Las Citas Modernas

Stephany estaba sentada en el sofá del apartamento de Laura, moviendo su dedo rápidamente sobre la pantalla de su teléfono mientras le explicaba a su amiga cómo funcionaban las aplicaciones de citas. La luz del sol entraba suavemente por las cortinas del salón, dándole a la escena un aire de normalidad que contrastaba con lo surrealista que todo parecía para Laura. El aroma a café recién hecho llenaba la habitación, pero a Laura le parecía que ni todo el café del mundo podría ayudarla a comprender lo que Stephany le estaba pidiendo.

—Mira, es muy fácil, solo tienes que deslizar a la derecha si te gusta y a la izquierda si no. Así, ¡mira! Este es bastante guapo —dijo Stephany con una sonrisa maliciosa, enseñándole una foto de un tipo en traje y corbata.

—Steph, no sé si esto es para mí —Laura suspiró, cruzando los brazos mientras observaba la pantalla con recelo. La idea de encontrar a alguien en un espacio digital le resultaba impersonal, frío, casi mecánico. No entendía cómo podía haber tanta gente buscando el amor de esa manera, pasando fotos de personas como si fueran productos en una tienda online.

—Por supuesto que es para ti. Vamos, Laura, no puedes quedarte encerrada en el laboratorio o en tu apartamento para siempre. Tienes que salir, conocer gente. Y con tu horario de investigación, ¿cuándo más vas a tener tiempo? —Stephany insistía, segura de que la solución al mal de amores de Laura estaba a un clic de distancia.

Laura sabía que su amiga tenía buenas intenciones. Siempre había sido así, desde que eran niñas. Steph era la soñadora, la que creía en el amor eterno, mientras que Laura era la práctica, la que analizaba las cosas antes de sumergirse en ellas. A pesar de sus diferencias, su amistad había sobrevivido a lo largo de los años, aunque ahora, en sus treinta, Laura no estaba tan segura de que seguirían siendo amigas si no hubieran crecido juntas. Sus vidas, personalidades y metas eran tan dispares que parecían vivir en mundos distintos.

Pero aún así, aquí estaban, con Stephany decidida a convencerla de unirse al mundo de las citas modernas, mientras Laura sentía que estaba a punto de hacer un experimento en el que era tanto la científica como el sujeto de prueba.

—Está bien, pero si me arrepiento, te culpo a ti —Laura accedió, con una mezcla de resignación y curiosidad.

Y así, con un par de toques, Laura se encontró inscrita en varias aplicaciones de citas. La idea le parecía ridícula y fascinante a partes iguales. ¿Qué tan difícil podía ser? Era como una investigación de campo, un experimento social en el que ella misma estaba inmersa.

Las primeras horas después de registrarse fueron… intensas. Los mensajes comenzaron a llegar casi de inmediato. Algunos eran amables, otros no tanto, y algunos directamente extraños. Stephany, emocionada, le sugería que respondiera a varios.

—Este chico se ve bien —dijo Stephany, señalando a uno que tenía una foto levantando pesas.

Laura frunció el ceño. —Steph, este tipo no me va a hablar de nada más que de su rutina de ejercicios. No quiero escuchar sobre las proteínas que consume o los abdominales que hace.

—¡Oh, vamos! Quizás tenga algo más interesante que decir.

Un par de días después, Laura decidió darle una oportunidad a uno de los tipos que había conocido en la app. Lo describía como alguien "interesante" en su perfil, un hombre de negocios joven con aspiraciones de éxito. La cita se fijó en un pequeño café en el centro de la ciudad. Laura llegó con una mezcla de expectativa y nervios, recordándose a sí misma que esto era solo una conversación, no un examen.

—Hola, soy Joaquín —dijo el hombre mientras se sentaba frente a ella, sonriendo con suficiencia.

—Hola, soy Laura. ¿Cómo estás? —respondió ella, tratando de sonar relajada.

La conversación comenzó de manera inofensiva, hasta que Joaquín empezó a hablar, sin pausa, sobre criptomonedas. Durante los siguientes treinta minutos, Laura escuchó pacientemente mientras él hablaba de blockchain, de inversiones y de cómo el futuro estaba en el dinero digital. No hubo una sola pregunta sobre su vida, ni un intento de conocerla mejor.

—¿Y tú qué opinas de las criptomonedas? —preguntó finalmente Joaquín, con una mirada ansiosa.

—La verdad, no sé mucho del tema. Soy más de... neurociencia y química —respondió ella, sintiéndose completamente fuera de lugar.

Joaquín no pareció interesado en la respuesta y rápidamente cambió el tema de nuevo a sus ganancias y predicciones de mercado. Laura sonrió educadamente, pero su mente estaba en otro lugar, imaginándose la salida más rápida del café.

Cuando la cita terminó, Laura se despidió con un vago "te mantendré al tanto", sabiendo perfectamente que nunca lo haría. Mientras caminaba de regreso a casa, pensó en lo absurda que había sido la experiencia. Había entrado en la cita esperando encontrar algo de química con alguien, pero lo único que había encontrado era una sobrecarga de términos financieros.

Otro intento fallido.

Steph, sin embargo, no se desanimó. —Mira, no puedes esperar que la primera cita sea perfecta. Tienes que probar con más.

—¿Probar con más? Esto no es una fórmula matemática, Steph.

—Exactamente, y por eso tienes que intentarlo. Venga, te he conseguido otra cita para el sábado —dijo con una sonrisa traviesa.

El sábado llegó y Laura, resignada, aceptó la sugerencia de su amiga. Esta vez el tipo parecía normal en las fotos: un amante del deporte, alguien con quien, según su perfil, "podrías tener una conversación interesante". Su nombre era Esteban y habían quedado de encontrarse en un bar de t***s.

Esteban resultó ser todo un personaje. Desde el momento en que se sentó, comenzó a hablar sobre su cuerpo. Era obvio que pasaba horas en el gimnasio, pero lo que Laura no esperaba era que esa fuera la única cosa de la que hablaba. Detalló su rutina de ejercicios, su dieta, y cómo era importante mantenerse en forma porque "el cuerpo es un templo".

Laura, que intentaba no mirar su teléfono para calcular cuántos minutos faltaban para que la cita terminara, solo podía asentir, mordiéndose la lengua para no reírse. El hombre seguía describiendo con orgullo cuántas repeticiones podía hacer en el gimnasio y la cantidad exacta de gramos de proteína que consumía a diario.

Cuando finalmente llegó el momento de despedirse, Esteban la sorprendió con una petición inesperada.

—Oye, ¿podrías llevarme a casa? Es que vine en metro y no me apetece caminar —dijo con total naturalidad, como si fuera lo más lógico del mundo.

Laura se quedó boquiabierta. —Ah... no tengo el coche aquí. Lo siento —mintió, sabiendo que no había forma de que lo llevara.

La risa no se hizo esperar cuando Steph escuchó el relato de la cita más tarde esa noche. —¡No puedo creer que te pidiera que lo llevaras! —dijo entre carcajadas.

—Tampoco yo. Pero lo peor es que realmente pensaba que era una buena cita. ¡Hasta me dio un abrazo y me dijo que lo pasáramos bien pronto!

Las aplicaciones de citas estaban resultando ser un desfile de experiencias bizarras, donde cada hombre con el que se encontraba parecía más desconectado del tipo de persona que buscaba. Laura empezaba a dudar de si este método moderno de encontrar el amor era realmente para ella, o si, de hecho, había algo profundamente equivocado en la manera en la que la gente se relacionaba hoy en día.

Pero aún así, Stephany insistía en que siguiera intentándolo.

El siguiente encuentro fue con un chico que, al menos en apariencia, prometía ser diferente. Su nombre era Marcelo, un emprendedor que trabajaba en el desarrollo de una aplicación educativa. Según lo que habían hablado a través de la app, parecía tener intereses más amplios que solo criptomonedas o el gimnasio, algo que Laura agradecía profundamente.

La cita estaba programada para el viernes por la noche, en un restaurante de sushi que Stephany le había recomendado. Stephany, siempre optimista sobre estas aventuras, le había asegurado que esta vez sería diferente. “Tienes que darle una oportunidad a alguien que tenga algo de visión y pasión por lo que hace”, le había dicho.

Laura llegó al restaurante a tiempo y, para su sorpresa, Marcelo ya estaba ahí, esperando con una sonrisa. El lugar estaba iluminado de forma suave, con la calidez de las lámparas colgantes que proyectaban sombras sutiles sobre las paredes de madera. La lluvia había cesado, pero el aire todavía estaba cargado de humedad, lo que le daba a la noche un toque especial.

—Hola, Laura, qué gusto conocerte en persona —dijo Marcelo, extendiendo la mano de manera cortés.

—Igualmente, Marcelo —respondió ella, devolviendo la sonrisa mientras se acomodaba en la silla.

Todo comenzó de manera bastante normal. Marcelo se mostró educado, interesado en hacer preguntas sobre la investigación de Laura, lo que ella encontró un alivio después de las experiencias anteriores. Hablaron sobre el impacto de la tecnología en la educación y de cómo él creía que su aplicación podría cambiar la forma en que las personas accedían al conocimiento.

Sin embargo, después de un tiempo, Laura notó que Marcelo también tenía una obsesión particular, aunque menos predecible. Mientras pasaban los platos de sushi y el sake fluía, él comenzó a hablar sobre un tema que parecía tener dominado: la vida sin ataduras. Marcelo creía que las personas se obsesionaban demasiado con la planificación y las metas, y que la verdadera felicidad se encontraba en “fluir con el momento”.

—Yo creo que la sociedad nos empuja a pensar demasiado en el futuro, en metas, en éxito… pero, ¿por qué no simplemente disfrutar el presente? —dijo Marcelo mientras tomaba un sorbo de sake, observando a Laura con una sonrisa relajada.

Laura levantó una ceja, sintiendo un ligero déjà vu de todas esas veces en las que Diego había hablado del futuro como un plan meticulosamente estructurado, cada paso cuidadosamente diseñado para llegar a la cima del éxito. Marcelo parecía ser todo lo contrario, y aunque al principio aquello le sonó atractivo, pronto empezó a sentir una desconexión.

—Es interesante… pero, ¿no crees que tener metas puede motivar a las personas a superarse, a buscar lo que realmente quieren en la vida? —preguntó Laura, con tono inquisitivo.

Marcelo se encogió de hombros. —No necesariamente. Mira, yo vivo al día. Si algo no va bien, simplemente cambio de rumbo. La vida es demasiado corta como para estar atado a una idea fija de lo que queremos ser.

Mientras Marcelo explicaba su filosofía del “fluir”, Laura no podía evitar imaginarse cómo sería vivir una vida sin ningún tipo de propósito claro. En teoría, la idea de vivir en el presente tenía sentido, pero en la práctica… ¿cómo podía alguien realmente avanzar sin algún tipo de dirección? Para Laura, su carrera, sus metas y sus proyectos científicos eran todo. La incertidumbre de una vida sin objetivos claros le resultaba aterradora, no liberadora.

A medida que la conversación avanzaba, Laura se dio cuenta de que Marcelo no compartía la misma visión sobre el crecimiento personal y profesional. Era como si estuvieran hablando dos lenguajes completamente diferentes. Él disfrutaba de la vida al máximo, sin preocuparse demasiado por el futuro, mientras que Laura necesitaba sentir que estaba construyendo algo, un legado, un proyecto que pudiera trascender el presente.

—Es una manera de verlo, supongo —dijo Laura, cortésmente, mientras terminaba su último trozo de sushi.

Al final de la noche, se despidieron de manera amigable, pero Laura sabía que no habría una segunda cita. Había algo que no cuadraba, una falta de química entre sus formas de ver el mundo. Marcelo le resultaba simpático, pero al mismo tiempo, era como si estuviera mirando a alguien desde la otra orilla de un río: ambos podían saludarse desde lejos, pero nunca compartirían el mismo puente.

Laura regresó a casa reflexionando sobre lo diferente que era el mundo de las citas en la actualidad. Las aplicaciones de citas ofrecían un sinfín de opciones, pero ¿realmente había alguna forma de encontrar a alguien que compartiera sus mismos valores y aspiraciones? Cada cita parecía más desconectada que la anterior, y aunque se divertía un poco con las historias que le contaba a Stephany, empezaba a preguntarse si estaba buscando en el lugar correcto.

Un par de semanas después, Stephany volvió a insistir en que Laura no podía rendirse tan fácilmente. “¡Es solo cuestión de tiempo!”, le repetía constantemente. Fue entonces cuando Laura accedió a tener una última cita antes de tomar un descanso de las aplicaciones. Esta vez, el chico en cuestión era un tal Raúl, un amante de la naturaleza y de la vida al aire libre. No había nada especialmente malo en él, y de hecho, su perfil mostraba a un hombre guapo, de sonrisa encantadora y algo aventurero. A primera vista, parecía alguien interesante.

Decidieron encontrarse en un parque natural a las afueras de la ciudad para hacer senderismo. Laura, aunque no muy aficionada a las caminatas largas, pensó que quizás sería algo diferente y relajante. El día estaba despejado, el sol brillaba, y el aire fresco del bosque llenaba sus pulmones mientras caminaba junto a Raúl, quien llevaba una mochila repleta de provisiones.

Al principio, la conversación fue fluida. Raúl era agradable y tenía una sonrisa encantadora. Hablaba sobre su pasión por el aire libre, las caminatas que había hecho por el mundo, y su creencia en "vivir una vida simple y en armonía con la naturaleza".

—La ciudad es demasiado caótica, ¿no crees? Las personas se obsesionan con el trabajo, el dinero, la tecnología… pero en la naturaleza, todo se reduce a lo esencial —dijo Raúl, respirando profundamente mientras admiraba las montañas a lo lejos.

—Es cierto, la naturaleza tiene un efecto calmante —respondió Laura, tratando de encontrar algo en común.

Sin embargo, a medida que avanzaban en la caminata, Laura se dio cuenta de que Raúl también pertenecía a ese grupo de personas que creían que vivir el presente era lo único importante. No tenía grandes aspiraciones, ni un plan concreto para el futuro. Su vida estaba dedicada a "fluir con las oportunidades", y aunque Laura respetaba su estilo de vida, no podía evitar sentir que algo faltaba.

—¿Y tienes algún proyecto o meta a largo plazo? —preguntó Laura, esperando quizás una respuesta diferente.

Raúl la miró con una sonrisa despreocupada. —No realmente. Me gusta vivir el día a día. Nunca sabes lo que te depara el futuro, así que prefiero no preocuparme demasiado por eso.

Laura asintió, sintiendo una leve frustración. ¿Por qué parecía que todos los hombres con los que salía últimamente estaban tan empeñados en evitar compromisos o metas? Tal vez era algo generacional, o quizás el problema era ella, siempre buscando algo más profundo, algo que fuera más que una simple conversación superficial.

Al finalizar la caminata, se despidieron amigablemente, pero Laura ya sabía que no habría una segunda salida. Estaba claro que había más en la vida que simplemente fluir. Tenía que haber una mezcla entre disfrutar el presente y tener algo por lo que luchar en el futuro.

La risa de Stephany resonó en el teléfono esa misma tarde cuando Laura le relató la cita.

—¡No puedo creer que te tocara otro "vivir en el ahora"! —No podía dejar de reise a carcajadas.

—Es como si fueran una epidemia —dijo Laura, rodando los ojos mientras se dejaba caer en su cama. "¿Dónde están los chicos con un poco de ambición y algo de sustancia?", pensó.

Después de su última cita con Raúl, Laura decidió que era momento de tomar una pausa de las aplicaciones. No podía más con la superficialidad de las personas que conocía, y, aunque lo intentaba, no encontraba una verdadera conexión. A menudo se encontraba pensando en sus investigaciones, en cómo el cerebro podía ser tan complejo en cuestiones de adicción y amor. Parecía una ironía, estar dedicando su vida a entender las bases químicas de las relaciones humanas, mientras, a nivel personal, todo se le escapaba de las manos.

La tarde después de la cita, se encontró de nuevo en su laboratorio, rodeada de papeles y análisis. En parte, este era su refugio. Aquí, todo tenía sentido. Los neurotransmisores como la oxitocina y la dopamina se activaban de acuerdo a estímulos predecibles. El amor, en teoría, debería ser igual de sencillo, una cascada de reacciones químicas que producían la sensación de apego, deseo y bienestar. Sin embargo, sabía que la realidad era mucho más complicada.

Stephany seguía insistiendo en que no podía rendirse. La escuchaba mientras caminaban juntas por el parque una tarde soleada de sábado, con una ligera brisa moviendo las hojas de los árboles. Stephany, con su cabello rizado suelto y su estilo bohemio, siempre parecía ver el lado positivo de las cosas.

—No puedes dejar que un par de malas citas te desanimen. ¿Recuerdas cómo siempre te decían que no dejaras los experimentos a la mitad? Lo mismo pasa con las citas —dijo Stephany mientras se acomodaba en una banca.

—Esto no es un experimento de laboratorio, Steph. Son personas —respondió Laura, frustrada. Miraba hacia el horizonte, observando cómo el sol comenzaba a descender, pintando el cielo de un tono anaranjado. Era un hermoso atardecer, pero no podía evitar sentir que algo estaba fuera de lugar, como si su vida estuviera estancada mientras todo a su alrededor continuaba en movimiento.

—Lo sé, lo sé… pero también es cierto que no puedes encontrar a alguien si no lo intentas —Stephany le sonrió, tratando de ser optimista, aunque ambas sabían que Laura no tenía muchas ganas de seguir buscando en ese momento.

Laura suspiró, sintiendo que había tocado fondo en este mundo moderno de citas. Stephany, siempre fue soñadora, creía que encontrar el amor era cuestión de tiempo, de abrirse al destino y de permitir que la vida sorprendiera. Pero Laura, con su naturaleza analítica, sabía que no era tan simple. Había patrones en todo. Incluso en el amor. Había leído estudios que hablaban sobre las probabilidades de éxito en las relaciones basadas en preferencias de personalidad, de cómo los algoritmos de las aplicaciones intentaban predecir quién sería compatible con quién. Sin embargo, esos estudios no habían logrado nada para ella.

Laura no podía evitar pensar en cómo todo era parte de la misma ecuación, y si ella lograba encontrar la fórmula química adecuada, ¿por qué no podría diseñar el amor como un proceso científico? Pero claro, el mundo real no era un laboratorio, y los seres humanos no eran tan fáciles de predecir.

Una semana después de su paseo con Stephany, decidió que iba a dejar las aplicaciones de citas por un tiempo. Esa misma semana, mientras preparaba muestras en el laboratorio, su teléfono vibró con un mensaje. Un amigo de la universidad, Pablo, con quien no hablaba desde hacía años, le había mandado un mensaje: "¿Cómo estás? Te tengo que presentar a un amigo. Te va a encantar, es físico teórico. Nos vemos el sábado".

Laura sonrió con incredulidad. ¿Otro intento de hacerla salir con alguien? Pero aceptó, más por curiosidad que por otra cosa. Pablo había sido un buen amigo en la universidad, y aunque ahora ambos estaban en caminos muy diferentes, sabía que al menos se divertiría con su compañía.

La cita fue el sábado por la noche, en un bar pequeño cerca del centro de la ciudad. Era un lugar acogedor, con una iluminación tenue y una atmósfera relajada. Pablo llegó primero, saludándola con un fuerte abrazo, y pocos minutos después, apareció Alejandro. Un físico teórico, pensó Laura, no podía ser más opuesto a su mundo de neuroquímica. Pero algo en la forma en que Alejandro se presentó, tan calmado y sereno, la intrigó de inmediato.

—Encantado, Laura —dijo él, estrechándole la mano con una sonrisa tranquila.

—Igualmente, Alejandro —respondió, sintiendo que algo en él era diferente. No era su físico lo que destacaba, sino una energía peculiar. Aunque llevaba lentes y su cabello estaba algo despeinado, su mirada era cálida y su voz, pausada y reflexiva.

La conversación fluyó con naturalidad, aunque Laura esperaba el momento en que se sentiría fuera de lugar, como le había pasado en tantas otras ocasiones. Sin embargo, Alejandro resultó ser increíblemente perspicaz, interesado en su investigación pero sin hacer preguntas banales ni tratando de impresionarla con su intelecto. Era un tipo de interacción completamente diferente, algo que Laura no había experimentado en mucho tiempo.

—El universo es un lugar fascinante, ¿no crees? —comentó Alejandro en algún momento de la noche, mientras hablaban sobre el propósito de la ciencia. —Por más que tratemos de entenderlo, siempre habrá algo más allá de nuestro alcance. Algo mágico, por así decirlo.

Laura levantó una ceja. ¿Magia? ¿Acaso no era él un científico?

—¿Magia? —preguntó, ligeramente desconcertada.

Alejandro sonrió. —No me refiero a magia en el sentido literal, claro. Me refiero a esos momentos inexplicables, esos pequeños eventos fortuitos que cambian el curso de las cosas. Como… no sé, esta conversación.

Esa respuesta dejó a Laura sin palabras por unos segundos. Tal vez Alejandro no era lo que esperaba, pero definitivamente había algo en él que le hacía cuestionarse sus propias creencias. Tal vez, después de todo, la vida no podía explicarse sólo con fórmulas químicas.

Terminaron la noche caminando bajo la luz de las farolas, el aire fresco de la noche envolviéndolos mientras charlaban sobre el universo, el cerebro y la naturaleza humana. Laura no pudo evitar pensar que, tal vez, la vida era un poco más compleja de lo que había imaginado, y quizás el amor también.

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