Instintos Dormidos 8

El aire fresco del bosque envolvía a Emma mientras caminaba junto a Madelin. Desde su llegada, la hermana de Diego había tomado la tarea de enseñarle lo básico sobre la vida en la manada. No era una maestra paciente, pero su sinceridad y fuerza eran innegables.

—Tienes que empezar a confiar en tus instintos —dijo Madelin mientras avanzaban por un sendero cubierto de hojas secas—. Puede que hayas crecido en el mundo humano, pero sigues siendo una loba.

Emma frunció el ceño.

—¿Y si mis instintos no funcionan como los tuyos?

Madelin sonrió con burla.

—Créeme, están ahí. Solo tienes que despertarlos.

Emma suspiró. Todo esto era demasiado. Hace unas semanas, su mayor preocupación era el crecimiento de su empresa y su embarazo. Ahora, estaba en medio de un bosque con un grupo de lobos que la observaban como si fuera una anomalía.

—Bien, intentemos esto —dijo Madelin, deteniéndose en un claro rodeado de árboles altos—. Cierra los ojos.

Emma obedeció con cierta duda.

—Escucha. Siente. Dime qué percibes.

Emma tomó aire y trató de concentrarse. Al principio, solo escuchaba el viento moviendo las hojas y el canto lejano de algunos pájaros. Pero, poco a poco, otros sonidos comenzaron a filtrarse. El crujido de ramas, pasos a la distancia, una respiración distinta a la de Madelin…

Emma abrió los ojos de golpe.

—Hay alguien más aquí.

Madelin sonrió, complacida.

—Muy bien.

Emma giró la cabeza justo a tiempo para ver a un hombre alto y robusto salir de entre los árboles. Tenía el cabello oscuro y ojos dorados, y la forma en que la miraba le provocó un escalofrío.

—Héctor —saludó Madelin con naturalidad—. Justo a tiempo.

—¿Para qué? —preguntó Emma, cruzándose de brazos.

—Para ver qué tan rápido puedes reaccionar —respondió Héctor con una sonrisa desafiante.

Antes de que Emma pudiera preguntar a qué se refería, el hombre se movió con velocidad. Su cuerpo se lanzó hacia ella en un ataque controlado, pero lo suficientemente rápido como para asustarla.

Emma apenas tuvo tiempo de reaccionar. Sus pies se movieron por puro reflejo, esquivando el ataque en el último segundo. Su corazón latía con fuerza, y su cuerpo se sentía más ligero, más alerta.

Héctor se detuvo y la miró con aprobación.

—No está mal para alguien que no ha entrenado nunca.

Emma respiró agitadamente, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo.

Madelin se cruzó de brazos.

—Te dije que tus instintos estaban ahí.

Emma miró sus propias manos, temblorosas por la emoción del momento. No entendía cómo lo había hecho, pero algo dentro de ella había reaccionado sin necesidad de pensar.

Quizá, solo quizá, no estaba tan perdida como creía.

Diego y el peligro inminente

Mientras Emma entrenaba con Madelin y Héctor, Diego estaba reunido con Jack y otros miembros de confianza en la cabaña principal. Un mapa del territorio estaba desplegado sobre la mesa, con varias marcas que indicaban posibles amenazas.

—Marcus ha estado más activo en las últimas semanas —dijo Jack con el ceño fruncido—. Sus hombres han sido vistos cerca de nuestras fronteras.

Diego apretó los puños.

—No es una coincidencia. Sabe que Emma está aquí.

Edward, otro de sus guerreros de confianza, asintió.

—Si sospecha de su poder, hará lo que sea para eliminarla.

Diego se mantuvo en silencio por un momento. El pensamiento de Marcus acercándose a Emma despertaba una furia incontrolable en su interior.

—Doble vigilancia en los límites —ordenó—. Y mantengan a Emma bajo protección en todo momento.

Jack lo observó con atención.

—Sabes que no le gustará sentirse vigilada.

Diego suspiró.

—No me importa. Prefiero que se enoje conmigo a que termine en sus manos.

Jack asintió, pero en su mirada había algo más.

—¿Estás seguro de que solo es protección?

Diego lo fulminó con la mirada.

—No empieces, Jack.

Su beta sonrió con burla, pero no insistió. Sin embargo, Diego sabía que la pregunta seguía en el aire.

Porque, en el fondo, él mismo comenzaba a preguntarse lo mismo.

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