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Capítulo 48: Devoción Ardiente

Pasaron semanas desde que la batalla terminó, y el mundo de Emma se volvió más cálido, más íntimo, más lleno de él. Diego. Su pareja. Su alfa. Su todo.  

La reconstrucción de la manada seguía, sí… pero dentro de la cabaña que compartían, no había guerras, ni estrategias, ni deberes. Solo sus cuerpos, sus gemidos, y la danza ardiente de un deseo que no conocía descanso.  

Durante días, Emma apenas salía.  El calor de su embarazo y la energía sobrenatural que ahora fluía en su cuerpo hacían que su deseo por Diego se intensificara, al punto de volverse insaciable. Lo deseaba constantemente, y él no se negaba.  

Lo hacía suyo una y otra vez.  Ella le pedía más, le rogaba con los ojos, con la boca, con el cuerpo, y él respondía con pasión salvaje y entrega absoluta.  

—No tienes idea de lo que me haces sentir —le murmuraba Diego mientras la acariciaba con fuerza, recorriendo con las manos cada curva de su piel, cada estremecimiento que le arrancaba el placer.  

Emma arqueaba la espalda,  jadeando por cada embestida profunda , sintiendo cómo su cuerpo temblaba una y otra vez. Sus sábanas estaban enredadas, su aliento descompasado, y  sus gemidos eran tan intensos que resonaban por toda la habitación , haciendo que las paredes parecieran vibrar con ellos.  

Diego la tomaba con pasión y ternura a partes iguales.  La ponía de rodillas, la tomaba por la cintura y la amaba fuerte, profundo, con el deseo contenido de un alfa que adoraba a su hembra.

—Eres mía, Emma —gruñía contra su oído mientras embestía más fuerte—. Solo mía.  

—Siempre tuya… —jadeaba ella, sintiendo su cuerpo derretirse de placer.  

Sus cuerpos sudados brillaban bajo la luz de la luna , el calor entre ellos era insoportable, adictivo, una locura que se repetía noche tras noche. A veces, Emma sentía que el tiempo se desvanecía, que todo el universo se reducía a la forma en que Diego la hacía vibrar entre sus brazos.  

Él la provocaba con caricias, con palabras, con besos lentos que terminaban en pasión desenfrenada.

Emma lo buscaba con hambre, y él se dejaba devorar.  

Entre risas, jadeos y miradas cargadas de deseo, descubrieron que el amor que los unía no era solo espiritual. Era físico, salvaje… real.  

Y mientras el corazón de Emma latía desbocado entre los brazos de Diego, supo que nada ni nadie podría separarlos jamás.  

Porque el deseo los consumía…  

pero era el amor lo que los mantenía unidos.

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