pensando en Alejandro, en la forma en que su conversación había fluido de manera tan natural, sin necesidad de esforzarse. Con él, no sentía la presión de impresionar o de encajar en un molde preestablecido. Había algo en su manera de ser que la hacía sentirse cómoda, como si estuvieran en la misma longitud de onda, aunque sus mundos fueran tan diferentes.
Después de un rato, los chicos se despidieron, dejando a Stephany y Laura solas en la playa. Stephany parecía satisfecha con la atención, pero Laura se sentía más confundida que antes. Sabía que, en otro momento de su vida, habría disfrutado de ese tipo de encuentros, pero ahora le parecían vacíos, sin sustancia.
—No parecías muy interesada en ellos —comentó Stephany, arqueando una ceja—. ¿Qué pasa? Eran guapísimos.
—Sí, lo eran —admitió Laura—, pero no sé… creo que busco algo más que solo una cara bonita.
Stephany rió, como si lo que Laura acababa de decir fuera lo más ridículo del mundo.
—Cariño, a veces una cara bonita es todo lo que necesitas para pasar un buen rato. No tiene que ser siempre tan complicado.
—No quiero que sea solo un buen rato —dijo Laura en voz baja, más para sí misma que para Stephany.
Mientras caminaban de regreso al hotel al caer la noche, Laura no podía dejar de pensar en cuántas veces había tratado de convencerse de que lo que buscaba era sencillo. Había descargado las aplicaciones de citas, había salido con chicos como Javier, esperando que alguno de ellos encajara, que la química fuera suficiente para que surgiera algo más. Pero en el fondo, sabía que no era así.
Alejandro, con todas sus rarezas y su visión diferente del mundo, seguía apareciendo en su mente. Y eso la frustraba, porque no quería admitir que, quizás, tal vez lo que quería era algo más auténtico, algo que Alejandro, con su mezcla de misterio y dulzura, estaba empezando a ofrecerle.
El clima cálido y la brisa salada del mar contrastaban con la frialdad que sentía en su interior. Por más que intentaba dejarse llevar por el ambiente relajado de la playa, su mente seguía viajando hacia esos momentos con Alejandro, recordando cada palabra que había dicho, cada pequeño gesto que la había hecho pensar que había algo más en él, algo que valía la pena explorar.
A pesar de sí misma, Laura sonrió mientras miraba las estrellas que comenzaban a aparecer en el cielo oscuro de la noche. Tal vez Stephany tenía razón en algunas cosas, pero en esta ocasión, Laura sabía que lo que buscaba no era un buen rato pasajero. Quería más. Y aunque aún no estaba dispuesta a admitirlo completamente, sabía que Alejandro tenía algo que los otros no.
Laura y Stephany caminaron en silencio por la playa mientras el sonido de las olas rompía en la orilla. La humedad en el aire, junto con la brisa que aún conservaba algo del calor del día, rodeaba a Laura en un contraste entre el entorno cálido y la sensación de desconexión que la invadía. Stephany, siempre más espontánea y despreocupada, parecía disfrutar cada segundo de la noche, caminando con ligereza, mientras que Laura, con la cabeza llena de pensamientos contradictorios, sentía el peso de algo que no lograba comprender del todo.
"¿Será que me estoy volviendo una de esas personas que piensan demasiado en todo?", se preguntó, sintiendo que su mente no se detenía. Había algo en Alejandro, algo que no podía ignorar, pero también estaba su vida académica, su carrera, los recuerdos de Diego que aún la perseguían. No era solo el final de una relación de ocho años, sino el fin de un sueño, de una vida que había imaginado.
—¿Te pasa algo? —preguntó Stephany, rompiendo el silencio y dándole un leve empujón con el hombro—. Estás muy callada, más de lo habitual.
—Solo estoy pensando —respondió Laura, sin muchas ganas de explicarse.
Stephany soltó una risa suave.
—Ya veo. Estás pensando en lo que dije antes, ¿no?
Laura suspiró, tratando de evitar el tema, pero sabía que su amiga no lo dejaría pasar.
—No es eso. Es que… no sé, a veces siento que no encajo en este mundo. Mira a esos chicos de hoy, eran guapos, simpáticos, pero no había nada más. Solo palabras vacías y sonrisas perfectas. Y no es que no lo intentara, de verdad lo hice, pero…
—No conectaste —completó Stephany con una sonrisa cómplice—. Lo entiendo, pero tienes que relajarte un poco. No todo tiene que ser tan profundo. A veces solo necesitas disfrutar el momento.
Laura la miró de reojo, preguntándose si Stephany tenía razón. Tal vez sí estaba siendo demasiado rígida, demasiado exigente con lo que esperaba de los demás, pero tampoco podía ignorar lo que realmente quería. Durante años, su relación con Diego había sido su refugio, un lugar donde sentía que todo tenía sentido, hasta que ese sentido se desmoronó. Ahora, no podía conformarse con algo menos que una conexión real, algo que fuera más allá de la superficie.
Siguieron caminando hasta llegar a una pequeña cabaña de madera donde el grupo de amigos se había reunido para pasar la noche. El lugar estaba lleno de risas y voces, y a pesar del buen ambiente, Laura no podía evitar sentirse fuera de lugar. La playa, el clima tropical, todo parecía diseñado para que uno se relajara y dejara las preocupaciones atrás, pero Laura seguía atrapada en su propia mente, buscando respuestas donde quizás no las había.
—Voy a tomar un poco de aire —le dijo a Stephany, quien ya había empezado a charlar animadamente con el resto del grupo—. No te preocupes por mí.
—Anda, relájate un poco. No pienses tanto —le respondió Stephany con una sonrisa antes de sumergirse de nuevo en la conversación.
Laura salió de la cabaña y caminó hacia la orilla, donde las olas lamían la arena suavemente bajo la luz tenue de la luna. El cielo estaba despejado y las estrellas brillaban como pequeños destellos lejanos, recordándole la conversación que había tenido con Alejandro sobre el universo, las estrellas y la casualidad. No sabía por qué, pero en ese momento todo parecía cobrar sentido.
Alejandro. Su nombre flotaba en su mente con una insistencia molesta. Cada vez que intentaba distraerse, su pensamiento volvía a él. No era como esos chicos que conocía a través de las aplicaciones o como los que había visto hoy. Con Alejandro había una conexión diferente, una mezcla de curiosidad y misterio que la mantenía intrigada. Sabía que no era solo su intelecto lo que la atraía, aunque eso jugaba un papel importante; era su forma de ver el mundo, su capacidad para combinar ciencia y emoción, lógica y magia.
"¿Por qué no puedo dejar de pensar en él?", se preguntaba, frustrada. Era extraño porque al principio no le había prestado mucha atención. No era el tipo de hombre que solía atraerla a primera vista, pero, de alguna manera, había logrado meterse bajo su piel.
—¿Todo bien? —la voz de uno de los chicos que había conocido antes la sacó de su ensoñación. Era Javier, el chico alto y atlético que tanto había impresionado a Stephany.
Laura asintió con una sonrisa educada, pero distante.
—Sí, solo necesitaba un poco de aire —respondió, esperando que el chico captara la indirecta.
Sin embargo, Javier no parecía dispuesto a dejarla sola.
—¿Sabes? —dijo, acercándose más—. Te noté un poco apartada esta noche. A veces, las chicas inteligentes como tú tienen problemas para relajarse. Todo se puede disfrutar un poco más si simplemente… te dejas llevar.
Laura sintió una punzada de incomodidad. El tono condescendiente de sus palabras le recordó todas esas citas donde los hombres parecían fascinados por su inteligencia, pero solo hasta el punto en que podían intentar explicarle cómo debía vivir su vida.
—No creo que sea eso —respondió, tratando de sonar cortés, aunque por dentro solo quería que se fuera—. Creo que todos tenemos diferentes formas de relajarnos.
Javier soltó una risa suave, como si no hubiera captado la tensión.
—Tienes razón, pero yo podría enseñarte un par de cosas sobre cómo disfrutar más el momento —dijo, guiñándole un ojo, lo que hizo que Laura sintiera una mezcla de repulsión y hastío.
"¿Cómo no lo vi venir?", pensó mientras hacía un esfuerzo por no poner los ojos en blanco. Los clichés se apilaban uno tras otro en la conversación, y todo lo que quería era salir de ahí. A pesar de su atractivo físico, Javier era exactamente el tipo de persona que ya no le interesaba. Guapo por fuera, pero superficial y predecible por dentro.
—Creo que voy a regresar a la cabaña —dijo rápidamente—. Me están esperando.
Antes de que Javier pudiera responder, Laura se alejó hacia la cabaña, sintiendo un alivio inmenso al dejarlo atrás. Cuando llegó a la puerta, se detuvo un momento y miró hacia el cielo. Las estrellas seguían allí, brillando indiferentes al caos que a veces sentía dentro de sí. Alejandro había mencionado que, al observarlas, siempre sentía que los problemas de la vida cotidiana se volvían insignificantes. En ese momento, Laura entendió lo que había querido decir.
Entró de nuevo a la cabaña, y aunque sus amigos seguían disfrutando de la noche, riendo y hablando de manera despreocupada, Laura se sintió extrañamente tranquila. Se sentó en un rincón, lejos del ruido, y observó a Stephany interactuar con el grupo, tan natural como siempre. A pesar de sus diferencias, Stephany tenía razón en algo: no podía seguir evadiendo la vida. Por más que quisiera refugiarse en sus estudios y su investigación, necesitaba encontrar un equilibrio.
Esa noche, antes de dormirse, Laura tomó su teléfono y buscó el número de Alejandro en su lista de contactos. No le escribió, no sabía qué decirle, pero tener su nombre allí, en la pantalla, le daba una sensación de seguridad, como si algo nuevo y emocionante estuviera a punto de comenzar.
Al día siguiente, el sol estaba alto cuando Laura despertó. El calor de la mañana se filtraba por las cortinas ligeras de la cabaña, iluminando el espacio con una luz suave y cálida. Se sentía extrañamente tranquila, como si el descanso en la playa y el distanciamiento de la rutina habitual le hubieran dado una perspectiva diferente.
Stephany estaba ya despierta, ocupada con su teléfono, probablemente revisando las fotos del día anterior. A pesar de su personalidad vibrante y su amor por la diversión, había una calma en ella por las mañanas que Laura siempre había apreciado.
—Buenos días, dormilona —dijo Stephany sin levantar la vista—. Parece que al fin lograste desconectar un poco, ¿no?
Laura sonrió, recordando la incomodidad de su interacción con Javier la noche anterior y cómo, a pesar de todo, su mente seguía gravitando hacia Alejandro. No había sido un mal día, pero en medio de la alegría superficial de la playa y la despreocupación de sus amigos, había algo más profundo que la mantenía anclada.
—Algo así —respondió Laura, estirándose perezosamente—. Me hacía falta salir un poco, aunque sigo sintiendo que no encajo del todo.
Stephany levantó la vista y le lanzó una mirada comprensiva.
—No siempre tienes que encajar en todo, Laurita. A veces solo tienes que ser tú misma y dejar que los demás encajen alrededor tuyo.
Laura reflexionó sobre esas palabras mientras se vestía y se preparaba para salir a caminar un rato por la playa. Había algo en lo que Stephany tenía razón. Siempre había sentido la necesidad de adaptarse, de ser la Laura que los demás esperaban, ya fuera en su relación con Diego, en su carrera académica o en sus amistades. Pero quizás había llegado el momento de ser simplemente ella.
El día estaba caluroso, el tipo de calor que hacía que la piel se sintiera cálida bajo el sol, pero el mar cercano proporcionaba una brisa refrescante que equilibraba la sensación. Los pies descalzos de Laura hundiéndose en la arena tibia la conectaban con el entorno de una manera reconfortante. El mar, eterno y vasto, tenía una cualidad terapéutica, como si todas las preocupaciones pudieran disolverse en las olas que iban y venían.
Mientras caminaba sola por la orilla, se encontró reflexionando sobre la conversación con Alejandro, recordando la profundidad de su charla sobre las estrellas y el universo. A pesar de que no lo conocía mucho, parecía tener una conexión más íntima con el mundo que lo rodeaba, una conexión que Laura empezaba a comprender poco a poco.
De repente, mientras miraba hacia el horizonte, un par de chicos jóvenes, bronceados y atléticos, se acercaron a ella con sonrisas coquetas.
—Hey, ¿disfrutando el día? —preguntó uno de ellos, lanzándole una mirada apreciativa.
Laura sonrió educadamente, pero no pudo evitar sentir la familiar sensación de desconexión. Antes, quizás, habría sido tentador seguirles la corriente, pero ahora todo le parecía superficial, vacío. A pesar de su físico atractivo y la energía relajada de la playa, no sentía esa chispa, esa conexión que le hiciera querer algo más que una conversación trivial.
—Sí, está lindo el día —respondió de manera educada, pero manteniéndose un poco distante.
Los chicos insistieron un poco más, invitándola a unirse a ellos para jugar voleibol, pero Laura declinó amablemente y continuó su paseo, agradecida por el espacio y el silencio que la envolvían una vez más.
Al llegar de nuevo a la cabaña, Stephany la recibió con una sonrisa de complicidad.
—Te vi con esos chicos —dijo con una ceja levantada—. ¡Eran guapos!
Laura soltó una risa suave.
—Sí, guapos… pero no es suficiente, ¿sabes? No sé, estoy en otro lugar ahora.
Stephany la miró con una mezcla de sorpresa y admiración.
¿Es que hay alguien más en tu cabeza? —preguntó, con ese tono juguetón que siempre usaba cuando intuía algo más profundo.
Laura no respondió de inmediato, pero su mente volvió a Alejandro, a la forma en que la había hecho sentir. Tal vez Stephany tenía razón. Había alguien más en su cabeza, y no era alguien fácil de ignorar.
El día en la playa terminó con una cena relajada frente al mar, el sonido de las olas acompañando el suave murmullo de las conversaciones. Laura se sentía más ligera, como si el mar hubiera limpiado un poco de la confusión que había estado cargando. Pero a pesar de la calma que el ambiente ofrecía, sabía que algo estaba cambiando en su interior.
El viaje a la playa había quedado atrás, pero las emociones seguían latentes en la mente de Laura. Mientras el tren atravesaba el paisaje urbano que la llevaba de regreso a la ciudad, no podía evitar que su mente vagara entre los recuerdos del fin de semana y los pensamientos sobre lo que había aprendido en los últimos años de su doctorado. El sol todavía se filtraba por las ventanas del vagón, recordándole el calor de la playa, aunque ahora todo parecía más distante y ajeno.Había sido un buen descanso, una pausa en su rutina. Pero ahora, al mirar por la ventana, se daba cuenta de que la verdadera tarea comenzaba de nuevo: su investigación.De regreso en el laboratorio, Laura se lanzó de lleno a su proyecto. La neuroquímica de las adicciones y el sexo siempre le había parecido un campo fascinante, pero desde la ruptura con Diego, había tomado un giro más personal. De alguna manera, su obsesión por entender los vínculos humanos se había intensificado. Su trabajo sobre los neurotransmi
La lluvia caía con insistencia contra las ventanas del pequeño departamento, cada gota resonaba como si quisiera romper el silencio insoportable que llenaba la habitación. El cielo gris parecía reflejar el vacío que Laura sentía en su pecho, un hueco profundo que no lograba entender del todo. Sentada en el sillón de la sala, observaba el reloj, inmóvil desde hacía horas, incapaz de aceptar la realidad que ahora se desarrollaba frente a sus ojos.Diego, el hombre al que había amado durante ocho años, se encontraba de pie frente a la puerta, con una caja entre las manos. Parecía un extraño, alguien distante, ajeno. Laura sentía una presión en el pecho, una mezcla de tristeza, rabia y decepción que no podía manejar.Diego se mantenía en silencio, no decía nada. Sabía que no había palabras que pudieran aliviar el dolor que él había causado. Mientras recogía sus cosas, cada movimiento era una estocada más. El silencio entre ambos, que en otros tiempos había sido cómodo, ahora era insoporta
El laboratorio era su refugio. Entre las paredes blancas y las interminables filas de instrumentos y tubos de ensayo, Laura sentía que el mundo exterior —con todo su caos emocional— quedaba reducido a simples datos, gráficos y reacciones químicas que podía medir y controlar. Allí, el dolor de la traición de Diego se diluía entre ecuaciones y moléculas. Se encontraba en un estado constante de análisis, buscando respuestas en lo único que nunca la había fallado: la ciencia.Laura había entrado en el programa de doctorado en neurobiología con un proyecto claro: estudiar la neuroquímica de las adicciones. Su fascinación por cómo el cerebro respondía a ciertos estímulos y se volvía dependiente de ellos había comenzado años atrás, pero ahora esa obsesión parecía tener un nuevo propósito. El amor, al igual que cualquier otra emoción, debía tener una base química. Si la adicción era un patrón de conductas repetitivas que se consolidaba en las redes neuronales, ¿no era el amor una especie de a
Stephany estaba sentada en el sofá del apartamento de Laura, moviendo su dedo rápidamente sobre la pantalla de su teléfono mientras le explicaba a su amiga cómo funcionaban las aplicaciones de citas. La luz del sol entraba suavemente por las cortinas del salón, dándole a la escena un aire de normalidad que contrastaba con lo surrealista que todo parecía para Laura. El aroma a café recién hecho llenaba la habitación, pero a Laura le parecía que ni todo el café del mundo podría ayudarla a comprender lo que Stephany le estaba pidiendo.—Mira, es muy fácil, solo tienes que deslizar a la derecha si te gusta y a la izquierda si no. Así, ¡mira! Este es bastante guapo —dijo Stephany con una sonrisa maliciosa, enseñándole una foto de un tipo en traje y corbata.—Steph, no sé si esto es para mí —Laura suspiró, cruzando los brazos mientras observaba la pantalla con recelo. La idea de encontrar a alguien en un espacio digital le resultaba impersonal, frío, casi mecánico. No entendía cómo podía ha
La música de la fiesta retumbaba a través de las paredes, resonando en el suelo mientras Laura se paseaba distraídamente por el lugar. Había venido por compromiso, invitada por un colega del laboratorio que insistió en que necesitaba relajarse un poco. Pero, mientras observaba a las personas conversar y reírse, se preguntaba por qué se había molestado en asistir. Las luces tenues y el ambiente cargado no hacían más que aumentar su incomodidad. No era su tipo de ambiente, y menos después de todo lo que había sucedido en las últimas semanas.Justo cuando estaba considerando irse, una figura familiar apareció entre la multitud. Alejandro, el físico que había conocido días atrás, caminaba hacia ella con una sonrisa tranquila. Su presencia era inesperada, pero no desagradable. Laura notó que había algo en su manera de caminar, una calma que contrastaba con la energía bulliciosa de la fiesta.—Hola, Laura —la saludó, inclinándose un poco para que ella pudiera escucharlo entre el ruido.—Ale