La manada de los Blancos se había convertido en un lugar de calma, luz y esperanza. Pero para Emma y Diego, los días se habían teñido de un color aún más intenso: el del deseo imparable y el amor feroz.
Desde que Emma había comenzado a mostrar su embarazo, el vínculo con Diego se volvió más profundo, más carnal, más urgente. Ella no solo sentía la vida creciendo en su interior, sino también el fuego constante de sus hormonas desbordadas, ese anhelo ardiente que solo Diego podía calmar… o avivar aún más.
Pasaban días enteros encerrados en su cabaña. Nadie se atrevía a molestarlos. Todos sabían —y escuchaban— los gemidos apagados, los golpes rítmicos del cuerpo de Diego sobre Emma, sus risas, sus juegos, su locura compartida.
Diego la adoraba con un hambre que no se apagaba. La recorría con las manos, la boca, el alma. La tomaba una y otra vez hasta dejarla temblando, exhausta, con el cuerpo marcando su amor en cada centímetro.
—Dioses, Emma… no me canso de ti —susurraba contra su piel sudada, después de cada tormenta de placer.
—Entonces nunca pares… —decía ella, montada sobre él, moviéndose con deseo propio, sus manos en su pecho, su vientre apenas redondeado vibrando entre los dos.
Y no paraban.
Días de familia, noches de travesuras
Pese a las llamas constantes en la intimidad, también disfrutaban de los momentos en familia. Paseaban con su madre, con Nathan, y hasta con la tía Ana, quien los miraba con ternura cada vez que Emma soltaba una carcajada o Diego la alzaba en brazos como si fuera liviana.
—No sé si alguna vez vi tanta felicidad junta —decía la tía con una sonrisa que ocultaba viejas lágrimas.
Pero cuando llegaba la noche… o cualquier momento a solas… todo cambiaba.
Durante los paseos por el bosque, Emma solía provocarlo. Bastaba un roce, una mirada, o dejarle caer un beso en la comisura de los labios para que Diego la acorralara contra un árbol.
—¿Quieres jugar? —gruñía con esa voz baja que la deshacía.
Y la tomaba allí mismo. La subía contra el tronco, sujetándole los muslos, hundiéndose en ella mientras la naturaleza era testigo de su lujuria.
—Eres adictiva —le decía al oído mientras ella gemía, entregada—. No tienes idea de lo loca que me vuelves.
El refugio del bosque
Una mañana, mientras el sol apenas asomaba entre los árboles, Diego se acercó a Emma con esa mirada traviesa que ella conocía muy bien.
—Empaca lo que necesitas —le dijo, rozando su cuello con los labios—. Volvemos a nuestra casa del bosque.
Emma suena al instante, sintiendo una oleada de deseo solo con recordar lo que vivieron allí la última vez.
¿No hemos agotado aún todas las superficies? —bromeó con una sonrisa cargada de picardía.
—No… pero estoy dispuesto a intentarlo otra vez —murmuró Diego, besando su hombro mientras sus manos ya exploraban con impaciencia.
Y así regresaron a su refugio, ese lugar sagrado solo para ellos , donde el tiempo se detenía y sus cuerpos hablaban con la misma intensidad que sus corazones.
La cabaña en el bosque estaba rodeada de árboles altos, con una chimenea cálida, una cama inmensa y una bañera tallada en piedra que parecía hecha para dos almas salvajes.
Allí, se desataron.
Días enteros sin ropa. Sin preocupaciones. Solo besos, gemidos, y juegos interminables entre las sábanas y sobre la madera cálida del suelo. En la bañera, en la cocina, junto al fuego… Diego la hacía suya como si cada vez fuera la primera.
Emma no se cansaba de sentirlo dentro. Su cuerpo lo buscaba, lo llamaba, lo necesitaba. Y Diego respondía como el alfa que era: fuerte, protector, entregado, salvaje.
—Dime que soy tuyo —gruñía.
—Eres mío —jadeaba ella—. Solo mío.
Y entre embestidas y caricias, entre risas y mordidas, sellaban su amor con cada encuentro.
En esa casa, en ese bosque, Emma no era solo la Alfa. Era la mujer más deseada, más amada, más viva.
Y mientras su vientre crecía, Diego la besaba ahí, justo donde la nueva vida se formaba, y le susurraba:
—Gracias por darme lo que más amo. Tú… y nuestro hijo.
Emma lloró esa noche. De felicidad, de amor, de entrega.
Porque finalmente, todo estaba bien.
Y su historia… aún no había terminado.
El tiempo parecía flotar en un remanso de amor y paz. La manada de los Blancos resplandecía con fuerza, restaurada y unida, pero era dentro de la cabaña de Emma y Diego donde ardía la llama más intensa: la del amor, la familia… y la vida por venir.El embarazo de Emma transcurría con plenitud. Su vientre crecía, redondeado y hermoso, y Diego no podía quitarle los ojos de encima. La acariciaba como si tocara algo sagrado, le hablaba al bebé como si ya lo conociera, y se dormía cada noche con la cabeza apoyada sobre su pancita, escuchando los latidos de esa nueva alma que llegaría pronto.Pero una madrugada tranquila, todo cambió.Una contracción fuerte y repentina despertó a Emma. —Diego… amor… —jadeó—. Ya vienen. Él se incorporó tan rápido que tropezó con su propio pie. —¿¡QUÉ!? ¡¿AHORA?! ¡¿HOY?! Emma asintió, respirando entre risas y dolor. —Sí, amor. Respira conmigo. No entres en modo lobo salvaje.Diego corría por toda la cabaña, gritando cosas incoherentes: “¡Agua! ¡Toall
El sonido de la lluvia repiqueteaba contra los ventanales de la moderna oficina de Emma Baker. Sentada detrás de su escritorio, revisaba los últimos contratos de su agencia de publicidad. La luz de su computadora iluminaba su rostro de rasgos delicados, sus ojos lila resplandecientes con una intensidad única. A pesar de su éxito profesional, sintió un vacío inexplicable, una sensación de que algo le faltaba. Su vida había dado un giro inesperado hacía unos meses. Después de la traición de Derek, su expareja, había decidido centrarse en su carrera y en su mayor sueño: ser madre. No necesitaba un hombre para lograrlo, y por eso había optado por la fertilización in vitro. Ahora, su vientre albergaba una nueva vida, una decisión que había tomado con plena convicción, sin saber que aquel embarazo cambiaría su mundo de maneras que jamás imaginó.Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. —Emma, tienes una llamada importante —dijo Sofía, su mejor amiga y asistente. Emma sospechó
Emma caminaba por las calles de la ciudad con la mente revuelta. La revelación del doctor la había dejado helada. Su embarazo no era un error médico cualquiera. Alguien había cambiado la muestra de esperma intencionalmente. ¿Pero quién y por qué? Las luces de los autos iluminaban su rostro pálido. La sensación de que su vida estaba a punto de desmoronarse se apoderó de ella. Nunca había creído en el destino, pero esto... parecía esto obra de algo mucho más grande. Apretó los documentos que llevaba en la mano. Los resultados mostraron que el ADN de su hijo pertenecía a un hombre con un linaje genético excepcional. Pero no había nombres, solo códigos. —Tengo que descubrir la verdad —susurró para sí misma. Las preguntas la devoraban por dentro. Si alguien había cambiado la muestra, eso significaba que estaban observándola. Que su embarazo no había sido producto del azar, sino de una elección meticulosa. Y eso la asustaba. En el b
Emma pasó la noche en vela, incapaz de ignorar la sensación de que algo estaba terriblemente mal. Las sombras de su departamento parecían más oscuras de lo normal, y cada ruido en la calle la hacía sobresaltarse. Se abrazó el vientre, una costumbre que había desarrollado en los últimos días. Nunca había sentido una conexión tan fuerte con algo como la que sentía con sus bebés. La noticia del incendio en la clínica la inquietaba demasiado. Su instinto le decía que no era una coincidencia. Algo en su interior gritaba que ese fuego no había sido un accidente, que alguien estaba tratando de borrar toda evidencia de lo que le habían hecho. Apenas amaneció, Emma tomó su bolso y se dirigió a la puerta. Necesitaba respuestas. Tal vez la policía, tal vez un abogado. Alguien tenía que ayudarla a descubrir la verdad. Pero cuando abrió la puerta, su corazón casi se detuvo. Frente a ella, un hombre alto y de expresión imponente la observaba con intensidad. Su cabello castaño osc
El silencio entre ellos se volvió espeso, cargado de tensión. Emma sentía que su corazón latía con fuerza descontrolada. Había algo en Diego, en la forma en que la miraba con intensidad depredadora, que la inquietaba profundamente. Su mente le gritaba que se alejara, pero su instinto—ese mismo instinto que últimamente parecía más agudo—le decía que no lo hiciera.Diego exhaló lentamente y se pasó una mano por el cabello, claramente frustrado.—Emma, sé que esto es difícil de creer. No tienes razones para confiar en mí, pero te juro que no tengo intención de hacerte daño. Solo quiero ayudarte.Emma apretó los puños.—¿Ayudarme? ¿Por qué? ¿Qué ganas tú con esto?Los labios de Diego se curvaron apenas en una sonrisa amarga.—Más de lo que imaginas.Emma cruzó los brazos, su cuerpo rígido por la tensión.—Entonces dime la verdad. Quiero saber qué está pasando y por qué tengo la sensación de que no me has contado todo.Diego asintió lentamente.—Está bien, pero prométeme que escucharás hast
El contacto de sus manos desató una corriente de electricidad que recorrió todo el cuerpo de Emma. Su respiración se aceleró y sintió que algo dentro de ella reaccionaba con fuerza. Sus ojos se encontraron con los de Diego, y por un momento, el mundo pareció detenerse.Pero no era solo atracción. Era algo más profundo. Algo primitivo y poderoso.Emma apartó la mano de golpe y dio un paso atrás, como si el contacto le quemara.—No… Esto no tiene sentido —susurró, llevándose una mano a la frente.Diego la observó en silencio, sin apartar su mirada intensa de ella.—Lo sientes, ¿verdad?Emma lo miró con el ceño fruncido.—¿Sentir qué?—La conexión.Emma tragó saliva con dificultad. No quería admitirlo, pero sí, lo sentía. Algo dentro de ella la empujaba hacia él, como si fueran imanes destinados a unirse. Pero no tenía sentido.—Esto es una locura —dijo, tratando de mantener la compostura—. No creo en el destino ni en conexiones místicas.Diego suspiró y se cruzó de brazos.—No tienes que
El motor del auto rugía suavemente mientras Diego conducía a través de la carretera oscura. Emma iba en el asiento del copiloto, en completo silencio. A pesar de la confusión y el torbellino de emociones que la embargaban, sabía que no podía quedarse. No después de todo lo que Diego le había dicho.Se abrazó a sí misma, tratando de procesar la idea de que su vida entera había sido una mentira. Siempre había creído que su tía la protegía de un mundo cruel, pero ahora todo tomaba un nuevo significado. ¿Qué más le había ocultado?Diego la miró de reojo antes de hablar.—¿Cómo te sientes?Emma soltó una risa sarcástica.—Oh, no sé… Tal vez un poco abrumada. Descubrir que soy un hombre lobo—o mejor dicho, una mujer lobo—, que estoy embarazada de gemelos sobrenaturales y que alguien quiere matarme, no es exactamente lo que esperaba para esta etapa de mi vida.Diego sonrió de lado.—Bueno, al menos lo tomas con humor.Emma lo fulminó con la mirada.—No es humor, es mi forma de no entrar en pá
El camino se volvió cada vez más estrecho y accidentado a medida que el auto avanzaba por el bosque. Emma observaba los árboles altos a su alrededor, sintiéndose como si estuviera cruzando un umbral invisible hacia un mundo que no comprendía.Diego manejaba con calma, pero su postura era tensa, como si esperara que algo ocurriera en cualquier momento.—¿Tu manada vive aquí? —preguntó Emma, rompiendo el silencio.—Sí. Es un territorio protegido. Nadie entra sin mi permiso.Emma notó el orgullo en su voz. Era extraño, pero algo en la forma en que él hablaba de su hogar le provocó una sensación de… seguridad.—¿Y si alguien intenta entrar sin permiso?Diego sonrió de lado.—No lo lograría.Emma no supo si lo decía por algún tipo de barrera mágica o porque su manada era demasiado fuerte como para dejar que un intruso llegara lejos. De cualquier forma, el mensaje estaba claro: estaba entrando en un lugar donde las reglas eran distintas.Minutos después, el auto se detuvo frente a una gran c