La Caza Ha Comenzado 10

El aullido resonó en la noche como una advertencia. Un sonido grave, gutural, que erizó la piel de Emma. Su instinto le decía que algo no estaba bien.

Diego giró la cabeza con rapidez, su cuerpo entrando en un estado de alerta inmediato. Emma pudo ver cómo su lobo se agitaba bajo su piel, su energía vibrante y agresiva.

—Vuelve adentro —ordenó Diego en voz baja, pero con autoridad.

Emma apretó los puños.

—No voy a esconderme.

Diego la miró por un instante, su mandíbula tensa.

—No es cobardía, es precaución.

Pero antes de que pudiera insistir, otro aullido se unió al primero. Esta vez más cerca.

Jack apareció en la oscuridad con Edward a su lado, ambos en forma humana, pero con sus ojos brillando con el reflejo de la luna.

—Están en la frontera —informó Jack, su tono urgente—. Al menos cuatro de ellos.

—No están solos —agregó Edward—. Hay algo extraño en su presencia. No se están moviendo como lobos normales.

Diego frunció el ceño.

—¿Cómo es eso?

Edward intercambió una mirada con Jack antes de responder.

—Es como si estuvieran… esperándonos.

Emma sintió un escalofrío.

—¿Creen que es una trampa?

Jack asintió.

—No lo descartaría.

Diego inhaló profundamente y se giró hacia Emma.

—Quédate aquí con Madelin y Sofía. No salgas hasta que te lo diga.

Emma sintió el impulso de protestar, pero algo en su mirada le hizo entender que no era el momento para discutir.

—Ten cuidado —dijo simplemente.

Diego no respondió, pero la intensidad en sus ojos fue suficiente para que Emma sintiera que le estaba prometiendo algo sin necesidad de palabras.

Sin perder más tiempo, Diego, Jack y Edward se adentraron en la noche, moviéndose con la rapidez y sigilo de verdaderos depredadores.

Emma se quedó de pie en el umbral de la puerta, observando cómo desaparecían entre los árboles. Un sentimiento de inquietud se instaló en su pecho.

Algo iba a pasar.

Algo grande.

Entre depredadores

Los sonidos del bosque eran más intensos de lo normal. Diego lo notó de inmediato. No había los ruidos típicos de la noche, como los grillos o el crujir de las hojas bajo pequeños animales.

El silencio era antinatural.

Jack olfateó el aire y gruñó.

—Huelen raro.

Diego asintió. Él también lo notaba. Había algo más en el aroma de los lobos que habían cruzado su territorio. Algo metálico, extraño.

—No es solo Marcus —susurró Edward, los músculos de su espalda tensándose.

—No. No lo es —confirmó Diego.

El Alfa supremo podía sentirlo. Esto no era un simple enfrentamiento.

Era una declaración de guerra.

Y en lo más profundo del bosque, entre la maleza y las sombras, un par de ojos brillaban con malicia.

La caza apenas había comenzado.

El plan de Marcus

—¿Están en posición? —preguntó Marcus en un susurro.

A su alrededor, sus lobos aguardaban en la oscuridad, con los ojos centelleantes y los cuerpos tensos.

—Sí, Alfa —respondió Noha, su segundo al mando.

Marcus sonrió.

—Bien.

Sabía que Diego y sus hombres no tardarían en encontrarlos. Lo que no sabían era que esta vez no venían solos.

Marcus había pasado meses preparándose, reuniendo aliados y experimentando con nuevos métodos. La sangre de los humanos podía ser… útil, si se sabía cómo manipularla. Y ahora sus guerreros no eran solo lobos.

Eran algo más.

Algo que ni siquiera Diego podría vencer.

Se llevó dos dedos a los labios y silbó una vez.

El bosque entero pareció exhalar un suspiro antes de que el caos se desatara.

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