Emma sintió una corriente eléctrica recorrer su cuerpo. Su poder había despertado por completo.
Sebastián seguía inmóvil, observándola con el ceño fruncido, tratando de comprender cómo era posible que la energía más antigua y pura estuviera fluyendo a través de ella.
—Esto no puede ser… —susurró él con incredulidad—. Esta magia pertenece a los Quileute… ¡Pero los erradiqué!
Emma esbozó una sonrisa feroz.
—No, Sebastián. No erradicaste nada. Solo sembraste la semilla de tu propia destrucción.
El aire alrededor de Emma comenzó a vibrar con una intensidad inhumana. Su cabello flotaba, sus pupilas se tornaron completamente doradas y la marca de la Diosa Luna brilló en su piel. Sus manos destellaban con un fulgor azul, la esencia misma de su linaje ancestral.
Había recuperado el poder que por derecho le pertenecía.
Sebastián gruñó con furia, lanzándose hacia ella con toda su velocidad, pero Emma no se movió. Cuando él intentó tocarla, su mano se desintegró en cuanto chocó con su escudo de energía.
—¡¿Qué… qué demonios?! —gritó Sebastián, retirándose rápidamente mientras veía su piel chamuscada regenerarse.
Emma alzó una mano y, con un simple movimiento, una ráfaga de viento azotó el campo de batalla, lanzando a Sebastián contra las ruinas de un muro antiguo.
—No tienes idea de con quién estás peleando —murmuró Emma, avanzando con pasos lentos, cada uno marcando el final de su enemigo.
Sebastián había caído en su trampa.
Pensó que tenía la victoria asegurada, que Emma era solo una loba fuerte con poder inestable. No sabía que Emma había estado reteniendo su fuerza, esperando el momento exacto para demostrarle que él jamás tuvo el control.
Él se puso de pie con dificultad, jadeando. **Por primera vez en su vida, sentía miedo.**
Emma cerró los ojos y susurró un antiguo cántico en la lengua de los Quileute. Su cuerpo se envolvió en una explosión de luz, y de pronto, de su espalda emergieron dos alas formadas por energía pura. No eran físicas, sino espirituales, hechas de la esencia misma de la luna.
Sebastián palideció.
—Esto es imposible… ¡Ese poder… es divino!
Emma sonrió con fiereza.
—Así es, Sebastián. Esta es la magia que jamás podrás poseer.
Con un solo movimiento de su mano, el suelo bajo los pies de Sebastián se abrió, como si la misma tierra lo rechazara. Cadenas de energía lunar salieron de la grieta, atrapándolo por las extremidades y alzándolo en el aire.
—¡No puedes hacer esto! —rugió él, forcejeando, pero su cuerpo estaba completamente paralizado.
Emma se acercó hasta quedar frente a él, con su mirada incandescente clavada en la suya.
—Tú destruiste mi pasado, Sebastián… pero no podrás tocar mi futuro.
Y con esas palabras, la energía en su mano tomó la forma de una lanza luminosa. Sin dudarlo, la hundió en el pecho de Sebastián.
El último grito del enemigo quedó atrapado en la noche cuando su cuerpo se desvaneció en una tormenta de cenizas.
La batalla había terminado.
Emma cayó de rodillas, agotada, mientras la luz azul de su cuerpo se disipaba lentamente.
Entonces, una voz familiar rompió el silencio.
—Siempre supe que eras especial.
Emma alzó la mirada y vio a su tía de pie frente a ella. Sus ojos estaban llenos de orgullo… y de tristeza.
El regreso de la tía de Emma
El corazón de Emma se encogió al verla.
—Tía…
La mujer avanzó hasta quedar a su lado y le tendió la mano.
—Sabía que llegaría el momento en el que descubrirías quién eres realmente. Quería protegerte de todo esto… pero nunca debí negarte tu destino.
Emma la miró con un nudo en la garganta.
—¿Por qué me escondiste todo este tiempo?
Su tía desvió la mirada, sus labios temblando por el peso de su dolor.
—Porque no podía soportar perderte también.
Emma sintió su pecho apretarse. Comprendió todo. Su tía no solo la había escondido para protegerla… lo había hecho porque Emma era lo único que le quedaba de su familia.
Y ahora, con Sebastián muerto, ambas estaban finalmente libres.
El mundo de Emma parecía girar en cámara lenta. Su madre. Su hermano. Vivos. El peso de aquella revelación le presionaba el pecho como si su corazón estuviera atrapado entre el pasado y el presente. Había crecido creyendo que su familia había sido masacrada por Sebastián, que su linaje había sido arrancado de raíz aquella fatídica noche en la que su mundo se había oscurecido para siempre. Pero ahora, frente a ella, estaban dos fragmentos de su historia que había dado por perdidos.—¿Cómo es posible? —su voz apenas era un susurro ahogado.Sus piernas flaquearon y Diego la sostuvo de inmediato, su toque cálido y protector la ancló a la realidad. Liana, su madre, dio un paso al frente con los ojos inundados de lágrimas. Tenía la misma mirada intensa que Emma recordaba en destellos borrosos de su infancia, la misma calidez en su esencia. Sus brazos temblaban cuando finalmente la envolvió en un abrazo largo, desesperado, un abrazo de madre que nunca debió haberse roto.—Mi niña... —susurr
El silencio que envolvía el claro del bosque se rompió con el sonido del viento, que soplaba como un susurro ancestral. Emma aún sentía su corazón latir con fuerza. La revelación de que su madre y su hermano Nathan estaban vivos sacudía cada fibra de su ser. Su mente trataba de ensamblar los fragmentos de un pasado que le había sido arrebatado. Su tía Ana, con la mirada empañada por la emoción, se acercó lentamente. Su voz era suave, pero cargada de verdad. —Emma… sé que esto es abrumador, pero hay mucho que necesitas saber. Emma tragó saliva y asintió. Su mirada se dirigió a Nathan, quien mantenía la cabeza alta, con una postura firme y la esencia de un verdadero guerrero. Su madre, a su lado, tenía lágrimas en los ojos, pero su expresión reflejaba una fortaleza inquebrantable. —¿Cómo es posible? —susurró Emma—. Yo… los vi morir. Ana suspiró y miró al cielo, como si buscara fuerzas para contar aquella historia que tanto había guardado. —Sí, murieron… pero no para siempre.
El viento soplaba con un aroma distinto sobre las tierras de los Blancos. Ya no olía a muerte ni a cenizas, sino a renacimiento. La batalla había terminado, pero la verdadera lucha apenas comenzaba: reconstruir lo que Sebastián destruyó.Emma, de pie en lo alto de una colina, observaba el movimiento de su manada. Lobos en su forma humana y animal trabajaban juntos, levantando estructuras, reparando viviendas y reforzando las defensas del territorio. Los antiguos caminos, una vez cubiertos por la maleza, volvían a abrirse con cada piedra removida.El renacer de la manadaNathan caminaba a su lado, supervisando la asignación de tareas. Su hermano, quien había sido apartado de ella por la tragedia, ahora era su apoyo inquebrantable.—Esto es más grande de lo que imaginé —comentó Emma, viendo a un grupo de jóvenes aprendiendo técnicas de combate de los guerreros más experimentados.—Sí, pero es necesario —respondió Nathan. —No solo debemos reconstruir nuestra aldea, también debemos asegura
La noche había caído sobre la manada de los Blancos, trayendo consigo el aroma fresco de la tierra húmeda y el susurro del viento entre los árboles. Dentro de la cabaña, el ambiente era distinto. Más cálido. Más íntimo. Más primitivo. Emma y Diego se encontraban en la cama, sus cuerpos aún entrelazados, sus respiraciones agitadas después de haberse amado con una necesidad feroz. Pero Emma no estaba satisfecha. No podía estarlo.Su piel hormigueaba con la necesidad de más. Sus sentidos estaban amplificados por el embarazo, su deseo por Diego aumentaba con cada roce, con cada beso que él dejaba en su piel. —No tienes idea de lo que me provocas —murmuró Diego contra su cuello, deslizando los labios por su clavícula mientras sus manos se aferraban a sus caderas. Emma se arqueó bajo su toque, jadeando cuando sus dedos recorrieron su cuerpo con la precisión de alguien que la conocía a la perfección. —Entonces demuéstramelo —susurró, desafiándolo. Los ojos de Diego brillaron con un
Pasaron semanas desde que la batalla terminó, y el mundo de Emma se volvió más cálido, más íntimo, más lleno de él. Diego. Su pareja. Su alfa. Su todo. La reconstrucción de la manada seguía, sí… pero dentro de la cabaña que compartían, no había guerras, ni estrategias, ni deberes. Solo sus cuerpos, sus gemidos, y la danza ardiente de un deseo que no conocía descanso. Durante días, Emma apenas salía. El calor de su embarazo y la energía sobrenatural que ahora fluía en su cuerpo hacían que su deseo por Diego se intensificara, al punto de volverse insaciable. Lo deseaba constantemente, y él no se negaba. Lo hacía suyo una y otra vez. Ella le pedía más, le rogaba con los ojos, con la boca, con el cuerpo, y él respondía con pasión salvaje y entrega absoluta. —No tienes idea de lo que me haces sentir —le murmuraba Diego mientras la acariciaba con fuerza, recorriendo con las manos cada curva de su piel, cada estremecimiento que le arrancaba el placer. Emma arqueaba la espalda, ja
La manada de los Blancos se había convertido en un lugar de calma, luz y esperanza. Pero para Emma y Diego, los días se habían teñido de un color aún más intenso: el del deseo imparable y el amor feroz. Desde que Emma había comenzado a mostrar su embarazo, el vínculo con Diego se volvió más profundo, más carnal, más urgente. Ella no solo sentía la vida creciendo en su interior, sino también el fuego constante de sus hormonas desbordadas, ese anhelo ardiente que solo Diego podía calmar… o avivar aún más. Pasaban días enteros encerrados en su cabaña. Nadie se atrevía a molestarlos. Todos sabían —y escuchaban— los gemidos apagados, los golpes rítmicos del cuerpo de Diego sobre Emma, sus risas, sus juegos, su locura compartida. Diego la adoraba con un hambre que no se apagaba. La recorría con las manos, la boca, el alma. La tomaba una y otra vez hasta dejarla temblando, exhausta, con el cuerpo marcando su amor en cada centímetro.—Dioses, Emma… no me canso de ti —susurraba contra su
El tiempo parecía flotar en un remanso de amor y paz. La manada de los Blancos resplandecía con fuerza, restaurada y unida, pero era dentro de la cabaña de Emma y Diego donde ardía la llama más intensa: la del amor, la familia… y la vida por venir.El embarazo de Emma transcurría con plenitud. Su vientre crecía, redondeado y hermoso, y Diego no podía quitarle los ojos de encima. La acariciaba como si tocara algo sagrado, le hablaba al bebé como si ya lo conociera, y se dormía cada noche con la cabeza apoyada sobre su pancita, escuchando los latidos de esa nueva alma que llegaría pronto.Pero una madrugada tranquila, todo cambió.Una contracción fuerte y repentina despertó a Emma. —Diego… amor… —jadeó—. Ya vienen. Él se incorporó tan rápido que tropezó con su propio pie. —¿¡QUÉ!? ¡¿AHORA?! ¡¿HOY?! Emma asintió, respirando entre risas y dolor. —Sí, amor. Respira conmigo. No entres en modo lobo salvaje.Diego corría por toda la cabaña, gritando cosas incoherentes: “¡Agua! ¡Toall
El sonido de la lluvia repiqueteaba contra los ventanales de la moderna oficina de Emma Baker. Sentada detrás de su escritorio, revisaba los últimos contratos de su agencia de publicidad. La luz de su computadora iluminaba su rostro de rasgos delicados, sus ojos lila resplandecientes con una intensidad única. A pesar de su éxito profesional, sintió un vacío inexplicable, una sensación de que algo le faltaba. Su vida había dado un giro inesperado hacía unos meses. Después de la traición de Derek, su expareja, había decidido centrarse en su carrera y en su mayor sueño: ser madre. No necesitaba un hombre para lograrlo, y por eso había optado por la fertilización in vitro. Ahora, su vientre albergaba una nueva vida, una decisión que había tomado con plena convicción, sin saber que aquel embarazo cambiaría su mundo de maneras que jamás imaginó.Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. —Emma, tienes una llamada importante —dijo Sofía, su mejor amiga y asistente. Emma sospechó