Verdades ocultas 4

El silencio entre ellos se volvió espeso, cargado de tensión. Emma sentía que su corazón latía con fuerza descontrolada. Había algo en Diego, en la forma en que la miraba con intensidad depredadora, que la inquietaba profundamente. Su mente le gritaba que se alejara, pero su instinto—ese mismo instinto que últimamente parecía más agudo—le decía que no lo hiciera.

Diego exhaló lentamente y se pasó una mano por el cabello, claramente frustrado.

—Emma, sé que esto es difícil de creer. No tienes razones para confiar en mí, pero te juro que no tengo intención de hacerte daño. Solo quiero ayudarte.

Emma apretó los puños.

—¿Ayudarme? ¿Por qué? ¿Qué ganas tú con esto?

Los labios de Diego se curvaron apenas en una sonrisa amarga.

—Más de lo que imaginas.

Emma cruzó los brazos, su cuerpo rígido por la tensión.

—Entonces dime la verdad. Quiero saber qué está pasando y por qué tengo la sensación de que no me has contado todo.

Diego asintió lentamente.

—Está bien, pero prométeme que escucharás hasta el final.

Emma tragó saliva, pero asintió.

Diego la miró fijamente, sus ojos verdes oscuros centelleaban bajo la tenue luz de la cabaña.

—Tú no eres una humana común, Emma. Eres una loba. Perteneces a la manada de los Blancos, una de las más poderosas que ha existido.

Emma sintió que el aire abandonaba sus pulmones. Su mente se resistía a creerlo, pero su cuerpo reaccionó de una forma extraña. Un escalofrío recorrió su piel, como si algo dentro de ella despertara.

—No… eso no puede ser cierto.

—Lo es —afirmó Diego con firmeza—. Y hay más. Tu embarazo… no es como cualquier otro.

Emma frunció el ceño.

—Eso no tiene sentido. Fui a una clínica de fertilidad. No hay nada sobrenatural en un procedimiento in vitro.

Diego apretó la mandíbula.

—¿Y si te dijera que la muestra que usaron… era mía?

Emma sintió como si el suelo desapareciera bajo sus pies.

—Eso es imposible.

—Alguien cambió la muestra original —explicó Diego—. No fue un accidente. Fue algo planeado.

Emma sintió que el aire se volvía pesado.

—¿Quién haría algo así?

Diego inspiró profundamente.

—El padre de la parroquia de San Cristal.

Emma lo miró sin comprender.

—¿Un sacerdote?

—Él conoce tu origen. Sabía sobre la profecía de los Blancos… y cambió la muestra para que el milagro ocurriera.

Emma negó con la cabeza, sintiéndose atrapada en una pesadilla.

—¿Qué profecía?

Diego dio un paso hacia ella, su mirada intensa.

—La profecía de la loba más poderosa. La única capaz de cambiar el destino de todas las manadas.

Emma sintió un nudo en el estómago.

—Marcus…

Diego asintió.

—Él lo sabe. Por eso quiere destruirte.

Emma tragó saliva con dificultad.

—¿Y tú? ¿También me ves como una amenaza?

Diego la miró en silencio por un momento antes de responder con voz profunda:

—No. Te veo como lo que realmente eres… mi compañera.

El corazón de Emma se detuvo por un segundo. Algo dentro de ella despertó con fuerza.

Diego extendió su mano y, después de un momento de duda, Emma la tomó.

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